Blogia
limonche

Narraciones

Las nieblas de avalón

Las nieblas de avalón

Francisco Limonche Valverde
flimonche@coitt.es

Madrid a viernes, 04 de mayo de 2007


Uno de los lenguajes con los que se expresa la naturaleza es el simbolismo; otro la sincronicidad. De unos años a esta parte ambos se manifiestan de manera muy acelerada.

Las experiencias se agolpan y se nos presentan situaciones que no hace mucho llevaba años, decenios e incluso toda una vida en desarrollarse, pero que ahora eclosionan a velocidad de vértigo.

Las nieblas de Avalón son, entre otras, un símbolo. El símbolo de lo que está más allá de los sueños. Porque hay algo más allá de los sueños, que todos intuimos es lo más auténtico que hay en nosotros.

Hubo un tiempo en el que el hombre dejó de soñar. Para soñar más allá de los sueños era preciso ser valiente. Sin embargo, sucedió que las nieblas, una de las pruebas del alma, nos llenaron de temor y dejamos de hacerlo.

Tras las nieblas se halla el Rey Arturo y Merlín, Morgana, Ginebra y la Dama del Lago ¿Qué ocurrió para que Arturo tuviese miedo? Ginebra era católica; seguía las normas de la iglesia, pero delegó en otros la responsabilidad de sus sueños; temía a Dios y olvidó la Tierra. Cielo sí; tierra no. Arturo conectaba con la diosa, pero no con Dios. La dualidad envolvió con su niebla cerrada el corazón de los esposos. El alma conjunta que aspiraba a la unidad, se acuclilló temerosa en la dualidad. Arturo y Ginebra lucharon entre sí y perdieron. La magia de Avalón, con sus luces y sombras, se diluyó en el olvido.

Pero Avalón rebosa de nuevo luz; brota y pugna por hacerse visible una vez más. Se encuentra justo donde la dejamos la vez anterior; con sus caballeros y damas dormidos; con sus elfos, hadas y duendes sorprendidos de nuestro prolongado sueño.

Hay un jardín en Glastonbury, donde las hadas aletean y acarician con su brisa a los visitantes. Este jardín contiene un agua preciosa de sabor a hierro. El agua que vertió José de Arimatea, tío de Jesús, agua con la que lavó el cuerpo de Cristo. Beberla, es beber luz y despertar un poco más rápidamente.

Arturo existe y es al tiempo el Cristo que todos llevamos dentro. Es el cristal limpio, claro y de luz que brilla más que el sol, porque el sol es simplemente el espejo en el que Arturo se contempla cada mañana.

El amor de Cristo es un amor incondicional que da todo sin esperar nada a cambio. Apenas el postrer suspiro hubo sellado sus labios, comenzó de nuevo a iluminar con su luz el camino, que él mismo había recorrido, para ayudarnos a no caer en la enredadera de las malezas o para no golpearnos las rodillas al caminar de espaldas.

Arturo, rey, hombre, enamorado, cobarde y valiente a un tiempo, siguió durante un tiempo la luz; luego, acobardado por la niebla, prefirió la muerte a seguir soñando más allá de los sueños. Fueron él y sus doce apóstoles caballeros. Trece lunas y ningún sol.

Pero ya no es preciso experimentar dolor para dar con el sendero de Avalón. Es tan suave y ligera la carga, que basta con amar y ser amado, para que se ilumine todo el firmamento.

Glastonbury está llenos de leyendas; pero ¿qué son las leyendas?, ¿imaginación, meramente verbalizada?, ¿hechos que realmente sucedieron, magnificados por la fantasía adormecida? Sea como fuere, hay un lugar en el suroeste de Inglaterra, pleno de sincronicidades y de sucesos mágicos.

Los lugares nos llaman; no llegamos a ellos por casualidad. Para saber de las causas, basta con observar los efectos. El efecto en el jardín del cáliz es la paz en un alma inquieta, que se deja llevar del tierno abrazo del espino blanco o de cualquiera de los otros centenarios y bellos que le acompañan.

Cuando José de Arimatea llegó a Inglaterra, lo hizo apoyado en un cayado de espino. En una de las colinas que bordean Avalón, golpeó la tierra. De allí brotó un espino. De aquél espino los tres que ahora embellecen la ciudad.

Sin embargo, para este abrazo, ni siquiera es preciso llegar a Glastonbury, basta con dejarse llevar del propósito de despertar para ser consciente del maravilloso sueño que ha comenzado a emerger. Avalón ha regresado.

VIAJES SAGRADOS

http://www.viajessagrados.com/pageone.htm

JARDÍN DEL CÁLIZ

http://www.chalicewell.org.uk/home.html


MINERVA, LABIOS DE FRESA, Lectura continuada de El Quijote, 12, 13 y 14 abril año 2000

MINERVA, LABIOS DE FRESA,  Lectura continuada de El Quijote, 12, 13 y 14 abril año 2000

Minerva, labios de fresa


Que los caminos
se abran a tu encuentro;
que el sol brille templado
sobre tu rostro;
que la lluvia caiga suave
sobre tus campos;
que el viento sople
siempre a tu espalda

que hasta el día que
volvamos a encontrarnos;
Dios nos tenga en
la palma de su mano


Bendición irlandesa
(Regalo de PROMI, Asociación de Ayuda al Minusválido Psíquico)



1


Círculo de Bellas Artes de Madrid. Punto de partida.


“ En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos consumían las tres cuartas partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino...”


El cálido acento chileno de Jorge Edwards (1) acaricia los compases iniciales del capítulo primero de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Jorge Edwards es feliz en la lectura y transmite esa felicidad a quienes atentamente le escuchamos.

Por distintas razones, todos cuantos participamos, de una u otra manera, en la organización de la lectura pública continuada de El Quijote del año dos mil, nos mantenemos expectantes, en la esperanza de que todo transcurra en la gozosa normalidad de años anteriores.

La lectura tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en su bellísimo Salón de Columnas. Es un doce de abril; doce en punto de la mañana. La hora es la cierta. La fecha, sin embargo, no se corresponde con la natural, habitualmente asociada a la del Día del Libro, veintitrés de abril. No es así, en esta ocasión, para que no coincidan la semana de la lectura de El Quijote con la semana de la Semana Santa.

Hay un atril de lectura, situado a la izquierda del Salón, tomando por referencia los amplios ventanales que van a dar a Casa Marqués de Riera. Sobre el atril, abierto por la página en la que se hallan los párrafos antedichos, un ejemplar de un Quijote de Espasa.

Dos pantallas de retroproyección, de dos cuarenta por uno ochenta, situadas a izquierda y derecha, muestran imágenes de todo cuanto acontece, desde tres cámaras de televisión estratégicamente situadas.

Se han dispuesto tres cabinas de seguimiento de la lectura. En cada una de ellas un teléfono y un dispositivo, que permite la conexión de las líneas telefónicas regulares con el sonido general del Salón.

También hay una mesa de mezclas, y junto a ella cuatro monitores de control, varios distribuidores, un magnetoscopio, conversores, tituladora y un ordenador para fotos y diapositivas.

Hay tres equipamientos completos de videoconferencia, para un total de quince líneas telefónicas digitales y cuatro regulares. Estos constan de codificador – descodificador de señal digital, sistema, monitor y teclado de control.

El Salón se encuentra a rebosar de público. Próximo al estrado en el que se sitúa el atril, literatos, políticos y patrocinadores se arremolinan en torno a la figura del insigne escritor. Frente a estos, decenas de cámaras de televisión, micrófonos, fotógrafos, cronistas..., pugnan por captar al detalle los instantes iniciales.

Por un momento da la impresión de que algo pueda ir mal. Un encontronazo entre un fotógrafo y un cámara, deviene en un chispazo de tensión, malamente resuelto por los organizadores, que alejan entre gritos al fotógrafo.

La inquietud hace que una brisa de sudor llegue hasta mí, sacudiéndome los intestinos. En el movimiento incontrolado de cámaras y fotógrafos, se ha desprendido uno de los cables del sonido. El desbordamiento impetuoso y los nervios alcanzan la zona donde nos hallamos, y se ha de contener, de mala manera, a la marea descontrolada, para evitar que las cabinas de control caigan al suelo.

Mi cometido es coordinar la gestión de las telecomunicaciones. Las telecomunicaciones se han constituido para la lectura, año tras año, en una suerte de vínculo espiritual, que une a lectores de El Quijote del mundo entero. Esta gestión implica, entre otros, el adecuado uso de los recursos necesarios y la supervisión de los mismos.

Los organizadores se muestran cada vez más atrevidos en sus peticiones. Conforme transcurren los años y se suceden los actos, se les percibe con mayor soltura por este medio que les fascina. Es el año del final de milenio y se aventuran a solicitar más y más de las telecomunicaciones. Probablemente en el fondo lo que desean es el acercamiento, prácticamente físico, con todos cuantos desde la distancia, anhelan la emoción de la lectura compartida.

A mí me da un tanto de apuro el entusiasmo que me provoca este trabajo. Debiera mantenerme en una posición de mayor distanciamiento. Soy un profesional y es mi empresa quien patrocina los costes que se derivan del uso de las mismas. Sin embargo, a las atrevidas solicitudes "técnicas" que proponen los organizadores, acompaño yo otras de igual o parecido calibre.

Así para el año dos mil, a las habituales propuestas de los dos años anteriores, se han incluido entre otras: conexiones por videoconferencia con las sedes de Mensajeros de la Paz en Roma y Bruselas, con la sede de la Real Federación Sueca de Personas Sordas, con la cumbre del Teide, por satélite Inmarsat, con un colegio...

La participación de Telefónica, mi empresa, se circunscribe fundamentalmente a las actividades de telecomunicación que le son propias, y que tienen que ver, como en años anteriores, con las aplicaciones de las telecomunicaciones referidas al ámbito de la cultura y de su difusión, así como al patrocinio de todos los sistemas de audiovisuales y de sonido que son precisos para el acto.

En este compromiso de integración, se facilitan, además, comunicaciones por voz con todas cuantas personas intervienen en la lectura remota, ya sea desde lugares accesibles, como desde otros de acceso dificultoso: Embajada de España en Kinshasa, Buques, Cooperantes, Aeronaves, etc.

Al tiempo, la lectura se retransmite por Internet, en las modalidades conocidas como Real Audio y Real Vídeo, que permiten a quienes disponen de los medios adecuados, seguir, prácticamente en directo, todo cuanto acontece en el Salón de Columnas, desde el cual, como se ha comentado, se realiza la lectura pública en presencia.

La lectura continuada de El Quijote, que desde mil novecientos noventa y siete tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ha venido a institucionalizar una suerte de liturgia de la literatura, en la que participan gustosos los propios literatos, políticos, actores, toreros, periodistas, ancianos, niños, extranjeros, el pueblo en suma e incluso el clero.

Es esta ocasión para mí la tercera en la que participo como coordinador de telecomunicaciones. Pero ni en esta ni en las anteriores lecturas en las que he tenido el privilegio de hacerlo, he sido capaz de desligarme del sentimiento común, que induce el compartir por dos días el propósito de hacer de la palabra un instrumento de gozo.

Los lectores se suceden uno tras otro a intervalos de dos o tres minutos. Los hay de voz armoniosa y palabra redonda; los hay de voz familiar, neutra, melindre, chillona, atropellada o nerviosa. Pero ni uno solo de los que lee, se aleja un punto del respeto que la lectura pública a todos nos merece.

Sin embargo, ha sido en esta tercera lectura cuando he podido disfrutar a plenitud de la gracia y la profundidad de una historia tan ingeniosamente puesta por Dios en el corazón de un hombre. En contrapartida, este tardío descubrimiento, ha tenido el efecto de un cierto desgarro en mis cada vez más menguadas ganas de emprender nuevas cosas en la vida.

Don Quijote es un gracioso muy serio, que te pone los pelos de punta, y te lleva a la reflexión del sentido de la existencia misma. Induce pensamientos que te transportan del principio de los sueños al quebrantamiento tras un terrible esfuerzo. He descubierto que la lectura de El Quijote es un arma cargada de desasosiego.

Empero, he de confesar que hasta este año de dos mil, no me ha sido propicio leer de cabo a rabo el gran libro. Me han empujado a ello la curiosidad que provoca la audición y el atisbo de referencias vitales que se apuntan en la lectura.

No sé si la primera parte de El Quijote es mejor que la segunda, o al revés. Tal vez la segunda resulte más elaborada, por ser Cervantes más sabio cuando la escribió. Lo cierto es que tras el tópico de libro eterno, he venido a descubrir que no sólo es así, sino que es incluso un libro necesario.

Es cierto que es un tomo de muchas páginas, y que versos y poemas resultan un tanto dificultosos; pero El Quijote hay que releerlo tantas cuantas veces sea preciso recargar de sabiduría el alma.

He escuchado por ahí que la locura de don Quijote permite que brote en él lo más real y verídico de su ser, y es así como crea un mundo falso. Al tiempo que convengo en esto, pienso en el inmenso valor que es preciso tener para crear un mundo nuevo, incluso en la fantasía. Todo cambia, las referencias necesarias se trocan en otras ilusorias y no queda lugar del pensamiento al que aferrarse.

También he atisbado al inquieto don Miguel de Cervantes Saavedra, llegando a la sabiduría tras un indecible sufrimiento. No sé con quién sienta mayor afinidad, sí con Cervantes, en el cautiverio de Argel, con don Quijote, en el deambular por la quimera, o con Sancho, en su necesidad de pan y de queso.

Manchego, como ambos, creo tener tanto de Quijote como de Sancho. De un lado el idealismo de quien aspira a la eternidad; de otro, el realismo preñado de un toque humanista de quien se ve forzado a la supervivencia.

Este Quijote del año dos mil me está haciendo daño. Los lectores desgranan las frases, a las que yo doy continuación en el libro, y al tiempo me pierdo en las volutas de la ensoñación que sus palabras me van dibujando.

Me duelen las burlonas verdades de este bendito libro. Tal vez sea el hecho de que, como don Quijote, me hallo cercano a los cincuenta – edad en la que, según Aristóteles, muere el alma -; tal vez sea el desconsuelo de que mi horizonte profesional o de proyectos se encuentran próximos a su fin, y no tenga ánimos para levantar el vuelo si otros distintos a los diarios se presentan. Tal vez resulte, en suma, que nada de lo que barrunto amortigua los temblores de la tremenda apatía de dentro.

Un escritor me comenta, un tanto alterado, que no todos los escritores hacen literatura. Que la literatura tiene un propósito; que ha de aportar algo que descubra nuevos registros y sacuda los cimientos del mismo ser:

- Incluso El Quijote tiene páginas aburridas. Sin embargo, es como una bomba de efecto retardado – me dice – Hay que leer literalmente y a la vez entre líneas. Descubrir la profundidad de un hombre de esencias. Cervantes no fue un mero narrador, sino el mayor creador de todos los tiempos. La esquizofrenia de El Quijote es la de Cervantes, hombre de genealogía arábica cordobesa, pese al indudable hecho de haber nacido en Alcalá de Henares, que buscaba la aprobación y el reconocimiento de los suyos, para hacer llegar la luz que en su camino iba descubriendo, y ser querido y respetado por ello.

Ese camino penetra en mi conciencia, en mi alma e incluso en mi ser más profundo, y me pone en cueros frente a la cobardía de no llegarme al consuelo que anhelo. Quisiera salir a desfacer entuertos; a luchar contra las violencias que detesto, y a poner algo de bien en este mundo que me lleva de los ensueños a los abismos. Pero me fallan las fuerzas para levantarme del sillón de pereza en el que acobardado me arrellano, llorando por dentro.

Don Miguel de Cervantes Saavedra, que no deja de ser don Quijote, es un hombre de ética y de Dios. Don Miguel aventuró un personaje, por no hallarse con las fuerzas físicas para repetir su propia historia. De ese personaje, todos tenemos un tanto. Unos más a la vista; otros más escondido. La lectura revela a don Quijote un mundo en el que el bien triunfa sobre el mal. Ese mal que él descubre en sí mismo y que tiene la grandísima valentía de combatir en el fondo mismo de su profundidad y esencia humana.

Ese mal procede ante todo de la confusión que acarreamos desde el nacimiento. El mal de una humanidad, que parece no haber avanzado prácticamente nada en los cerca de cuatrocientos años que median de la primera edición de El Quijote a nuestros días. Por el contrario, pareciera que se hubiese enconado y nos hiciera cada vez más daño.

El manto de lo tecnológico cubre carencias básicas de conocimiento y de luz, precisos para andar con tiento hasta dar con la salida de esta caverna de inquietud.

Antes de dar con su lectura he intentado hallar estímulos en libros de espiritualidad, católicos, budistas, hinduistas, sufistas o de nueva era. Sigo en ello. Pero confieso sin rubor que, pese a mis prevenciones iniciales, ha sido la lectura de El Quijote la que de mayor utilidad me ha resultado hasta el momento.

Hay lecturas que son como auténticos manuales de vida; como el libro de instrucciones que el Creador debiera habernos entregado en depósito, en el momento de rompernos a la luz. Lo cierto es que al no disponerse de manuales personalizados, hemos de interpretar entre líneas las instrucciones de funcionamiento y de solución de averías que quiebran nuestro sosiego.

Buda nos lleva a la renuncia del yo; del ego que tanto estropicios nos causa. Mahoma nos conduce de pleno a la oración, que es fuente de armonía y de encuentro con uno mismo; y Cristo, bendito sea, nos lleva directamente al Amor.

Tres caminos, que conducen a un mismo fin. La vida en plenitud. Falta el detalle y la práctica de cómo recorrerlos. Pero El Quijote es un manual de vida. Así lo entiendo yo, pese a que tenga capítulos un tanto complicados, que convenga leer más de una vez para entender bien su significado.

Sin embargo, aun siendo así... y siendo que El Quijote me abre a nuevas ilusiones, las sigo sin tener todas conmigo.

Leer no es vivir. Tampoco lo es escribir. Vivir es hacerlo en la plenitud de los sentidos y a un tiempo en paz y armonía. La lectura lo que hace es rescatarte de ecos de un pasado que nunca ha existido. El que busca respuestas a su desconsuelo vital, sea a través de la lectura, investigación, tertulia o meditación, es porque en el fondo da por perdido lo que esta tratando de hallar.

Como persona sensible, que debiera por tanto cuidarse de los excesos, me he ido alejando de una paz, que en realidad nunca tuve, de una felicidad que se me antoja imposible de alcanzar y del dulce amor de un Dios, al que de continuo suplico me recupere del desasosiego que las lecturas y la vida me van dibujando.

Incluso el sufrimiento extremo de algunos seres me alcanza de pleno, sin serme propio o cercano. No soy don Quijote y trato de actuar de manera pragmática ante las adversidades o el dolor ajeno; sin embargo, me duele hasta lo que se halla fuera de mí o de mis posibilidades de ayuda.

El dolor nos lleva al conocimiento, lo sé; pero se sufre demasiado. Hay quienes entre tanta angustia, atisban razones para el optimismo. La humanidad, según estos, habría entrado en una etapa de luz, en la que el mal y el dolor irían a ser erradicados para siempre.

La ayuda vendría de arriba, de la oración, que al fin ha alcanzado las barbas del mismo Dios. Esta ayuda lo sería en forma de entendimiento y de cordura. Hay razones para el optimismo, los quijotes parecen haber acabado por enternecer al cielo. No tengo más datos. No sé si parece fiable la nueva. Tal vez sea rumor de locos.

No obstante, si ese anhelo llegase a hacerse realidad, puede que fuese tarde para muchos, que no habrían podido soportar la larga espera.

El descubrimiento fundamental que quizás nos sea revelado, es que nada de lo que ocurra en este mundo nos resulta ajeno. Que es preciso llegar incluso al extremo de don Quijote y combatir los inexistentes enemigos que nuestra fragilidad fabrica, para hacerlo en realidad contra aquello que mina nuestras esperanzas, y desde el punto de no retorno del abismo, llegar a esa paz de dentro que tan cara nos esta resultando.

Para alcanzar la paz es preciso combatir. Este es un mensaje que se nos repite desde el principio de los tiempos. Pero es un mensaje generalmente mal interpretado. La guerra que hay que librar es contra la propia miseria. Contra el mal que un día se desparramara desde las estrellas, y que a unos les dio un tanto y a otros un todo. Alguien creyó que esto nos habría de llevar más rápido a la luz. No ha sido así. Ha sido un error. Ya no hay necesidad de aguardar un instante más. Hay que expulsar el mal desde dentro y difuminarlo de nuevo en el espacio exterior. Dilatar el proceso a lo único que conduce es a un malestar sin sentido, ni solución.


2


Algo más de una hora de comenzado el acto. Telecomunicaciones, literatura y discapacidad se dan la mano.


Literatura, telecomunicaciones y discapacidad convergen en la historia desde el ingenio y la peculiaridad de dos seres excepcionales. Alexander Graham Bell y Miguel de Cervantes Saavedra. El Círculo de Bellas Artes de Madrid facilita el encuentro. Los ritmos se suceden. La historia se escribe desde la locura cuerda de dos hombres enamorados.

El trasiego tanto de madrileños como de forasteros, que de continuo suben y bajan las espaciosas escaleras del Círculo de Bellas Artes, es digno de admirar. Lo hacen con el alegre bullicio de quien va de fiesta. La fiesta de la literatura y de los sueños, en la que cada cual busca el reencuentro con lo mejor de sí y la magia del sendero.

Hay personas que llegan ataviadas de curiosas vestimentas; niños que se afanan en inscribirse en la lista de lectores; abuelos que suplican no esperar demasiado, para no fatigarse en exceso mientras aguardan el turno. Hay quienes se emocionan nada más pisar el Salón.

Naturalmente también hay quienes se aprovechan del gentío para, en el tumulto, medrar o simplemente hacer el gamberro.

Y entre tantos y tantos que deambulan la descubro a ella. Lo hago al percibir el calor de su mirada. Lo hubiese hecho de cualquiera otra manera, porque nunca hasta entonces una visión femenina me cautiva tanto. Sé al instante que es bella por fuera y por dentro. No más allá de los treinta, ni alta ni baja, sino proporcionada, cabellos de oro, perlas por dientes, cuello de nácar, mirada de cielo... ¡Dios, me mira, me sonríe y viene hacia mi!

- Hola – dice y me desarma por completo con su voz de terciopelo.

- Hola – respondo y tartamudeo, provocándole una sonrisa, que se me antoja de fresa y de caramelo.

- Me llamo Marta. Soy periodista; de Chile. Eres Paco, ¿verdad?

- Sí, soy Paco – respondo, aún alelado. El paisaje cambia. Hay hierba y brisa fresca alrededor.

- Busco información un tanto especial, alejada de la que se ofrece en el dossier de prensa. Espero haber dado con la persona adecuada... – prosigue.

- ¿Tú dirás? – inquiero entre curioso y expectante. El magnetismo de su mirada me transporta al cielo.

- ¿Quisiera saber de los recursos de telecomunicación que se utilizan en la lectura? – su pregunta directa, me llega de caricia. Evidentemente deben haberle informado tanto de mi cometido como de mis aficiones. Me siento el ser más afortunado de la tierra.

- Claro, mujer, con gusto – respondo, sonrío y percibo como se me aflojan las piernas. Hago un esfuerzo. Soporto el peso de mi cuerpo, apoyando ambas manos en el saliente de una de las cabinas.

- Te diré lo que pretendo, antes de que me adelantes dato alguno. Creo que así podrás ayudarme mejor. Voy a escribir un reportaje, que teniendo por referencia lo que suceda aquí en los dos días que dure la lectura, pueda mostrar la implicación de las telecomunicaciones en la difusión de la cultura. En este trabajo mi intención es analizar al tiempo la vinculación de dos continentes, unidos por la lectura de un libro común. Uno de los vínculos que trato de dar a conocer, es el de aporte de humanidad que permiten las telecomunicaciones, lejos un tanto del progreso desaforado– Marta tiembla un instante. Su voz refleja la pasión de su alma.

Me siento cómodo. Es mi terreno. Doy contestación a sus primeras inquietudes, a través de mis propias reflexiones. Trato de concentrarme. No lo consigo. Las palabras me desbordan y toman rumbo propio. Creo que me gusta escucharme:

- Las telecomunicaciones se ocupan de transmitir toda cuanta información y conocimiento es capaz de generar el ser humano, ya en lo bueno como en lo malo. Sin embargo, hay algo cierto en lo que dices. Las telecomunicaciones han surgido desde el profundo sentimiento de humanidad de un hombre enamorado – respondo, y enrojezco, empapado en la miel de su mirada.

- ¿Cómo es eso? – inquiere con interés y un gracioso rictus dulcísimamente travieso.

Respondo de nuevo. Hago memoria. Es curioso como en ocasiones lo evidente se nos muestra de golpe.

- Alexander Graham Bell, fue, como supongo sabes, inventor del teléfono, además de profesor de fisiología vocal. Todo su afán, tras una infancia de penalidades, se centró en el empeño de hacer de su imaginación un instrumento de bien. Cuando Bell contaba doce o trece años de edad, su madre, Eliza, quedó completamente sorda. Hay un desgarrador escrito de Bell, referido a ello, en el que dice “¿Quien puede imaginar la soledad de sus vidas? Cuando caminamos por el campo, lejos de la ciudad, pensamos que eso es la soledad. Pero la auténtica soledad es la de no poder comunicarse con los demás”. Años más tarde, cuando Bell contaba veintisiete años, cayó perdidamente enamorado de una joven alumna suya sorda, de diecisiete, Mabel. Sin apenas darse cuenta, Bell se había ido enamorando de la preciosa niña sorda, a la que impartía clases particulares de lenguaje. Bell era un soñador, de hábitos nocturnos, que al principio de su vida, no se centraba en invento alguno. Pero de todos cuanto le bullían, hubo uno al que inevitablemente le condujo el amor: el telégrafo múltiple. Este invento, financiado por el que luego llegaría a ser su futuro suegro, iba a hacer posible la transmisión simultánea de varios mensajes, por el cable del telégrafo. De alguna manera lo que Bell pretendía era idear un sistema que le permitiese la comunicación instantánea desde la distancia. Necesitaba comunicar su amor a su amada Mabel, dondequiera que ambos se encontrasen, sin aguardar un instante; necesitaba transmitir a su madre cuanto la quería. Finalmente no resultó de esta manera. Buscaba el modo de integrar a los sordos y devino en lo contrario, al alejarles de la comunicación instantánea en la distancia.

- Es una historia muy bonita – dice, y la sonrisa de su rostro me regala un aleteo de mariposas.

- De hecho pocas personas saben que Mabel era sorda. Si bien había quedado sorda a la edad de cinco años, sus padres se esforzaron en ofrecerle una educación superior. Bell completó esa educación enseñándola a expresarse con la naturalidad de una persona oyente. Con la ayuda de un globo y las vibraciones de la voz al transmitirse en la superficie, instruyó a la niña Mabel a reproducir los movimientos que deben hacerse desde la garganta, para expresarse con normalidad. Si se hablaba a Mabel de frente, ella respondía con la naturalidad que pueda hacerlo un niño no sordo...

- De Bell ¿hemos llegado a la transmisión digital? – interrumpe.

- Así es. La transmisión digital alcanza en apenas unos milisegundos cualquier punto del orbe.

- ¿Por qué dices que la intención de Bell devino en alejar a los sordos de la comunicación en la distancia? – se interesa.

Los ojos de Marta denotan interés. Es mujer de mirada amplia, limpia y cristalina. Es evidente que le interesa cuanto le explico. Ello me anima a esforzarme en las respuestas:

- Lo digo, totalmente convencido además. El desarrollo de las telecomunicaciones tiene su origen en la discapacidad. En realidad todos actuamos como sordos cuando nos alejamos unas pocas decenas de metros unos de otros. Esta posibilidad de comunicar en la distancia intrigó a Bell. Tanto Bell como su padre dieron lo mejor de sí en el empeño de mejorar las posibilidades de comunicación de las personas sordas. Bien es verdad, sin embargo, que aun hoy día, hay personas sordas que precisan comunicarse telefónicamente, y desconocen que existan el fax y el teléfono de textos. Pero no menos cierto es también que el servicio telefónico mantiene una deuda de gratitud con los sordos, que en parte y poco a poco comienza a repararse. Alexander Graham Bell patentó su teléfono el tres de marzo de mil ochocientos setenta y seis. El propio padre de Bell, profesor Melville, desarrolló un sistema, que llamó de discurso visible, en la idea, que continuaría su hijo años más tarde, de permitir la comunicación y el habla de las personas sordas. Años más tarde, Bell y tomando como modelo el telégrafo, trató de desarrollar un sistema que permitiese el envío de textos a través de un hilo de cobre. Lo cierto es que con el invento de Bell, el sordo quedaba en un estado cercano a la marginación, en cuanto al uso del teléfono se refiere, dado que para cualquier tipo de gestión telefónica, precisaba siempre de intermediarios. De aquél teléfono primitivo de Graham Bell a la tecnología más vanguardista, han transcurrido ciento veinticinco años. Y es ahora cuando la red ofrece recursos más que suficientes como para que la lengua de los signos, por ejemplo, que utilizan como lengua propia algunas personas sordas, pueda transmitirse en toda su magnifica expresión. Esto hace posible la comunicación en el lenguaje que les resulte más propio. Curiosamente, el teléfono de textos, que actualmente se utiliza, no llegó a desarrollarse hasta mediados de mil novecientos sesenta.

La agradable conversación que mantengo con Marta, se ve momentáneamente interrumpida, al indicarme uno de mis compañeros que va a tener lugar la primera de las videoconferencias programadas.

La primera videoconferencia, voz e imagen de alta calidad que se transmite por RDSI (2), lo es con el Instituto Cervantes de Dublín. Media hora antes se ha establecido contacto telefónico con el lugar donde se encuentra el equipo de videoconferencia. El proceso es el siguiente: la comunicación telefónica se mantiene todo el tiempo que dura la intervención y de manera paralela a la propia videoconferencia. Esto es así para coordinar seguimientos y para que el lector remoto continúe justamente donde lo deje el lector en presencia. Tras ello, la imagen de videoconferencia visualizada en el monitor de control, se muestra en las dos pantallas del Salón.

En Videoconferencia, curiosamente, lo que en ocasiones resulta esencial es el teléfono tradicional. No existe todavía una cultura de la imagen compartida y se sigue manteniendo un cierto envaramiento ante la cámara, que sólo se quiebra con la soltura del teléfono “de toda la vida”.

Las personas que desde un estrado próximo al atril se ocupan de los ritmos y de los lectores, que se suceden ininterrumpidamente, se encuentran en comunicación visual permanente con un apuntador. Este, informado desde unos cascos inalámbricos, tiene noticia en todo instante del seguimiento que se hace en la distancia, e informa al estrado. Así es como se controla el turno del lector en presencia o del lector remoto.

En las cabinas de seguimiento, dos o tres lectores de seguimiento indican la página y párrafo concretos a los lectores de Dublín. Ello si bien es conocido de estos, dado que desde minutos antes mantienen imagen y sonido de sala, hay que confirmarlo para no alterar en modo alguno el decurso continuo de la lectura.

- ¡Adelante, Dublín¡

Y el lector de Dublín comienza la lectura por donde le ha venido en suerte. Pasan unos minutos de las trece horas. El barullo inicial de periodistas y público arracimados ante la llegada de Jorge Edwards, e inclusos los gritos primeros, han devenido en una suerte de tranquilidad, plácida y muy de agradecer para los que allí continuamos, una vez la cohorte de personajes, periodistas y curiosos se han alejado del lugar.

En cuanto al resto de tareas, mencionar que la de los técnicos de audiovisuales consiste en responsabilizarse de que la imagen que se recibe desde Dublín, se muestre en las pantallas de la manera más nítida posible. La de los técnicos de Telefónica es la de garantizar la continuidad de las señales telefónicas, y el resto de personas, hasta doce, se ocupan de otras tareas que complementan las anteriores.

Respecto de la persona responsable de la subtitulación, su cometido es teclear el nombre de quien lee en cada momento e incluso en un extremo de la pantalla, incluir imágenes de don Quijote, para dar un toque de plasticidad al conjunto que se presenta.

El resultado final es el de continuidad entre ambos lugares, Madrid y Dublín.

El público presente escucha con delectación. Hay magia y a nadie se le ocurre aplaudir tras la intervención de cualquiera de los lectores remotos. Cinco personas se suceden una tras otra en Dublín y desde el Salón se les percibe con deseos de continuar. Sin embargo, la regidora de sala es contundente e interrumpe con un:

- ¡ Gracias Dublín¡

Este proceso se va a repetir de manera muy parecida en las otras videoconferencias internacionales programadas: Bruselas, Buenos Aires, Tel Aviv, Sao Paulo, Montevideo, Ciudad de México, Santiago de Chile, Lima, Estocolmo, Miami y Nápoles.

Las videoconferencias nacionales tienen en general una menor dificultad, fundamentalmente porque los equipos y protocolos que se utilizan, son de uso regular. Las videoconferencias nacionales lo serán con: Colegio Echeyde de Tenerife, Delegación de Cultura de Jaén, El Teide, Presidencia Autonómica de la Rioja, Universidad del País Vasco, Universidad de Málaga, Universidad de la Coruña y Canal +.

Marta se mantiene a mi lado. La vibración de su cuerpo llega al mío como en onda de plata. Percibo incluso su respirar, levemente acelerado. Por unos instantes nos mantenemos en silencio. Reflexiones como caricias nos interpenetran.

Le hablo de la ilusión que su presencia me induce. La miro, sonrío, me sonríe. Tiemblo. Nervioso, tecleo cualquier cosa en el ordenador. No puedo permanecer quieto.

La miro a hurtadillas. Sus ojos me elevan al cielo. Me dejo acariciar.

Por hablar de algo y seguir meciéndome en su sonrisa, le digo lo mucho que quería Graham Bell a su bella esposa sorda y el inmenso amor con el que la niña le correspondía.

Mabel Hubbard Bell escribe al esposo ausente, con deliciosa naturalidad.

Tomo al azar una carta del American Memory (3), Congreso de los EE.UU., tras teclear el criterio “love letters”, en el ordenador desde el que seguimos el acto.

Mi querido Alec:

No estoy segura de sí esta noche tendremos la oportunidad de poder hablar, es por ello que te escribo.

No vuelvas a tener pensamientos como los expresados en tu carta de hoy. Te equivocas totalmente si piensas que te quiero menos, o que estoy decepcionada o enojada contigo. Más allá, mi amor y orgullo por ti crecen día tras día, y al pensar en ello, siento una gran felicidad por el amor que me das, pese a lo indigna que me considero de recibirlo. Cariño, te amo tanto, que salvo pequeñas naderías, no quisiera que cambiases en nada. Antes de nuestro compromiso era consciente de que no podría responder de la apasionada manera que tú lo hacías. Tú, sin embargo, quisiste que fuese tuya a pesar de todo. Te amo tanto como puedo, y ese poder de mi amor se incrementa día tras día. Yo te daría más si fuese capaz, pero llego hasta donde lo hace mi naturaleza.

Mi pobre Alec, cuanto me apena que por un sólo momento hayas tenido un pensamiento de tristeza. No debes pensar en eso otra vez. Estás tan cansado que no tienes otro problema sino el cansancio. Desearía poder hacer cualquier cosa para ayudarte.

Quisiera que mis deseos te trajesen a mi lado, y que al tiempo estuvieses junto a tu querido padre.

Ahora debo apresurarme y conseguir un vestido nuevo para esta tarde.

Ten siempre la seguridad de mi amor.

Tu Mabel, diciembre de 1875.

Esta y otras cartas aún más bellas, comento a Marta, muestran a un Bell no solamente enamorado sino profundamente humano. Graham Bell amaba el mundo en el que vivía, pese a las dificultades del camino.

Dos hermanos suyos murieron de tuberculosis, cuando él era apenas un adolescente. Él mismo estuvo a punto de morir por esta causa. Sin embargo, a todas las vicisitudes que se le presentaron, antepuso el amor por la vida y sus deseos de hacer algo por los demás:

- El amor lo transforma todo – afirma Marta.

- Y también lo idealiza – respondo yo

- Pero consigue que los sueños puedan hacerse realizar – replica.

Callamos. Medito sobre esto.

Estoy de acuerdo con Marta. Los pensamientos transforman el mundo. El propio Graham Bell llegó a afirmarse en ello. Lo que me cuesta aceptar es que Graham Bell entreviese el alcance último de sus sueños. Quizás el amor adornara tanto sus pensamientos, que tornó bello lo que se anticipaba imprevisible. El teléfono, en su concepción inicial, se ideó para otra finalidad. Una sucesión de acontecimientos llevó a que estos deviniesen en el lado más práctico y convirtiesen, lo que se barruntaba como un invento de alcance, en clave de ruptura en el deambular del género humano, así como en el embrión del sistema nervioso universal de información, que hoy día conforman las redes telefónicas de todo el mundo.

Lo que sí puede asegurarse es que los desvelos de Bell no tenían por referencia una injusta desproporción respecto del alcance de su invento.

Bell aún vivía cuando el teléfono era conocido del mundo entero. Esto hubiese colmado de satisfacción a cualquier inventor. Por el contrario Bell temía – y así se lo llegó a confesar a su esposa en una carta - , que la gente pensase que no había nada tras el teléfono, salvo un gran invento.

Él puso todo su amor y toda su generosidad en hacer algo grande. Un servicio al hombre, que le permitiese llegar al cielo con sus sueños.

Hoy no es posible concebir nuestras vidas sin el uso del servicio telefónico. En un mundo en el que cada nación e incluso dentro de cada nación, se dan tantas lenguas distintas, el servicio telefónico hace uso de un lenguaje universal y todos sus elementos se comunican entre sí sin grandes problemas.

Esto permite algo tan sencillo como es levantar el auricular y que alguien, en cualquier lugar de la Tierra, pueda responder a nuestras llamadas.

Para que esto suceda, los hombres se han tenido que dar y aceptar una serie de recomendaciones mínimas.

Las centrales telefónicas se comunican entre sí: intercambian señales que permiten dirigir las llamadas telefónicas a los respectivos destinos. Las llamadas de uno a otro país, pueden viajar por tierra, mar o aire. Para ello han de transitar por los caminos y vericuetos que dibujan los sistemas de transmisión, que suelen ser tan variados como pueda serlo el lugar de destino final de la llamada: cable, fibra óptica, radio, satélite.

Lo único que se nos pide saber cuando queremos hablar con alguien es el número de destino de ese alguien. Las centrales telefónicas se ocupan del resto.

A mí me da por pensar que la torre de babel que es el mundo, lo es un poco menos al poder disfrutar de la universalidad y humanidad, que aporta el uso del teléfono.

Otros adelantos tecnológicos, como la propia energía eléctrica, la televisión, el ferrocarril, el servicio telefónico móvil incluso, y otros, curiosamente no se han decidido aún en adoptar normas universales comunes. Ello impide quizás la “invasión”, pero inevitablemente lleva al desencuentro.

Incluso servicios relativamente novedosos como los que ofrece la RDSI, Red Digital de Servicios Integrados, no gozan de la universalidad del servicio telefónico básico. En Europa, por ejemplo, cada país adopta normas en el lenguaje RDSI, que imposibilita un trabajo cooperativo. Es más, en algunos lugares del mundo, especialmente en el África pobre, lo único que realmente sigue manteniendo un lenguaje común, es el que se ofrece a través del “anticuado” servicio télex.

No es menos cierto también que el teléfono, como ya se ha comentado, destinado inicialmente a romper barreras de comunicación, las mantuvo e incluso incrementó durante un tiempo, porque lo primero que se pudo transmitir por un hilo de cobre, no fue texto sino voz.

Ello no excluye, sin embargo, que la semilla humanitaria de Bell haya sido el germen del que hayan surgido los aspectos más humanos y solidarios de las telecomunicaciones. Las telecomunicaciones han concluido, en el transcurrir de los años, en un servicio público, esencial para la vida de las personas. Decenas de miles de vidas se han salvado y se salvan por las palabras de auxilio transmitidas desde las líneas telefónicas. Teléfonos samaritanos que en todo el mundo atienden al necesitado; teléfonos amigos que escuchan a quienes poco o ningún amor tienen. Comunicaciones instantáneas en lugares de conflicto o de emergencia, en los que la voz del solidario llega de inmediato al necesitado.

No obstante, no es menos cierto que la terrible desproporción entre países ricos y países pobres en materia de telecomunicaciones, aleja del camino de la cultura universal a quienes paradójicamente más pueden aportar a ella en este momento. Los locos quijotes de los mal denominados países del tercer mundo, que pese a todo siguen confiando en la bondad de sus hermanos prósperos y cultos de Occidente. Estos locos conservan raíces y esencias, que si fuésemos capaces de compartir, a no dudar harían de nuestra común existencia un lugar de encuentro infinitamente mejor.

Los siglos nos han ido endureciendo en el entontecimiento. Hay que arrancarse la roncha de esta herida de insensibilidad y ponerla otra vez en carne viva. El sol de Dios la ha de sanar. Hemos de salir de nuevo al encuentro del amor de nuestros hermanos.

Hablamos de inteligencia emocional, de sicología, de siquiatría y de prozac. Estamos locos locos, no locos cuerdos. Buscamos lo que nuestros hermanos abandonados gozan a raudales, sentido común y sosiego.

En ellos y en el interior solidario de nuestros corazones hemos de dar con ese aliento divino, que tan caro nos resulta.

En Internet he dado con una antigua leyenda hindú, comentada por William H. Danforth, que me viene al pelo de esta reflexión.

En un tiempo todos los hombres que vivían sobre la tierra eran Dioses. Al infringir el hombre las leyes del universo, Brahma, el Dios Supremo, decidió castigarlos, con la privación del aliento divino, escondiendo este donde jamás pudieran encontrarlo.

Para ello, reunió a los Dioses del Consejo y les preguntó: ¿Dónde podemos esconder el aliento divino que los hombres no han sabido utilizar, para que jamás puedan dar con él?

Lo esconderemos en lo más profundo de la Tierra, respondieron los demás Dioses.

No, respondió Brahma, porque el hombre cavará profundamente en la Tierra y lo encontrará.

Entonces lo sumergiremos en lo más profundo de los océanos, dijeron.

Tampoco, dijo Brahma, porque el hombre aprenderá a sumergirse en los océanos y lo encontrará.

Escondámoslo en la montaña más alta, dijeron.

No, dijo Brahma, porque el hombre subirá a todas las montañas... y terminará por hallar de nuevo su aliento divino.

Entonces no sabemos de un lugar donde el hombre no pueda llegar y encontrarlo, dijeron los Dioses menores.

Y dijo Brahma: escondedlo dentro del hombre mismo, jamás pensará en llegar allí, ni en buscarlo en ese lugar.

Y así lo hicieron. Desde entonces, el hombre ha recorrido la Tierra, ha bajado a los Océanos, ha subido a las Montañas... buscando esa cualidad perdida que lo hace semejante a Dios... sin encontrarla y sin saber que todo el tiempo la ha llevado en su interior.

Por eso, oculto en el interior de cada ser, hay algo divino, que muchas veces el hombre llega a percibir; pero no a reconocer.

No creo ser un ingenuo al resaltar la importancia de la cooperación internacional en materia de telecomunicaciones, para hacer del mundo un lugar más habitable. Tal vez resulte que finalmente las telecomunicaciones nos permitan dar con ese hálito divino, que tan laboriosamente andamos buscando.

Si nos detenemos a reflexionar, podremos deducir que las telecomunicaciones aportan más a la economía de un país que cualquier otra cosa, porque de ella dependen las demás y crecen a su amparo. De otra parte su desarrollo ha tenido que ver fundamentalmente con lo público. Esto viene a ser determinante en cuanto a la concepción del servicio, como esencial y de ayuda en la vida humana.

Naturalmente las telecomunicaciones son también uno de los mejores negocios que puedan existir. Las economías de los países en desarrollo sencillamente no podrían existir sin ellas. Absolutamente todas las economías del mundo se sirven de las telecomunicaciones para su progreso.

Desde hace tiempo organismos internacionales como la Unión Internacional de Telecomunicaciones, UIT, institución dependiente de la ONU, viene demostrando la estrecha relación que existe entre crecimiento económico y densidad telefónica.

Pero es bien cierto también que la práctica totalidad de los avances tecnológicos, incluidos los que aportan las telecomunicaciones, acaban por contaminarse del lado oscuro de las cosas. Esto es así porque la tecnología representa un solo soporte en el trípode del desarrollo humano. Se han marginado lo relacionado con el arte y lo espiritual.

Concebir lo tecnológico sin el aporte del arte o lo espiritual es dejar sin alma al desarrollo que se concibe.

La propia evolución del género humano se halla, en este período de la historia, en estrecha dependencia de la evolución de las telecomunicaciones. Es difícil, si no imposible, sustraerse a esta dependencia, que a todos nos afecta. Informaciones, instrucciones, conocimiento órdenes llegan al último rincón del planeta en cuestión de milisegundos, e imponen o rescatan voluntades, por muy alejadas que se encuentren del lugar en el que hayan sido generadas.

Sin embargo, estoy convencido de que las telecomunicaciones aún se mantienen en la estética – el arte -; y en lo espiritual de lo mejor del espíritu humano. El arte se encuentra en el ingenio con el que se transporta la palabra: tierra, mar, aire. Lo espiritual en la ayuda que se ofrece desde esas mismas palabras en almas sedientas de amor.

Es verdad que un teléfono no puede sustituir el calor de unas palabras en presencia. Pero hay seres a los que la oportunidad de una sonrisa, aun a miles de kilómetros de distancia, les lleva a cruzar la raya que separa el dolor a la alegría, la vida de la muerte.

En España existen teléfonos de asistencia tan inmensos como el corazón de quienes le dan su calor. El Teléfono de la Asociación Española de la Esperanza rescata del abismo a personas, próximas a la rotura física o moral. El Teléfono Dorado o de atención a la soledad de las personas mayores, lleva la palabra amiga a miles de personas que no tienen prácticamente con quien hablar. El Teléfono del Menor y del Adolescente aporta un resquicio de luz, a cientos de miles de niños y de adolescentes, que en ocasiones no encuentran, siquiera en los propios hogares, con quienes compartir las dudas o temores que les espantan. Los teléfonos de ayuda al drogodependiente, o a las mujeres víctimas de la violencia; de información contra el sida, del cáncer o del corazón; los teléfonos de los movimientos contra la intolerancia o por la paz, del desarme y la libertad, o los de la educación sin fronteras... Los teléfonos del abuelo, del amigo, del amor. Todos ellos juntos conforman un río de solidaridad que mantiene a este mundo en el frescor de una cada vez más sosegada esperanza.

Hay ayudas que sólo el teléfono puede brindar. La del marinero entristecido que añora a los suyos; la de los cooperantes que se entregan en amor desde lugares inhóspitos; la de los emigrantes, la de los alejados, la de los que buscan otras almas en cualquier otro lugar del planeta.

De esto al conocimiento solidario que se ofrece a quienes precisan de orientación en lugares remotos. Una de estos conocimientos es el que ofrece la Telemedicina.

Tuve la oportunidad de asistir en Cuba a un congreso de Telemedicina. Los cubanos son gente muy especial, y hasta cuando escriben quieren y se dejan querer. Este congreso dejó en mí una huella imperecedera.

Recuerdo el titular del Granma tras la inauguración del evento.

“Latió por Cuba un corazón noruego”

Así encabezaba la noticia la segunda página del día diecisiete de junio de mil novecientos noventa y ocho.

La noticia continuaba así:

“ El enlace entre Cuba y Noruega, vía satélite, para realizar el primer telediagnóstico entre ambos países, tuvo ayer una agradable sorpresa. Al establecerse la comunicación, un especialista noruego junto a una computadora, hizo un “clic”, y en el Salón de Embajadores del Hotel Habana Libre, se escucharon, inconfundibles, los fuertes latidos de un corazón” .“Es un corazón que está latiendo por Cuba”, dijo el especialista en gesto solidario.

Yo tuve la fortuna de escuchar ese latido.


3


Bell el humanitario

Las telecomunicaciones entrelazan vínculos de afecto con la literatura y con los locos quijotes primeros y quienes les continúan, que hicieron y hacen posible la expansión universal e instantánea del conocimiento humano a través del teléfono; entre otros Alexander Graham Bell o Elisa Grey, coinventor en paralelo del mismo y alejado de la fama universal de Bell, sólo por dos horas de retraso en la presentación de su patente (4).

Alexander Graham Bell tuvo desde joven el firme convencimiento de que el teléfono iba a ser la fuerza impulsora de su vida. Nacido en Edimburgo en mil ochocientos cuarenta y siete, se crió en el seno de una familia de músicos y poetas. La madre de Bell pintaba delicados cuadros y era una apasionada melómana, pese a su sordera. El padre era declamador y dado a la invención e ideó entre otros el sistema, ya mencionado, de discurso visible, que facilita la comunicación entre personas sordas. El abuelo de Bell era un afamado conferenciante. En este ambiente Bell vino a desarrollar su propio espíritu creativo.

Mark Twain fue de los primeros escritores en servirse del teléfono como fuente de inspiración. En mil ochocientos ochenta, escribió un ensayo informal titulado “una conversación telefónica”. También fue uno de los primeros escritores en disponer de un teléfono. No obstante, pronto se arrepintió de ello y llegó a comentar que “si Bell hubiese inventado un silenciador o una mordaza, habría hecho un auténtico servicio a la humanidad”

En una Navidad llegó incluso a desear paz y dicha a todo el mundo, excepto al inventor del teléfono.

James Joyce en el Ulises da protagonismo al teléfono y lo menciona ocho veces.

Desde su breve etapa de estudiante, Bell tuvo muy claro que debía especializarse en el conocimiento de la anatomía y de la fisiología humanas, si aspiraba a desarrollarse como inventor. Esto resultó determinante para la invención del teléfono. Años después, tras haberlo inventado, llegó a comentar en una ocasión, refiriéndose a Gray, el otro inventor del teléfono e ingeniero eléctrico de profesión. “Supongo que nunca habría podido inventar el teléfono de haber sido electricista. ¿Qué electricista tan absurdo hubiera sido de haber intentado tal cosa?. Mi ventaja es que el sonido forma parte de mi vida”

No obstante, es casi seguro que no haber acaecido una serie de sucesos en la vida de Bell, el teléfono no habría surgido ni en el tiempo ni en la forma en que lo hizo.

En mil ochocientos setenta la familia de Bell se vio forzada a emigrar al Canadá, tras perder a dos de los suyos por la tuberculosis. Pensaban que el clima canadiense iba a resultar más saludable a todos.

Tras una pequeña estancia en el Canadá, Bell se marchó a los EE.UU. Allí obtuvo, en mil ochocientos setenta y tres el nombramiento de profesor de fisiología vocal en el Boston College.

Durante el día se desempeñaba como profesor de personas sordas, a las que instruía en el sistema del discurso visible. Las noches las dedicaba a trabajar en su sistema de telegrafía armónica o de telégrafo musical. Bell pensaba que era posible enviar varios mensajes telegráficos a un mismo tiempo, simplemente variando el tono de la señal emitida por estos.

En el verano de mil ochocientos setenta y cuatro, Bell comenzó a trabajar en un sistema avanzado de ayuda en la enseñanza de la persona sorda. Este sistema, conocido como fonoautógrafo llegó a experimentarlo en el oído de una persona muerta. Un doctor amigo le proporcionó esa parte del cráneo. Situando el orificio del dispositivo en el tímpano y hablando por él, comprobó como vibraba la membrana del oído de la persona muerta. Al tiempo, esto provocaba el movimiento de una pequeña palanca asociada al dispositivo. Ello fascinó a Bell, al comprobar como la minúscula y delgada membrana humana, era capaz de hacer mover una pesada palanca. Podría ser, especuló, que variando la intensidad de una corriente eléctrica, de acuerdo a la intensidad de la voz humana, pudiese hacerse lo mismo desde una membrana artificial. La voz podría entonces ser reproducida en el otro extremo por medio de una membrana semejante.

Bell padecía de fortísimos dolores de cabeza. Sus ojos reaccionaban con extremada sensibilidad ante la luz. Esto le producía migrañas muy dolorosas. Por otra parte, en aquella época en la que apenas se sabía del estrés y del trabajo en exceso, Bell sufría de nervios y de agobios. Para relajarse gustaba de la paz de la naturaleza.

Yendo a visitar a sus padres al Canadá, descubrió las colinas frescas de Ontario.

Este reencuentro con la naturaleza le inspiró en gran medida y le hizo reflexionar sobre la cosas que realmente le preocupaban. Allí nació el teléfono.

Bell oteaba el gran río que se divisa desde las colinas de Brantford, en Ontario. Desde ese lugar le vinieron al recuerdo las imágenes de sus hermanos muertos y el paisaje de Escocia, que debió de abandonar precipitadamente.

En aquellos instantes de soledad, le llegaron también los ecos del dolor de los suyos y los de todos sus semejantes. Haciendo uso de las lanzas de su cerebro, se propuso combatir el mal de la incomunicación humana. El mismo confesaría, años más tarde, que fueron las colinas y la soledad quienes le llevaron a concebir el teléfono.

Bell apenas si se ocupó nunca de sí mismo. Le preocupaban el bienestar y la vida de los demás. Todos sus inventos tenían por referente el aspecto humanitario de las cosas. La seguridad en la aviación, la enseñanza de las personas sordas, la expansión de la telefonía, la desalinización, el pulmón artificial... Cualquier cosa que fuese lo que su imaginación dibujase, surgía del convencimiento de un hombre profundamente sensible y preocupado ante todo por el bienestar de sus semejantes.

Los negocios no fueron nunca su fuerte. Podría haber sido el hombre más rico del mundo. No lo fue ni lo quiso, pese a que las telecomunicaciones comenzaron a despuntar como uno de los negocios más prósperos que jamás hayan existido.

En el año dos mil, en el que esto se escribe, hay más líneas telefónicas instaladas en Nueva York que en todo Africa. De los cerca de ochocientos millones de líneas telefónicas instaladas en el mundo, apenas hay ciento cincuenta millones en los países pobres. En Camboya, El Chad o El Zaire hay apenas un teléfono por cada mil habitantes. En Suecia, por ejemplo, la práctica totalidad de los hogares dispone de entre una y dos líneas telefónicas y casi cada uno de sus habitantes disfruta también de un teléfono móvil.

Y a todo esto se ha llegado en apenas un suspiro. Suecia era a principios de siglo veinte un lugar de pobreza y de emigración. En menos de cien años, las enormes inversiones en telecomunicaciones realizadas con grandísimo esfuerzo, la han encaramado a la riqueza.

Conviene no olvidar que la primera de las comunicaciones telefónicas transoceánicas se celebró hace sólo setenta y cinco años. Tuvo lugar entre Londres y Nueva York. Fue el siete de marzo de mil novecientos veintiséis, justo el día en que se cumplían los cincuenta años de la presentación del invento de Bell. Hora, las once de la mañana.

Una voz llegada de Londres hacía estremecer a los periodistas e ingenieros reunidos en Nueva York para celebrar el evento. Era una voz de poesía:

- “Espere Nueva York... vamos a abrir las ventanas y a ver si ustedes escuchan ahí las campanas de San Pablo”.

En mí sucede que el uso solidario y humanitario de las telecomunicaciones me lleva también al estremecimiento. Ante la catástrofe, la necesidad de pan o de cultura, la urgencia médica o de seguridad, de calor humano, de palabra o de amor... las telecomunicaciones se ramifican en afecto de quienes de ella requieren. Esto es hermoso y me siento feliz de participar, siquiera mínimamente, en ello.

No obstante, negar lo evidente además de estúpido resulta poco práctico. No hay duda de que las telecomunicaciones contribuyen y cada vez en mayor grado a aumentar la distancia que separa a pobres de ricos. Pero al tiempo y por vez primera se da el sentimiento de que algo comienza a cambiar. Esto tal vez provenga del efecto de caballo de Troya, que los grandes locos cuerdos introducen en sus inventos o en sus escritos.

Un caballo de Troya es el de la red telefónica universal, que permite llevar a cualquier punto y de manera instantánea voz, imagen y datos. Otro caballo de Troya lo constituye Internet. Otro las señales radioeléctricas, para las que no existen fronteras; y, el último, los grandes libros, como El Quijote, que a su través se propagan.

¿Por qué tengo el sentimiento de que algo comienza a cambiar? . En primer lugar porque el conocimiento es patrimonio humano y la humanidad en su conjunto tiende al equilibrio. En segundo lugar, porque los hombres se necesitan, pese a que el humo de los países desarrollados impida a todos ver más allá de lo que se les ofrece en las congestionadas narices.

Así como la red nerviosa del cuerpo humano experimenta la sensación de contar con el miembro amputado, la red nerviosa de las telecomunicaciones padece de lo incompleto de su extensión. Esto impide claramente el desarrollo del cuerpo universal del conocimiento, que es a lo que en última instancia se tiende.

Es probable que llegue el día en que jóvenes de países pobres cuiden en la distancia de ancianos de países ricos. Es probable también que desde la distancia se cuiden y vigilen los bosques, las casas, las ciudades, los ríos o los mares de los países ricos. De hecho esto se está realizando en parte. Pero lo que resulta difícil de calibrar en estos momentos, es cuanto pueda suponer que millones de ojos, ya sea por obligación, ya por devoción, contemplen juntos tantas cosas a un mismo tiempo.



4


Madrid, ciudad de milagros.

Madrid es ciudad de tópicos, en la que nadie resulta extraño, y en la que, en ocasiones, combatimos los unos contra los otros, desde la soledad acompañada de nuestros propios miedos.

Treinta años en Madrid y aún todos los días descubro nuevos rostros, que curiosamente me resultan familiares. Pese a ello, no he podido todavía acostumbrarme a según qué cosas. Por ejemplo, no saludar ni ser saludado, o la indiferencia con la que se mira o con la que te miran; e incluso no saber un algo de los demás, ni interesarte por ellos, ni siquiera de ese de cara triste, que desde diez años atrás a esta parte te mira día tras día con cara de vinagre.

A pesar de todo, que bonito es Madrid cuando se mira hacia arriba y se ven sus balcones y cielos, y... tantas niñas bonitas.

Entre otras la dulce Minerva, que preside el Círculo de Bellas Artes.

Minerva se encuentra a cincuenta y ocho metros de altura respecto de la calle de Alcalá. Es una señorona de tres mil kilos de peso y seis metros y medio de largo. El arquitecto Palacios la concibió como Palas Atenea, surgiendo de una Acrópolis. Minerva representa a la diosa del arte y de la guerra.

La lectura continuada de El Quijote tiene a Minerva por Dulcinea. Desde su privilegiada atalaya, contempla el continuo discurrir de los lectores y curiosos, que no cesan de subir y bajar por las espaciosas escaleras que dan acceso al Salón de Lectura.

Para mí que más que diosa de la guerra, Minerva lo es del arte y del amor. No puede ser de otra manera cuando un edificio como el del Círculo se consagra a su deidad. De no hallarse complacida, difícilmente podría tener justificación el éxito de una lectura, en la que el amor se halla presente en cada una de las perlas de sabiduría, escritas por don Miguel.

Minerva sonríe.

Según Tulio, cinco mujeres hubo llamadas Minerva. La primera fue hija de Iúpiter, de cuyo nacimiento fingen los poetas que viendo Iúpiter que en su mujer Iuno no podía haber hijos, por no carecer dellos, movió la cabeza y del movimiento salió Minerva armada. Otros dicen ser hija de Neptuno y de la laguna Tritonia. El nacimiento de Minerva dicen haber sido en cinco de Luna. Nómbranla con varios nombres, danle tres vestiduras y una toca de diversos colores. Tuvo contienda con el dios Neptuno sobre poner nombre a la ciudad de Athenas, y con Aragnes Colofonia sobre el arte de tejer. Peleó con Vulcano por defender su virginidad, halló el uso de la oliva, de cuyo fruto se hace el aceite. Atribúyenle la invención de muchas artes y los números y las letras con que escrebimos.


Abstraído en esta referencia, nuevamente obtenida de Internet, no reparo en que Marta, curiosa, se detiene un instante a preguntar a uno de los técnicos de audiovisuales.

Francisco, técnico de comunicaciones y soñador como yo, le refiere cómo se realiza el proceso de una videoconferencia.

- Lo realmente importante es que ambos sistemas hablen un mismo lenguaje. Las complicaciones surgen cuando el sonido o la imagen no se comportan adecuadamente. De hecho existen más de siete normas distintas de sonido e imagen en videoconferencia, algunas de ellas incompatibles entre sí – dice.

- Ocurre entonces como en las personas. Cada cual entiende lo que le parece. Eso imposibilita la comunicación – responde Marta.

- Sí, así es – ríe Francisco.

Marta me regala de nuevo su sonrisa, envuelta en un olor de jazmines:

- Hola – me saluda.

- Hola, cuánto tiempo – respondo.

- Sí, mucho. Te he echado de menos.- contesta medio en broma medio en serio, siendo que hace poco más de una hora que nos conocemos.

Hace calor. Tres de la tarde. Marta me sugiere dar una vuelta, antes de irnos a comer:

- ¿Tienes inconveniente en que te invite una chica? – me propone con sus preciosos ojos de reina.

- No, mujer, claro que no – sonrío, y dejo que lo bueno que me ofrece me cauterice los adentros.

- Salgamos fuera. Haz de cicerone para mí mientras encontramos un lugar donde comer.– me pide, con voz que percibo estremecida.

- Es un honor.- respondo, impresionado.

Marta me toma de una mano:

- Así no me perderé de ti – sonríe.

A unos metros del Círculo damos con el edificio del Banco de España. Es un bello edificio de estilo renacentista y fachada veneciana, que entusiasma a Marta:

- Tanto tiempo, qué bonito – susurra enigmática

De allí pasamos a la admiración del Palacio de Correos y Telecomunicaciones, conocido en su tiempo de los madrileños como de “Nuestra Señora de las Telecomunicaciones”. Las guirnaldas y coronas que le adornan le dan el aspecto de palacio que resiste el cambio de siglo. Sólo las figuras femeninas y los monstruos que lo embellecen, parecen mantenerse impertérritos ante el continuo fluir de la marea humana, que a su vera pasa.

Sin soltarnos de la mano, llegamos al edificio de La Bolsa de Comercio, de gran fachada y de amplio pórtico, frente por frente al Monumento de los Héroes del Dos de Mayo. La llama motiva que lo honra se eleva por unos instantes ante la presencia de la bella.

Luego el Hotel Ritz, de los grandes lujos y príncipes de principio de siglo. Este edificio tiene sabor a París.

Marta no deja de sonreír boquiabierta:

- Tanto tiempo. Tan bonito – vuelve a decir.

Es el Ritz el destino que Marta me tiene reservado:

- Marta, este sitio es muy caro – le digo.

- Tú te lo mereces – responde.

A Marta, Madrid se le asemeja el paraíso. Estoy con ella en la belleza de sus edificios, en lo grande de mucha de sus gentes y en tantas otras cosas. Pero en Madrid, le comento, yo, nunca he dado con la calma.

Al poco de llegar a Madrid, le refiero, recién cumplidos los diecinueve, soñaba con regresar a mi pueblo, y adornaba la vuelta de un añorado gozo, que en verdad, he de confesar, nunca experimenté.

Poco menos de un mes en la ciudad, y me resultaba del todo punto imposible soportar la ausencia y el desapego de las calles de Villanueva de los Infantes. No podía con el peso de los recuerdos. Paseaba por la Plaza Mayor y se me hacía que aquello era la plaza de mi pueblo. Daba con mis penas en El Retiro y de los árboles me llegaba el susurro de las moreras del Paseo, donde de niño pasaba las horas muertas, perdido en la contemplación del cielo.

La nostalgia me estaba matando. Me fue preciso compartir la pena con mi tía Pilar. No pude hacerlo con mis padres, más pesarosos aún que yo:

- Tía, no soporto más Madrid. Esta ciudad no es buena. Aquí la gente se muere de contaminación y de nervios. – le dije.

- Nadie se muere en Madrid por eso – respondió, sin dar mayor importancia al hecho.

Pasados los años, y al no mitigarse el sufrimiento, fui a un médico a pedirle pastillas contra el supuesto mal de Madrid:

- No puedo más –sollocé.

- Pero ¿qué es lo que sientes realmente? – me preguntó.

- No soporto la ciudad. El trabajo me desquicia. Creo que voy a morir... – le confesé lleno de impotencia.

- Deja entonces tu trabajo y abandona Madrid. – fue su única respuesta.

Lo que me dijo aquel médico me dejó estupefacto. Qué sencillo resultaba para él decir aquello. Cómo si yo hubiese elegido vivir en Madrid. Pero qué razón tenía. La experiencia ha venido a descubrirme que lo único realmente importante en la vida es la vida misma. Los años pasan a velocidad de vértigo, y nada te permanece sino el poso de lo vivido. Del presente, que no se malgasta en la autocompasión, del tiempo que pierde uno inútilmente porque le apetece. Eso y otras cosas aún más sencillas es lo que realmente importa, en esta vida de ruidos y de prisas.

Debiera haber huido de Madrid en aquel momento y vivir de acuerdo con mis sueños. No lo hice. Es tiempo de pasar de las palabras a los hechos.


Reflexiono sobre estos pensamientos...

Nos aferramos a las cadenas de una seguridad, que ni existe ni puede existir. Seguridad por un mañana, por un trabajo, por una ciudad. Nos preocupamos por el futuro y apenas si nos ocupamos del presente. El mundo es un lugar de belleza, de lugares comunes donde comenzar el resto de lo que nos quede. Quizá el secreto de todo radique en vivir sencillamente. La racionalidad extrema lleva inevitablemente al desaliento. La seguridad la da el sentirse parte del todo; de la noche con sus embrujos; del día con los que nos resultan queridos. Ocuparse y no preocuparse, vencer los miedos que nos lastran y son fuente de continua inquietud. Perseguir un sueño, equivocarse. No preocuparse, sino ocuparse.

Pero, ¿cómo no preocuparse?.

Me preocupan las guerras, el hambre, los niños maltratados, las mujeres prostituidas, los ancianos en desamparo, la contaminación, el terrorismo... Me preocupan mi familia y mi trabajo.

Entonces ¿de qué es de lo que realmente me ocupo?. Apenas de realizarme sin el exceso de pasión y la alegría de otros años; de leer e inventarme historias, un tanto de atender a mi familia y pare usted de contar. Los desvelos de lo no vivido han acabado por quebrar el lastre que me vincula al futuro.

Hay cosas que no comprendo, me resultan difíciles y en el entretanto del ínterin del tiempo se me diluyen como azucarillo en agua.

Pero me pregunto ¿puede una parte juzgar al todo?; ¿puede la más pequeña de las partículas de arena de una playa infinita tener constancia del beso de las aguas en su orilla? ; ¿puede la más remota molécula de la uña de un pie captar la generalidad de un pensamiento? La respuesta parece obvia. Y sin embargo, somos menos aún en un cosmos, que siendo un todo, del que forman parte las realidades conocidas, las supuestas e incluso las por conocer, se intuye diminuto en comparación con la grandeza del Creador.

Puede dar la impresión de que actuamos de acuerdo con el libre albedrío. No es así sin embargo. Si analizamos con sosiego los esquemas por los que se rigen nuestras vidas: familiares, sociales, económicos..., deducimos de inmediato que el margen de tolerancia, de actuación fuera de unos esquemas prefijados, es tan reducido que apenas tienen cabida sino lo que el destino y el sistema marcan a cada uno.

El mundo es dual. A toda fuerza de acción se opone otra de igual magnitud en sentido contrario. Evidentemente Dios no juega a los dados. Pero la fuerza opuesta, tiene su designio.

Todos sujetos a la cárcel del cuerpo. Todos sujetos a la incertidumbre de la nave que navega por la inmensidad del interminable océano. La Tierra, punto insignificante. Comprimido el universo conocido a las dimensiones de ésta, para saber de ella, que se hallaría en las profundidades de una simple partícula de polvo, haría falta un microscopio de un millón de aumentos. La partícula de polvo, el Sol; la Tierra, el infinitesimal Planeta que en su interior gira; ¿qué supone el hombre entonces? El Infierno no se encuentra en el más allá, sino en el más acá. Nos engañamos unos a otros con máscaras de teatro.

El drama se vive por dentro. El drama de la soledad. Venimos solos y solos partimos. El amor más grande que puedas sentir por criatura o por idea alguna, no impide que cuando te enfrentes a la experiencia última de la disolución, el tránsito lo hayas de hacer desnudo y en soledad. Porque nada, absolutamente nada, es patrimonio de nadie: ni sabiduría, ni ignorancia, ni poder... Todo se confunde en un TODO en el que azar, designios, posibilidades, destino y sistema nos enfrentan al esfuerzo colectivo de conformar moléculas del gran cuerpo enfermo.

El cuerpo, la mente, el espíritu se adapta a las carencias. Cuando en un organismo surge la enfermedad, la incógnita o el desasosiego, de inmediato fluyen las defensas precisas para que éste no sucumba. Así, en todos los seres, surge la fe en algo o en alguien como barrera. Fe en la vida, en el más allá o en el más acá, en nuestros semejantes... De no contar con la fe no habría nada que nos atase o nos mantuviese unidos al yugo de la existencia.

Pero a la vez, nada es porque sí; en nuestras aparentemente frágiles voluntades se halla el hacer más soportables las duras condiciones de sufrimiento y soledad que padecen millones de seres humanos. Es cierto que resulta difícil admitir que ese, o ese otro, de los que no compartes la menor afinidad, descienden de un ser humano común. Todos somos hijos de la misma Eva, antepasada africana que regó de hiel y sangre los siglos venideros. Y!madre! resulta tan efímero y fugaz el devenir, que hace de por sí más injusto y absurdo el empeño en conservar lo nimio.

Existir existen, y a raudales, la prepotencia, el orgullo y la mentira, que actúan de coraza que sustrae de la felicidad. Y es así, porque se soporta mal la felicidad, tanto la ajena como la propia. Uno nunca se siente satisfecho del todo. En primer lugar porque no acaba de sintonizar con cuanto le rodea: situación, cuerpo, salud, familia... En segundo lugar porque uno se cree el centro del mundo y el mundo no nos rinde pleitesía. Pero es que además la búsqueda de la ilusión resulta más dura y encarnizada que la del Santo Grial. ¿Dónde hallar la fuerza precisa que recargue de energía el alma? ¿Dónde hallar ese resquicio que deje entrever el Cielo? El autobús de la locura gira y gira y da vueltas alrededor de sí mismo sin hallar el camino de salida. Todos los viajeros anhelan el prado de flores; las amapolas cubriendo de arrebol la pradera. Allá él riachuelo, discurrir transparente de vida pura; allá la sonrisa clara de la muchacha rubia de sombrero blanco. Sonríe y su sonrisa es trigo y oro puro.

El autobús prosigue y tú anhelas que se detenga. Dejarte mecer por la sonrisa distante.

¿A quién conviene que esto siga así? ¿A quién beneficia que el mundo se retuerza convulsionado por el dolor?

A ninguna persona razonable le interesa. No obstante, la lucha es cotidiana. Contra aquello que es real y contra lo inexistente. Así, en ocasiones, nos refugiamos en los recuerdos, de la infancia o de la adolescencia. Recuerdos que nos resultan gratos porque tan sólo perdura lo bello: el brillo en la mirada del primer amor; el pueblo en primavera; los amigos -- algunos ya definitivamente ausentes de lo físico-- Pero no hay tiempo para la reflexión. Sólo queda aferrarse a lo escaso de eterno que aún perdura, y que probablemente ni el tiempo ni el ingenio mal utilizado puedan cambiar... Queda la amistad, incluso con las piedras que nos vieron nacer; con el porvenir, de este día que marca el resto de nuestras vidas. A veces, parece inútil y baldío el esfuerzo de la felicidad en un mundo doliente. Pero hay que luchar por ser. Llegado el momento será lo único que quede.

Tras un espejo se encuentra Dios. En el fondo de la mirada de cualquiera de nosotros se encuentra la complejidad del universo. ¿Por qué no somos capaces de dar de una vez por todas con la solución?

Marta me rescata del abismo:

- ¿Qué piensas? –me dice.

- Pienso en mi pueblo – respondo, saliendo del ensimismamiento.

- ¿Y eso te pone triste? – inquiere.

- No. Me pone triste que seas tan bonita y yo me encuentre tan preso – replico.

- En este mundo no hay presos. Sólo las piedras o las estatuas lo son. Mientras exista un átomo de vida, existe la vida y la libertad. Lo que nos mantiene presos son los miedos. Miedo a lo desconocido y a la oscuridad del alma; miedo a perder el control y a las ausencias... Sólo el conocimiento fortifica las defensas frente a los miedos, y es luz que conduce a la eternidad. No hay que temer al mal. Cristo dice “no combatáis el mal” . Esto no significa que haya que instalarse en el mal, por el contrario hemos de ensanchar la capacidad del bien, para que el mal pierda influencia irremisiblemente. Llegar al conocimiento, a través de la meditación, de la oración o del amor. No es lo que hayas hecho, sino lo que no hayas hecho, lo que causa la tristeza. El hermano moribundo y solitario que se arrastra por cualquiera de las esquinas de Madrid, al que apartamos de nuestras preocupaciones y de nuestra vista. La prostituta que vende su alma y busca consuelo en las babas de hombres enfermos de soledad o de tristeza. El viejo solitario que llora por las esquinas... De eso, de lo cercano es de lo que hay que ocuparse. Lo lejano merece nuestro cariño y atención. Lo cercano merece todo eso y nuestra acción – afirma con una vehemencia, que por unos instantes me produce escalofríos.

- Marta, tú no eres periodista, ¿verdad?. ¿Quién eres realmente? – la miro con otra mirada. Estoy en un sueño. Sus ojos son de fuego. Me estremezco de pies a cabeza.

- Soy Marta, una sencilla chica chilena, a la que has caído muy bien. Nada más que eso – responde, sin dar mayor importancia a tan súbita inquietud.

- No te creo. ¿Por qué me has elegido a mí?. Soy un hombre casado, amo a mi mujer. Me confundes... No sé qué pensar Estoy tan a gusto contigo... No entiendo nada – le digo.

- ¿Te sientes mal por estar a gusto? . Eso es una contradicción. Uno no puede sentirse mal si se encuentra a gusto. Disfruta de este instante, como yo lo estoy haciendo... Porque no es verdad que me conozcas desde hace cuatro horas. Todos los seres estamos vinculados en la eternidad. Mira en mis ojos. Dime si te son extraños – me invita a perderme en ellos.

Marta lleva en sus pupilas brillos de estrellas. Sus ojos son los de mi Carmen, los de mis niños, los de mi primer desvelo:

- No me resultan extraños. Son muy bellos – tartamudeo y tiemblo.

- Tú también me eres bello – susurra y me regala un beso con sabor a fresa.


5


Recuerdos de la infancia...

«Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».


Tal vez esta apatía de no desear emprender nada nuevo, tenga que ver con la insatisfacción de no dar con un camino ilusionante que ponga alas a mis sueños. La decepción de un mundo que me condiciona hasta en los anhelos y los encauza allá donde la codicia y la comodidad más lastimera se sienten a su gusto, condiciona también este sentido de lo eterno, que debiera ser el auténtico referente de mi vida.

Puede que todo resulte sencillo y que realmente lo que sienta en este momento tenga básicamente que ver con mi esencia. En el fondo sigo siendo un manchego de pueblo, alejado de sus raíces, que no acaba de encontrar acomodo en la ciudad. La solución pudiera venir de un eficaz tratamiento que contribuyese a darme un mayor grado de energía en lo que emprendo.

No sé si el carácter manchego que refleja El Quijote se ajuste fiel al retrato de la tipología del lugar o trascienda y se eleve de lo concreto a lo universal. Lo cierto es que tras deleitarme y descubrirme en la lectura del magnífico libro, me mantengo en el profundo convencimiento de que algunos de mis paisanos de entonces, debieron de servir de inspiración a don Miguel de Cervantes Saavedra.

Me baso en que pese al tiempo transcurrido, aquellos personajes siguen latiendo en el corazón de muchos de los actuales manchegos.

El barbero no es otro sino el que a mí me cortaba el pelo: comedido, juicioso, algo burlón y apegado al sarmiento. El cura se asemeja al bueno de don Ramón, q.e.p.d., que entre hipos me daba de coscorrones cada vez que iba al confesionario a decirle que me había tocado "la cosa". El bachiller resulta sin duda mi viejo maestro, culto, cristiano, que trataba de hacer de mí un hombre de provecho, inculcándome la idea de que no todos los asuntos de este mundo los resuelve el Capitán Trueno.

Luego de ello llegó el día, en el que sin ser partícipe de la decisión, me vine a dar de bruces con el Madrid de mis desasosiegos.

Tenía fresca la noche en un cine de verano, cuando otras menos amables se me ofrecieron.

Mil novecientos setenta, finales de septiembre. Mi joven y primer inexperta Dulcinea clavaba en mí sus ojos de azabache, sin saber, cruel, que al hacerlo clavaba también los cuchillos de un primer amor.

- Voy a dar la vuelta al mundo – le dije a la entrada del cine– Iré a Africa y América, donde los ríos son grandes como el mar.

- Pues sí que vas a ir lejos – respondió con admiración.

Era la noche anterior que iba a seguir al día de mi incorporación a la Universidad Laboral de Alcalá de Henares. De mis labios, Dulcinea no escuchó otras cosas sino sueños sin orden ni concierto. Quise decirle que la quería, pero me resultó de todo punto imposible hacerlo: la timidez, y una gran desconfianza en mis escasos méritos, me hicieron desistir del intento. En cambio, no cejé en expresarle un montón de tonterías.

Ella me escuchó con su cariño de lejanía, que por entonces no fui capaz de descubrir. Esto me confundió y me hizo albergar esperanzas, envueltas sin duda en la hermosura de sus ojos, bellos como luceros.

Luego le escribí, diciéndole lo mucho que la quería y cuanto la necesitaba. Ella me respondió que cuando encontrase amigos en Madrid, me olvidaría de ella. No fue así, sino que me partió el corazón.

Sufrí mucho con este primer amor. No obstante, tengo hacia ella los mejores sentimientos. Que Dios la bendiga por lo mucho que me hizo madurar y por darme ocasión de conducirme al amor verdadero, que me tenía reservado el sendero.

El auténtico amor de mi vida lo encontré en mil novecientos setenta y dos en un pequeño pueblo de Vizcaya, Miravalles, donde por entonces los ríos aún conservaban purezas de cristal. De allí me llegaba, a fines de mil novecientos setenta, una preciosa postal de Navidad en el interior de un sobre, con la dirección incorrecta, en la que en lo único que estaba bien escrito eran el nombre y la provincia. Pero la carta acabó por llegar a su destinatario, que era yo.

Debo el gran amor de mi vida al eficiente servicio de correos.

- ¿En que piensas, Paco? – me rescata de nuevo Marta.

Por unos instantes callo. No sé en realidad en qué pienso. Por no entender, no entiendo siquiera esta tormenta de pensamientos. Estoy junto a Marta y al tiempo experimento que me hallo más allá del espacio que me dibuja el adormecimiento.

- Sigo pensando en mi pueblo. La lectura de El Quijote hace que repase mi vida.

¿Cómo puede ser que hable de mis sentimientos con Marta, si la acabo de conocer?. Lo cierto es que así es, como también que a nadie antes he abierto de esta manera mi corazón.

Ella da respuesta a mis inquietudes. Lee mis pensamientos:

- Somos amigos, Paco. Lo sabes y te digo: Es bueno recrearse en el pasado y aprender de los errores. Pero lo que no es conveniente en modo alguno, es instalarse en el pasado – expresa suave y dulcemente.

- Durante años tuve el sentimiento de haber dejado asignaturas pendientes. Eso me impidió disfrutar a plenitud de lo bueno que se me ofrecía – le digo.

- Y ¿ya has superado esas asignaturas? – pregunta.

- Con un aprobado raso, pero creo que sí – murmuro y apenas si me entiendo.

- Te creo. Pienso que la única asignatura realmente importante en esta vida es la de amar. Amarse a sí mismo; amar a los demás. A muchos les puede llevar toda su existencia aprender esto, y al final puede que no aprendan nada, e incluso acaben con menos conocimiento que cuando empezaron.

- Y ¿cómo se aprende a amar? – le digo.

- A amar se aprende amando. Así de sencillo – responde.

- No lo creo, Marta. Amar es tremendamente complicado – la contemplo con ternura al decir esto, pretendiendo beberme su belleza y saciarme del néctar que la procura.

- Pues entonces piensa en las ventajas prácticas que te pueda reportar amar. Amar sin esperar nada a cambio nos lleva en última instancia a la tranquilidad. Y amarte a ti mismo implica que funcione mejor tu vida, tu cuerpo, tus riñones, tu corazón... – contesta, apartando levemente la mirada.

- ¿Y la mente? – le digo.

- La mente es el lugar común en el que todos nos encontramos. El grave problema radica en que la mayor parte de las veces no pensamos sino que somos pensados – responde.

- ¿Qué quieres decir exactamente? – inquiero.

- Quiero decir que actuamos según se espera de nosotros. Este esfuerzo genera movimientos de tensión y de acomodo, que se traducen en sentimientos de tristeza, ira, odio... Ello nos aleja del amor.

- Marta, tú no eres periodista... y no sé que pensar - le digo una vez más.

- ¿Y qué si no lo fuera? ¿Te sentirías mal por eso? - pregunta

- No, pero la cabeza me da vueltas – respondo.

- Disfruta de lo sencillo. Disfruta de esta lectura que te sacude como a mí me está sucediendo – expresa.

- Lo hago, pero comprende también que todo esto me ocurre a velocidad vertiginosa. Desde que tengo uso de razón, he sabido las etapas que me aguardaban: estudios, servicio militar, matrimonio, trabajo y defunción. Las etapas en realidad no han cambiado. Lo han hecho los matices que le dan forma. Piensa que yo no vi un coche hasta los diez años. De aquello he llegado a Internet.

- Que es un arma cargada de futuro – responde riendo.


6


El ejercicio de las letras

Prosiguiendo don Quijote, dijo:

–Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes... Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados; porque, de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles oficios, que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras...

La lucha desigual entre los ensueños y la incapacidad que tenemos de plasmar estos, nos impide llegarnos al sosiego de una auténtica reflexión purificadora.

¿Qué es lo que motiva a una persona a escribir?. Escribir es tarea que requiere, cuando menos, de tiempo, habilidad, práctica y paciencia. Cuatro virtudes de las que personalmente carezco. Tiempo apenas si me queda, fundamentalmente por lo mucho que me resta por descubrir. Habilidad, la que el propio sufrir y la mucha lectura me viene inculcando. Práctica, sí que tengo. De paciencia mejor ni hablar; no me queda ni pizca.

Sin embargo, me gusta escribir y no puedo ni quiero dejar de hacerlo, pese a lo mucho que abandono al recrearme en ello.

Desde que recuerdo, pueden contarse con los dedos de las manos los días en que haya dejado de hacerlo, ya unas pocas líneas, ya en una agenda, ya en un diario de sueños, ya en cartas, ya en papeles sueltos.

Naturalmente escribir y hacerlo bien es un privilegio del que sólo gozan unos pocos, tocados del beso de las alturas. No obstante, para otros, entre los que me encuentro, vivir en literatura es un bien que afortunadamente deleita en su misma esencia. En leer, en dejarse llevar del sueño de otros y hacerlo al tiempo con los propios. Vivir en literatura implica profundizar en los detalles, en el misterio, en el lado que habitualmente queda oculto de las cosas...

Don Quijote, como su creador, don Miguel de Cervantes, era un lector empedernido, además de fabulador de sueños. Qué otra cosa es la literatura para los escritores, sino un conjunto de sueños que se plasman en un papel.

El escritor escribe sobre el mundo en el que vive, desde la luz que le llega del sentimiento. Lo hace también del mundo en el que le gustaría o le hubiese gustado vivir e incluso del mundo que se le asoma desde el despecho.

Un amigo mío, buen escritor, lo sublima y dice que no vive de la poesía, sino que vive con la poesía.

Tal vez sea este extremo el que lleve a unos pocos a una cierta intolerancia, por cuanto el perfeccionismo y la sublimación conducen por senderos, por los que los que habitualmente no transitamos el común de los mortales.

Para mí escribir se convierte, en la mayor parte de las ocasiones, en un ejercicio terapéutico que me rescata de la insatisfacción. Contradictoriamente, soy extremadamente perezoso. Me gusta escribir, sin embargo, si pudiera dejar de hacerlo, lo haría con gusto. Escribo por curarme, por ser leído, por dibujar un algo bello. Pero aún me gusta más no hacer nada, mirar el cielo, acariciar a mi Carmen, abrazar a mis niños, mecerme en el sosiego.

Pero lo que inevitablemente me lleva a la esquizofrenia es compaginar lo técnico con lo bello.

El mundo de las telecomunicaciones es extremadamente preciso. Aporta más una estadística, una cifra, un servicio, producto o un esquema que cualquier narrativa de explicación. Y siendo eso así, he de admitir que no puedo evitar adornar los informes que realizo, los esquemas y hasta las facturas de adornos, retóricas y un algo bello.

Las telecomunicaciones se han constituido en uno de los soportes esenciales de la literatura, que se expande, transmite, modifica o enriquece a su través.

Una gran cantidad de servicios de telecomunicación surgen de la chispa literaria de ingenieros o de técnicos, que fabulan desde el papel, ideando utilidades utópicas, en ocasiones sin mayor justificación que la que se deriva del mundo del ensueño.

Apenas veinte años atrás servicios de telecomunicación como los que permiten el habla a tres simultáneamente; sonidos de timbre indistintos, dependiendo de a quien se dirija la llamada; teléfonos para personas sordociegas, etc., no tenían otra existencia excepto la imaginación de unos pocos. Por entonces, los planes de evolución tecnológica de las telecomunicaciones bebían y aún beben de lo literario y de la esencia de quienes encuentran en ello su camino de expresión.

Hago partícipe a Marta de éstos mis nuevos pensamientos.

Marta tiene el perfil de una diosa. Me anima a combatir. Es como una sombra buena. Es curioso, pese a lo impresionante de su cuerpo, mis compañeros parecen no percatarse de su presencia, siendo que yo me la bebo en cada suspiro. El perfume de su cuerpo me eleva de continuo. Pero no la deseo, a pesar de que me derrito por sus besos. Se vuelve transparente en mi mirada. La admiro y me siento confundido también por esto.

Mi cabeza bulle. Marta, don Quijote. Las cosas parecen acontecer de acuerdo con lo previsto. Estoy en un continuo volcán de pensamientos. Un compañero me advierte del establecimiento de la conexión telefónica con el buque de pasajeros “Volcán de Tamarite”.

Salgo del sopor. Atiendo.

La voz del capitán llega solemne, envuelta en la brisa de los mares por los que navega.

Imagino a los hombres de la mar unidos a tierra por los lazos del sentimiento; lazos que se hacen intensos desde las aguas embravecidas los días de temporal. Es entonces cuando la radio o el teléfono son tablas de salvación, a las que aferrarse cuando todo se torna negro.

En alta mar la experta voz del médico, aconseja y orienta desde la distancia, y salva vidas que de otra manera se perderían irremisiblemente.

Las telecomunicaciones y la salvaguarda de la vida humana en el mar. La lectura es un homenaje mutuo. Pocos saben que Telefónica ha ofrecido y aún ofrece este servicio sin obtener beneficio de ello. Esto dignifica y da sentido al valor humano de las telecomunicaciones.

Le corresponde el turno de lectura a un marinero en tierra. Lo hace por el sistema morse, oficialmente en desuso en España desde el año pasado.

El marinero en tierra llena de música el Salón. Por un instante se emociona. Luego nos confiesa que se ha confundido en un par de ocasiones. Lo cierto es que exceptuando otro marinero, nadie más parece haber reparado en esto.

Siguen a éste dos personas ciegas que leen por el método braille. También en este caso la emoción les domina. A uno de ellos incluso se le trastabilla un dedo. Pide perdón y continúa. El Quijote en braille es un libro caricia, según manifiesta riendo.

La risa sana, cura el alma y fortalece el cuerpo. Aspiro a deleitarme en sus requiebros. Mi salud, como la de don Quijote, no puede ser plena si me falla la salud del disfrute cotidiano.

El hombre ha dominado todas las especies animales y vegetales, convirtiendo este mundo en una gran despensa basurero. ¿Qué podría hacer el bueno de don Quijote para remediar tanto desastre, si cabalgase de nuevo? La salud del cuerpo refleja la del alma. El ceño fruncido, el pensamiento en cualquiera de las mil cosas que no nos sean las realmente provechosas, acaba por situarnos en un profundo malestar. Es entonces cuando el dolor que siente nuestra madre Tierra, se agiganta en las conciencias fratricidas de estos sus desagradecidos hijos.

Porque no es otra cosa lo que hacemos los hombres sino enfrentarnos de continuo los unos contra los otros y contra esta bendita Tierra, madre nuestra.

Duele el comportamiento cainita de alguno de los presentes vizcaínos. Nos desafían a todos y no parecen percibir que ellos forman parte del todo al que desafían. El problema de su carácter lo es por lo primitivo y sanguinario. Convierte en fiera al hombre para con el hombre y en alimaña para con sus semejantes. La independencia es no depender, y los tales vizcainos dependen ante todo del dolor que causan. Fanáticos locos que destrozan ilusiones. ¿Cómo podrán resarcir a los siglos de tanta indignidad?

Hay infinito dolor real y no ese lastimero de mirarse al ombligo, que padecen algunos de los actuales vizcainos, en lugares donde la esperanza no alcanza siquiera para morir.

Son ellos, nuestros hermanos del olvidado continente africano, que nos piden paz y pan. Millones de seres buenos que se ven a diario obligados a abandonar los precarios hogares en los que malviven, donde el estercolar y sobrevivir lo es todo a un tiempo.

Hay que tener valor para no creer en Dios. Uno puede estar tentado en sospechar de la no-existencia de Dios, ante situaciones extremas; pero es justamente el dolor de los demás el que nos recuerda que Dios nos pone en este mundo entre otras cosas para servir a nuestros semejantes.

Tremendo dolor de Palestina. Dolor del holocausto extendido al hermano Ismael, por víctimas que se trocan en verdugos. Dios mío, danos la paz de una vez por todas.

Sudo. Estoy inquieto. Marta calla. Desde hace un rato no dice nada. Se limita a mirarme con ojos compasivos. Llego de nuevo a la lectura. Aterrizo suavemente, para no descompensarme en el reencuentro.

Nuevos lectores se suceden de manera ininterrumpida. Me enternecen los niños cuando leen con su voz de trino o se traban y continúan, sonriendo un tanto avergonzados.

Llega el turno de las personas sordas. Corresponde hacerlo por videoconferencia a una persona sorda desde Estocolmo.

El lenguaje de los signos es tan bello y poético como pueda serlo el lenguaje de lo hablado. Tal vez incluso pueda resultarlo más aun en ocasiones, por cuanto un signo expresa una emoción, una idea, un sentimiento... y esto se dibuja en cada mente en sintonía con la fuerza de quien lo exprese en cada momento.

La lectura sigue. La belleza de la palabra me sobrepone del súbito dolor extremo.


8


Círculo de Bellas Artes. Acto Final

Nada es mentira. Sólo la ignorancia y el temor a conocer la verdad generan el misterio.

Nada es injusto, sólo nosotros, desde el limitado plano existencial en el que nos encontramos, vemos injusto lo que es necesario para nuestro desarrollo individual.

Nada depende de nada, sino del plano mental en el que acorralamos nuestros sueños. No hay barreras ni fronteras; sólo caminos y un postrer escollo, que es el de la vergüenza, que también se traspasa en ocasiones. Los hombres somos vulnerables por los miedos que nos espantan.

La mayor vulnerabilidad es con toda seguridad la que nos sitúa frente al amor no correspondido. Esa es la extrema vulnerabilidad, que nos hace sentir la indefensión de un niño perdido en mitad de la noche.

Apenas treinta horas con Marta y me encuentro inerme ante su presencia. Amo a Marta. No entiendo cómo pueda ser esto, siendo que prácticamente acabamos de conocernos.

Pero es extraño, me siento bien. No veo que este amor resulte incompatible con el que profeso a mi Carmen.

- Marta, ¿se puede amar intensamente a alguien a quien se acaba de conocer? – pregunto, al tiempo que la tomo de ambas manos.

- Se puede, naturalmente que sí – responde, y me regala un aroma de rosas.

- Yo... – las piernas se me aflojan, la voz se me quiebra. ; los ojos se me humedecen.

- ¿Sí?- susurra, y su voz es canto y dulzura.

- Marta, creo... que me he enamorado de ti – le digo de manera atropellada.

- Yo también me he enamorado de ti – me responde, suave y cariñosamente.

Su respuesta me desconcierta. No sé cómo reaccionar. Quisiera abrazarla, fundirme en ella.

- ¿Qué podemos hacer?. Estoy casado. Amo a mi mujer. No quiero hacerla sufrir – digo, reparando en ello.

- Nada hemos de hacer. – me responde con infinita dulzura, sin dejar de sonreír un solo instante - Hay muchas maneras de amar. No es preciso que hagas sufrir a tu mujer. Vamos a disfrutar a plenitud del tiempo que aún nos reste. Es un tiempo infinito si lo sabemos disfrutar... Dispongo de datos más que suficientes como para elaborar mi reportaje. Tu trabajo también se halla próximo a su conclusión y todo parece que discurra bien. ¿Qué más podemos pedir?.

- Sí, hay algo más que podemos pedir. ¡Yo te pido a ti¡ – suplico.

- ¿Me quieres como una posesión? – inquiere, sin perder la serena gracia de su inmenso cariño.

- No; te quiero como quiere un hombre a una mujer. – proclamo, con toda la pasión de mi corazón en llaga viva.

Marta medita un instante antes de responderme de nuevo:

- Paco, el amor es muy sencillo, pese a lo complicado que pueda parecernos en ocasiones. Lo hemos complicado, al confundirlo con la posesión. El propio Quijote habla de ello, en los sucesos de amor que acaecieron a la bella Marcela. Estos sucesos reflejan como pocos la dependencia enfermiza a la que puede llevar el amor no correspondido. Grisóstomo, se enamoró profundamente de Marcela, sin ser aceptado por esta. No al menos en la forma en que él pretendía. Marcela era muchacha de extremada hermosura: labios de coral, perlas por dientes, mejillas de flor, cabellos de oro, cuello de nácar y cuerpo..., que el casto narrar de don Miguel deja entrever como de ensueño. A todo ello, añadía Marcela las cualidades de su inteligencia y ganas de vivir libre de ataduras...

- Según lo pintas, no resulta extraño que Grisóstomo se enamorase de una mujer así – interrumpo.

- Desde luego que no, siendo además que Marcela era aún más bella por dentro que por fuera. Sin embargo, Marcela no amaba a Grisóstomo. Este al no ser correspondido se quitó la vida. En otras circunstancias este suceso podría haberle también costado la vida a la propia Marcela. – sentencia.

- ¿Y cuál es, según tú, la moraleja de esta historia? – inquiero con una cierta ironía y un mucho de amargor, ante la constatación de que se me aleja irremisiblemente.

- La moraleja que nos ofrece esta historia es que sólo se puede alcanzar de buen grado lo que de buen grado se otorga. Al amor no se puede llegar por la fuerza. Ni lo puede dar Dios ni el Espíritu Santo. No lo puede dar porque depende sólo de nosotros. Hay un amor puro, que es el que se entrega sin pedir nada a cambio, como el de don Quijote a la simpar Dulcinea o el de Graham Bell hacia Mabel. Don Quijote ama hasta donde sea posible imaginar, a la bella niña de sus sueños. La ama sin que esta sepa de sus desvelos. La ama, porque la tiene por referencia, como un alma enamorada pueda tener a otra que considera gemela... En El Quijote se descubre al Cervantes enamorado. El enamorado que plasma en sus escritos cuanto lee, estudia o presencia, y que grita a los cuatro vientos la fuerza de su amor. Cervantes era un gran lector, que cuando no escribía, se conformaba con atesorar, amor sabiduría y experiencia. Lector empedernido, por leer, leía hasta los papeles de la calle, en busca de ese amor sublime, que idealizó en Dulcinea. Pero ese amor existió realmente. Viene gritándolo desde hace tiempo...

- Eres tú quien parece enamorada de Cervantes. Siento celos. – interrumpo de nuevo.

- Amo a Cervantes y amo a don Quijote, y amo las intensas historias de amor que Cervantes nos regala. Sin duda una de las de mayor profundidad se describe en el episodio de la dulce enamorada del cautivo de Argel. Cautivo que fue sin duda el propio Cervantes.

- Morisca convertida. Amaba al cautivo y amaba a la Virgen María. – puntualizo, recordando el episodio.

- Ante todo amaba la libertad... – añade ella.


Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos vamos a España, ni Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allá una barca y vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de mi padre, que está a la puerta de Babazón, junto a la marina, donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.

Cuando transcribo este episodio, llega casualmente a mis manos un ejemplar de El País de agosto de este año de dos mil, en el que se reproduce el escrito de una joven marroquí, que me impresiona profundamente, por cuanto contiene ecos de batallas inconclusas y reminiscencias de dolor quijotesco.

A don Miguel de Cervantes Saavedra, simbiosis de lo español y de lo arábigo, por su condición de genealogía cordobesa y de ancestro andalusí, se le hubiese quebrado el alma al saber en lo que devino, en el transcurrir de los siglos, el amor de su dulce morisca.

El testimonio que se reproduce es el del dolor que inflige la prostitución. Habla una mujer enamorada, a la que probablemente no haya caballeros que puedan jamás rescatar. Sería preciso ser muy hombre para ello. Es la hermosa argelina de Cervantes, a la que al fin ha doblegado el dolor de la inmensa traición, de unos truhanes venidos a menos.

Cuando no se pueden decir las cosas de manera tan sentida, lo más cristiano es respetarlas, sin tocar puntos ni comas.

Dice así el escrito:

(...) mi testimonio es, acaso, revelador de la crisis de toda una generación. Soy una marroquí de casi treinta años, licenciada en literatura inglesa. Quise continuar mis estudios después de licenciarme, pero no pude al carecer de beca y de apoyo familiar. Intenté en vano encontrar un trabajo. Los años pasaron y mis esperanzas se evaporaron poco a poco. No queda ya nada de los tiempos de la universidad, de la militancia ni de los sueños utópicos. Sólo perdura el hombre de mi vida, el también incapaz de conseguir siquiera dinero para cigarrillos.

Estas amarguras y desengaños se multiplicaron en el ambiente irrespirable en el que vivíamos, con una madre que te hacía sufrir con sus miradas, mezcla de compasión y de decepción, y de unos hermanos incómodos, porque te convertías poco a poco en solterona, mientras los amigos sólo esperan a que cedas a sus bajas pasiones. Los fracasos se sucedieron los unos a los otros. Todo se desmoronó dentro de mí.

Fue entonces cuando una amiga residente en España, se puso en contacto conmigo, proponiéndome un contrato de trabajo. Efectúe los trámites necesarios. Curiosamente, me fue fácil obtener mi visado de entrada. ¿Saben por qué?. Porque iba a trabajar como señorita de alterne en un bar. El empleado de la embajada me susurró cuando aceptaba mi solicitud: “No hay ningún problema, porque nuestro mercado necesita este tipo de mercancías”. Sufrí mucho, porque sabía lo que me esperaba en la otra orilla.

He querido a mi país con una pasión sin límite, y he golpeado todas las puertas para llevar una vida decente, Pero la única puerta que se me ha abierto es la que me lleva a abrirme de piernas para acoger las flechas podridas de Castilla. Traspasarán mi cuerpo, herirán mi alma y bombardearán mi vagina con su esperma mezclado con orina.

He comentado esta humillación con mi amiga residente en España. Me contestó en tono irónico: ¡Que Dios te devuelva la razón¡ Más vale coger las pesetas (...) que los escándalos de nuestro país”

También hablé de ello con el hombre al que aún amo. Su resentimiento y su incapacidad para cambiar las cosas aumentó. ¡Pobre amor¡ Él, que era inflexible con el respeto de la virginidad, se conforma ahora, tras conocer mi suerte, con suplicarme que no le olvide. Imagínense a un descendiente de Tarik Ibn Zyad, el conquistador, pronunciando palabras tan humillantes. ¡Que la maldición de Dios caiga sobre la pobreza y sus instigadores¡ Tomé finalmente la decisión de marcharme o, mejor dicho, de huir del infierno de mi país, para ir adentrándome en la decadencia moral. Me hubiese gustado carecer de una conciencia que me atormente como la de mi amiga. Me hubiese permitido soportar mejor las obligaciones de mi “oficio”. Nunca perdonaré a quienes nos han obligado a sacrificarnos en el altar de las mujeres secuestradas por el mercado europeo del sexo. Que aquellos que han sellado mi suerte y que han generado un Marruecos miserable y sin horizonte, tengan, sin embargo, la conciencia tranquila. Que estén incluso orgullosos de ayudar a que nuestro país obtenga divisas como contrapartida de nuestras heridas y de nuestros gemidos. Soy vuestra hija y quería preservar mi dignidad, pero la espera ha sido larga y la esperanza se desvaneció. No tengo más remedio que caer en sus brazos para que viertan en mi sus líquidos, después de que los brazos de mi país me rechazasen.


Te amo, dulce morisca, tanto como pueda amar a Marta. Te amo, como a todas las mujeres de majestad interior. Perdona mi cobardía. Soy un pusilánime, recostado en un asiento de comodidad lastimera. Sé que debiera salir a tu encuentro, postrarme ante ti de rodillas. Pero apenas puedo decirte “lo siento”.

...

Sólo unos ojerosos incondicionales en el Salón. Siete y media de la mañana. Marta no parece cansada. Yo si lo estoy, y también muy, muy nervioso:

- Este es el final – le digo en tono de reproche, ahogando un postrer quejido de pesar.

- Todo se acaba, para de nuevo comenzar – responde ella.

- Marta, por última vez, dime quien eres realmente. No creo que seas periodista, ni siquiera creo que seas de Chile. No tienes acento. Todo lo que nos sucede; los pensamientos; las sensaciones, no me parece que sean normales o que ocurra todos los días. – en mi afirmación el temor de su marcha y del tiempo que avanza inexorablemente.

- Dejo en ti que pienses quien soy en realidad. Lo normal puede llegar a ser en ocasiones lo más extraordinario que nos suceda. El libro de don Quijote no es un libro normal. Es un libro iniciático. Lo acabas de descubrir en la lectura. Eso es lo que nos une: lo eterno de lo bello. Hay veces que el ángel que nos acompaña, nos muestra su rostro por unos instantes. Piensa que he sido eso para ti. Un ángel o tu Dulcinea de estos días – murmura, tratando de acallar los gritos que también a ella se le rebelan por dentro.

- Si realmente eres mi ángel, no quiero que te marches de mi lado – le suplico.

- No lo haré. – vuelve a sonreír, y me acaricia con sus besos.

- Entonces ¿podré seguir viéndote? – suspiro, estrechándola fuertemente entre mis brazos.

- Sí, pero no de la forma en que ahora lo haces – murmura, y ahoga un grito, sin rebelarse por la fuerza con que la oprimo.

- Y ¿en qué forma podré hacerlo? – replico, aflojando la presión de mis manos, que me duelen de la tensión y del esfuerzo.

El temor de que se me aleje irremediablemente me está llevando a la extrema desgana. La vida que me pidiera, se la diera en el momento.

- En tus sueños, en tus pensamientos...- responde.

- No, Marta, yo quiero seguir viéndote de verdad. Sentir de nuevo tus besos, tus manos; impregnarme de tu olor. No puedes mostrarme el paraíso, y pretender que me conforme sin seguir instalado en él. Quiero vivir en el paraíso.

La nube en la que floto, comienza a difuminárseme. La propia Marta se me diluye. Quiero retenerla. Pero me lo impiden el sueño y una súbita y extraña sensación de desconcierto.

- El paraíso está en ti. Pon oído a las reflexiones de Alonso Quijano en su lecho de muerte. Alonso se integra en la sabiduría que le aporta el postrer trecho de la vida. El paraíso último que anhela en la Tierra es el del pastoreo bucólico en los campos de la Mancha. Pero sabe que ese final deseo terreno ya no le va a alcanzar y se apresta a afrontar el último y definitivo camino de la vida. Morimos y nacemos de continuo. Tú y yo lo hacemos en este cariño que nos ha sido facilitado en la brevedad, al compartir durante estos dos días lo más profundo de nuestras inquietudes. Yo me marcho. Es inevitable; pero lo hago contenta, por haber experimentado instantes de felicidad contigo. Te tengo en mí y renazco a un nuevo amor que se me ofrece desde los senderos. Hazlo tú de igual manera. Vive y ama; déshazte de las cargas innecesarias de las alforjas y llénate de amor para lo que te reste. Disfruta de tu trabajo. Disfruta de las enseñanzas de este libro espiritual y de todos cuantos te lleguen. No me eches de menos. Simplemente quiérete y quiéreme. Estaré siempre en ti.

Su voz de lejanía provoca espasmos en mi alma. Apenas si distingo las formas. El sueño me esta ganando la partida.

- Marta, sé que no sabré disfrutar sin ti. ¿Cómo hacerlo si me encuentro instalado en la pereza?. Todo el propósito de mi vida lo veo cumplido en tu persona. Te necesito, quédate siquiera un poco más.

- Yo también te necesito; pero existen otros propósitos superiores a los de nuestro anhelo. Los de contribuir a un mundo mejor para todos. Los de amar sin ser amado e incluso sin conocer al amado, como don Quijote a Dulcinea. Los de buscar respuestas a los interrogantes...

Su mirada se transforma en riachuelo cristalino. La admiro como al cisne de mis sueños.

- No te entiendo, Marta... No entiendo lo que me dices – repito.

- ¿No entiendes que para que otros sean felices es preciso que tú también lo seas?

Apenas si me llega el eco de su voz. Saco fuerzas de donde no las hay y entreabro los ojos.

- Lo que no entiendo es cómo puedes irte, dejándome el corazón herido y el alma en confusión. Eres una mujer hermosa. Sin embargo, ni deseo ni he deseado tu cuerpo, sino tu calor. Amo a mis hijos, a mi esposa, a mis amigos, a mi familia... Pero tú eres el primer ser al que amo, sin más razón que la de amar. En ti se conjuntan las referencias que me dan sentido. Las letras, la profesión, los anhelos. No volveré a caminar, si no es de tu mano.

Un hilo de voz. Marta se me pierde definitivamente entre las volutas del ensueño.

- Paco, despierta por dentro. Tienes los ojos del alma enrojecidos por el cansancio. Despierta de la ilusión de las imágenes. Las imágenes son cadáveres. Lo permanente son los propósitos que nos animan. No me voy, que quedo en ti. No sufras sin propósito, que la experiencia es la vida misma... Y es verdad que no soy Marta, sino que soy Minerva.


–¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? Y ¿agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos.
–Los de hasta aquí –replicó don Quijote–, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y traíganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.
Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo.
Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él, y confesóle.
El bachiller fue por el escribano, y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas. Acabóse la confesión, y salió el cura, diciendo:
–Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.


Bibliografía

- El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, http://www.cervantes.alcala.es/
- Biblioteca del Congreso de los EE.UU., http://memory.loc.gov/ammem/ammemhome.html
- Libro Tercero, Minerva
- Amor y guerra en el Círculo de Bellas Artes, El Mundo, 12 de marzo de 2000, Ignacio Amestoy
- El camino de la vida, Francisco Limonche Valverde, Padilla Libros, 1999

(1) Jorge Edwards, Premio Cervantes 2000
(2) RDSI, Red Digital de Servicios Integrados
(3) American Memory, Librería del Congreso de los EE.UU., disponible en Internet
(4) Patente Teléfono, http://users3.50megs.com/yoram/patent-1.html