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EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA

CUANDO CIERRO LOS OJOS, VEO MUY POCO
(verano de 1999)


Por:

Francisco Limonche Valverde


Cuando cierro los ojos me encuentro en oriente; cuando los abro, estoy en occidente.

¿Qué necesidad tengo de buscar la verdad, si cualquier acción a favor de los demás, contiene todas las filosofías; todas las religiones, el universo entero y al mismo Dios?

Vicente Ferrer, Andhra Pradesh – INDIA


1


Nada más descender del avión, me alcanza un golpe de aire caliente y plomizo. Hay calor acumulado, de atmósfera, de siglos y de personas. No hay piedad siquiera en los pasillos, pegajosos y agobiantes.

Tras más de doce horas de vuelo sin escalas, México me recibe con calor del Caribe.

Benito Juárez, aeropuerto de México D.F., un mundo de idas y venidas, de pasiones mexicanas y de temblor de esperas. De improviso me invade un súbito temor. Todas las reconvenciones y advertencias, de las que vengo sobradamente cumplido, hallan justificación, ante la heterogénea multitud, apenas contenida, de la muchedumbre expectante.

Dudo un momento, en decidirme a cruzar la línea de salida.

Lo hago, tratando de descubrir a Susana. No lo consigo. Venciendo la timidez que impone ser contemplado por tantas personas desconocidas, doy una descarada vuelta a lo largo del amplio semicírculo que forman las gentes.

Las gafas me resbalan; sudo. Apenas si distingo las figuras. Rostros expectantes, miradas de espera, miradas de amor contenido o de emoción sin reservas; miradas las más, que me confunden.

Un hombre de bigote generoso y sonrisa abierta llega hasta mí:

- Taxi, señor – me dice.

- No, gracias. Vienen a recogerme – respondo.

Sin embargo, Susana no llega, ni llegará. Una imprevista manifestación de protesta sindical, que corta el tráfico al aeropuerto, se lo va a impedir. Pero eso no lo sabré hasta tres horas después, acomodado ya en el Hotel Flamingos Plaza.

México D.F., es para mí el tópico de su gente, las rancheras, sus pirámides aztecas, la arquitectura colonial, sus satélites de telecomunicaciones; y, sobre todo, la Virgen de Guadalupe.

Quiero beber de la magia de los ojos de la Virgen Morenita: descubrir al indio Juan Diego en el fondo de su mirada; dejarme bañar por la luz de su manto y enredarme, henchido de amor, en el dulce sosiego de la protección divina.

Es este el viaje de mi vida, presuroso y con fecha de caducidad, pero no por ello con menor anhelo y gozo de futuro.

María, la Virgen Guadalupana, hace cosquillas en mi alma. La tengo en mí y quiero mirarla de frente, comérmela a besos y dejarme, al tiempo, seducir por este intenso amor que me quema los adentros.

Apenas llega Susana al hotel, lo primero que le pido, dada la profunda amistad que nos une, es que me lleve a La Basílica de la Virgen de Guadalupe:

- Quiero darle un beso a La Morenita. En todo el viaje no he hecho sino pensar en ello – le digo con vehemencia y emoción contenida.

Susana se sonríe:

- Chico, México D.F. no es Madrid. En esta ciudad circulan diariamente más de ciento veinte mil taxis, y unos cuatro millones de vehículos. La noche encierra peligros, y las distancias para ir de uno a otro lugar, se miden por horas. Además, a estas horas, La Basílica de Guadalupe se encuentra cerrada.

Finales de marzo de mil novecientos noventa y nueve. Llego a México, D.F. por razones profesionales, pero también a descubrirme por dentro. Sé que la Virgen me va a ayudar, de una vez por todas, a hallar el camino de mi vida. Ese camino, iniciado hace más de cuarenta y siete años, del que aún no he conseguido levantar siquiera un mapa trazado a mano.

En el fondo de mi ser, tan sólo pretendo hallar la senda que la mirada externa no percibe, y que preciso descubrir de una vez por todas, para no confundirme ni confundir, y para intentar salir, ya sea a tientas, de esta cueva que me oculta a la luz del día.

Bien es cierto que desde niño la bella madre me acompaña y me colma de amor. Ese amor que experimento en todo cuanto me rodea. Puedo apreciar el temblor de un sentimiento, dejarme llevar del dulce cascabeleo de una sonrisa. A veces, sin embargo, me cuesta quererme. Me cuesta ser sincero conmigo mismo. ¿No es absurdo ser enemigo de sí mismo o engañarse uno a sí mismo? ¿Cómo si no, justificar el absurdo de un dolor autoinfligido, por causas que no tienen otra razón sino temor a lo desconocido?

Confieso, no obstante, que este viaje hacia adentro me ocasiona una gran inquietud. La Virgen ha sido en cierta medida su inductora. Pero admito que latía en mí desde tiempo atrás. Ahora, llegado el momento, me temo que es cuando de verdad no sepa por dónde continuar.

Las prisas, incluso para morir, que parecen haberse adueñado de todos, ocultan antiguas tragedias, que se acumulan a las propias que se padecen.

Es tiempo de darse sosiego. Testimoniar nuestro amor a los que nos antecedieron, con la asunción de la causa de los antiguos dolores, aceptar sin más el nuestro, y llegar de una vez por todas a la paz.

Lloro por el dolor de los que ya se fueron y sufro por el de los que lo padecemos en estos momentos. Mis manos se contraen, compungido ante el espantoso silencio de la mirada de la muerte. Naciones, daos la paz, Tierra, llegad a la armonía. Niños, ¡dejad de sufrir¡, amores, ¡amaos¡, padres, ¡dad un beso a vuestros hijos¡ Hacerlo ya, no aguardéis otra eternidad. Vuestra ofuscación la estamos pagando con creces. Soy hijo de vuestros sufrimientos, como los míos los son de quienes me continúan. Pero hasta aquí hemos llegado. No doy un paso más sin saber qué se esconde tras este paraíso de dolor.

Voy a buscarte razón, como el crisol a la luz. He de hallarte de entre esta maraña de pensamientos, sensaciones, emociones y quejidos que me espantan. No me concentro; me miro y cierro los ojos, y aún sintiendo en mí las heladas manos del Padre Ferrer, me resulta del todo imposible hallar el oriente.

¿Cómo puede ser que, aún gozando del privilegio de los maestros, dude tanto y de tan continuo?

Empero, qué gran privilegio, beber de la sabiduría plena de amor de Vicente Ferrer. Tuve ocasión de conversar con él, durante el acto de su reconocimiento como mensajero de la paz, en Madrid, en mil novecientos noventa y ocho. Qué impacto tan duradero me produjo aquello.

Vicente Ferrer nos decía cosas sencillas, impregnadas de su magia de santo. La magia del que en realidad sabe que no sabe, y no obstante acepta en nombre de Dios todo cuanto intuye. Y esa intuición es la de la luz, la luz del amor que une en un todo a la eternidad y a sus humanas criaturas.

Vicente nos habló de los mayores, y de las personas que padecen de discapacidad, síquica, física, social o moral.

Vicente es tan tremendamente bueno, que acepta todo, incluso que tras esta no haya otra vida:

- Si es voluntad de Dios – dice.

Para mí, sin embargo, resulta de una provocación extrema, admitir que la persona que sufre de discapacidad o de dolor, encierre un diamante forjado en las manos del Creador. Porque de ser esto así, ese diamante se habría de hallar más oculto que el que de la luz de nuestros desvelos.

Es seguro que no complace al Cielo el sufrimiento; no obstante, esta vida no tiene otra razón de ser sino de búsqueda y perfección. A unos pareciera que la suya fuese una búsqueda sin complicaciones, dichosa incluso. A otros la búsqueda les implica un esfuerzo, que no se corresponde con la limitada capacidad asignada.

A veces no es posible dar un paso, por el dolor de la ausencia. Ausencia de los sentidos, ausencia de los abrazos; ausencia de la fuerza necesaria para caminar por este mundo, sin la ayuda precisa, que nos permita avanzar en el camino. Ese camino que de seguro nos ha de conducir al lugar al que todos debemos confluir, en algún momento a lo largo de nuestras vidas.

Vengo a México a encontrarme con gentes, que a su modo y manera, y tal como lo hago yo, se buscan a sí mismos a través de los demás. Son ellos, mis amigos hispanoamericanos, con los que en breve mantendré la dicha del encuentro, tan puestos, tan redichos, tan caballeros, tan señoras.

Nada ocurre porque sí. Lo he descubierto en el transcurrir de los años. El que yo y mis amigos hispanoamericanos nos dediquemos profesionalmente, a buscar soluciones que ayudan a las personas, no es algo que nos ocurra sin causa que lo justifique.

Toda mi vida la he pasado suplicando a Dios que me permita hacer algo útil por los demás. La ayuda al prójimo es un privilegio que hay que agradecer por partida doble. A Dios, en primer lugar, por tener la deferencia con nosotros, y a nuestros semejantes, en segundo lugar, por el honor que se nos otorga al compartir con quien de nosotros lo demanda.

La discapacidad no es algo que afecte a los demás. Afecta a todos. A quienes la padecen en mayor medida, y no ven, ni oyen, ni caminan o están locos o son viejos, o incluso todo a un tiempo. Afecta a todos, porque la peor de las discapacidades, es la del alma derrotada.

Susana sufre. Ella y yo sabemos porqué. Pero sublima su sufrimiento, en una atención sin límites hacia todos cuanto la rodean. Sufre por su pueblo mexicano, tan dispar, con gentes que padecen de raquitismo por una parte, o de las enfermedades del vecino del norte opulento, por la otra; con minusválidos que carecen de apoyo, con viejos a los que la ciudad mata de soledad; con la emigración, que hace de México, a pesar de ser el primer productor en plata y extremadamente rico en recursos mineros, el país del mundo en el que más gente sale fuera.

Y sufro, como ella, por no poder hacer algo más por mis semejantes. Colaboro con el sordo, mostrándole el teléfono de textos que le permite la comunicación; con el mayor, el teléfono de ayuda, que le ofrece un atisbo de tranquilidad; con el tetrapléjico, a través del ordenador, que es como una ventana al mundo. Pero, en el fondo, sufro el regusto amargo de esta mi comodidad adormecida.

Susana quiere a México, y no comprende cómo su bendito pueblo se hace sufrir tanto. Ella tiene miedo. Miedo de tomar un taxi, a partir de las nueve de la noche; de andar a determinadas horas en determinados lugares; de la reacción de los poderosos; de la angustia de los necesitados; de la violencia; del dolor insufrible de los niños.

- En todos los sitios cuecen habas – le digo, tratando de ubicar el padecer de tantos y tantos inocentes, en tantos y tantos lugares de la Tierra.

Todos estamos enfermos, cuando un algo de la totalidad, de este pequeño mundo del que formamos parte, lo está. Aquél que se escuda en la prepotencia o en la comodidad, lo único que consigue es guarecerse de un chaparrón, que en algún momento habrá de empaparle por completo.

Susana sufre también porque vivencia el sufrimiento propio y al tiempo lo ve reflejado en los demás. El ciego que se encuentra en la esquina, abandonado de la luz solidaria; el impedido, que hace siglos espera la mano amiga; el sordo, que se hace mayor y se encierra más y más en sí mismo.

No es ningún pretendido karma el que produce la discapacidad. Creo que afirmar eso es una barbaridad. Ni nosotros y aún menos Dios, podríamos desearnos algo así, siquiera como aprendizaje. La discapacidad es de todos, y se produce por el dolor y por la falta de amor. Pero no falta de amor de unos padres o del prójimo desinteresado, que aman hasta el extremo. Falta de amor de una humanidad, que en algún requiebro del tiempo, se ha apartado del camino que conduce a la plenitud, tal vez embebidos de la soberbia del vivir.

Empero, lo más terrible es que coincidan la discapacidad de los sentidos y la discapacidad del alma. A un alma hecha jirones, de nada le vale un cuerpo de perfección. A un cuerpo tronchado, no debiera jamás asignársele un alma pesarosa.

Hay personas que padecen de sordera, ceguera, parálisis; pero por dentro gozan de armonía, sosiego, y se enfrentan al reto del camino, con el privilegio de los detalles. Marchan de frente, gozando de la sonrisa de la luz, que es fuente de sabiduría, de la que es preciso saciarse con antelación, para llegar con frescor al destino.

Esas almas saben de los objetivos. Aceptan el camino y lo recorren de la manera más prudente, gozando de los otros sentidos.

¿No es absurdo vivir la vida sin objetivos? . Si preguntamos a ciertas personas, qué finalidad anima sus vidas, probablemente nos sorprendan las respuestas. El ruido de los últimos siglos nos ha impedido razonar adecuadamente. Muy pocos saben en realidad por qué vivimos.

Yo mismo me hallo en esa tesitura, que de un lado me hace gozar de la existencia; de otro, me ocasiona un gran trastorno, por no intuir siquiera el brillo de mis esperanzas.

Los primeros años de mi vida transcurrieron como en un sueño. A los diez años me internaban en Manzanares, Ciudad Real, donde me iniciaba en los estudios de bachillerato técnico.

Hasta allí me acompañaron mis padres, que eran unos buenos padres, y que lo siguen siendo, aunque inexpertos.

Padecí mucho en aquel lugar.

Le pregunto a Susana, sin rubor alguno, pretendiendo empaparme de ella:

- ¿Susana, cuál es el camino de tu vida?

Y ella me desarma en la respuesta, con ese candor de mujer fuerte que la caracteriza:

- De momento, que el dolor de mis huesos no se asome a mi sonrisa.

Porque Susana sonríe por todo. Se mueve de uno a otro lugar, buscando agradar a los amigos. No hay detalle que le parezca suficiente: una taza de café, una cerveza, una sonrisa, una ayuda oportuna. La enfermedad que la desgasta, apenas tiene reflejo en los encanecidos cabellos de sus cuarenta y tantos años, o en la mirada de brillo de dolor de sus bellos ojos mexicanos.

Pero ¿cuál es entonces mi camino?. Me pregunto a mí mismo.

Francamente no lo sé. Es por ello que me esfuerzo en trazar una ruta, siquiera aproximada. Recuerdo que en mi estancia en la Universidad Laboral de Córdoba, próximo a cumplir los quince años, pasaba horas enteras de desazón cuestionándome el porqué de las cosas. Unos estudios que no me gustaban; un encierro, que me oprimía, lejos del caudal de luz de los campos de mi pueblo, y un horizonte, que en los temores de aquel niño manchego, que aún llama a mi puerta, llegaba a mí entre gris y cautivo.

El camino de mi vida lo comenzó a trazar a Dios, de quien estaba enamorado como el adolescente que encalla sus ojos en los de la niña de trigo y miel. Yo me aferraba de esa manera a la mirada divina, bebiéndome del amor que todo lo procura.

Dios no me abandonó. Me abandoné yo, de la manera más tonta, justo en su búsqueda. Y tampoco encontré el camino, por no recabar la ayuda precisa de quienes me ofrecían entonces apoyo y consejo.

Buscaba el aire, la libertad, el fulgor del firmamento, el sosiego de la caricia y la armonía del abrazo. Aquello chocaba con el Dios que creía yo se ocultaba tras los pasillos de la universidad, en la que los dominicos, con su buena voluntad de hierro, nos mostraban el camino a seguir como hombres del mañana.

Llegó después el clímax de la adolescencia, y me derretía vivo por los besos de las niñas; por el tórrido contacto de unos pechos de nácar, tan dulces al tacto como suaves a la caricia.

Quería hundirme en los cuerpos de aquellas ninfas. Quedar atrapado en la sonrisa graciosa de la bella niña de Las Tendillas, que con la infinita ternura, plena de la maliciosa inocencia de sus quince años, me decía:

- Ea, y ¿tú que quieres?

Y yo quería darle un beso muy largo, hasta saciarme del néctar de su sonrisa; dejarme incluso morir en sus brazos.

- Yo... no sé.

Y lo que reprimía, se me desbordaba al contacto con el sueño. Dios sonreía, y yo no veía ni la pícara sonrisa del cielo, ni el anhelo de besos de aquella cordobesa de gracia y donura, que los ángeles se complacían en poner en mi camino.

Ella se fue, no sé a qué lugar, apenas cumplidos los dieciséis. No tuvo ocasión siquiera a decirme adiós. Dios puso luego otras, y al fin, una gran mujer en mi camino; pero sé que aquellos besos no compartidos, como otras sonrisas que me llegaron de los vientos, los estoy pagando muy caros. Son escarcha y grieta en estos mis labios resecos de añoranza.

La universidad me parecía una fábrica de hombres, y la fábrica se hizo cárcel, para un niño que llegaba al mundo soñando. Todo cuanto recuerdo de la etapa de mi vida más temprana, se relaciona de una u otra manera con los sueños.

Soñaba que mis padres eran reyes lejanos de remotas estrellas, que me habían dispuesto en este mundo, para aprender por el dolor. Soñaba que en mi lejano reino de los sueños, los árboles daban frutas multicolores y las fuentes aguas de sabor. Soñaba que todos me querían; que el abuelo, del que nunca gocé, aguardaba mi salida del colegio, para contarme aquél cuento, que me habría de tener con la boca abierta hasta el ensueño.

- Susana, todavía no sé cuál es mi camino. Le doy vueltas a la cabeza y no sé si es que me estoy haciendo viejo. A mis cuarenta y siete años, aún me cuesta centrarme en la vida – le digo.

Ella me sonríe una vez más.

- Ay, Paco, Paco, no hay más camino que este por el que estamos caminando. Somos inmortales. La vida nunca acaba. Y la inmortalidad es ante todo una forma de entender la vida. Vive tu inmortalidad, bebiéndotela a placer, saboreando cada instante, que es único e irrepetible.

Susana provoca mi admiración. Cada vez la quiero más. Sus palabras obran en mi el poder de un dichoso balsámico:

Quiero empaparme de su camino de perfección:

- Susana, ¿tú crees realmente en la inmortalidad?. Hay médicos y hombres de ciencia, que dicen no hallar nada divino al diseccionar un cuerpo humano. Sólo una maquinaria cuasi perfecta, producto de la evolución. ¿Dónde se halla la inmortalidad en nuestras existencias?

Susana se apoya de la mano izquierda, para señalar con el dedo índice, algo indeterminado. En su rostro una actitud de pensamiento. Medita la respuesta:

- Hay médicos, como hay personas, que sólo ven con los ojos del cuerpo. A ellos también les llegará descubrirse realmente cómo son por dentro. No sólo creo que seamos inmortales, sino que somos de muchas vidas. Las que nos muestran los sueños; las que idealizamos; las que de verdad hemos vivido, las que nos restan por vivir.

Soy ahora yo el que señala con el dedo, indicando esta vez el cielo:

- Luego, ¿crees en la reencarnación? – Inquiero, entre escéptico y confiado.

Susana no duda en la respuesta:

- La fe todo lo puede. Si tienes fe en otra vida tras esta, de seguro que la encontrarás. De igual manera que si tienes fe en la bondad, acabarás por darte con ella. Hay una parte mental y otra de actitud en nuestro peregrinaje vital. Creo, Paco, que durante estos días, vas a poder descubrir algo de esa luz que tan apasionadamente reclamas.

Un suave escalofrío sacude mi espalda tras sus últimas palabras:

- ¿A qué te refieres exactamente? – Pregunto, expectante.

- De aquí a unos días lo sabrás – responde con voz de misterio.



2


Gustavo, mi gran amigo peruano, coparticipante junto a Susana y el resto de expertos de diferentes países de Hispanoamérica, en aquel encuentro preparatorio sobre telecomunicaciones y discapacidad, que nos reunía a todos en México, D.F., me vino a recomendar, los servicios de Manolo, un taxista mexicano muy peculiar.

Manolo, un achaparrado cincuentón, separado, y de mucho genio, había salido del hospital una semana antes de que yo requiriera de él. Le habían implantado un marcapasos en el corazón y era portador de una congoja, que le hacía suspirar de continuo.

Se encontraba débil, apenas si podía hacer esfuerzo alguno, por lo que el taxi lo conducía un empleado, que no despegaba los labios, excepto cuando su jefe se lo indicaba.

Manolo se sentía preso en el hospital. No quería que la muerte le sorprendiera tumbado en la cama. La idea de la muerte la combatía con un punto de ironía, mucho miedo y un respeto sobrenatural.

Llevaba en la guantera del taxi un revolver:

- No me vaya a venir un pelao a robar – me decía, mirándome fija y comprensivamente con sus ojos de niño grande.

Fue Manolo quien me llevó, acompañado de Gustavo, a visitar a La Guadalupana.

He de confesar que ni en mis peores pensamientos habría podido imaginar el caos de tráfico de México, D.F. Empleamos cerca de dos horas infernales en llegar a la Basílica, desde el Flamingos Plaza, distancia que en circunstancias circulatorias distintas, es de suponer se recorra en poco más de media hora.

Lo cierto es que La Basílica de México se ofrece a los sentidos, con toda la parafernalia del tópico mexicano. Cientos de puestos ambulantes de venta de artículos religiosos, miles de peregrinos, algunos caminando de rodillas; viejecitas rezando...

Pero tenía hambre de La Madre. Pasé por alto todo cuanto de excitante y curioso se me mostraba a la vista, y llegué presuroso a los pies de la Virgen.

He de admitir que sentí algo muy especial; sin embargo, no lo que esperaba.

La Virgen irradia paz... a los que se encuentran en paz consigo mismos. Y yo llegaba, con un corazón confundido y el alma en pura llaga, solicitando su mediación en peregrinas cuestiones de este mundo.

La Virgen de Guadalupe, que es como la Virgen de la Antigua de mi pueblo, tan bonita, resulta en extremo delicada: la delicadeza en grado sumo, espíritu divino y esencia femenina del mismo Dios. Sólo paz puede pues proporcionar, a quienes paz reclaman. La paz del que consigue eludir el yugo confuso de los deseos o de las limitaciones de un alma, que si no se atiene a los reclamos, lleva a la discapacidad plena de las alturas.

El vestido de la Virgen es de color de rosa. Tiene muchos encajes y adornos de flores. Lleva también un ceñidor negro alrededor de la cintura, que es prenda de la que ya hacían uso las mujeres aztecas cuando se encontraban en estado de gestación. La luminosidad de la imagen se le acentúa justo en el vientre.

El hermoso rostro no es ni de indígena ni de española, sino de mestiza: tez trigueña, majestad; serenidad afectuosa, ojos claros y párpados semicerrados, que anuncian la aparición de una nueva raza formada por mexicanos y españoles.

La bella Señora tiene las manos unidas, en actitud de oración. La mano izquierda lo es de un color más oscuro y la derecha más blanca. Se diría que quiere presentarse con una mano indígena y otra española.

La Virgen de Guadalupe de Hernán Cortés en Extremadura, bendijo la conquista. La Virgen de Guadalupe del Nuevo Mundo, nos bendice a todos.

Quiero deleitarme; dejarme llevar de la cadencia del susurro materno. Lo cierto es que no me es posible sumergirme en la sonrisa del Cielo, entre el ruido y las prisas.

Hay tanta gente de continuo; hay tanta desesperación y hambre de salud, paz, pan y amor, que todo se confunde en el trasiego del pasillo circulante que pasa ante la tilma. No hay tiempo sino a dejarse bañar levemente por la blanca luz que irradian sus ojos.

La contemplo, pretendo un imposible. Descubrir el milagro de las imágenes del indio Juan y del obispo Zumárraga en las pequeñas pupilas.

Y lo único que realmente consigo es que la Virgen me desnude por dentro. Tanto tiempo aguardando su sonrisa, y descubro con horror que llego a ella con las manos vacías. No hay palabra que me ampare, acción que me justifique. Murmuro una oración. Le digo que la quiero.

Dios te salve, María. Llena eres de gracia. El señor es contigo. Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

La oración de la Virgen es la paz. ¿Por qué llego a ella reclamando pretendidas carencias?. El indio ciego tiene luz en la mirada; la achaparradita mexicana de manos cuarteadas, se ve bella al trasluz de las vidrieras; los niños, sin nada, cantan por un peso o por nada. Todos gozan de mayor paz de la que gozo yo.

¿Adónde voy en esta carrera sin meta, que me impide llegar a sus pies con un sosegado beso de amor?. Padezco de sufrimiento extremo, por no afrontar mi desnudez de ternura frente al espejo de la vida. La existencia transcurre en un suspiro, y todo este anhelo de cariño, lo vuelco en un reconocimiento, no de quienes realmente precisan de mí, sino de aquellos otros tan desnudos y carentes de paz como yo.

La supuesta evolución material de parte de la humanidad, nos hace olvidar la ley de la causa y del efecto. Ni una sola de nuestras acciones o de nuestros pensamientos es baldía. Todo cuanto hacemos o pensamos tiene un efecto. Si nuestras acciones son de amor, los efectos son de amor; si son de desamor, los efectos son de desamor.

Lo más desgraciado de todo, es que tales efectos se acumulan como bola de nieve, que vuelve a nosotros y arrasa cuanto encuentra en el camino. Se agudiza nuestro malhumor cuando nos enfadamos; nuestro odio, cuando odiamos, nuestro desamor, cuando dejamos de amar, y todo al fin se trastoca, confunde y enloquece, impidiéndonos la paz.

No se puede sentir sólo pena por quien sufre, sino amor y respeto. La experiencia práctica de la vida nos indica que el dolor que se ignora, consciente o inconscientemente, ya sea por pereza ya por cobardía, acaba al final por pasarnos factura. En la noche, en la calma; en el último de nuestros días.

A algunas personas nos lleva todo nuestro tiempo reconocer que formamos parte de un todo. Que todo cuanto sucede, va a suceder o incluso lo que ya ha sucedido, forma parte indisoluble de nuestra esencia común de seres humanos.

El sufrimiento, sin el resguardo del amor, golpea progresivamente en nuestro ánimo, y la sonrisa o la carcajada, acaban al final por ser meras muecas, que nos alejan del gozo.

La Virgen me sonríe. Ahora la siento. Le digo adiós. Siento un cosquilleo. La contemplo una vez más. Tanto ruido en mí; tantas prisas por salir afuera.

Manolo me aguarda con su filosofía de hombre bregado en las penurias de la gran ciudad:

- Donde fueres haz lo que vieres – me dice, al tiempo que me alarga una torta de maíz rellena de carne, verdura y queso, impregnada de fortísimo chile.

Luego, sin acritud y al tiempo que me lleva de uno a otro lugar, me explica lo que representa para él su país. La época precolombina, la llegada de los españoles, la revolución; los duelos del presente, Chiapas y los que nada tienen.

Manolo lo vivencia todo en calma, pero al tiempo es un permanente combatiente de la injusticia. Se rebela contra el pasado; le jode el presente:

- Estos chingados roban cuando pueden – comenta, sin dar otras explicaciones.

¿Qué sería de México, D.F., sin la presencia de la Guadalupana? . La calle es un peligroso bazar, donde todo se puede comprar, al tiempo que el semáforo abre y cierra los ojos. Los niños, desarrapados, pugnan por limpiar los cristales de los coches; los pobres mendigan en cualquier lugar. Probablemente si la Virgen no mediara en este inmenso polvorín, hace tiempo que la ciudad hubiera saltado por los aires. Y en ello, de seguro, llevándose consigo al país entero.

Sin embargo, México, como cualquier otro pedazo de la Tierra que nos acoja, por alejado o ausente que se encuentre de nuestros quehaceres, no es mejor ni peor lugar que en el que a cada uno nos ponga el azar. No es preciso salir del entorno donde uno sueña, para apreciar que nuestra comodidad la sustentan otros. Que si parte de México o de cualquier otro lugar de la Tierra es pobre, es porque otros son ricos.

Y eso no quiere decir que hallamos de vivir permanentemente intranquilos o pesarosos, por aquellos que vivan en circunstancias más dificultosas que las nuestras. Significa que todo cuanto se vive, se ha de hacer a plenitud, poniendo en ello el corazón y lo mejor de nuestros pensamientos, tratando, eso sí, de hallar siempre un espacio para los demás. De esta manera el hermano distante se reconcilia con el cercano, y aquellos que se fueron, descansan en la paz de los que les continuamos.

Virgencita, dame fuerzas. Siempre te llevo en mí. México D.F. y Guadalupe son lugares del corazón, pero también lo son mi pueblo y Madrid, donde tienes tu precioso rincón. Te pido aquí, allí y en el avión que me ha de regresar, salud para sobrellevar este cuerpo que castigo, ánimo para la alegría de la vida, y respuestas para las dudas del alma.

Me ha costado y aún me cuesta practicar el desapego de las cosas materiales. Lo material me gusta. Las pasiones y las comodidades, me atraen sobremanera. Pero bien es cierto que el auténtico desapego, que permite una vida en armonía, no consiste sólo en el desapego de los bienes materiales, sino el de querer sin ser querido. Querer al desconocido; querer por querer e incluso por no ser querido.

Y confieso que me gusta querer y ser querido, y aún querer más y que me acaricien el doble. Creo que estas son las sandalias que utilizo para el camino. El báculo de peregrino, en el que apoyo el cansino andar, es este amor que me ha tocado en suerte. Me falta el mapa, para llegar a la meta, e incluso saber dónde se halla la meta. Así pues, concluyo que es preciso que no me distraiga, no vaya a caer derrengado por falta de esperanzas.

Contemplo a Manolo, ojos saltones y respiración fatigosa. Lo siento cerca aun a pesar de que apenas si acabamos de conocernos.

Le pregunto:

- Manolo, ¿le gusta su país?.

Pestañea, un tanto incrédulo. No espera una pregunta así:

- Me gusta, pero me gustaría más si hubiera justicia – dice lacónico.

Luego me habla de sus hijos, de su mamá, con la que vive, desde que se separara de la mujer con la que ha estado conviviendo treinta años. Me comenta que su mamá le riñe como si todavía fuese un niño: porque fuma, porque come mucho.

Adivino en el precavido niño que Manolo lleva dentro, su miedo a la muerte. Manolo lleva siempre consigo una cruz, colgada del cuello, y se duele de su malhumor, al tiempo que goza de la vida, de la que bebe hasta el último suspiro.

- ¡Qué bonita es la Virgen! – le digo.

- Muy bonita – se sonríe.

Y no sé si en su respuesta hay ironía o respeto, o ambas cosas. A Manolo no lo voy a descubrir en una semana. Intuyo, sin embargo, en la mirada profunda, de este hombre de integridad mexicana, deseos de hallar lo más limpio de cuantas personas se encuentran en su camino.

Porque Manolo te mira y te llega hasta dentro. Entonces te sientes inquieto, ya que en sus ojos descubres reflejado lo que no te gusta de ti mismo, y quieres, sobre la marcha, acondicionar el local en el que reposar la esperanza de este buen amigo.

El destino de las personas, tal vez no esté escrito. Pero lo que haya de suceder, de seguro que ya reposa en nuestras mentes. De igual manera que el bello jardín, que de aquí a unos meses deleitará nuestra vista, justo en el solar yermo que se encuentra frente a nuestra casa, tiene cabida en el sueño del jardinero, así cuanto nos suceda o haya de suceder, lo estamos dibujando en pinceles de algodón, en lo más profundo de nuestros sueños.

- Venga, amigo, le voy a mostrar mi ciudad – me dice con orgullo, al tiempo que suavemente me conmina a la marcha.

Manolo, señala, indica; y, por fin, estaciona el vehículo en cualquier lugar de interés, de la ciudad de la que se siente tan orgulloso como lastimado. La Ciudad de los Palacios. El centro del imperio azteca, donde los españoles construyeran la ciudad más importante del Nuevo Mundo.

En el corazón del centro histórico, se complace ante el Zócalo o Plaza Principal, con gentes variopintas e indios danzando.

Cerca del centro se conservan más de mil edificios de la época colonial, todavía bellos, todavía majestuosos.

De allí al Palacio de Axayácatl, donde Cortés mantuvo prisionero a Moctezuma. El antiguo palacio alberga ahora El Monte de Piedad.

Llegamos también a “El Caballito”, que no tiene nada de caballito, sino de imponente caballo con su jinete. Es una estatua en bronce de una sola pieza, cabalgada por un rey español, no sé sí Carlos III ó Carlos IV.

Me comenta respecto de la estatua, entre serio y gracioso:

- Fue el peor rey español para México. Sin embargo, la escultura es muy linda y los mexicanos la conservamos con orgullo como obra de arte. Antes se encontraba en un cruce de calles. Pero el tráfico impedía apreciarla en toda su majestuosidad.

Justo frente al lugar, en el Instituto Minero, destacan tres o cuatro enormes meteoritos.

Manolo tiene palabras para ellos:

- Regalos del cielo.

Muy cerca de allí, se halla el Palacio de Bellas Artes, construido con mármol de carrara y una cortina de cristal de Tiffany.

No demasiado lejos y sobre una colina, desde la que se domina la ciudad, se encuentra el imponente castillo de Chapultepec, que fuera residencia del emperador austríaco Maximiliano, impuesto por los franceses.

Qué grande es Manolo, explicando las cosas, sus lugares y circunstancias.

Se me asemeja a un rey azteca.

- Muchas gracias por todo, Manolo. Tiene una ciudad muy bonita – le digo.

- Bonita, pero pendeja – responde.

Pasadas las dos de la madrugada y tras un especial día del turista, arribamos al hotel. Por medio ha habido también una cena con mariachis, en plaza Garibaldi, en la que he gozado del repertorio de las más apasionadas rancheras:

- Adiós, Manolo. Hasta mañana.

Resumo a Susana lo acontecido, tras mi segundo día en la ciudad:

- México, D.F., contiene un universo. Variada, sublime y lastimosa a la vez. Policías armados cada trescientos metros en algunas calles. Niños que juegan confiados. Edificios bellos y parques bien atendidos; huellas del último terremoto. Personas que sin conocerte, se te entregan por completo. Y luego, Manolo, que es de una atención exquisita. Sorprendente, teniendo en cuenta que probablemente jamás volvamos a vernos.

Susana se sonríe:

- ¿Tú sabes en realidad cuáles son los bienes más valiosos de este mundo y de las personas de integridad como Manolo?: dar sin esperar las gracias, hacer lo que uno cree que realmente está bien, siguiendo su conciencia; amar y confiar en los demás; ser humilde y no desear más de lo que se necesite para vivir. No todos los mexicanos somos así, desgraciadamente; pero los hay muy buenos.

Carraspeo antes de responder a sus sentidas palabras:

- A mí me gustaría ser así y confiar más en los demás. Lo intento. Pero en el fondo hay un algo, que no me resulta posible compartir. Esto me vuelve desconfiado y a la vez me hace un gran daño. Es cierto que me protege frente a aquello que no puedo controlar. Sin embargo, pierdo en la batalla más de lo que obtengo, hasta la magia del camino.

Es esta ocasión, Susana la que se emociona al responder:

- De mí no te has de proteger. Soy tan vulnerable como puedas serlo tú.


3


Probablemente resulte muy difícil fijarse metas trascendentes en el camino de la vida, por cuanto es notoriamente manifiesto que se carece del exacto conocimiento de una de las referencias de mayor relevancia para alcanzar el objetivo: el tiempo con el que se cuenta para llegar al destino.

Sabemos que tenemos fecha de caducidad, aunque nuestro envase no lo indique, por descuido del Creador. Así, algunos seres humanos pasan todo su tiempo pensando que a ellos nunca les alcanzará, o que el fin cuando menos se encuentra muy lejano.

Pero el fin llega, y es cuando miramos al cielo y clamamos:

- Dios mío, perdóname, tengo las manos vacías.

Las manos llenas es un objetivo. Manos llenas de amor, de entrega; de vivencias o simplemente de vida.

El camino para llegar al objetivo, puede barruntarse tan distinto, como lo somos las personas que lo iniciamos: el trabajo bien hecho, el ser el más importante, el más rico o famoso; el amor a la familia, a los amigos; a los que precisan de nosotros.

El que coincidan trabajo y vocación, es un privilegio que obliga doblemente a quien goza de semejante ventaja de partida. Ayudar a los demás con el esfuerzo que se invierte para el sustento, constituye sin duda una gran ventaja.

En relación con mi persona, y al menos en lo que respecta a los seis o siete últimos años de mi vida, he de admitir que han coincidido trabajo y vocación.

No es menos cierto que llegar a ello me supuso un gran desgaste. Sucedió que me hallaba una parte del tiempo sin un sentido general de lo que de mí se pretendía; aguardando, eso sí, la oportunidad de ofrecerme a los demás, con las habilidades de las que poco a poco me iba instruyendo, sin saber realmente bien la utilidad de mis desvelos o qué iba a ganar de aquel tremendo esfuerzo de formación suplementario.

Me apuntaba a un sinfín de seminarios, leía todos cuantos libros caían en mis manos; estudiaba sin descanso cualquier aspecto relacionado con la actividad en la que me encontrase embarcado, aun en la evidencia de que aquello no parecía llevarme a nada concreto.

Incluso participé en actividades de gran provecho y utilidad en la expansión de las telecomunicaciones, pero ciertamente sin acabar de encontrarme a mí mismo.

En más de una ocasión estuve tentado de tirar la toalla. La formación generalista de la que me iba dotando, no parecía resultarme de provecho para aspirar a algo específico.

Envidiaba a mis compañeros de los servicios marítimos, a los de planificación, a los de atención al público, y a todos aquellos que de una manera creativa, daban lo mejor de sí en ayudar a los demás. Eso es lo que yo buscaba, ayudar a los demás creando y sintiéndome útil a un tiempo.

Era conocedor de lo genérico de los servicios de telecomunicaciones, de la multitud de aplicaciones que son de interés; pero al tiempo no me centraba en nada sustancioso. Esto, unido a un carácter poco agresivo, me hacía e incluso me hace pasar muy malos ratos.

Lo cierto es que en un momento determinado, surgió mi auténtica oportunidad. Yo estaba allí. Aquello me hizo mucho bien.

El camino se me presentaba con mayor claridad. Me puse a caminar sin descanso.

Trabajar en telecomunicaciones y discapacidad, para personas que en general dan más de lo que demandan; cruzar incluso el charco, y descubrir que al otro del Atlántico, nuestros hermanos son tan iguales, que hasta en las aspiraciones coinciden, es desde luego un privilegio.

Europa, fue el comienzo. De la sabiduría de mis buenos amigos, Brian, Marco, Peter, Jan-Ingvar, Catherine, Jürgen, Josefina y Antonio, aprendí a racionalizar y a obtener el mejor provecho de lo existente.

Me aportaron la visión de la sencillez. Hay personas que idean soluciones y tienen en sus mentes soluciones para los que carecen de algunas de las capacidades naturales. Es muy hermoso esto. Pero ocurre también que a veces quien propone soluciones en telecomunicaciones y piensa en utilidades para todos, no llega a expresarlas convenientemente.

Tan sólo es preciso tener en consideración ciertos conceptos elementales, para saber qué es lo que realmente precisan las personas con necesidades especiales. Por ejemplo, la deficiencia de las personas tiene que ver con las anormalidades de la estructura corporal y de la apariencia o la función de un órgano, cualquiera que sea su causa.

La discapacidad es toda restricción o ausencia de capacidad para realizar una actividad, en la forma que se considera normal para un ser humano.

La minusvalía es una situación de desventaja para la persona, a consecuencia justo de la deficiencia o discapacidad de que se padezca. Ello limita o impide el desempeño en la normalidad.

Un teléfono de teclas grandes es ante todo una contribución solidaria para quienes no ven lo suficiente, tienen temblor de manos o no se orientan adecuadamente con la posición de las teclas.

Un agarre mecánico de teléfono, para quien tiene las manos vencidas por el reúma y no puede sujetar las cosas, es simplemente una solución de sentido común.

Y estas y otras utilidades existen, desde el mismo momento en que el teléfono se nos revela como el principal sistema nervioso de información, del que nunca como hasta ahora ha estado dotado la humanidad.

Aprendí de mis amigos de Europa y de otros, por cuanto la experiencia ajena, incluso en lo profesional, te permite avanzar con mayor seguridad en el camino de la vida. Ese camino que todos, consciente o inconscientemente, nos trazamos en algún recodo de la existencia.

El encuentro de México surgía a petición de Susana, participante mexicana en Santiago de Chile, del primer simposio de telecomunicaciones y discapacidad celebrado en Hispanoamérica, por compañías de telecomunicaciones.

Aquél primer congreso celebrado en tierras hispanoamericanas, segundo en realidad, tras otro anterior celebrado en Madrid, tuvo lugar a finales de mayo de mil novecientos noventa y ocho. Diez meses después, marzo de mil novecientos noventa y nueve, nos disponíamos a realizar en México, D.F., los preparativos para un segundo congreso, a celebrar en Lima, Perú, en la segunda semana de mayo.

He de reconocer que el simposio de Chile me ayudó mucho. El trecho del camino lo he recorrido desde entonces de muchas de aquellas benditas manos. Descubrí entre otros y en toda la intensidad de su alma, a María, chilena del corazón.

A María le alcanzó de pleno el exilio de terrible dolor, que supuso para ella y para toda su familia, el derrocamiento y muerte de Salvador Allende. La sublevación militar fue a un tiempo, según María, no sólo un golpe contra todo el pueblo chileno, sino contra toda una esperanza, mayoritariamente compartida.

María es de una sensibilidad que no se corresponde con el hablar pausado que la caracteriza. Pero, es un privilegio de mujer, que pone, como Susana, lo mejor de sí en ayudar a los demás.

De su mano me he reconciliado con la reciente historia de Chile:

- No guardo ningún rencor a nadie. Al contrario, descubrí a gentes muy buenas, que me ayudaron en circunstancias extremadamente complicadas – comenta.

Y fue así porque maduró como persona. Apreciaba la vida que se le ofrecía como regalo, y vino a descubrir que el gozo y el sufrir se encuentran en ocasiones unidos, y tan sólo es preciso delimitar ambos, afrontándolos con mirada limpia.

En el simposio de Chile las vivencias que mayor impacto me produjeron, fueron entre otras las de José Emilio, joven ingeniero informático, afectado de parálisis cerebral espástica, y las de Cirilo, profesor de geografía e historia, afectado de problemas de movilidad.

El cerebro de José Emilio, como él mismo comenta, funciona a igual velocidad, si no lo hace a mayor, al de las personas no afectadas de parálisis cerebral:

Su emotiva intervención tuvo una resonancia inenarrable en nuestros corazones.

Decía:

- Mis compañeros de universidad pudieron conocer a mi través el mundo de la discapacidad, y pudieron, también a mi través, apreciar que el mundo de la discapacidad, es un mundo por descubrir. Quiero citar textualmente las palabras de una de mis compañeras de curso “A medida que iban pasando las clases y cursos, e íbamos realizando tareas conjuntas, nos íbamos a un tiempo acostumbrando el uno al otro. En realidad, nos íbamos conociendo y acostumbrando el uno al otro”. Yo me tuve que acostumbrar, por ejemplo, a las barreras arquitectónicas; me tuve también que acostumbrar al hecho de que, efectivamente, como persona con discapacidad, estoy siempre en el punto de mira de los demás. Las personas con las que compartía mi entorno más próximo, eran conscientes de que si se me presentaba algún obstáculo físico, lo mejor que podían hacer era ayudarme. Que si había alguna escalera, ellos eran la fuerza para subir que faltaba a mis piernas. Ellos se acostumbraron a mí, así como yo lo hice a su mundo; que es un mundo distinto.

José Emilio relata que gran parte de lo que es lo debe al apoyo incondicional de sus padres; pero, sobre todo, a su discapacidad, que le ha descubierto el camino de su vida.

Sus piernas son los amigos que le ayudan a subir las escaleras. Su habla, afectada, la superan los sueños, que culminan día tras día.

Continúa José Emilio:

- Hay una película, en la que a un niño le colocan unos zapatos con una prótesis, y la madre le dice que son unos zapatos mágicos, que lo van a llevar a lugares increíbles. Yo también hice uso de esos zapatos mágicos de niño; pero nunca imaginé que esos zapatos me iban a traer aquí, ante ustedes, a decirles a todos, ¿saben? ; he logrado rehabilitarme. He logrado sobreponerme a una discapacidad muy difícil. Los zapatos mágicos me han permitido esto. Y estoy muy contento de poder decirles a ustedes que esos zapatos me van a permitir también llegar a otros rincones; a otras cosas y a otras casas. Existen milagros, que son los hombres a través de las tecnologías. Las tecnologías de ayuda, de los que precisamos de ellas para el movimiento. Esas tecnologías son las que me permiten afirmar ahora que, por unos instantes, y al tiempo que me conecto a la red telefónica a través de mi ordenador, mi discapacidad en realidad no existe.

Cirilo por el contrario canta en vez de hablar, o canta y habla a un tiempo, y consigue ponernos a todos la piel de gallina.

En realidad Cirilo es todo un señor de curriculum impresionante. Ha recorrido Europa. Ha perfeccionado sus estudios musicales en Leipzig y su prestigio es valorado y admirado no sólo en su Chile natal, sino en otros muchos lugares del mundo.

En su intervención comenta:

- No debemos marginar el lado humano de cualquier propuesta de avance científico o tecnológico, por más que, paradójicamente, la ciencia y la tecnología lo hagan. En cada innovación tecnológica, es menester tener presente que en el mundo existen personas con discapacidad. Y somos justamente las personas con discapacidad, quienes nos hemos de esforzar además, en la integración de todos: las de los que la sufrimos y las de los que no la sufren. Esto ha de ser así, con independencia del estado, o de las capacidades físicas o sociales de las personas. Somos nosotros también quienes hemos de esforzarnos en advertir al profesor de las posibilidades que ofrece la integración. ¿Cómo si no convencer al padre o a la madre, de que educar y trabajar con una persona con discapacidad es cosa de este y no de otro mundo?. Yo nací en una población muy humilde, y mi entorno tuvo la cualidad de hacerme una persona más. Lo que ahora trato de mostrar a través de mis canciones, es una actitud frente al mundo y frente a los demás. No hacer sentir que uno se ayuda de un bastón o de una silla de ruedas para caminar, sino que las personas valemos, más que por los conocimientos, por los sentimientos que somos capaces de expresar. Sobre todo si estos son sentimientos de solidaridad. Quiero mostrarles también como las canciones y la identidad cultural, pueden ser a su vez de gran ayuda en la integración de las personas. Por muy desarrolladas que estén las telecomunicaciones, éstas no serán capaces de afrontar el problema de quienes hayan de tomar decisiones. No pueden, como tampoco puede hacerlo ninguna otra tecnología, marginar el factor humano. Por ello decimos que sí a la modernidad, pero sí desde el punto de vista del fortalecimiento de la identidad cultural, que es al tiempo la identidad que nos hace sentirnos partícipes de un mundo, al que nos une o debiera unir el sentimiento común, de pertenecer al género humano, del que todos formamos parte.

Cirilo nos hace reflexionar, con sus sentidas palabras, en lo curioso de algunas de las paradojas que suceden en la historia de los inventos humanos. En ocasiones, lo que se imagina para una finalidad concreta, excluye o margina por una u otra razón, la causa principal a la que dicho invento estaba destinado, y tiene al fin por destino, otro totalmente diferente al inicialmente ideado.

Tal vez sea una prueba a la de que continuo se nos somete: dejarse llevar de lo inercial o acometer la idea y llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Son pocas las personas que saben que el teléfono se inventó por amor. Casi todos hemos oído hablar, sin embargo, de su inventor: Alexander Graham Bell.

Alexander Graham Bell patentó el teléfono el tres de marzo de mil ochocientos setenta y seis. Eso es posible que se sepa; pero lo que de seguro pocos saben, es que Bell desarrolló el teléfono, pensando exclusivamente en las personas sordas.

La idea no era otra sino transmitir, a través de unos hilos metálicos, carácter a carácter, textos escritos y vibraciones. De esta manera, se reproducirían en el extremo distante, conformando palabras y frases completas que el sordo pudiera leer.

La madre de Bell comenzó a perder oído cuando éste contaba poco mas de doce años de edad. Ello entristeció profundamente a Bell, quien escribió años más tarde “¿quien puede imaginar el aislamiento de sus vidas?. Cuando paseamos por los campos, lejos de la ciudad, pensamos que estamos solos; pero la auténtica soledad es la de no poder comunicarse con los demás”.

El propio padre de Bell, profesor Melville, desarrolló un sistema, que llamó de discurso visible, en la idea, que continuaría su hijo años más tarde, de permitir la comunicación a distancia entre personas sordas. Este dispositivo, como el del hijo, y tomando como modelo el telégrafo, permitía también el envío carácter a carácter, de textos a través de un cable metálico.

Fue no obstante, el amor de un hijo, padre y esposo – Bell se casó con una preciosa alumna sorda -, lo que hubo de cambiar para siempre las vidas de las generaciones de quienes le hemos continuado.

No es posible concebir nuestras vidas sin el uso del servicio telefónico. En un mundo en el que cada nación e incluso dentro de cada nación, existen tantas lenguas distintas, el servicio telefónico es universal y todos sus sistemas emplean un lenguaje común.

Esto es lo que nos permite algo tan sencillo como levantar el auricular y que alguien, en cualquier lugar de la Tierra, pueda responder a nuestras llamadas.

Para que esto haya sido posible, los hombres se han tenido que dar y aceptar entre sí una serie de recomendaciones mínimas.

Las centrales telefónicas se comunican entre sí: intercambian señales que permiten dirigir las llamadas telefónicas a los respectivos destinos. Las llamadas de uno a otro país, pueden viajar por tierra, mar o aire. Para ello han de circular por los caminos y vericuetos que trazan los sistemas de transmisión, tan variados como pueda serlo el lugar de destino: cable, fibra óptica, radio, satélite.

Lo único que nosotros hemos de saber es el número de destino.

A mí me da por pensar que la torre de babel que es el mundo, lo es un poco menos al llevar un algo de la universalidad y humanidad, que aporta el uso del teléfono.

Otros adelantos tecnológicos, como la propia energía eléctrica, la televisión, el ferrocarril, el servicio telefónico móvil incluso, y otros, no se deciden en adoptar normas universales comunes. Esto impide quizás la “invasión”, pero conduce al desencuentro.

Lo cierto también es que el teléfono, destinado inicialmente a romper barreras de comunicación, las mantuvo e incluso incrementó durante mucho tiempo, porque paradójicamente lo primero que se pudo transmitir por un hilo metálico, no fue texto sino voz.

Se cuenta que uno de los vibradores del sistema telefónico con el que experimentaba el Sr. Bell, había quedado adherido a un electroimán. El Sr. Bell ordenó a su fiel ayudante, el Sr. Watson que lo despegara, mientras él permanecía en una habitación contigua. Desde la habitación contigua, el Sr. Watson dijo algo y esto se reflejó en unas vibraciones, que pudo detectar perfectamente el Sr. Bell.

Meses más tarde, el Sr. Bell se sintió indispuesto y creyendo que su ayudante, el Sr. Watson, se encontraba cerca, dijo:

- Sr. Watson, venga aquí, le necesito.

Hay quien dice que esta fue la primera llamada de ayuda a través de un teléfono. La primera llamada de Telemedicina en la historia de la humanidad.

Lo cierto es que el Sr. Watson se encontraba en la habitación de al lado y pudo escuchar la voz del Sr. Bell a través de un vibrador, unido a un hilo de cobre. Lo demás es historia.

Antes de la invención del teléfono, eran la habilidad o fuerzas de las personas sordas las que competían con las de las personas oyentes. Sin embargo, al hacerse necesario el uso del teléfono para las actividades cotidianas, las personas sordas quedaron en un estado cercano a la marginalidad, pues siempre dependían de otros para el uso del teléfono.

El tiempo hubo de restituir tan tremendo error y hoy, al menos en los países desarrollados, las barreras que se interponen son, en la mayor parte de las ocasiones, barreras mentales.

Yo mismo, dedicado profesionalmente a dar a conocer soluciones de comunicación a personas afectadas de discapacidad, no llegué a saber del teléfono de textos, hasta transcurridos tres meses de iniciada mi andadura profesional en estos temas.

Hoy lo utilizo para comunicarme con amigos sordos o para dar respuesta a preguntas de personas sordas que, en ocasiones, claramente no sé cómo responder. No tanto por las dificultades técnicas que se me planteen, que las tengo, sino por situarme a la altura de las esperanzas de quienes confían en mí.

La persona sorda quiere ver a la persona con la que habla; quiere incluso que el teléfono sea la voz de sus oídos ausentes:

- Todo llegará – les digo, y me siento partícipe de un mundo que en algún momento, estoy seguro, dará respuesta a todo cuanto de las telecomunicaciones sea preciso.

Tuve la oportunidad de comprobar, en fecha tan alejada ya como mil novecientos noventa y cinco, en Ginebra, Suiza, Telecom, el funcionamiento de un sistema experimental, que traducía el movimiento de las manos o lenguaje de señas, en voz. De igual manera, traducía o convertía la voz en movimiento de manos de un muñeco, reproduciéndolo en una pantalla. Cierto que el sistema, reconocía tan sólo una serie de frases, y además en inglés y japonés. Pero todo llegará.

Del amor se llega al amor, y lo que por amor nace, por amor perdura. Pocos sordos hacen uso todavía de la comunicación telefónica de textos, porque desgraciadamente aún hoy día, una gran mayoría de ellos desconoce que esto sea posible. Yo espero que el camino nos lleve a todos a encontrarnos en cualquier momento. La información, oportunamente transmitida, es otra forma de amar.

María comenta el caso de cinco universitarios sordos chilenos, desesperados por hallar algún sistema que les permitiera comunicarse telefónicamente entre sí o con otros compañeros de universidad:

- Fueron a Estados Unidos. En el primer supermercado electrónico con el que se toparon, comentaron el problema – refiere.

Las soluciones existentes en comunicación telefónica para personas sordas, no resultan en exceso variadas. Hay apenas media docena de fabricantes de teléfonos de textos en todo el mundo. Lo terrible es que pese a ello, existan siete protocolos diferentes de comunicación, incompatibles entre sí.

Si esto ocurriera en el servicio telefónico convencional, no sería posible llamar de uno de nuestros teléfonos a cualquiera otro que no fuera equivalente o compatible.

- No se preocupen. Comunicarse es sencillo. Basta que lleven cinco de estos equipos, uno para cada uno de ustedes. Con ellos podrán hablar entre sí sin problemas – les comentaron en la tienda.

Les atendieron muy bien, dándoles toda clase de explicaciones sobre el uso de los teléfonos de texto. Pero a nadie se le ocurrió explicar el diferente voltaje eléctrico de Estados Unidos respecto de Chile. Todos los equipos se quemaron.

De otra parte, de haber funcionado sólo hubieran podido comunicarse entre sí, y no hacerlo con teléfonos de sordos de Perú, Argentina o España.

María percibe un algo espiritual en las cosas:

- Un teléfono puede tener alma – comenta – Desde luego que es algo material; pero siempre se encuentra al paso de una voz amiga. A nadie se le niega el tránsito telefónico por nuestros hogares. Cualquier ser humano puede llamarnos en cualquier momento, y aún corremos todos a recoger la llamada, atendamos luego la llamada o nos violentemos con la persona que nos llama – dice.

Yo les refiero del cariño que sienten algunas personas mayores por sus teléfonos, y de alguno de los acontecimientos más relevantes, que se derivan del uso solidario del teléfono:

- Las instituciones o empresas, que ofrecen servicios de teleasistencia, se han de cuidar muy mucho de explicar a las personas mayores que no cuiden en exceso a sus teléfonos – les comento -. Algunos mayores llegan a limpiarlos tan concienzudamente, que a veces se producen desconexiones o incluso averías, por estas causas. El mayor muy mayor o muy dependiente, sabe que al otro lado hay quien vela por su seguridad. Esto les tranquiliza. De hecho la mayor parte de las llamadas que se originan por teleasistencia, a través de la pulsación del colgante, son llamadas de ansiedad, o llamadas que se desea compartir con quienes atienden los centros de teleasistencia. Hay veces que los mayores llaman, sólo para que se sepa que se encuentran vivos. Que han amanecido y que se sienten contentos por ello. Apenas si un cinco o seis por ciento de las llamadas, que se reciben en un centro de teleasistencia, son realmente llamadas de emergencia vital.

Los mayores dependientes, las personas que nos piden a gritos nuestro afecto. El teléfono que nos vincula a los pesares de quienes queremos y se encuentran lejos.

Y también José Emilio y Cirilo, que con su ejemplo solidario, son como antorchas en la oscuridad.

Personas que padecen de graves discapacidades físicas ó síquicas, se nos muestran en una integridad y entereza tal, que resulta difícil siquiera intuirlos en su totalidad.

En un tiempo en el que millones de seres humanos corren o corremos tras videntes, augures, tarotistas, desveladores de sueños, embaucadores ó vendedores de consuelo, hay quienes renuncian a los propios sueños y ofrecen al mundo, la luz nueva de las capacidades de sus almas.

Hay millones de estas criaturas por doquier. Yo he podido rescatar para el ejemplo a algunas de las más significadas.



4

De entre los seres humanos más señalados, que padecen o han padecido de graves discapacidades, hay ejemplos de tenacidad humana realmente admirable.

Miguel de Cervantes Saavedra nació en mil quinientos cuarenta y siete en Alcalá de Henares. Participó en la batalla de Lepanto, donde quedó inutilizado de un brazo. Permaneció cinco años cautivo en Argel, y conoció luego la pobreza y la cárcel en España. En mil seiscientos cinco, sin embargo, publicó la primera parte de su novela “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, cuya segunda parte apareció en mil seiscientos catorce.

El éxito de esta novela, a la vez irónica y a la vez dramática, fue inmenso en toda Europa. Muy pronto adquirió la reputación, que aún conserva, de ser una de las mayores obras de la literatura universal.

Ludwig van Beethoven, nació en mil setecientos setenta en Bonn (Alemania), y residió en Viena desde mil setecientos noventa y dos. A partir de mil ochocientos uno, se vio afectado de una creciente sordera, que acabó por serle total. Ello sin embargo no fue obstáculo que le impidiera seguir componiendo.

Se le considera el mayor compositor de todos los tiempos, de manera muy especial por sus sinfonías y conciertos para piano. Ha tenido y tiene una enorme influencia en la música. Murió en mil ochocientos veintisiete.

De su sabiduría hay frases que también le trascienden:

- ¡Oh, hombre¡ ¡Ayúdate¡ Aún no se han levantado vallas que digan al entendimiento humano ¡de aquí no pasareis¡

Grandes personajes de todos los tiempos acarrearon dificultades a lo largo de sus vidas, que no les impidieron ni el progreso ni la impronta que han dejado en quienes les continuamos. Por ejemplo, de los más célebres que han padecido de epilepsia, mencionar entre los escritores a Lord Byron, Fyodor Dostoevsky, Gustave Flaubert, Charles Dickens, Agatha Christie, Truman Capote. Entre los hombres de estado a Napoleón Bonaparte, Alejandro Magno y Julio Cesar. De los filósofos Sócrates y Pitágoras. De los artistas Vicent van Gogh, Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De los compositores Peter Tchaikosvsky y Freidich Handel...

De personajes con dificultades severas en su aprendizaje, mencionar, entre otros, a Walt Disney, Wiston Churchill, Thomas Edison – que no aprendió a leer hasta los doce años y que incluso tuvo dificultades para escribir durante toda la vida, Albert Einstein – que no aprendió a hablar hasta los tres años y que padeció grandes dificultades para entender lo que se le explicaba en la escuela -.

Frida Kahlo, mexicana conocida en todo el mundo por lo inusual de sus colores y por lo perturbador de sus pinturas. Padeció de polio y un terrible accidente de tráfico a los dieciocho años de edad. Muchas de sus obras reflejan este sufrimiento. Sin embargo, nunca dejó de participar activamente ni en al arte ni en la política de su amado país.

El genial Francisco José de Goya y Lucientes quedó sordo a raíz de una enfermedad cuando contaba cuarenta y seis años de edad. Esto no le impidió ser el creador más importante del siglo diecinueve.

Franklin D. Roosevelt, nació en mil ochocientos ochenta y dos. Estudió en la universidad de Columbia. Su carrera política no llegó a verse interrumpida por la poliomielitis, que le dejó paralítico en mil novecientos veinte. Fue elegido presidente de los Estados Unidos en mil novecientos treinta y dos, en plena depresión, y reelegido sucesivamente en tres ocasiones.

Su política frente a la depresión, llamada New Deal, se situó en línea con el estado de bienestar. Dirigió a su país en la segunda guerra mundial, y murió en vísperas de la victoria, en mil novecientos cuarenta y cinco.

Cristopher Reeve, Supermán, actor cinematográfico que ha hecho y hace las delicias de pequeños y grandes, por sus fantásticas interpretaciones de superhombre.

En mil novecientos noventa y cinco se cayó de un caballo y se rompió el cuello. Fue a partir de ese momento cuando realmente se transformó en Superman. Creó una fundación; enardeció en la convención de su partido, el partido demócrata, y EE.UU. se volcó en su favor y en el de la causa de quienes se hallan como él.

En tres historias sobre ruedas, de una dirección de Internet de la Universidad de Navarra, se comentan los casos de tres personas tetrapléjicas.

Luis, sacerdote, tetrapléjico a raíz de un accidente de tráfico.

Sólo mueve el cuello y no puede ni cantar ni silbar. Su capacidad respiratoria es limitada.

Le gustaría recuperar su movilidad, pero no es fundamental para él. “No tengo complejo de víctima. A pesar de que hay muchas cosas que no pueda hacer, sí la mayor parte; y estas son, por supuesto, las más importantes. Dejaría de hacer lo que tengo que hacer, si me dedicara a lamentarme”, dice.

A las doce y media de la mañana, se encuentra rodeado de chicos y chicas que, con sus libros bajo el brazo, acuden a clase. A esa hora, Luis ha tenido tiempo para celebrar una misa, conceder una entrevista y desplazarse al campus. Acaba de salir del confesionario y le espera una sesión de fotos. Los medios de comunicación se interesan por él. “Siempre me preguntan por la eutanasia. ¡Pues no me da la gana¡. Yo no puedo ser un producto de desecho. Me siento superior; tengo suficiente vida como para no ser desechado”, afirma.

Miguel, quedó tetrapléjico en mil novecientos sesenta y seis a raíz de un accidente de tráfico, al dar un volantazo, con el que evitó a unos ciclistas, que circulaban sin luces en mitad de la lluvia.

La atención diaria y los apoyos que precisó al salir del hospital, los halló en la Compañía de Jesús. Estudiaba Teología, y su primer reto consistió en no perder curso; el segundo, ordenarse sacerdote. Consiguió ambos objetivos. “Tenemos más facilidades para integrar nuestra situación las personas vitales. Realmente te preguntas hasta donde has conseguido salir tú y hasta donde lo han hecho los demás”. Aumentó su relación con compañeros con los que antes no se trataba; y, su familia de sangre, que empezaba a dispersarse, se unió en torno a él.

Aún así, años después abandonó el ejercicio del sacerdocio. “Fue mi crisis de accidente. La necesidad de enfrentarme a la vida sin respaldos institucionales”, explica Miguel.

Poco antes del accidente dijo que no quería llegar a viejo para cuidar canarios, ocupación de sus compañeros jesuitas de mayor edad, y, también, para no depender de otras personas. “Me subleva perder autonomía. Pues bien, llevo treinta y un años dependiendo todos los días de otras personas. Es decir, lo que formulé de una manera, lo estoy viviendo de otra completamente distinta”

Esther no se sonríe, sino que ríe al contar su accidente. Las arrugas en torno a sus labios se multiplican, cuando comenta que fue un burro el causante de su tetraplejia. “Al ser de noche no lo vimos; cuando quisimos hacerlo, ya estabamos encima de él”.

En el Hospital de Tetrapléjicos de Toledo la llaman “Esther, la rubita”, por la alegría desbordante que lleva siempre consigo.

Ahora dice, con alegría radiante, que puede mover el cuello y los brazos. A veces sale por las noches y regresa a altas horas de la madrugada. “Haces muchos amigos y, como es gente con la que estás desde que te levantas hasta que te acuestas, coges mucha confianza”, comenta.

Esther necesita a alguien siempre a su lado y, aunque vive con su madre, y es esta quien le atiende, durante medio año lo ha hecho su hermana Yolanda.

Yolanda, licenciada en Sociología, planeaba independizarse antes del accidente de su hermana; pero luego encauzó su vida pensando en ella. “No es mejor ni peor; simplemente te adaptas”, asegura”.

De otras personas, he obtenido también referencias en Internet.

Incluyo pasajes del libro Palabras Previas, del doctor Iván Seperiza:

Una plegaria SIOUX manifiesta:

“Padre no te pido liberes mi carga, si te pido me des fuerzas para llevarla mejor”.

Todos tenemos alguna carga en la vida, lo importante es sobrellevarla dignamente y lograr que no entorpezca la realización de las metas que se pretenden para esta vida. Estos son otros ejemplos de autosuperación que reconfortan y dignifican al género humano:

Hellen Keller Adamas, nació en los EE.UU., Tuscumbia, Alamaba. A los diecinueve meses de edad, quedó ciega y sorda; más tarde, muda. Sin embargo, su profesora Anne Sullivan logró hacerla hablar a los siete años.

Obtuvo el grado “Cum Laude” y un master en lenguas. Destacó como educadora. Luchó para aliviar a las personas con discapacidad en todo el mundo. Fue una destacada trabajadora social y una gran escritora. Como ciega y sorda nos revela un mundo desconocido. Demuestra que la privación de los dos sentidos más importantes, no embota al ser humano. La "obscuridad silenciosa", no condena al aislamiento y tiene grandes compensaciones. Hay vibraciones sutiles, con maravillosas visiones interiores, que escapan al común de la gente.

En el mundo inmaterial no existe la ceguera ni la sordera, eso explica el poder de análisis, la capacidad de introspección y la sensibilidad exquisita que refleja en las páginas de sus libros, poéticamente escritos, donde muestra todo el poder de la mente. Dice Hellen Keller: "La noche de la ceguera tiene también sus maravillas. La noche de la ignorancia y de la insensibilidad, son las únicas tinieblas impenetrables".

Sus dos maravillosos libros "La historia de mi vida", escrito en mil novecientos dos, y "El mundo donde vivo", escrito en mil novecientos ocho, fueron los primeros en dar a conocer la realidad existencial de las personas ciegas y sordas. En el "mundo donde vivo" dice que puede "ver" con las manos: "Mis manos son para mí lo que el oído y la vista juntos para vosotros. ¡Cuántas veces viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos libros, hablamos el mismo idioma, y no obstante nuestras experiencias son distintas! Todos los actos de mi vida dependen de mis manos como de un eje central. A ellas le debo mi continuo contacto con el mundo externo. Mis manos son también las que me permiten salir del aislamiento y de la obscuridad.

Las ideas forman el mundo donde vivimos y las impresiones que percibimos, son las que nos transmiten las ideas. El aterciopelado de la rosa no es el del durazno maduro, ni el rostro con hoyuelos de un niñito. Cualquier objeto tangible pasa de forma completa a mi cerebro, sin perder su color de vida, y ocupa el mismo lugar que tendría en el espacio, ya que, sin egotismo, cabe decir que la mente es tan inmensa como el universo mismo.

Ninguna de las frases que se han dicho sobre la luna y las nubes me entristece o aflige; sino que, por el contrario, transportan mi alma más allá de la realidad que limita mi desdicha. Los críticos niegan a priori un mundo que nunca han visto, y que yo siento. Algunos hasta llegan a negar mi existencia. Por eso, para convencerme a mí misma de que existo, suelo recurrir al método de Descartes: "Pienso, luego existo". Así me instalo en el mundo metafísico y vivo cómodamente en él, y a aquellos que dudan de mi existencia, les impongo como pena que traten de probar que soy un fantasma".

Stephen Hawking, genial científico nació en Inglaterra el ocho de enero de mil cuatrocientos cuarenta y dos, fecha del tricentenario de la muerte de Galileo Galilei.

Iniciado en la investigación cosmológica en la Universidad de Cambridge, conmocionó al mundo con el libro "Historia del Tiempo", un auténtico “best-seller”.

Ha revolucionado los conceptos científicos del Universo, con su obra teórica sobre los agujeros negros, el Big Bang, la cosmología cuántica y el origen y naturaleza del Universo. Esto le ha llevado a ocupar el sillón académico de Newton, en la Universidad de Cambridge, siendo el científico más famoso desde Einstein.

A los veintiún años supo que padecía ELA, una enfermedad degenerativa de las neuronas motoras, que lo ha dejado postrado en una silla de ruedas, con una parálisis casi total.

Impacta verlo en su silla de ruedas, enflaquecido y retorcido por la contractura muscular secundaria a la degeneración neuronal de que padece. Solo hay unos pocos músculos que puede mover, y son esos músculos los que le permiten usar un ordenador, especialmente adaptado para pequeños movimientos de dos de los dedos de una mano, el último vestigio de libertad corporal que aún mantiene. De esta manera sigue comunicándose con los demás y creando nuevos conceptos científicos revolucionarios.

Con una actitud mental sorprendente, no permite que la terrible enfermedad obstaculice su desarrollo científico, y comenta "mi cuerpo estará apagado pero mi mente está lúcida".

Leslie Lemke, vino al mundo en el año mil novecientos cincuenta y dos. Fue abandonado en el Hospital por sus padres, al poco de nacer, cuando estos supieron que la criatura que habían traído al mundo, era un ser prácticamente vegetal, de marcado retardo, sin ojos y afectado de parálisis cerebral. Estaba condenado a morir apenas se suspendira la alimentación parenteral, que le mantenía con vida. Carecía de reflejos y no podía reaccionar ante ningún estímulo.

May Lemke, una menuda mujer, mayor de cincuenta años, vivía sola con su marido. Sus hijos ya no compartían el hogar, al habérseles independizado.

Era colaboradora del hospital y se interesó por el recién nacido. Pidió autorización para llevárselo a casa. Se le explicó que moriría a las pocas horas, pero ella insistió y pudo hacerlo. Contra la opinión científica, logró mantenerlo con vida. Soportó burlas e incomprensiones. Pero de forma abnegada, le cuidó con un gran amor.

A los dieciséis años, Leslie pudo moverse un poco, merced a sus denodados esfuerzos. A los dieciocho años, May comenzó a estimularle con música. Le mantenía todo el día en la escucha de música clásica. Compraron un piano, en el que, con gran dificultad, le hacían apoyar las manos.

A los diecinueve años, Leslie era un gigantón, no hablaba, no caminaba, tenía una vida pasiva y seguía desconectado del mundo.

Una noche, a las tres de la madrugada, comenzó a escucharse una bella música en el hogar de los Lemke. May preguntó a su esposo, si había dejado la radio encendida. Este dijo que no. May bajó del segundo piso a comprobar la causa de tan hermosa melodía, y al llegar al salón casi cae desmayada.

Encontró a Leslie sentado ante el piano, interpretando magistralmente el concierto para piano número uno de Tchaikovsky. Allí ante ella estaba el “milagro”, por el que tanto había pedido; un ser vegetal, cerebralmente condenado a morir al poco de nacer y sin ojos. Un ser que nada habría podido hacer por sí mismo en cuantos años le quedaran de su pasiva vida. Sin embargo, una noche, él mismo se había levantado, situado ante el piano; sentado y comenzado a tocar una hermosa melodía.

Desde ese día todo cambió de nuevo en el hogar de los Lemke. Los progresos de Leslie fueron tan acelerados, que hoy día camina, baila, puede llorar, canta maravillosamente, habla de manera fluida e imparte conferencias, que junto con sus conciertos para piano, destina en beneficio de los niños con problemas de retardo mental.

De entre los personajes aún vivos de mayor notoriedad mencionar finalmente a Carly Simon – cantante, que padece de tartamudez -, Tom Cruise – actor, que padece la enfermedad de parkisson -; José Feliciano – ciego, maravilloso compositor y cantante - ...

Qué maravillosos ejemplos de grandeza humana. La verdadera capacidad de las personas, se halla en la mente y en el corazón de quienes también de esta manera nos reconcilian con el Cielo.

El camino de la vida resulta difícil de por sí, pero algunas personas que padecen de graves discapacidades físicas o síquicas, lo hacen incluso con una sonrisa en los labios.

Lo que es cierto es que, no tenemos más remedio que preguntarnos, ¿adónde nos lleva realmente el camino de la vida?


5


El camino de la vida conduce sin duda a la muerte. Pero ¿por qué se siente tanta tristeza cuando esto sucede?.

Leo, al tiempo que respondo a un correo electrónico de Susana, que esta mañana, veintinueve de julio de 1999, un niño ha muerto arrollado por un camión, cuando regresaba a su casa en bicicleta.

La muerte de los niños me golpea en las entrañas. No es justo que los niños mueran sin haber vivido. Sin duda los niños que mueren, dan por culminado el trayecto de sus vidas. Pero lo hacen sin cubrir las principales etapas. En realidad, es como si los niños nos hicieran trampa.

Me inquieta la muerte. Y me inquieta, porque no la comprendo. No comprendo que se viva simplemente para morir, sin otra finalidad que nos trascienda, sino la de aprovisionar, atemorizados, a un cuerpo que envejece, más deprisa de lo que pudiera parecer.

Los seres humanos, en su práctica totalidad y aún en mayor grado los pretendidos escépticos, nos aferramos a la supervivencia tras la etapa de la vida. Vida distinta, pero de continuación de esta, ya sea de una u otra manera.

Doy por ciertas las experiencias de casi muerte, en las que las personas que viven el trance y regresan, aseguran que hay vida más allá de esta que conocemos. Doy incluso por ciertas las esperanzas de un mundo mejor, tras este transido de dolor. Lo que me cuesta admitir es el dolor de los niños. Fue el propio Cristo quien, inflamado de amor, dijo “dejar que los niños se acerquen a mí”. ¿Cuál es pues la razón, para que un niño muera; no camine; no oiga o no vea?. ¿Es que Dios pretende enmendarle la plana a su más selecto enviado? ¿Para qué nos envió Dios entonces a su hijo?. Los niños, que somos todos, necesitamos de la vida. Vivirla a plenitud, siendo conscientes de lo bello y armonioso que resulta vivir. Y vivir, es hacerlo con los cinco sentidos. Es hacerlo con la vida y no con la muerte. Es hacerlo, gozando de la totalidad de los instantes, lejos del permanente miedo a que alguien ponga el fin a nuestras vidas sin previo aviso.

El camino de la vida tiene paradas, paisajes, lugares de encanto y lugares de miedo; pero tiene ante todo una meta. La meta, para unos, de llegar a ser el más importante, el más poderoso; el mejor en el trabajo, el más querido o cualquiera otra e incluso ninguna de las anteriores. También pudiera ser que la meta fuese llegar a la felicidad a cualquier costa, e incluso integrarse en el más allá, sin aguardar el exacto momento en que esto corresponda. Lo más inquietante, sin embargo, es que aquellos que consiguen los objetivos que se trazan, admiten de una u otra manera, no llegar plenamente al sosiego. ¿Cuál debe ser pues el objetivo que me plantee yo a mis cuarenta y siete años, visto lo visto y vivido lo vivido?. No me gustan ni el poder, ni la notoriedad o la riqueza extrema, aunque contradictoriamente, tal vez un poco de esto último no me viniese nada mal. No me gustan tampoco ni el trabajo en demasía ni la responsabilidad en exceso. No puedo por tanto sublimarme a través de lo uno o de lo otro. Por todo ello me resulta en extremo complicado plantearme una meta, en la que me halle a plena satisfacción.

Y, pese a todo, lo que en realidad más me inquieta, es que si, por un casual, en este mismo momento una hada buena o el propio Dios llegasen a mí con su varita mágica, no sabría realmente qué pedirles ni qué deseos procurar.

Evidentemente abogaría por un mundo mejor y por que se acabaran las guerras; porque no hubiese desastres ni naturales ni provocados, y para que, ante todo, se respetaran las gentes todas. Pero tal vez lo que a mí personalmente más me satisficiese, fuera hallar la respuesta o respuestas, que tanto anhelo y que tan denodadamente busco.

Respuesta a los interrogantes que enturbian este, mi presente de zozobra. No tanto respuestas a los interrogantes de lo de más allá, que me preocupan y mucho, como de lo de más acá; del momento y la situación de permanente desasosiego, que me alejan de la deseada plenitud.

Hablo con Gustavo, mi buen amigo peruano, con el que me une una antigua amistad de siglos:

- Gustavo, ¿qué sentido tiene el dolor?

Gustavo se sonríe. Me contempla con sus grandes ojos de intelectual, en permanente búsqueda del manantial de la sabiduría.

Me remite a San Pablo.

- El dolor es lo que nos permite hallar la luz en mitad del camino. Encontrarnos a nosotros mismos, y una voz que nos diga, Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Y tal vez sea como él dice. Vagamos en busca de la luz, que es a un tiempo el amor que nos conforta y la dicha que nos une. Pero bien es verdad que en ocasiones, luchamos contra la humano y contra lo divino, sin pararnos a pensar en lo mejor que nos convenga para alcanzar el objetivo. Lo hacemos, ante todo, en busca de la luz del conocimiento supremo y de la perfección de alma, camino de nuestro Damasco particular.

Buscamos, en suma, la sabiduría.

Le comento a Gustavo que he descubierto a través de Internet a una persona sabia. El doctor Iván Seperiza Pasquali, de Chile.

El doctor Seperiza ha puesto al conocimiento de todos, sus años de investigación. Cualquiera que disponga de Internet, puede acceder, sin problemas y sin tener que pagar nada por ello, a todo cuanto ha escrito y reflexionado este hombre, al que admiro por esto y por la profundidad de su pensamiento.

Dice el doctor Seperiza:

Conocer la luz no significa ser iluminado
Conocer la bondad no significa ser bueno
Conocer la enseñanza no significa ser sabio
Conocer el camino no significa que este haya sido recorrido.

Él cree “saber” qué es lo que hay al final del camino. Ello le motiva aún más a seguir avanzado, para hacernos partícipes de sus progresos.

Comenta Gustavo de estos anhelos:

- Seguro que hay un final, y estoy convencido también de que muy bello. Pero el camino se nos hace extremadamente duro, porque lo es aún más la terrible enfermedad social que padece el género humano, sometido como se encuentra a un gran cambio en apenas un breve lapso de tiempo. Hay personas que han pasado de la edad de piedra a la de la inteligencia artificial, sin etapas intermedias. No hay quien lo resista. Te digo, que esto revienta por los cuatro costados en cualquier momento.

Gustavo ha recorrido el mundo de arriba a abajo. Es experto en relaciones internacionales, consultor de la UNICEF, sociólogo y letrado. Por ende es un intelectual con el que resulta un placer la tertulia.

Sin embargo, lo que Gustavo no comenta es su propia historia de dolor. Sufre de la incomprensión de los suyos, fundamentalmente por razones que tienen que ver con la política. De hecho no reside en Perú, sino que lo hace en Europa, y vive como en una especie de autoexilio. Esto le impide, entre otros, disfrutar del recuerdo de la niñez y de las calles de su Lima señorial, de bellísimos balcones.

- Te he de confesar además, que mi sufrimiento es doble. Busco el camino de mi vida, tal como tú lo haces, y al tiempo busco la perfección. Lo cual ya resulta en sí de manifiesta soberbia. Lo peor de todo, es que no sé realmente, qué hacer con mi vida en estos momentos. De unos años a esta parte vengo meditando seriamente en la posibilidad de hacerme sacerdote. De otro lado, con gusto volvería a dedicarme al sacerdocio de la política. Creo también que podría ser un buen gestor en temas de discapacidad. Es por ello que me estoy especializando en estos temas. Para ayudar a Hispanoamérica y para ayudarme a mí mismo también.

Gustavo se apasiona por el destino común que vincula a Europa y América. La discapacidad es un campo, en el que, entiende los lazos debieran estrecharse aún más, como hacen los buenos hermanos con los que son más desvalidos.

- Desde mil cuatrocientos noventa y dos, para bien y para mal, los destinos de Europa y América se encuentran entrelazados. Si la primera América fue destruida por los conquistadores, la segunda comenzó a surgir de las cenizas, en el preciso momento que las semillas traídas de América lo hacían en Europa. Ahora lo justo es que se nos retornen las semillas mejoradas – comenta.

Admito con Gustavo, que yo también he descubierto América, como ella ha descubierto algo en mí que creía dormido. Le narro que la primera vez que pisé suelo americano, en la dolorida tierra de Honduras, experimenté una emoción próxima al temblor. En Honduras sentí la sensación del “déjà vu”, de haber estado antes allí. En la Terraza del Caribe, a poco más de una hora de camino de San Pedro Sula, las estrellas se pegaron a mi mano; el cielo se hizo uno y llegué a una situación cercana al éxtasis. ¡Qué cielo tan bonito, Dios!.

Nunca he sido un extraño en ninguna de las benditas tierras de América y no lo fui en Honduras, ni en México ni en ningún otro lugar en el que me haya encontrado. Bien es verdad que a ello contribuyeron en gran medida el calor de las gentes y las señas hispanas, presentes por doquier.

Cuando uno se encuentra en América, se aprecia en toda su magnitud, el tremendo símbolo de universalización, que supuso para el conjunto de la humanidad, el contacto con gentes que se encontraban más allá del fin del mundo, de aquella época tortuosa.

Me entristezco, sin embargo, con mis hermanos americanos, a causa de las barbaridades que se cometieron por algunos de los conquistadores y por la desaparición de culturas anteriores a las de la propia Europa. Pero aún siendo así, basta contemplar un mapa de la época, para valorar la decisión que debió animar a aquellos hombres, semejante en cierta medida a la que puedan experimentar los humanos, que algún día se adentren más allá de los confines del sistema solar.

En América he recalado por motivos profesionales. Pero estoy agradecido, y quiero dejarme deleitar en sus bellos puertos y parajes, para caminar por el hermoso camino que se me ofrece.

No debiera haber fricciones por hechos acaecidos tiempo atrás. De otra parte, pareciera razonable también que los seres humanos se diesen de una vez la paz, los unos a los otros. De los griegos a la expansión romana, continuando por los inicios del cristianismo; de la edad media al ascenso de occidente; del triunfo del liberalismo al advenimiento de las ideologías. El triunfo lo ha sido a veces de la sinrazón. El mundo refleja siempre los conflictos que padece el ser humano, para alcanzar, de una vez por todas, la estabilidad emocional, que le lleve en algún momento de su historia, a quererse de verdad a sí mismo.

Habitualmente no suele darse el hecho de que mis amigos americanos hablen de la conquista. Sin embargo, a veces ocurre, y no sé en ese momento cómo actuar para no perturbar su sensibilidad, herida por siglos de desencuentros.

Tal vez el mayor dolor que causaran los españoles no fuese el del exterminio o el de la propagación de terribles enfermedades, sino el de cambiar por la fuerza, la mágica concepción del mundo que tenían los habitantes originarios.

Bien es verdad que antes de que los españoles hicieran de las suyas, la crueldad rampaba a sus anchas por América.

En vísperas de la conquista española, el rey azteca Auhizotl, consiguió que su soberanía fuese aceptada en todo el centro de México. Como ofrenda al Dios del Sol, hizo sacrificar a veinte mil cautivos en la consagración del gran templo de Tenochitlán.

De la grandeza de América dan muestras lo grande de sus gentes, pero también sus museos. A estos efectos resulta sorprendente, por ejemplo, visitar el Museo Nacional de Antropología de México. Puede uno seguir la evolución del hombre en América, desde los orígenes a la cultura de los olmecas, de los mayas a la más reciente de los aztecas.

A mí personalmente la cultura que mayor impresión me produjo, fue la de los olmecas. Es realmente fantástica, te deja con la boca abierta. Monolitos inmensos de basalto, algunos de construcción y figuras increíbles; rostros negroides, de perfección sublime.

¿Cómo pudieron realizar semejantes bellezas? . Evidentemente quien construye así está tocado por el Cielo y se aproxima a las estrellas.

Gustavo está conmigo que quien hizo eso o pudo medir el tiempo y dominar el conocimiento de los astros con tanta precisión, no superada en algunos casos, debió de ser gente muy especial:

- Tal vez extraterrestres – ríe, con risa de duda.

Pero lo cierto es que la civilización de los olmecas es sin duda de las más misteriosas de América.

Los olmecas opinaban que el verdadero significado de la existencia, consiste en participar y propiciar el mantenimiento del desarrollo cósmico. Así se desprende de los grabados que se encuentran en sus enormes estatuas de piedra.

Meditaban para mantenerse jóvenes y en un estado de vitalidad óptimo. Eran conscientes de que el pensar no hace daño; al contrario, resulta beneficioso en extremo.

Esculpieron hace más de tres mil años, centenares de gigantescas esculturas y de enormes cabezas de piedra, de más de veinticinco toneladas. Luego las desplazaron kilómetros y kilómetros por tierra, río y mar; y de todo ello y de cosas aún más sorprendentes, no nos han dejado sino escasos jeroglíficos, que no ha sido posible desentrañar en su totalidad hasta el momento.

A los olmecas se les conocía como los hombres - jaguar. Queda la duda de sí hombres y jaguares llegaran a constituir una raza de hombres felinos. Pero lo que no se puede negar, es la habilidad de manejarse con el basalto, con el jade, que aún hoy día nadie es capaz de emular, y con el enigma de sus esculturas gigantes, algunas de las cuales podrían representar seres de fuera de este mundo.

Gustavo no se enoja por los tiempos pasados. Se lamenta de la destrucción de símbolos culturales, que hay que achacar también a los intereses comerciales, a las guerras y desidias, que destrozan tanto o más y en mayor grado que cualquier conquista.

Gustavo es un enamorado de la cultura europea, que no contrapone según él a ninguna otra, y que aprecia y domina hasta unos extremos, que resulta difícil de estar a su altura.

Me habla de los grandes pensadores y buscadores de la verdad de todos los tiempos, que nos ayudan desde hace siglos en el camino:

- Ese camino que buscas; que en realidad todos buscamos, lo iniciaron hace siglos grandes pensadores. Platón discípulo de Sócrates, fundó una escuela filosófica que llamó Academia. Su doctrina dualista hace del mundo visible una copia imperfecta del mundo eterno e inmutable de las ideas, presidida, según él, por la idea del bien. En su obra “República”, plantea la conocida teoría del estado ideal. Un estado a la vez aristocrático y colectivista, regido por filósofos – dice.

Luego me habla de Aristóteles, a su vez discípulo de Platón, y de la concepción que este tenía del universo: la materia da realidad a cada ente individual, pero las formas son universales y pueden ser captadas mediante la abstracción, lo que hace posible el conocimiento científico.

Como Gustavo es conocedor de mis desvelos por la bella ciudad andaluza de Córdoba, me habla de Averroes, filósofo árabe aristotélico, que defendió el pensamiento racional como una actividad independiente de la religión. Luego lo hace de Maimónides, filosofo judío medieval, que negó la contraposición entre religión y fe. Finalmente me habla de Séneca, de obra inspirada en la filosofía estoica.

Luego menciona de carrerilla a Hermes, a Trismegisto, a Santo Tomás de Aquino, al beato Fray Raimundo Lulio, a Basilio Valentín y Dom Pernity, a San Gregorio Magno, a Sir George Ripley, a San Vicente de Paul, a Ferrarius, a María la judía, a Jacob Sulat, a Filaleteo, a Paracelso, Pitágoras, Heráclito, Nicolás Flamel, Fulcanelli, Eugene Canceliet, Armand Barbault, Louis Cattiaux, a Isaac Newton, a Dante Alighieri, Geber, Avicena, Rhazes, Arnaldo de Villanoba, Ko Hung, Nargarjuna, Calid, Roger Bacon, Christian Rosenkreutz, Alexandre Sethon, Cyrano de Beregerac y a todos cuantos con sus enseñanzas, trabajo y mensajes han contribuido y contribuyen a iluminar el camino de nuestras vidas.

Pero Gustavo es ante todo una excelente persona, de extrema generosidad. Él me ha abierto los ojos a nuevas experiencias. Y vive las suyas como una realidad, en la que Dios se constituye en la referencia de todos sus pasos.

Gustavo me sugiere, me indica; me aconseja. No sé como corresponder a sus atenciones:

- Gustavo, me gustaría poder pagar el bien que me haces.

- Lo haces con tu amistad – me dice.

Gustavo se ha desplazado a Cuba, México, Honduras y Chile, sólo por ayudarme en los encuentros de telecomunicaciones y discapacidad, que hemos mantenido hasta el presente.

No hay otro interés en él, sino formarse, asesorar y ayudar. De haberlo, difícilmente podría corresponderle de otra forma que no fuese con mi amistad, y la poco útil información que le ofrezco.

A mí me admira esta entrega, que no me parece sea muy corriente.

- Gustavo, ¿por qué haces esto en realidad? – Le pregunto, sin que él se sienta molesto por una cuestión, en realidad impertinente.

Gustavo tarda en responder. Junta las manos. Me contempla en cariño con sus ojos de buenazo:

- Como puedes imaginar, he de mantenerme. No vivo para trabajar, sino que trabajo para vivir. ¿De dónde obtengo el sustento?. Es realmente complicado de explicar. Soy una especie de “free lance”, que aún mantiene buenos contactos de su etapa anterior en la política. Lo que sí te puedo decir, es que mi vida no va a seguir así para siempre. Llevo más de diez años en esta situación, y me encuentro muy cansado. Como tú, y como hemos comentado, he dado inicio a mi propia búsqueda, que en algún momento me ha de llevar tanto al peregrinaje interior, como al exterior. El interior lo vengo recorriendo de momento con mis oraciones. En cuanto al viaje de los sentidos, tengo el propósito de recorrer Tierra Santa, y los lugares del Antiguo Testamento. La Ur de los caldeos, que es la actual Tal al Muqayyar, situada al sur de Irak. En este lugar, Abraham escuchó la palabra de Dios. Tras ella recalaré en el Monte Sinaí, lugar en el que Moisés recibió las tablas de la ley. El monte Nebo, desde el que pudo ver la tierra prometida. Continuaré tras las huellas de Jesús, desde Belén a Jerusalén, para finalizar en Damasco, símbolo de la conversión de Pablo, y posteriormente Atenas, escenario de su discurso a los paganos. Mi propósito es testimoniar a Cristo con mi esfuerzo y renuncia. Mis propios caminos de dentro y de fuera, quiero que sean de aportación a un mundo mejor para todos.

Gustavo es un lujo de persona, sensata, culta y de bondad. Aporta serenidad al grupo, y de su conocimiento surgen ideas, que nos acercan a ese objetivo común, de hacer de las telecomunicaciones un instrumento de bien para todos.

Estoy con él y con Susana en lo providencial de habernos conocido. De haber sido otra la dedicación de nuestras vidas, jamás hubiésemos podido compartir aquellos momentos, y los que aún nos quedan por vivir.

Algunos de esos momentos forman parte del haber de mi existencia.


6


El Grupo Especial de Trabajo Hispanoamericano de Telecomunicaciones y Discapacidad, lo constituimos siete personas. Una representa a Chile, otra a Costa Rica, otra a México, otra a Perú, otra a Uruguay, otra a Venezuela y yo mismo, que represento a España, y soy además quien coordina el grupo.

Las personas que formamos parte del Grupo, no lo hacemos tanto representando a nuestras compañías, que sí lo hacemos, como representando personalmente la disposición a ocuparnos del tema concreto que nos reúna.

Y ese asunto no es otro en esta ocasión que planificar el segundo congreso de telecomunicaciones y discapacidad. Congreso que tendrá lugar dos meses más tarde en la capital del Perú, Lima, durante la segunda quincena del mes de mayo.

El Grupo es un grupo conjuntado, con ideas y propósitos cuando menos semejantes, excluyendo los condicionantes a que nos obligan las diferencias que se derivan de las actuaciones de nuestras respectivas compañías. Estas diferencias condicionan a su vez el tratamiento y la realidad de los problemas que afectan a las personas con discapacidad, en cada uno de los ámbitos de actuación respectivos.

Lo habitual en la expansión de las telecomunicaciones, en cualquier lugar del mundo, es ocuparse en primer lugar de la extensión de las infraestructuras. Una vez llegado a cierto desarrollo, es cuando se tienen en consideración las necesidades concretas que plantean las personas con discapacidad.

Pero es un error. La discapacidad en el ámbito de las telecomunicaciones, no sólo afecta a las personas que en razón de su minusvalía o deficiencia, se ven imposibilitadas para la realización plena de una actividad de relación social, de comunicación o de trabajo, sino que en algún momento de la vida y en determinadas circunstancias, a todos nos alcanzan.
Imaginemos una noche sin luz, en la que no sea posible distinguir las teclas del teléfono. Somos así más desvalidos que las personas ciegas. Es por ello, por ejemplo, que la mayor parte de los teléfonos incorporan el resalte en su tecla cinco: para la orientación, no tanto del ciego, sino del que ve. Curiosamente en algunos casos el ciego puede incluso tener dificultades, por la situación invertida de la posición de las teclas del teléfono, respecto de la calculadora.
Imaginemos, por otra parte, una persona sin discapacidad, que viva sola, afectada de una situación emocional que le impida el razonamiento: por ansiedad, dolor extremo o enajenación. La solución, que a todos nos humaniza, ante la imposibilidad física de una presencia humana que conforte, puede ser un teléfono de colgante y de marcación automática de un número de emergencia. Imaginemos de otra parte a una persona que precise de auxilio en un lugar remoto, donde no sea posible hallar un teléfono cercano: puede encontrarse entonces más desvalida que un niño extraviado en mitad de la noche. Un teléfono móvil puede ser la respuesta.
Pero no es sólo en telecomunicaciones, sino también en otros ámbitos de la vida, donde es preciso un compromiso social de acercamiento a la accesibilidad. Las personas necesitamos movernos por la ciudad sin impedimentos. Los transportes y las telecomunicaciones tienen que ser accesibles, pero también lo han de ser el hogar y los edificios públicos, en cuantas actividades de la vida sea necesario. Todos queremos vivir una larga vida, y debemos facilitarlo en cuanto sea posible.
La persona mayor con el tiempo llega a perder vista, a perder oído y a perder movilidad. Es por ello que la discapacidad no es algo ajeno, que afecte sólo a otros, afecta a todos y afecta a la sociedad, que ha de proveerse de medios accesibles para que las comunicaciones y las relaciones sociales y laborales, sean accesibles para todos.
Era ya tercer día de mi estancia. Habíamos mantenido una primera reunión formal en la mañana. En la tarde, más relajados, comentábamos de nuestras experiencias en soluciones concretas.
Yo, les comenté el caso de Matilde, de más de ochenta años y sordociega.

Matilde fue en su juventud una mujer de las de armas tomar. La guerra civil había marcado su vida, como la de tantos españoles de la época. Durante la guerra, e incluso después, ejerció como enfermera. Cuando yo la conocí era aún una mujer de vigor y energía, virtudes que probablemente la mantenían con vida.

Conservaba cierta belleza, de la que sin duda debió gozar a raudales en la juventud. Pero Matilde lo que conservaba ante todo era un genio de mil demonios.

Se relacionaba poco y mal con la familia. Vivía sola, en un edificio en el que la única compañía con la que contaba, era la de otra mujer, ciega, y de edad parecida a la suya.

La mujer ciega, de la que desgraciadamente no volví a saber, se encontraba desahuciada de los médicos, y esperaba la muerte tendida sobre la cama. Su única compañía la constituía un colgante de teléfono pendido del cuello.

Pero de Matilde, de la que hace unos meses supe que aún vivía, lo hacía seguro por la inmensa voluntad de hierro que le impide doblegarse.

Tiene el cuerpo atravesado de clavos, mal el corazón, un riñón no le funciona y no sé cuantas cosas más. Pero, a pesar de ello, y de que no ve ni oye, sale a la calle, viaja por placer, y se relaciona malamente con los vecinos.

Conocí a Matilde, cuando una persona de la organización de ciegos, nos solicitó un teléfono especial para ella.

Naturalmente que existen teléfonos para personas sordociegas. Esencialmente son teléfonos de textos, en los que la comunicación escrita se realiza por el método braille. Pero son caros y de importación, generalmente fabricados en Noruega, Suecia o Dinamarca.

Lo cierto es que el aprendizaje del teléfono es complicado y requiere cuando menos de una edad adecuada y una enseñanza paciente.

Con Matilde no resultó posible la aplicación de este sistema.

La solución para ella fue la de un teléfono manos libres de teclas grandes, con salida por altavoz de gran potencia.

Con el uso del teléfono en esta modalidad, llegamos a instruir a Matilde, situando las manos sobre el altavoz, a distinguir los tonos de llamada y de comunicando, de los de la voz humana de respuesta del otro lado.

Probablemente Matilde quería otra cosa. Quizás alguien que velase por ella en la distancia. Un ojo electrónico que le ofreciera tranquilidad y algo de compañía.

De hecho me comentaba que quería que las llaves de su casa las tuviese la policía, para que se pasaran de cuando en cuando por allí y se interesaran de paso por ella:

La habían intentado robar y se hallaba muy pesarosa:

- Matilde, yo creo que no es posible lo que usted dice. Imagine a la policía con miles de llaves en los coches patrulla. Se harían un lío. Si usted tiene problemas, marque el cero noventa y uno y diga lo que le pasa y donde vive – le expliqué como pude, ayudándonos de papel y de lupa.

Matilde me llamaba con frecuencia al trabajo, pero, como es obvio, no me resultaba posible transmitirle otra respuesta, sino vibraciones por el altavoz de su teléfono. Escuchaba lo que ella me decía, cuitas generalmente de lo mal que la tratábamos. Pero ella lo único que entendía de mí, es que yo la escuchaba y que respondía cuando ella cesaba en sus quejas.

Matilde se rompió una pierna y pudo a través del teléfono dar aviso a su familia. De otra manera quizás hubieran pasado días, hasta que alguien se hubiese percatase de ello.

Gustavo responde que estas soluciones son generalmente posibles en los países desarrollados. Ofrece datos que a todos nos hacen reflexionar y ponernos serios:

- Una discapacidad potencial, que ningún ser humano puede eludir, es la de la vejez. Todos queremos llegar a mayores. Y de mayores se pierden reflejos, vista, movilidad. Pero, ¿saben una cosa?. Ya en mil novecientos noventa y cinco, Europa contaba con un porcentaje de personas mayores de sesenta y cinco años, cercano al quince por ciento de su población. Por esas mismas fechas, Africa, no llegaba al tres por cierto, y América Latina y el Caribe al cinco por ciento. En cuanto a personas con discapacidad, Europa tenía, también por esas fechas, un promedio de un diez por ciento de su población afectada de “discapacidad oficial”. En los países en desarrollo, además de la terrible discapacidad de la pobreza, del hambre y de la violencia, el número de personas con discapacidad, se sitúa en torno al veinte por ciento. Y si se incluyen familias y parientes, los efectos adversos de la discapacidad, pueden alcanzar al cincuenta por ciento de la población.

Al tiempo que refiere esto Gustavo, y sin perder un ápice de atención a cuanto dice, hojeo un interesante libro, especializado en el trabajo de las personas con discapacidad. En una de sus páginas ofrece el dato de que, en mil novecientos sesenta y tres, la Asociación Nacional de Inválidos Civiles, ocasionados por la Guerra Civil Española, cifraban en ochocientas mil, las personas que sufrían, en aquella época, de deficiencias que les impedían o menoscaban la capacidad para el trabajo.

Tenemos presentes las guerras y nos olvidamos a veces de las amputaciones de miembros, de las minas personales, de las barbaridades que en este mundo “civilizado” se dan contra quienes son más débiles o indefensos.

Unas setenta personas se ven afectadas diariamente en todo el mundo por las minas personales. Setenta personas que pierden brazos, manos, ojos, oídos o sencillamente mueren. Muchos de ellos niños.

De otra parte de aquí al año dos mil, unos trece millones de niños quedarán huérfanos en todo el mundo a causa del SIDA.

Un país no puede considerarse civilizado mientras no aborde humanamente los problemas de las personas que padecen de discapacidad. De igual manera el mundo jamás podrá hallar la paz, hasta que no asuma el compromiso espiritual de dar ayuda plena al más necesitado.

Pero no dar lo que nos sobre, sino lo necesario, para que todos tengamos unas condiciones similares de partida. Han de ser la capacidad de nuestras mentes, corazones y voluntades las que pongan el listón a las personas. Es mejor para todos.

En una feria especializada en soluciones para las personas con discapacidad, celebrada en Madrid en junio de mil novecientos noventa y cinco, vino a mí una mujer, que me produjo uno de las mayores impresiones de humanidad que recuerde.

Estaba afectada desde la niñez de una extraña dolencia, que impedía el desarrollo de sus huesos. De hecho, carecía realmente de huesos. Es algo que se conoce vulgarmente como “huesos de cristal”, porque los huesos son como de cristal o de arena y cualquier golpe o movimiento brusco, puede significar lo peor para estas personas.

Venía tumbada en una silla de ruedas, de la que ocupaba en esa posición, sólo el asiento.

- ¿Tienen ustedes algún teléfono para mí? – me preguntó con gran interés.

Probé con ella de todo, con miedo a que cualquiera de mis movimientos pudiera hacerle daño.

No me atreví a mirarla a los ojos. Como si me sintiese realmente culpable de que ella se encontrara por mí en ese estado. Pero por el contrario, ella se mostró relajada. Al fin dimos con una solución de microteléfono de oreja y apagado y encendido de teléfono por botón.

Vino también una diminuta profesora de matemáticas, de poco más de un metro diez de altura. Quería probar un teléfono móvil que le permitiese localizar en cualquier momento a su familia. Con ella fue imposible prácticamente todo.

Probamos a colgar un teléfono móvil de su cuello. Le pesaba. Con todo lo peor es que cuando pretendía sujetarlo con las manos, no era capaz, ni aún menos pulsar cualquiera de los botones, que se le escurrían de entre los deditos.

La única solución que se nos ocurrió, fue la de un teléfono móvil con altavoz externo. Pero ello le restaba intimidad y resultaba muy complicado de manejar, y aún más pesado que el teléfono móvil simple.

Hoy la solución hubiese sido un teléfono móvil de marcación por voz, de poco peso, manos libres y descuelgue automático.

Para llegar a todo esto hay que conocer las necesidades de las personas; hablar con ellas, participar de sus dificultades.

Para saber lo que experimenta un ciego, basta con taparse los ojos unos minutos e intentar manejarse en las calles de una gran ciudad. Las grandes ciudades son como laberintos para las personas que vemos, imagínese lo que pueda ser para quien no vea.

Para saber lo que experimenta una persona en silla de ruedas, basta subirse a una de ellas y tratar de sortear coches, pasos de cebra, bordillos, accesos.

Pero no puede uno siquiera imaginar lo que experimenta una persona de cristal o un liliputiense, cuando se intenta manejar en la ciudad o con cualquiera de los elementos de los que nos servimos las personas “normales”.

Es probable que llegue el día en que cualquier cosa que se imagine, pueda llegar a tener lugar. De esa manera, serán el cerebro y la voluntad quienes nos capaciten. Sin embargo, hasta que eso ocurra, lo más auténtico serán siempre el amor y el afecto por los demás.

Será justo cuando el cuerpo de la humanidad pueda lucir todo su esplendor y las inmensas capacidades que realmente alberga como género humano.

El amor y los afectos nos habrán de ofrecer, hasta que llegue ese instante, la oportunidad de enriquecer nuestras vidas, con la ayuda a los demás.

La bella Lucía sufrió hace dos años, un terrible accidente al despeñarse mientras hacía escalada. Esto la dejó tetrapléjica, sin otra movilidad que la de un leve movimiento de la mano derecha.

Lucía era una mujer de las que te hacen volver la vista al pasar. Joven, hermosa, simpática y con un futuro envidiable, tenía todo cuanto puede soñar uno en esta vida.

El accidente no le restó belleza, pero el cuerpo en una silla de rueda, sin movilidad, se agosta sin remedio.

Sin embargo, lo que no se agostó ni se habrá de agostar de Lucía es su tenacidad. Reclamó de nosotros una solución para seguir manejándose con el ordenador.

Un equipo de personas se puso manos a la obra. Conseguimos adaptarle un ordenador, en el que absolutamente todos los programas y comunicaciones, los manejan el movimiento de su cabeza y las órdenes de su voz.

De esta manera le resulta posible manejarse en los programas informáticos de uso común, en los procesadores de textos, en español e inglés y en comunicaciones telefónicas y videotelefónicas, que incluso le permiten también estar en contacto visual con los compañeros de la oficina distante.

Lo más sorprendente no es conseguir que nuestra voz maneje el entorno de manera parecida a como lo harían nuestras manos, sino la voluntad de no dejarse someter por la inmovilidad.

Lucía es un ejemplo, como el de otras muchas personas, que denodadamente se resisten contra su infortunio.

José diseña desde Córdoba páginas de Internet con el sólo movimiento de la boca. Un puntero sujeto por los dientes, le permite manejarse con una gran soltura.

Ciertamente no ganaría ningún campeonato de rapidez. Pero las páginas que realiza son de una gran belleza, y nadie podrá imaginar jamás que quien las ejecuta, no tiene manos con las que valerse.

Estas y otras experiencias, que guardo como un tesoro, son de lo más hermoso con lo que me ha regalado la vida.

Conservo otras más, incluso es posible que las de mayor complejidad, no sean las que mantenga ahora con mayor presencia en el recuerdo. Lo cierto es que cuando ayudas a alguien, ese ayuda se te devuelve por mil.

Ayudar a través de experiencias o proyectos de trabajo, es también hacer camino.

Cierto es que confundo experiencias o proyectos de trabajo con experiencias o proyectos de vida. A veces no me resulta fácil discriminar unas de otras, y el resultado de todas maneras es el mismo.


7


De todas cuantas experiencias he participado, la de mayor satisfacción en lo humano, profesional e íntimo, ha sido la de la puesta en marcha del Teléfono de los Mayores, Teléfono de la Edad de Oro o Teléfono Dorado, que así de estas tres maneras es como se le conoce.

Los comienzos del Teléfono de los Mayores, se remontan a mil novecientos noventa y cuatro, cuando un sacerdote excepcional, el Padre Angel García, presidente fundador de Mensajeros de la Paz, vio llegado el momento de extender sus esfuerzos, a los niños de más de sesenta y cinco años, que son las personas mayores.

El Padre Angel lleva más de treinta y siete años entregado en cuerpo y alma a los demás. En realidad, lleva toda la vida dando su cariño a cuantos de él precisan.

Conocí al Padre Angel en septiembre u octubre de mil novecientos noventa y cuatro, con ocasión de una visita, en la que justamente solicitaba la colaboración de mi empresa, para la puesta en marcha de la iniciativa mencionada.

Repasando la historia de Mensajeros de la Paz, el propio Padre Angel comenta los hitos de mayor relevancia:

- Nuestra andadura comenzó en mil novecientos sesenta y dos, con el establecimiento de hogares para menores. Entonces quisimos cambiar la imagen de grandes e impersonales internados, haciendo de estos, hogares de familia. Con posterioridad, nuestro trabajo se centró en jóvenes minusválidos físicos y psíquicos. En los últimos años, se ha extendido a las mujeres maltratadas y a las personas mayores.

El propósito esencial que anima al Teléfono de los Mayores, es contribuir, por medio de la palabra, a paliar la soledad que tanto hiere a nuestros mayores.

El propio Padre Angel detalla los objetivos con mayor precisión:

- Conocer y compartir sus penas, alegrías, infortunios, esperanzas y desesperanzas, enfermedades, problemas, necesidades o situaciones. Ofrecerles la ayuda que proporciona una escucha adecuada, detectando situaciones de abandono o estados precarios, con el fin de desviarlos al servicio social correspondiente. Intentar dar una respuesta solidaria a determinadas necesidades inherentes a la persona mayor. Dar y recibir informaciones de cualquier tipo; entablar amistad con personas que estén dispuestas a ofrecer la suya. Aprender, en suma, de todo cuanto la vida nos enseña, para que el conocimiento compartido nos resulte de utilidad a todos.

En cuanto a recursos técnicos, el Teléfono de los Mayores, cuenta con cuarenta líneas telefónicas digitales, distribuidas entre doce comunidades autónomas de España.

La capacidad de inteligencia de las redes telefónicas, permite atender las llamadas en las comunidades autónomas en las que estas se originan. Sólo si en el origen se produce saturación, las llamadas se atienden en la sede central de Madrid. Por otra parte, la facilidad de desvío de las centralitas telefónicas, posibilita una atención durante las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año, con llamadas atendidas durante la noche, en los propios domicilios de los voluntarios, a los que les corresponda permanecer en atención.

Uno de los actos de mayor implicación personal para mi persona, en cuanto a dar a conocer, como ejemplo a difundir, qué es y qué representa el Teléfono de los Mayores, tuvo lugar en La Habana, en junio de mil novecientos noventa y ocho.

El escenario fue un congreso Hispanoamericano de Telecomunicaciones y Telemedicina, en el que se debatían cosas de gran trascendencia, cual por ejemplo, que el conocimiento médico llegue a lugares remotos, donde no exista otra posibilidad sino las telecomunicaciones.

Aguardaban todos la llegada del Padre Angel. Al final, por razones de última hora, no pudo asistir ni, en consecuencia, intervenir personalmente. Lo hice yo en su nombre, leyendo unos párrafos de la intervención, que él mismo había previsto.

De los amigos cubanos que leyeron y bebieron de sus palabras, guardo un cariño que aún hoy día conservo, con el mismo entusiasmo con el que me fue transmitido.

Decía el Padre Angel:

“Sabemos que aquí se encuentran reunidos, no sólo los mejores expertos, sino también unas personas excelentes. Y a estas buenas personas, cuyos sentimientos, a su vez, forman parte del gran entramado de buenos sentimientos de este mundo, les queremos hacer llegar nuestra palabra amiga.

El progreso técnico, en muchos campos, pero especialmente en el médico, está logrando que el dolor físico se atenúe de manera progresiva. Sin embargo, más importante que el dolor físico, es el dolor del espíritu, el del sentimiento. La soledad duele tanto, que la persona que la padece puede sufrir, hasta el punto de renunciar a la salud y a la vida misma. No sólo de pan vive el hombre. Es tremenda la soledad de pan. Pero más tremenda es la indiferencia, la exclusión, la incomunicación, el abandono, el no significar nada para nadie: soledad de palabra, soledad de cariño.

En el Teléfono de los Mayores queremos contribuir, en la medida en que nuestro conocimiento y nuestro cariño solidario a nuestros hermanos mayores, así nos lo permitan, a un mundo un poco mejor para todos.

Calidad de vida, sí, tal como dice el lema de este Congreso. Pero palabra amiga, esperanzadora, animadora, sincera, eficaz, también.

En el mundo desarrollado en el que vivimos, presentado tantas veces como modelo y meta para el mundo menos desarrollado, muere más gente de soledad que de enfermedad. Es una de las enfermedades más peligrosas que se padecen. Una enfermedad muy compleja, porque muy a menudo va acompañada de enfermedad física, depresión, ausencia de esperanza. Y sin esperanza no hay vida humana que funcione.

La medicina consigue que las personas vivan más años. Sin embargo, precisamente esos años de más, que quizá hayan sido arrancados a la enfermedad y que debieran por ello ser más intensos y plenos de felicidad, muchas personas mayores los atraviesan penosamente, marcados por una soledad insoportable.

Esta constatación, y el ejemplo de insignes hermanos, como Teresa de Calcuta y Vicente Ferrer, entre otros, nos llevan a plantearnos nuevas maneras de abrir canales de solidaridad, aprovechando las tecnologías actuales de la comunicación, especialmente la telefonía digital e Internet.

Qué duda cabe que miles de personas están pidiendo a gritos que alguien se aproxime, que alguien les ofrezca el auténtico y desinteresado calor humano. Por suerte hay mucha gente dispuesta a dar ese calor. Lo único que falta es aproximar el cariño de los que se muestran dispuestos a ofrecerlo, a aquellos que lo reclaman.

El Teléfono de los Mayores, es un vínculo y un vehículo a la vez, entre quienes pueden ofrecer su tiempo su experiencia y sus desvelos, y quienes necesitan urgentemente, de consideración, atención y afecto.

Eso es lo que queremos ser en el Teléfono de los Mayores: especialistas en cariño y en la atención de quienes necesitan ser escuchados, entendidos o apoyados.

El Teléfono de los Mayores surge pues, para tratar de paliar la soledad de aquellas personas mayores que en ocasiones viven enclaustrados en pisos inaccesibles, de los que rara y dificultosamente salen; rodeados de familiares que los soportan malamente, los ignoran, o los hostigan; condenándolos a encerrarse en sus solos pensamientos, apresados por un pasado que les perturba, impotentes (como si fueran niños pequeños) ante un presente que, en vez de resultar grato, los condiciona y se obstina en el dolor, sin salida posible”.

Así es el Padre y así es el Teléfono de los Mayores por él fundado.

El Padre Angel dice que cree en Dios y en los hombres. Su vida se mueve principalmente entre el amor y la fe. Nos es fácil encontrar a una persona en este mundo, a la que se le pregunte si es feliz, y responda con voz serena, al tiempo que con el ímpetu de quien no necesita pensárselo dos veces, “sí, plenamente”

Ese es el Padre Angel. Un hombre tímido que no quiere ser protagonista, y que a su pesar lo es, al tiempo que un ejemplo para quienes tenemos la suerte de compartir con su persona un poco del escaso tiempo de que dispone.

De las ideas solidarias del Padre Angel, he tenido la inmensa suerte de colaborar además, en las de proyecto de misa por Internet; en la de los perros para mayores, en la de la línea de la solidaridad, en la del teléfono solidario de personas sordas, en la del proyecto de mayores internautas y en la de la línea de atención de Alzheimer.

La misa por Internet y por Real Audio, pretende llevar la palabra solidaria de Dios a cualquier lugar de la Tierra, en la que esta sea precisa, en especial aquellos lugares en los que no exista otro medio de comunicación, sino el acceso a Internet a través del teléfono.

Es una ceremonia religiosa, en la que personas situadas en distintos lugares del mundo, leen, postulan, piden y coparticipan por teléfono y por correo electrónico, en una oración conjunta de solidaridad y de buenos deseos, de un mundo mejor para todos.

Los coparticipantes suelen ser habitualmente cooperantes españoles, destacados en lugares tan remotos como Japón, Australia ó África.

Esto le hace a ellos y a nosotros, mucho bien. Verdad es que mantener la misa con regularidad, resulta costoso y de una cierta complicación, por lo que habitualmente sólo se realiza en fechas señaladas.

Otra de las iniciativas de corazón, es la de los perros de compañía para personas mayores.

Los perros son como ángeles para los ciegos: cuidan de que nada les pase. Los perros para algunas personas mayores, son ángeles doblemente: les cuidan para que nada malo les ocurra, y al tiempo les ofrecen una razón para seguir viviendo.

Pero es extremadamente complicado adiestrar a un perro para una persona mayor, habitualmente de la raza labrador. El cuidado del mayor implica no sólo ser sus ojos, sino su olfato, para detectar escapes de gas; su fino oído, por si se produjese una intrusión; su fina sensibilidad, por si hubiese un escape de agua; incluso, su ángel protector, de haber quien les pretendiera hacer daño.

De todos los emotivos momentos que he vivenciado desde que vengo colaborando en Mensajeros de la Paz, el de mayor intensidad, acaeció en uno de sus hogares de niños.

No recuerdo el nombre del niño; pero tengo presente una fotografía, en la que éste se encuentra en brazos de S.M. La Reina. Siempre que veo la fotografía, se me hace llaga la minusvalía de este niño.

Es un niño que apenas respondía a ningún estímulo, excepto caricias, y aún así lo hacía con una leve sonrisa de lejanía. Le mantuve entre mis brazos durante unos minutos y no pude escuchar de sus labios siquiera un lamento.

La historia que me contaron del niño, es más o menos así:

El niño, de unos dos o tres añitos, vivía con su madre y el compañero de esta. No sé si me dijeron del hogar en el que sufría, era o no un hogar desestructurado. Lo que sí me contaron es que el niño, en una noche de lloros y de ausencias, recibió del compañero de la madre, un martillazo en la cabeza.

No ha vuelto a llorar desde entonces.

Sin embargo, he vivido y vivo grandes satisfacciones. La experiencia de Internet para mayores, de la que tengo la fortuna de ser uno de los profesores formadores, me ha permitido y me permite enriquecerme y ayudar a las personas mayores, a través del conocimiento de un medio, tan aparentemente alejado para los mayores, como es Internet.

Yo creo que Internet tiene alma. En Internet se encuentra desde lo sublime a lo deleznable. Todo el saber del mundo; todos los periódicos; todas las fotografías; todas las bibliotecas; toda la literatura y todo cuando uno pueda imaginar. Cámaras de vídeo, que nos sitúan, como si realmente estuviésemos en el lugar, en cualquier rincón de la Tierra. Cámaras que nos hablan de lo perverso. Cámaras que nos muestran lo bello. Conocimiento de perfección; conocimiento del saber más profundo, a compartir sin solicitar nada a cambio. Negocios, tráfico, maldades, bondades, entregas. Locuras también, que se difunden sin que nadie les ponga freno.

Y, sobre todo, el correo electrónico. Con el correo electrónico es posible mantener correspondencia epistolar, de manera instantánea, con cualquier ser humano que disponga de la correspondiente dirección electrónica.

Cierto que a través del correo electrónico, se reciben cartas no solicitadas, y que cualquiera puede, llegado el caso, acceder a tu buzón y depositar en él cuantas cosas le vengan en gana. Pero eso son menudencias, en comparación con los beneficios de universalidad y de acceso a la sabiduría, que Internet reporta.

Jacques Gaillot, obispo de la diocesis virtual de Paternia, de existencia exclusiva en Internet, declaraba en El País del miércoles, dieciocho de agosto de este año de 1999, “soy el obispo de la arena y del gran viento”.

“Internet me ha permitido comunicar. De no existir, lo hubiese hecho a través de la prensa. Comunicar es vivir y encontrar a otros”.

El porqué de lo espiritual de Internet, es por su universalidad y porque ha de llegar el día, si no ha llegado ya, en que se constituya en el auténtico sistema nervioso de transmisión de información de este mundo.

A través de Internet se ayuda al médico que se encuentra en lugares remotos o inaccesibles. Se localiza al pariente herido de la mala fortuna o alejado por siglos de desencuentro. Se colabora con la madre o el padre que buscan al hijo secuestrado; con el desempleado que busca una ocupación; con el niño o el adulto sordo; con el tetrapléjico, que encuentra una razón más para vivir; con el enfermo, con el desesperanzado; con el niñito que sufre de discapacidades síquicas.

Internet puede ser y de hecho es un negocio, pero es también solidaridad. El gran peligro es que se constituya a un tiempo en barrera que separe definitivamente a pobres y ricos. Pobres de conocimiento y de recursos; ricos cada vez más ricos en informaciones, recursos y habilidades, con las que mantener sojuzgados, no siempre de manera consciente, a los pobres que no se encuentren debidamente informados.

Lo cierto es que a su través, los mayores se ayudan entre sí; ayudan a otros, en la búsqueda de sus ancestros; de sus aficiones o colaboran en causas justas.

Además del Padre Angel, otras dos personas de gran influencia en mi vida y de admiración constante por su ejemplo, son el doctor Juan Pérez Marín, de la Promotora de Minusválidos, Promi, y Barbara Napier, de la asociación Ánimo.

Promi es una organización cuyo fin es la atención integral de personas con trastornos mentales. El doctor Pérez Marín lleva toda su vida en el empeño, en el que ha puesto lo mejor de sí, de cerrar los grandes centros de internamiento psiquiátricos, y de integrar a las personas que sufren de demencia, en ambientes de naturaleza y de normalidad, por medio del trabajo remunerado.

Impresiona ver lo logrado en su fábrica de muebles de Cabra, en la provincia de Córdoba. La fábrica se constituye en algo así como el buque insignia de Promi. Allí, más de cuatrocientas personas afectadas de demencia, producen los muebles y adornos más bonitos que pueda uno imaginar, que además se exportan a medio mundo.

Esto permite algo tan elemental, como que las personas afectadas de demencia, se encuentran bien atendidas, obtengan un salario, y recuperen la autoestima que se deben como seres humanos.

Es cierto que no todas las personas afectadas de demencia son recuperables para el trabajo. La mayoría sí. Poco menos de un veinte por ciento vegeta, atendidos en todo caso, por la fantástica gente que colabora en Promi.

Es quizás Cabra lo más relevante, pero el doctor Pérez Marín ha creado escuela de solidaridad para las personas que padecen de demencia, y casi un día sí y otro también, surgen decenas y decenas de nuevas iniciativas, auspiciadas de manera directa o indirecta, por el propio doctor. Esto genera sin duda corrientes de bondad y de buen hacer en este mundo.

Es un privilegio de hombre el doctor Pérez Marín.

Barbara Napier habla con los animales. Pero les habla en el idioma que ellos mejor entienden: el del amor y el de la participación en la ayuda de las personas que precisan de sus servicios.

Barbara adiestra caballos que colaboran con las personas afectas de parálisis cerebral, en el mantenimiento de su equilibrio corporal. Generalmente, bastan seis o siete sesiones para conseguir esto. Burros, más buenos que el pan, que con paciencia infinita, se dejan subir por niños con síndrome de down, o niños afectados de demencia o de otras discapacidades. Esto proporciona a los niños confianza en sí mismos, al tiempo que les permite el cariño paciente y desinteresado de los animales.

Adiestra perros para la ayuda de personas sordas, que advierten de ruidos o sonidos, como el del teléfono o el del timbre de la puerta.

Adiestra perros también para la ayuda de personas afectadas de tetraplejia. Los perros alcanzan los utensilios de los que precisen las personas, e incluso el propio teléfono con la boca, cuando este suena.

Adiestra jabalíes, ciervos, gatos, tortugas. Todos tienen alguna habilidad que les hace amigos del ser humano.

Barbara ríe. Pero es seguro que de no existir ángeles como ella, todo nos resultaría más duro.

La luz de estas y otras grandes personas iluminan también mi camino.


8

Pero fue Gustavo el que vino a redescubrirme la belleza del más bello y sabio de cuantos libros se hayan escrito jamás: la Biblia.

Frente a una cerveza en el Flamingos Plaza, me hablaba del profundo amor que Jesucristo siente por quienes padecen de discapacidad, de la que da sobradas muestras en los hechos que revela el Nuevo Testamento.

Dicen que Jesús tenía los ojos de color marrón claro y el pelo rizado, castaño tirando a rubio; largo, que no llegaba a melena. Siempre se encontraba alegre, aunque de cuando en cuando le venía algo de genio, por las cosas que le sublevaban.

Cuando habla Gustavo, me imagino a Jesús, alto, caminado por los polvorientos caminos de Palestina, oteando el horizonte, y pensando, siempre pensando.

Sucedió que trajeron a Jesús un paralítico, tendido sobre la cama; y al ver Jesús la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico:

- Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.

Entonces, algunos de los escribas presentes decían dentro de sí:

- Este es blasfema

Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo:

- ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: los pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?. Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): levántate, toma tu cama y vete a tu casa.

Entonces el paralítico se levantó y se fue a su casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.

En una ocasión en que Jesús hablaba a los discípulos de Juan, vino a él un hombre principal y se postró ante él diciendo:

- Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella y vivirá.

Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos.

Y una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde su manto; porque decía dentro de sí:

- Si tocare solamente su manto, seré salva.

Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo:

- Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado.

Y la mujer fue salva desde aquella hora.

Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto, les dijo:

- Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme.

Y se burlaban de él. Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.

Luego, pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo:

- ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!

Y llegados a la casa, vinieron a él los ciegos; y Jesús les dijo:

- ¿Creéis que puedo hacer esto?

Ellos dijeron:

- Sí, Señor.

Entonces les tocó los ojos, diciendo:

- Conforme a vuestra fe os sea hecho.

Y los ojos de ellos fueron abiertos.

Mientras los ciegos salían, he aquí que le trajeron un mudo, endemoniado. Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía:

- Nunca se ha visto cosa semejante en Israel.

Pero los fariseos decían:

- Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.

En otra ocasión Jesús curó a un muchacho lunático, que a veces caía en el fuego y otras lo hacía en el agua. En otra, saliendo de Jericó, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, oyeron que Jesús pasaba, y clamaron, diciendo:

- ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!

Y la gente les reprendía para que callasen; pero ellos clamaban más, diciendo:

- ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!

Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo:

- ¿Qué queréis que os haga?

Ellos le dijeron:

- Señor, que sean abiertos nuestros ojos.

Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y enseguida recibieron la vista y le siguieron.

San Marcos narra los mismos casos y también lo hace del hombre de la mano seca.

Entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. Y le acechaban para ver si en día de sábado le sanaría, a fin de poder acusarle.

Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca:

- Levántate y ponte en medio.

Y les dijo:

- ¿Es lícito en los días de sábado hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?.

Pero ellos callaban.

Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre:

- Extiende tu mano.

Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana.

San Lucas nos habla de la curación de un leproso por Jesús.

Sucedió que estando Jesús en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo:

- Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Entonces, extendiendo Jesús la mano le tocó, diciendo:

- Quiero; sé limpio.

Y al instante la lepra se fue de él

San Juan narra la curación del paralítico de Betseda de forma deliciosa:

Había una fiesta de los judíos y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo, Betseda, el cual tiene cinco pórticos.

En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.

Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.

Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo:

- ¿Quieres ser sano?

- Señor, - le respondió el enfermo - no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.

Jesús le dijo:

- Levántate, toma tu lecho, y anda.

Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomo su lecho, y anduvo. Y era día de sábado aquel día

Pero sin duda lo más bello que narra San Juan es la resurrección de Lázaro.

Vino Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro en Betania. Esto se hallaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios.

Muchos de los judíos habían venido a María y María, para consolarlas por su hermano. Entonces María, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa. Y María dijo a Jesús:

- Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.

Jesús le dijo:

- Tu hermano resucitará.

María le dijo:

- Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.

Le dijo Jesús:

- Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

Le dijo ella:

- Sí, señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.

Habiendo dicho esto, fue y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto:

- El Maestro está aquí y te llama.

Ella, cuando lo oyó, se levantó deprisa y vino a él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que se encontraba en el lugar donde María los había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado deprisa y había salido, la siguieron, diciendo:

- Va al sepulcro a llorar.

María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole:

- Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano.

Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo:

- ¿Dónde le pusisteis?

Le dijeron;

- Señor, ven y ve.

Jesús lloró.

Dijeron entonces los judíos:

- Mirad cómo le amaba.

Y alguno de ellos, dijeron:

- ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?.

Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús:

- Quitad la piedra.

María, la hermana del que había muerto, le dijo:

- Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.

Jesús le dijo:

- ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?

Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo:

- Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.

Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz:

- ¡Lázaro, ven fuera!

Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Por último, en Los Hechos de los Apóstoles, se narra la curación de un cojo.

Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.

Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo.

Este, cuando vio a Pedro y Juan que iban a entrar al templo, les rogaba que le diesen limosna.

Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo:

- Míranos.

Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo:

- No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.

Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.

A Gustavo le brillan los ojos. Murmura y apenas si es perceptible cuanto dice:

- La existencia de Cristo no es un hecho histórico, sino cósmico. Cristo existe desde el principio de los tiempos e interpenetra todo lo creado. Otra cosa muy distinta, es cuando cada uno de nosotros lo perciba, en su integridad y esencia. Cristo es una semilla, replicada en cada una de las células que nos componen; y cuando una sola de nuestras células germina y crece en nuestro interior, es cuando el Cristo íntimo acepta el sacrificio de la cruz y su triunfo sobre las tinieblas.

Gustavo se emociona. Por un momento lo hago yo también. Me gustaría sentirme, como él, embebido de Cristo.

Gustavo es un buen hombre, que se manifiesta de continuo, en una paciente entrega al conocimiento de sus amigos.

Me comenta, y creo que está en lo cierto, que el ego, nos hace sentirnos el centro del universo, siendo esto la mayor de las trampas en nuestras vidas.

Todo nuestro empeño lo dedicamos al ideal de alcanzar las imágenes con las que nos engañamos de continuo los unos a los otros: dinero, poder, sexo, salud comprada. Dejamos la joya interior, que es en verdad el Cristo, que nos ha de transmutar en el río Jordán de la esencia divina, y tropezamos en la búsqueda de imágenes absurdas.

Imagen viene del griego Imago, cadáver. Toda nuestro empeño se centra en la búsqueda de cadáveres. El cadáver de la seguridad, por un mañana que se nos barrunta incierto; el cadáver de un amor, que se trastoca en posesión. ¿Alguien puede ser dueño de otro ser humano?.

Nuestra felicidad no puede ser plena si no se integra en la de los demás. El horrible cadáver de la envidia, que nos hace desear lo de otros, sin saber realmente las vivencias del alma de aquellos a quienes envidiamos. El cadáver descompuesto de desear el mal a los demás.

- Yo no he venido a derogar la ley, sino a hacerla cumplir – dice Cristo -, que es tanto cómo decir, todo cuanto existe tiene una función. Pero es hora ya de seguir avanzando. Basta de permanecer en esta rueda de dolor, que impide el movimiento. Si uno sólo de vosotros se hace como Cristo, su luz llegará a los demás. Ni uno sólo es ajeno a los ojos de Dios. La persona no buena, es hija de Dios tanto como la virtuosa. Lo feo forma parte de la vida, tanto como lo hermoso y sublime; lo trascendente tanto como lo superfluo.

Cabizbajos, pero plenos del sentimiento que nos une, nos dejamos llevar del ensueño.

Sé que Cristo mora en mí. El Jesús, que con su bautizo en las aguas del Jordán, transformó su vida por bien de todos. Pero me cuesta mucho la cruz. Los lancetazos impiden que este mi Cristo de dentro, muera y renazca a los tres días. Busco en mí, justo lo contrario de la esencia crística: seguridad por un mañana que me angustia; tranquilidad por este presente de desasosiego, y felicidad, para amortiguar los ruidos que me desquician.

Cuarenta y siete años y veo ya las orejas del lobo. La muerte de los sueños, por un pasado que nunca existió y por un futuro que he de moldear con titánico esfuerzo.

Del pasado sólo conservo brillos falsos y una pereza que me evitan la entrega total.

- Gustavo, no sé que decirte. Lo veo todo confuso. Me aterrorizan estos líos en los que me embarco de continuo.

Gustavo pone su mano derecha sobre las mías. Aprieta, y al hacerlo percibo su temblor:

- Yo también siento terror. Pero no te hallas solo en el camino. Todos lo hemos de recorrer, queramos o no. Y hay muchos Cristos en la Tierra, para decidirnos por el camino que reclamamos. Hombres y mujeres buenos, que nos iluminan con sus ejemplos de abnegada entrega. De disolver el Yo e integrarse en el nosotros. Vicente Ferrer, del que tu me hablas. Las personas en sillas de ruedas, que nos sonríen y animan. Los que se aceptan como son, y no le dan más vueltas a las cosas. Los que tienen de todo, sin tener de nada. ¿Te imaginas algo más absurdo, que comprar cosas que no necesitas, para algo que nunca vas a utilizar?. Hay que luchar contra el hombre “light” que se pretende imponer en nosotros.

Cristo es el enfermo, el solitario, el afectado de SIDA, la prostituta maltratada, el niño explotado, dolido o maltratado. Es el viejo huraño, el parado, el triste, el drogadicto, el que vive en la calle, el emigrante, el que se vende en cuerpo en alma.

Nos lleva toda una vida disipar la niebla que nos impide reconocer a los otros. Abramos los ojos, mantengamos un profundo silencio desde dentro. Mirando más allá de lo que permitan nuestros ojos, se distinguen los pasos del nazareno.

La cafetería se puebla de noctámbulos. Son las dos de la madrugada y apenas si tengo sueño. Damos, no obstante, por finalizado el entrañable momento, y quedamos en vernos temprano, al siguiente día, en las oficinas de Susana, tal como habíamos acordado en la mañana con los otros miembros del grupo.

Una vez finalice la reunión de trabajo, Susana tiene prevista una incursión a Guadalupe, para los que aún no han ido, y al cerrito del Tepeyac, ambos con sorpresa incluida, que a todos nos mantiene intrigados.






9


Juan Diego salió de su choza de madrugada para ir al poblado de Tlaltelolco. Al iniciar el acceso del cerrito del Tepeyac, vio en la cumbre un resplandor, que le hizo detenerse desconcertado.

Hacia allá se dirigió nuestro grupo. Llevábamos con nosotros la sonrisa de la Virgen.

Pasaban las siete de la tarde. Tras el refresco, dimos con un lugar de sombra apartada.

Susana nos guardaba, en efecto, la sorpresa de nuestras vidas:

- Vamos a mantener una reunión de trabajo, con lo más intenso de nuestro ser – nos dijo enigmática.

La atmósfera del grupo resultaba propicia para los momentos mágicos en que nos íbamos a adentrar, y de los que realmente sólo era consciente Susana. Nos dejamos hacer.

Seguimos al pie de la letra sus instrucciones:

- Démonos las manos. Vamos a cerrar suavemente los ojos. Nuestra respiración, profunda y cadenciosa, nos llega de abajo a arriba. Nos relajamos. Ahora, con cada expiración, expulsamos todos los dolores y tensiones acumulados en nuestros cuerpos. Con cada inhalación, nos llega del mismo Dios la dulce brisa con la que bendice nuestra amistad. Nos relajamos aún más. Relajamos los músculos de la frente; de la mandíbula; del cuerpo; de los brazos a las piernas; de la espalda al abdomen. Todo nuestro organismo se hace uno con el Cielo, y hasta la más remota de nuestras moléculas, es partícipe del gozo divino. La luz de las estrellas alcanza nuestro espíritu. Esta bendita luz se esparce por todo nuestro ser y lo colma de bienestar. Nos estamos liberando de tensiones, de enfermedades, de los miedos y del dolor. Pedimos a la Virgen de Guadalupe que nos ilumine en este viaje de ensueños que iniciamos. Que cada uno de nosotros encuentre las respuestas que anhela. Que cada cual encuentre la paz que precisa y sea capaz de transmitirla a quienes le rodean. Que todos seamos uno, y que la paz que nos deseamos, sea la paz que nos bendiga.

Aún no son las siete y media de la tarde. El sol declina. Las palabras de Susana obran en nosotros el efecto de un balsámico sueño, Soy capaz de apreciar el firmamento, en toda la intensidad de una noche de estrellas, que se deslizan una vez más entre mis manos. Pero lo que no entiendo es cómo es posible apreciar las estrellas, siendo que a la noche le quedan horas de espera.

Cómo describir la belleza que nos regala el infinito. Las estrellas titilan; el azabache del espacio convoca singular armonía. Los silencios se nos adornan de música.

Una lágrima me desborda. Susana, Gustavo y María se transfiguran. Los percibo, con los ojos cerrados, envueltos en suave luz blanca, de extrema pureza.

Susana prosigue:

- Que la luz de las esferas llegue a nuestros corazones; que el amor del universo se expanda por doquier y alcance a todos cuantos lo reclaman. Que seamos uno con Dios, y que Dios ilumine las zonas oscuras de nuestras vidas. Desde la serenidad de la belleza, permítenos, Dios, adentrarnos en los misterios que nos aturden. A ti llegamos con el alma transida de inquietud. Danos fuerzas para descubrir lo que somos y humildad para agradecer la oportunidad que nos brindas.

Alrededor del grupo comienza lentamente a levantarse de la nada, una especie de nube algodonosa. Su luz nos atrapa.

No siento miedo. Es asombro; pero asombro confiado. Me dejo llevar. De la luz surge un túnel. Lo recorro. Doy unos pasos. Alguien sale a mi encuentro. Sin palabras, me invita al camino.

De la nada, se suceden escenas de una viveza indescriptible. Lo hacen a gran velocidad. Mis hijos del alma, tan queridos. El momento del nacimiento y la indescriptible alegría de la vida nueva. La época del servicio militar; del noviazgo. Los amores truncados de la juventud.

Todas las escenas son de perfiles cortantes. Pero no me hacen daño. Al contrario. Las observo con la curiosidad de los cinco sentidos, fijos en ellas:

Mi hermano Santiago se enfada conmigo. De repente, me recrimina alguna cosa que le he dicho y sin más, me arroja un pesado candado, que tiene en las manos.

Me da en las partes. Me duele. Contengo el dolor y voy hacia él. Le golpeo con saña. ¿Por qué hago esto?. Yo quiero a mi hermano. Se lo voy a decir. Se lo digo. Me sonríe.

¿Cómo es posible?. No ha pasado el tiempo. Seguimos siendo los niños de ayer, sin los miedos que nos alcanzaban.

Mi hermano José, de dos años, se muere. Agoniza, tiene los ojos en blanco. Mis padres desesperan. Mi hermano Santiago, trata de hacer algo. Pero es mi madre la que vierte colonia en las sienes del niño. Es la colonia del regalo de Córdoba. No queda otro alcohol en la casa:

- ¡Vete a buscar al médico¡ - me gritan.

Corro por las calles oscuras. La congoja me impide el habla, pero mis piernas vuelan. Encuentro al médico en el casino:

- Mi hermano se está muriendo – acierto a decirle.

Y el médico se asusta. Es un médico inexperto. Toda la familia le ayuda. Yo lo hago postrándome ante un niño Jesús de escayola.

Milagrosamente, el niño se recupera. Ello me conforta y alivia.

Retrocedo un poco más. De nuevo mi hermano Santiago.

Calculo que debo tener catorce yo y él once.

Hay un niño que le mantiene tumbado en el suelo. Le aprisiona con sus piernas y le sujeta en una total inmovilidad. Es la calle Jara, en mi pueblo. Un grupo de niños jalea al niño dominante. Llego corriendo; quiero apartar a ese niño y liberar a mi hermano. No puedo. Me tiemblan las piernas. Tengo miedo. Rompo a llorar. Me contempla con ojos de espanto. Haz algo, me dice, y nada puedo.

Nada puedo, porque soy un cobarde. Salgo corriendo. Doy aviso a mi tía Pilar, que afortunadamente está muy cerca. Es ella la que pone fin a la tortura.

Pido perdón a mi hermano. He sido un cobarde. Pero él se levanta como si tal cosa y me sonríe. No ha pasado nada, me responde, son cosas de niños.

Sin embargo, soy cobarde sólo con los que creo más fuertes. Ahora soy yo el que golpea a otro niño. Ambos tenemos unos doce años. Le rompo las gafas. Le mantengo inmovilizado y le golpeo a placer. Se encuentra asustado. Perdóname, he sido un tonto. Devuélveme el golpe, si eso te hace bien. No, no importa. Te perdono.

Se me desatrancan cosas. Percibo que toda experiencia tiene un propósito; que incluso nuestras cobardías, forman parte del juego de la vida.

Ahora me encuentro en Manzanares, en Ciudad Real. Tengo diez años. Hay dos niños de catorce que me tienen atemorizado.

Estoy en mitad de una calle, alumbrada por una sola bombilla. Es noche cerrada, sábado. La señora de la pensión en la que vivo, me permite jugar hasta tarde en la acera. Ella de cuando en cuando me dice algo. No la entiendo. De repente siento escalofríos. No puedo dar un paso. El cuerpo me tiembla. Estoy enfermo y no sé de qué.

La señora me llama. Empapado en sudor por la fiebre, aún tengo fuerzas para hacer una gracia. Pongo las manos en el suelo y doy un giro hasta dar con los pies en la pared. En ese momento me llega del estómago a la garganta una vomitera, que me parte entero de arriba a abajo.

Quiero respirar y no puedo. La comida del mediodía, desborda mi garganta y se me introduce por los orificios de la nariz. La sensación de angustia me aterroriza. No puedo hacer sino aspavientos con las manos. La miro con lágrimas en los ojos.

La señora me levanta. Coge mi cabeza y apoya en ella sus manos. Sigo vomitando. Ahora son coágulos de sangre.

Mañana te llevo al médico, me dice.

Entre dos chicos mayores me llevan a la cama. La señora me prepara una manzanilla. La bebo sorbo a sorbo.

Son ahora los niños de catorce años los que llegan a mí asustados.

Sabes que nosotros no hemos sido; no se te ocurra decir nada al médico, me conminan.

No, no voy a decir nada, acierto a responder, sufriendo aún más la agonía que me acompaña.

Los niños lo que no quieren que diga al médico es que ellos me han dado una paliza de espanto, por negarme a tocarles las partes.

Los niños me atosigan. No saben que sólo tengo diez años y que estoy muy, muy asustado.

No diré nada, lo juro, repito sin fuerzas, ya totalmente desarbolado.

Son los niños ahora los que me contemplan desde la luz del túnel con ojos quebrados. Son niños temerosos, dolidos. Se arrepienten de lo hecho. Me piden perdón sin apenas mover los labios.

Les sonrío. No os preocupéis. Os perdono, les digo.

Luego se diluyen y llegan a mí otras escenas de igual o mayor intensidad. Parecieran incluso más reales que cuando tuvieron lugar en su tiempo. Pero es mi mente la que las dibuja y el tiempo del recuerdo quien las enmarca, con la ayuda de las manos amigas, que aún mantengo entrelazadas.

La respiración de mis compañeros continúa acompasada. Sus rostros reflejan una armonía que les hace bellos. Me resultan familiares, muy familiares, como si toda la vida hubiese sido así con ellos, en aquel estado.

No hay ira ni rencor en mí. Soy un espectador que contempla una vida sin juzgar, y al tiempo la muestra al asustado niño que habita en la casa.

Veo los caminos que se me ofrecían y de paso la escasa luz que los iluminaba. No hay deseos de añoranza, ni de rectificar lo errado. Sólo quiero la paz de aquellos a los que hice daño. El perdón de los amigos traicionados. Mostrar el oculto cariño no compartido, de quienes entonces me lo reclamaban, y hacerlo al tiempo con la verdadera luz de mi alma. Al niño que aún soy, a los niños que me acompañaban, a los que quise, a los que quiero.

Sigo avanzando. Debo tener ocho o nueve años. Mi hermana María de dos años, juega en su cuna. Le alargo una hoja de parra.

La niña juguetea con la hoja. De improviso la introduce en su boca y le cambia el color. La niña se ahoga:

- ¡Madre, madre, corre¡

Me tiemblan las piernas. Mi madre no se anda con chiquitas y mete los dedos en la garganta de la niña. Los saca enrojecidos por la sangre.

La niña vive. Siento una gran tranquilidad por ello.

Continúo. Tengo dos años. Junto a mí hay un muchacho muy especial. Es Miguel, lo reconozco.

Miguel tiene el síndrome de down. Entonces, yo no sabía que era eso.

Es un muchachote de unos quince años. Fuerte, risueño:

- Miguel, cuida del niño – le dice mi madre.

Y Miguel pasa las horas a mi lado susurrándome cosas. Espanta las moscas. Con una hoja de parra me hace aire, para que yo me encuentre fresco.

- Cuánto te quiero, Miguel – le digo.

Miguel me sonríe. Descubro sus ojos de astucia. Miguel es inteligente. Nadie sabe, excepto yo, que Miguel es un ángel que ha bajado del cielo para cuidar de mí y de otros niños.

Hay fuego. El puchero que consume la lumbre, se vuelca. Las llamas llegan a mi cuna. Siento calor. Pero el fuego no me asusta. Voy a coger una llama. Casi lo consigo y pataleo de contento. En ese momento llega Miguel, me saca de la cuna, me protege con sus grandes brazos y sale corriendo.

Miguel se quema. Tiene las manos en carne viva, pero no siente dolor. Cuando llega mi madre, llora:

- Yo no he sido – dice.

Y mi madre, que lo sabe y que ya ha podido apagar el fuego, le da un beso:

- Lo sé, Miguel, eres muy bueno.

Hasta siempre, Miguel, te quiero, le digo de nuevo.

Sólo unos meses antes. Hay un niño que se muere de sed. Soy yo. Es un espantoso mes de agosto. Sufro diarrea. Me encuentro muy mal.

Quiero agua. Pero me dan suero. El médico inexperto dice que es la única medicina posible. Ni una gota de agua, se les moriría, afirma tajantemente.

Mis padres siguen su consejo. Y yo quiero agua. Me muero de sed.

Las venas no se aprecian en mis brazos. Me pinchan la barriga. Por allí me llega el suero, que está muy malo y que no me gusta. Dadme agua, les digo de nuevo.

Y hay un momento en el que me veo en un lugar donde ya no tengo sed.

Hay niños jugando. Unos mayorzotes me sonríen:

- ¿Qué haces aquí, si aún no es tu tiempo?

No sé lo que me dicen. Por no saber, no sé siquiera hablar. Pero les entiendo y me encuentro muy bien. Soy un niño pequeño que descubre el inmenso amor del cielo.

Me llaman del otro lado. No quiero volver. Me encuentro a gusto.

Hay sillas para el velatorio. Mis padres lloran. Su primer hijo se les está muriendo. Y ocurre un milagro. Alguien pone en mi boca unas gotas de agua.

El niño no responde, pero las traga. Cinco minutos después, el niño abre los ojos y pide en una media lengua un poco más.

Mis párpados se hacen transparentes. Susana es feliz. La veo como se sonríe. Me anima a seguir.

Ahora todo resulta muy extraño. Hay como relámpagos. Soy un hombre y no el de ahora.

Llevo enfundada una cazadora de cuero. Piloto un avión.

Me hallo en mitad de un infierno de disparos. Aviones que surcan el cielo. Humos, gritos. Tiemblan mis manos. Estoy muy, muy asustado.

Huelo mal. Creo que me he ensuciado en los pantalones.

Voy a morir y pienso en Ingrid. ¿Pero quién es Ingrid?. Dios mío, Ingrid es mi esposa.

Soy un piloto alemán. Es mil novecientos catorce. La primera guerra mundial. Sobrevolamos Francia. Me encuentro muy cerca de la frontera belga. Es mi primer vuelo de guerra. Hemos partido de Colonia. La mayor parte somos jóvenes, que no deseamos la muerte. Pero tenemos una misión. Somos conscientes de que muchos vamos a morir muchos en ella.

Antes me gustaba volar. Ahora no. Pilotaba aviones de carga. Experimentaba la sensación de ser como un pájaro. Creo que me llamaban el piloto cantor o algo parecido.

Ingrid se me hace amapola en el recuerdo. Ella sabía que después de aquella misión nunca más volveríamos a vernos. Siento su tristeza que traspasa el velo del ensueño. Con Ingrid fui muy feliz. Su amor fue el de los besos, el de la alegría sin límite, a la llegada de la primavera, en los juegos del verano; en el otoño de plácidos paseos, en los inviernos de bolas de nieve.

Ingrid, te quiero, le grito desde lo más profundo del sentimiento.

No la adivino. Sé que era muy bella, tanto como su alma, que desde la eternidad me acompaña.

El verde de la musical Austria me atrapa por unos instantes.

Soy compositor. Mi música es suave. Compongo sin prisa. Hay días que pasan completos y sólo añado una o dos notas a mis partituras. Esto enfurece a quienes me pagan por ello.

Gozo de cierta notoriedad. Y, además, me gustan mucho las mujeres. Me encanta enamorarlas, haciéndome el interesante. Mi coquetería es amanerada. Me cuesta reconocerme, pero soy yo sin duda alguna.

Tengo esposa y una amante. Mi amante es a su vez la esposa de un amigo.

Mi esposa sufre a causa de mis infidelidades, pero estoy loco por mi amante. Le hago regalos; compongo para ella las más hermosas canciones.

Sus besos tiemblan en mi boca. Saben a fresa y a menta. Acaricio sus senos. Una explosión de amor me sacude.

Ella me corresponde.

Regreso a casa. La luz de gas ilumina levemente las calles oscuras. Me inquieta el daño que ocasiono a quienes de mi amor dependen. Me duele también traicionar a un amigo; pero por ella estaría dispuesto incluso a matar.

No obstante, quiero hacerme el firme propósito de encauzar la situación en la que nos encontramos, de lo contrario voy a enloquecer.

Me avergüenzo de mis actos y no sé cómo abordar el asunto. Soy un cobarde. Llego a casa; me encierro en mi cuarto. Todo está oscuro. Cojo una pluma de ave y tinta del tintero. Es una carta de despedida.

Una fracción de segundo y una sombra silenciosa se abalanza a mí y hunde su daga en mis espaldas. Todo se torna negro una vez más.

Sin tiempo para atrapar otros detalles, llega hasta mí la soledad de un convento.

Un monje medita en silencio. Es joven; no más de veinte años. Sé que soy yo. Pero no sé cuál es mi tiempo.

Los hábitos son de color marrón. Una capucha me cubre. Al tiempo, una duda me mantiene atrapado en la soledad de la celda.

Creo que soy monje por decisión de mis padres. Y no me disgusta. Amo a Dios, anhelo incluso el éxtasis y unirme a la comunión de los santos. Pero una duda me corroe por dentro. Amo a la mujer de mi hermano, y quemo por ello mi alma ante el peor de los pecados.

Todo transcurre muy rápido. En unos segundos esa vida se desliza ante mí y me muestra detalles, que se me revelan familiares. El rostro de mi hermano me resulta conocido. Pero no se corresponde al de ninguno de mis actuales hermanos. Busco el rostro de ella. Por un momento creo adivinar a Ingrid.

Salgo del claustro. No hay nadie en el convento. Estoy solo y llega la noche. Pido ayuda al cielo. El enorme roble centenario, me lleva al estremecimiento. Qué duro se me hace no estar junto a ella. Pareciera que el mundo no existiera, que no hubiese nadie ahí afuera.

Lo peor es que ella no me ama; no al menos como yo lo hago. Lo sé y eso que nunca le he hablado de mis sentimientos. De haberlo hecho, seguro que un rayo me hubiese roto el pecho.

Un bendito dolor me sacude. La noche me envuelve y sigo en el sueño.

Susana me anima mentalmente a proseguir. Ha detectado mi tristeza:

Dales paz a tus sueños, me dice.

El túnel se agranda y llega hasta mí el mar azul en todo su esplendor.

Es mediodía. Me encuentro en un barco. El color de mi piel es el negro. Acarreo unos cubos para fregar la cubierta. Es un barco que transporta especias de uno a otro lugar del Mediterráneo.

El que lo capitanea es un hombre de piel y cabellos blancos. Su rostro me resulta muy conocido. Por unos instantes creo reconocer en él al de mi actual padre.

Es muy cariñoso conmigo. Pero sólo soy un esclavo. La relación que mantenemos es, sin embargo, muy fraternal. Me protege en todo momento. Nada me falta. Incluso me aconseja y me orienta sobre aquellos, mis otros desvelos.

De improviso y sin aviso alguno, se desata una fuerte tormenta. El capitán grita a los marineros que plieguen las velas y protejan los bienes. A mí me ordena que me oculte en los camarotes. Es en ese momento cuando uno de los mástiles se quiebra y golpea en su cabeza. Grito a su vez, lleno de espanto. Quiero socorrerle, pero la fuerza del agua me lo impide.

Un golpe de mar me arranca de cubierta y caigo a las aguas embravecidas.

El agua me da miedo. Está muy fría. No sé nadar.

Todo se vuelve oscuro y luego un vacío de silencios.

La vida es sucesión de vidas, de pequeños actos y de pieles muertas que se nos van quedando en los pliegues del camino. Ahora es cuando lo veo más claro.

Atardece en el Bajo Egipto. Me encuentro sobre una magnifica atalaya. Veo hombres silenciosos que se dirigen hacia el templo. Debo tener alguna autoridad, porque me saludan con respeto.

Un gran manto me cubre. Soy alto. Muy alto. Me gustan los fértiles valles que se me ofrecen a la vista. Vivo una vida plácida. Los dioses me son propicios, y disfruto de una familia que hace que esta mi existencia resulte enormemente dichosa.

Pero me confunden los dioses. Ejerzo una autoridad religiosa, y lo cierto es que de cuando en cuando me asaltan dudas sobre el viaje a la otra orilla, que no sé como afrontar.

Sin embargo, es un tiempo en el que vivo en paz. No hago daño consciente ni siento que me lo hagan. Es la vida más plácida que jamás haya vivido.

La voz de Susana nos regresa al cerrito:

- Lentamente, con suaves inspiraciones, dejamos atrás los malos recuerdos. La vida es un camino de experiencia, que nos conduce a Dios. Agradecemos su bondad, por permitirnos soñar con los ojos despiertos. Todo cuanto hemos percibido, lo ha sido por el gran amor que nos brinda. No vamos a desaprovechar la oportunidad ofrecida. Bendecimos al cielo, y desde este cerrito, en el que indio Juan Diego descubriera la luz de la Virgen, bendecimos también al mundo y a todas sus criaturas.

Hay emoción en los rostros, alguna lágrima. Voces quebradas:

- Gracias, Susana – decimos uno tras otro, al tiempo que le damos un beso.

María carraspea. Al fin le huye un sollozo:

- Me he dado la paz – dice.

Admiro a esta gente. Siento admiración por lo vivido. No sé si la mente racional pueda llegar a aceptar lo ocurrido. Lo cierto es que me siento feliz, y no percibo ni el cansancio de los días ni el desfase de las horas.

Qué maravilla tomar un respiro en mitad de la vida. Los pulmones del alma se llenan de aire del cielo. Los ojos de dentro se aclaran; los latidos del sentimiento acompasan los sueños.

El agobio del viaje acaba por diluirse, y la irritación a que a veces induce el desfase, halla justificación en la sonrisa de quienes se encuentran a tu lado.


10


Recuerdo que cuando me inicié en la empresa, hice el comentario de cuánto me gustaría realizar de tanto en tanto algún viaje al extranjero, idealizando las aventuras que describían mis más veteranos compañeros. Las palabras, como los deseos, hay que pronunciarlas en voz baja y tenerlas muy claras, no vayan a hacerse realidad. Desde entonces, son ya más de setenta los viajes a otras tierras, que he debido realizar por cuestiones del trabajo.

Es bien cierto que este de México, es el viaje de mi vida. Pero bien es cierto también, que un viaje en solitario te pone a prueba frente a todo. Se agudizan los pensamientos; se piensa, y de seguro te alcanza el remordimiento, por esas cosas irresueltas que aún te colean dentro. En ese momento es, cuando el dolor de estómago, que mantienes más o menos bajo control, da rienda suelta a todo su terrible poder destructor.

Desde los dieciocho años, es fiel compañera una úlcera de duodeno, que no encuentro manera de combatir. Hará unos dos o tres años, vinieron a descubrir, que la úlcera de mis desvelos, tenía su origen en una bacteria. Nada que ver pues con romanticismo o con amoríos, como yo pensaba en un principio.

Lo cierto y verdad es que esta úlcera, que desde siempre se me ha resistido, ha moldeado por completo mi carácter y la forma de enfrentarme a los actos, que dan razón a mi vida.

Estoy convencido de que todas las enfermedades y padecimientos, no traumáticos o víricos, tienen su origen en alguna enfermedad del alma, espíritu o sentimiento. La enfermedad del cuerpo, que nos llega del sentimiento, hace al fin mella en el ánimo, y de allí continúa a lo más profundo del alma, y de esta a donde nadie alcanza. Hay quienes, llegado ese momento, subliman la enfermedad, y piden incluso más llagas para el camino. Los hay, como es mi caso, que se sienten abrumados por el peso, y desesperan por alcanzar la paz, que les lleve al sosiego.

La enfermedad, como la discapacidad, puede ser una enseñanza. Pero para ello se ha de estar preparado y disponer de un buen equipaje para el camino. De lo contrario, no habrá hombros que soporten la pesada carga.

Para superar mis debilidades, e incluso para todo, desde niño, he buscado respuesta en Dios. Y resulta curioso, porque apenas soy cumplidor de los principales preceptos religiosos, si se exceptúa querer a la mayor parte de mis semejantes y mantener un cierto compromiso ético ante la vida.

Tengo a Dios, como lo hace Gustavo, por referencia en cada uno de mis actos, y lo llevo en mí en silencio, intuyendo que cada uno de los pasos que alcanzo, goza cuando menos de su cariño.

La moral católica me impone; pero en ocasiones me sitúa frente a dilemas que no sé realmente como afrontar. No robo, ni mato, ni deseo el mal a prácticamente nadie. A veces sí deseo a mujeres, que no son la mía, y de tanto en tanto me enrojece una llamarada de odio, contra quienes me hacen daño. Lo peor de todo, sin embargo, es me quiero mucho. Eso tampoco me parece bien, y lo acuso.

Hay entonces una parte de mí que reclama y al tiempo no se considera digna, del perdón divino. Y no se considera digna, por cuanto mis debilidades, pereza y cobardías, me impiden superar esta comodidad absurda, que realmente lo único que me proporciona, es un penoso entretenimiento.

Yo creo que el dolor de estómago te enfrenta a ti mismo, como no pueda uno imaginar. Procuro sonreír a mi estómago; procuro incluso sonreír a la gente que me rodea, cuando me duele, y me duele hasta rabiar. No veo porque nadie haya de padecer el mal humor que me atosiga. Sin embargo, los ojos no engañan. La mirada delata el sufrimiento del cuerpo, tanto como pueda hacerlo del alma. La sonrisa de un ulceroso es una sonrisa tierna, pero triste. Todo cuanto el ulceroso dice, en la intensidad de su dolor, se ve afectado por el dolor.

Y a veces uno mete la pata. Quien habla no es tu mente, sino tu estómago. Tratas de subsanar el error, y en ese instante la úlcera, que es rencorosa, se venga punzándote con rabia de encono.

Hay noches de desvelo, en los que la úlcera arrastra al pensamiento. Las horas pasan y tú, al tiempo que das un repaso a la vida que malgastas, le devuelves rencor, ante al rencor con el que te oprime.

Sientes, como jamás hayas sentido, que el cuerpo es prisionero, porque aprisiona tus sentimientos, que no escapan a las duras barras de acero del desvelo. Sueñas, me gusta querer, y ser querido. Me gusta todo en la vida: el verde de los campos, la lluvia fina, la belleza del firmamento, la paz en la tierra. Me apasionan las mujeres; me encantan sus besos y sus abrazos; pero por ti, dolor, reprimo todo. En ese momento tu volcán estalla y te rompe definitivamente por dentro. Se quiebran los tejidos; se fracturan los anhelos. No hay manzanilla, ni bicarbonato, ni almax forte, ni milagro que te ampare. Te revuelcas dolorido, te levantas de la cama y que Dios te ampare.

En justo cuando, la paradisiaca isla que imaginas en el ensueño, se torna gris o se difumina. Luego, en vez de la muchacha de las rosas, te topas con el rostro iracundo del compañero o del amigo, que a la mañana siguiente, te habrán de hacer pagar cara la mala noche de sus propios duelos. El desvelo se te quiebra de nuevo, y maldices por lo bajo, retorciéndote en la madrugada.

La úlcera te conduce incluso a otras discapacidades, físicas y síquicas. Es una prueba, y tú lo sabes. Una prueba que sólo los bravos de verdad son capaces de afrontar.

Tu hijo te pide juegos; tu esposa comprensión. Callas, no dices nada y abandonas la casa sin decir nada. Acumulas fuego al fuego del infierno que te devora por dentro. No habrá luego agua capaz de apagar el incendio, que se extinguirá solo, dejándote medio muerto.

Hasta que un día mi hermano Santiago, llega a mí con su camino:

- No sufras más. Todo en esta vida tiene remedio. Hay una solución para todo. Sin alterar, la prescripción facultativa, vamos a abordar tu enfermedad desde otro punto de vista. La medicina que definitivamente va a procurarte el sosiego, es la de curación por las flores. Las he practicado en mí, para mis propios males, y ya me encuentro prácticamente sanado.

Él lo llama curación por las flores o por los elixires del doctor Batch. Sin embargo, yo sé que es otra cosa, que lo que me cura de mi hermano, es su afecto.

Y es verdad que las flores curan. Lo hacen por el olor, por el arco iris; porque son buenas, porque la madre tierra nos bendice día a día con su presencia; porque no hay nada más bello que una flor, cuajada de rocío, o una amapola al llegar la primavera.

Y va mi hermano y me dice una vez más:

- Cuéntame exactamente qué es lo que te ocurre. Dame todos los detalles, sin omitir nada. Soy tu hermano. Nada de lo que digas saldrá de ti y de mí.

- Ya los sabes – le respondes – Me duele mucho el estómago. La hepatitis de Turquía, que me ha llevado al insomnio... Sufro; me preocupa el futuro.

- ¿Y por qué crees tú que te ocurre todo eso? – Insiste.

- Pues no lo sé – respondes ante su insistencia, con un punto de acíbar en los labios.

- Creo que sí lo sabes – me dice.

Repasas un poco. Te esfuerzas en descubrirte también en la salud:

- Cuando estuve en el hospital, internado por la hepatitis, una persona joven que se encontraba en la cama de al lado, murió. Eso se me afectó mucho. Tal vez esa sea la causa de mi insomnio. En cuanto al estómago, probablemente lo sea por mi hipersensibilidad ante las cosas. Del sufrir, no sé que decirte.

Él llega contigo a que los sentimientos que reprimes y las culpas de algún mal que te reconcome, son en realidad las auténticas razones que te evitan a la recuperación total.

- La medicina oficial cura a veces los síntomas; no siempre las causas – asevera, al tiempo que toma notas, y te lleva a las flores para detectar su reacción.

Y lo sabes por experiencia: el afecto del médico sana a veces más por la magia de las palabras, que por el compuesto de la medicina.

- ¿Tú crees que Dios no va a perdonarte por lo que hayas hecho? – Inquiere, mirándote de frente.

- Creo que sí – respondo.

- Y ¿por qué no lo haces tú? ¿Por qué no te perdonas a ti mismo? ¿Eres acaso más justo que el propio Dios?

Luego me retrata, describiendo lo que las flores le dicen de mí:

La impaciencia tiene alivio con la flor de la impaciencia, porque el alma que precisa de ella, como es tu caso, tiene dificultades en integrase en el fluir del tiempo. Los suaves y sutiles intercambios de miradas, con tu mujer, por ejemplo, o de no saber perder benditamente el tiempo con los demás o con cuanto te rodea, te llevan a la intolerancia e ira, y es esa una de las causas de tus desdichas. Tienes que aprender a perder el tiempo y no hacer de manera compulsiva cosa tras cosa.

La flor de la impaciencia ayuda al alma a aquietarse. En ese momento es cuando uno se torna más receptivo con cuanto le sucede. La bella flor, que es la vida, puede así ofrecerte lo mejor de su delicada hermosura.

Y estás con él en lo cierto de cuanto afirma. Vas de lugar a lugar sin apreciar los detalles; no te detienes frente a una puesta de sol. Acabas cuanto tienes pendiente y te enfrentas de nuevo a otra tarea, como si se te fuese a acabar el tiempo. Esa es justamente otra de las contradicciones que has de afrontar: el escaso tiempo de que dispones, has de saber perderlo, en lo bueno y en lo bello.

La flor del pino silvestre bendice tu alma. Reconoce contigo que el asumir las propias faltas es una virtud, por cuanto te permite encaminar los pasos hacia nuevas sendas de perfección. Pero si las faltas encallan y te impiden dar un paso, ya sea por hechos reales o por hechos que la mente desproporcione, la flor contribuye a la búsqueda del camino del perdón interior. De esta manera, te sientes alentado a continuar el día a día, y evitar la parálisis emocional, que te impida dar un abrazo al apóstol Santiago, que todos llevamos dentro.

La flor de la agrimonia o de la aceptación, se posa delicadamente en el centro de tu sufrimiento; de ese tormento secreto, no sólo oculto a los demás, sino incluso oculto a ti mismo. En ese instante, la coraza que te impide mostrar tus verdaderos sentimientos, se despoja de sí y retorna a tu alma en paz interior. Eres capaz de reconocer el dolor y transformarlo, en lugar de mantenerlo oculto tras una fachada de sonrisa artificiosa.

Evades los grandes problemas para que haya paz. Tu fachada es de alegría para que nadie sepa realmente de tus desvelos.

La estrella de belén te ayuda en todo tipo de traumas, pasados, presentes o previsibles, en desencantos y en frustraciones.

La madreselva se ofrece a quienes viven en el pasado, por añoranza o pesar, y se niegan inconscientemente a aceptar un suceso ya acaecido.

La rosa califórnica, constituye uno de los remedios más hermosos y esenciales, porque ayuda al alma a asumir las tareas y responsabilidades, que le son encomendadas. El odio no siempre se contrapone al amor, sino que es una distorsión del amor. La apatía es lo contrapuesto del amor. La incapacidad de interesarse por los demás y de ofrecerse a ellos, es en realidad cuanto caracteriza a un alma alejada de la salud y del amor.

Para evitar la marcha atrás ante los desafíos de la vida o ante la experiencia del dolor, la rosa constituye un remedio de gran ayuda, y nos alcanza a la luz del entusiasmo, preciso para la vida y las cosas terrenas.

La flor centaura colabora en el equilibrio del ego, de todas aquellas almas débiles, que precisan de una permanente complacencia y nunca saben decir que no a nada. Con estas limitaciones, se descuidan las propias necesidades y es uno incapaz de percibir realmente las necesidades del otro. La flor ayuda a fortalecer la autoestima y a asumir la propia responsabilidad ante la vida.

El olmo depura las aspiraciones de perfección que nos hacen daño. Cuando la meta que se nos plantea no es realista o la perfección que se anhela es absolutamente imposible de alcanzar, llegamos al desaliento. En ese instante, el ego percibe que por sí sólo no es capaz de abordar la abrumadora tarea, que se ha echado sobre las espaldas. La flor del olmo contribuye a integrar las aptitudes esenciales del alma, al tiempo que nos lleva al equilibrio frente a las verdaderas aspiraciones del Yo superior.

Todo esto que me explica mi hermano, lo dice a la vez que escruta en mi interior con sus ojos limpios.

Sé que sus propios desvelos, son quienes le han hecho encaminar sus pasos, en la búsqueda de la salud del alma para sí y para los suyos.

Aparte de mi hermano, conozco pocas personas que hayan investigando en tanta profundidad y durante tantos años, el modo de ayudar a los demás a través de las flores.

- Cuatro gotas, cuatro veces al día. No toques el tubo de cristal con la lengua. La flor es extremadamente sensible. Nuestras impurezas matarían el efecto. Déjalas reposar justo debajo de la lengua. El sutil efecto energético llegará a tu corazón en poco tiempo.

Cumplo cuanto me dice. Me alivia. Tras dos años de tratamiento, he de confesar que duermo mejor; que domino algo más mi estrés, y que incluso me apunta un rayo de esperanza. Pero en lo que apenas he avanzado es en lo del estómago.

- Hay algo que no me cuentas – replica mi hermano – Las flores son efectivas, incluso con animales. No hay sugestión posible. Deberías haber mejorado hace tiempo.

Y hay cosas que no le digo, porque no me resultan evidentes. Me bullen incomodidades, atisbos de negrura en el alma dolorida, apatías. Le digo que ya no quiero saber tanto de mí. Que quizás lo único que realmente me venga bien sea un poco de tranquilidad y disfrutar más de la vida.

- Eso es justamente lo que te van a dar las flores – reafirma.

Cómo decirle que hago sufrir a mi mujer con mis sueños, que de tanto en tanto no es ella, sino lejanos fantasmas quienes dan forma a mis desvelos. Que no me gusta la vida que llevo, ni este mundo enfermo, o de que no llueva ni gota.

Mis fantasías encallan en un pasado que jamás tuvo lugar, sublimando recuerdos que tampoco existieron.

La niña de las Tendillas; el amor primero. Las sonrisas, que quizás nunca se dieron. Inviernos de nieve, lluvias de otoño. Placidez en las calles de mi pueblo.

Una nueva terapia de hablar durante horas y de contemplarnos por dentro:

- Padeces de intolerancia y apatía a un mismo tiempo. Cometes los mismos errores, y experimentas dentro de ti un gran vacío. Pese a que en todo momento, tratas de mantenerlo oculto, sufres en silencio por algún trauma, que no has llegado a superar. Un sicólogo diría que padeces de depresión ansiosa negada. Es por esa razón que comes mucho; estás siempre impaciente y cometes los mismos errores. Hablas en pasado, porque te asusta el presente y temes al futuro.

Me habla de la arquitectura esencial de que estamos compuestos los seres humanos:

- Hay tres pilares fundamentales en nuestra esencia. El primero es el de la mente, que es quien soporta nuestros pensamientos, deseos, actos o hechos. El segundo es el alma, que soporta lo racional, la conciencia, emociones, corazón. Por último, se encuentra el pilar que da razón a todo. El pilar de lo espiritual, de la sabiduría, del amor y de la comprensión. En definitiva, el del conocimiento de nuestro plan. Si los dos pilares primeros no nos resultan transparentes o se encuentran llenos de inmundicias, nada puede llegar al tercero. Ese es el origen de la enfermedad: la falta de equlibrio. De esta manera el dolor que se produce en nuestras vidas, lo es básicamente por las transgresiones frente a lo infinito. La enfermedad es ante todo una falta de armonía. Hay que cuidar tanto de la mente como del alma si se quiere llegar a Dios

La belleza de las flores induce tal armonía en quien se dedica a ellas, que habitualmente y al menos durante el proceso del diagnóstico, las personas se hallan en paz consigo mismas. De no estarlo, la flor lo acusa, languidece y pierde su efectividad.

Mi hermano lo está; lo percibo y lo aprecio.

Las plantas son cortadas con instrumentos de cuarzo o de plata, para no alterar ni su fuerza vital ni su fuerza cósmica.

Edward Bach, médico de origen escocés y gran investigador, intuyó en la primera mitad de este siglo, que las flores poseían un gran poder de curación, muy superior al del resto de las plantas. Comprendió enseguida que cada flor podía actuar ante una tipología emocional concreta.

El grueso de su trabajo lo desarrolló entre mil novecientos veintiocho y mil novecientos treinta y seis. Desde entonces a la fecha, otros investigadores han continuado el camino emprendido por este hombre visionario y oportuno.

La variedad de elixires resulta hoy tan grande como increíbles las capacidades que nos descubren las flores.

El álamo es para la confianza, el haya para la tolerancia; la ceratostigma para la seguridad y el conocimiento interno. La cerasífera para el sosiego; el brote de castaño de Indias para el aprendizaje. La achicoria para el amor sin condiciones. La clemátide para mantenerse en presencia; el manzano silvestre para la purificación. La genciana para el ánimo de la vida. La aulaga para la esperanza; el brezo para la comprensión. El acebo para el amor; el hojarazo para la vitalidad. El alerce para la autoconfianza; el mimulo para el valor. La mostaza para el ánimo; el roble es de fuerza. El olivo regeneración; el castaño rojo, distensión. El heliantemo, coraje; el agua de roca, flexibilidad. Sclerantus, estabilización. El castaño común, transformación; la verbena, calma. La vid, servicio; el nogal cambio; la violeta de agua, humildad. El castaño de Indias, tranquilidad mental. La avena silvestre, discernimiento; la rosa silvestre, motivación. El sauce, paz y perdón, y el rescate es para urgencias.

Hay también flores de California, flores de Australia, flores del Alba; rosas de Percibal... y las hermosísimas damas áureas.

Las bellas hasta en el nombre, damas áureas. La dama de la noche número uno o de voluntad real, para contrarrestar soberbias, ignorancias y envidias.

La dama de la noche número dos o de voluntad de amar, para contrarrestar, egoísmos, impaciencias o codicias.

La dama de la noche número tres o de voluntad de realizar, para contrarrestar, vanidad, lujuria y pereza.

La dama de la noche número cuatro o de claridad, para la ignorancia, soberbia y envidia.

La dama de la noche número cinco o de felicidad-significado, para la codicia, egoísmo e impaciencia.

La dama de la noche número seis o de anhelo-pasión, para la pereza, vanidad y lujuria.

La dama de la noche número siete o de pureza de intención, para la envidia, soberbia e ignorancia.

La dama de la noche número ocho o de ofrenda de si-no ser, para la impaciencia, codicia y egoísmo.

La dama de la noche número nueve o de servicio, para la lujuria, pereza y vanidad.

La dama de la noche número diez o de protección y filiación, para contrarrestar agresiones psicoenergéticas.

Y la dama de la noche número once o de justicia, para contrarrestar la falta de sinceridad y honestidad consigo mismo.

Mi hermano acompaña mi preparado de Batch, de tres de las damas áureas:

- La dama de la noche número tres o de voluntad de realizar, por cuanto te pierdes en exceso en las preocupaciones, por muy justificadas que estas sean, y te olvidas de lo esencial en ti. La dama de la noche número seis de anhelo-pasión, por tu exceso en la búsqueda de satisfacciones externas. La dama de la noche número nueve de servicio, para que te ayude en el conocimiento de ti mismo.

A quienes creen que nada de esto sea efectivo. Están en su derecho al hacerlo. Piensan que lo que sana es la autosugestión. Bendita autosugestión en todo caso.

Sin embargo, el sistema terapéutico de curación por las flores de Batch, lo recomienda la Organización Mundial de la Salud desde mil novecientos setenta y ocho.

De mi parte puedo atestiguar que ha mejorado sustancialmente mi vida.

En una ocasión en la que una congoja me mantenía en herida continua, tras tomar el elixir, llegué a sentir que una luz me salía del pecho. En otra, la tensión se me descompensó de manera alarmante.

Ambas reacciones me provocaron una gran inquietud. No podía hacerme con el control. Estuve a punto de abandonar el tratamiento. Pero no lo hice y desde entonces he ido en progreso poco a poco.

Las flores desgraciadamente no hacen milagros, pero se aproximan. La salud es ante todo un bien del alma. Las primeras toxinas que se han de eliminar son las de las del odio, las de la intolerancia, las de la soberbia y las de tantas y tantas otras, que nos matan poco a poco.

Cuando uno se irrita, se contrae; todo el organismo acusa la irritación. Se segrega bilis; los jugos gástricos se desbocan.

Las flores son compañeras. Las llevo conmigo en toda ocasión, y en los viajes, se convierten en las aliadas que me previenen ante lo incierto.


11


Cuando uno se encuentra de visita en un país, por razones de tipo profesional, oficial, familiar, privado o de cualquier otra índole, no parece que sea oportuno ni delicado, opinar de la política o de la situación social del país que nos recibe.
Yo nunca lo he hecho; pero debo confesar una cosa. Cuando descubro la realidad de las heridas de cualquier país en las carnes vivas de sus niños, me duelen los dolores de ese país, como si los sufriese en las mías propias.
Sé que la identidad de un país o incluso de una nacionalidad, se asume como algo que te hace diferente a los demás, al tiempo que se convierte en excusa ideal que permite reafirmarse en la individualidad. Pero sólo son barreras que ponemos a nuestros caminos y los limitan hasta el absurdo.
Tenemos miedo a lo de fuera, como si lo dentro fuese siempre lo mejor. Contradictoriamente, a veces nos disgusta lo de dentro, pensando que justamente es fuera donde vamos a encontrar la plenitud. Es el miedo al cambio cuanto nos impide la evolución.
Nuestros sueños se estrellan por la ignorancia, contra el miedo a que se nos escape no sé qué pretendida comodidad, que en realidad nos mantiene encallados a un puerto de temores y desasosiegos.
Somos injustos con nuestros hermanos, con nuestros niños, que son los hijos que se nos pudren en las alcantarillas de algunas de nuestras ciudades.
Los niños demandan sólo un poco de lo que disponemos en exceso. Pero, ¿cuál es generalmente nuestra respuesta frente a tan razonables peticiones? : mirar hacia otro lado, porque ya habrá quienes se ocupen de ello, ó ese no es mi problema. Bastante tengo con mis propias inquietudes como para resolver las de los demás.
Así, en el mejor de los casos, y pese a que en el fondo nos duela, el único compromiso activo que mantenemos frente a la injusticia, incluso la que en ocasiones se origina en nuestro entorno, es exclusivamente testimonial: le dedicamos nuestros pensamientos y elevamos una plegaria al cielo. Con eso creemos haber cumplido.

Apañados estaríamos si esa fuera la actitud mayoritaria. La injusticia, hay que combatirla con amor, pero con amor equitativo y solidario. No hay otra manera.

En mis viajes a otros países puedo apreciar, en su cruda e inequívoca realidad, lo chiquito que es el mundo, y cuan equivocados estamos, al pensar que lo que ocurre en otros lugares no nos afecta.

Una hoja que caiga en no sé que apartado rincón, puede provocar, en el extremo opuesto, el más grande de los terremotos. Los niños, lo provocarán algún día, si no lo están haciendo ya.

Bien es verdad también, que en todos los lugares de esta bendita Tierra, hay personas, que nos reconcilian con el Cielo.

En un viaje a Lima tuve la oportunidad de entablar conversación con un cooperante español, que había hecho del amor en justicia, una forma de vida.

No importa su nombre, ni el lugar en el que ejerce. Merecen destacar su compromiso y su actitud de entrega permanente, ante los más necesitados, en especial los niños abandonados.

Para saber de su compromiso, basta narrar una anécdota. Me comentó que si los del lugar no comían, situación que de tanto en tanto se daba, tampoco lo hacía él.

- Me he acostumbrado a pasar el día con una taza de café – me dijo.

De sus manos y de las de la cooperación española, ha ido floreciendo una pequeña comunidad de acogida de niños desamparados, en las estribaciones del Machu Pichu.

No pude visitar el lugar ni estar demasiado tiempo con él, por lo complicado de nuestras respectivas ocupaciones. Tuve, no obstante, la oportunidad de contemplar unas fotografías, que ilustraban a las claras del progreso realizado. Pero, ante todo, lo que realmente tuve fue el privilegio de conversar con un hombre sencillo y excepcional.

Me dijo que había dejado su consulta de naturopatía en España, tras un viaje al Amazonas.

Estuvo conviviendo durante algún tiempo con varios grupos de etnias diferentes, en plena selva amazónica. La experiencia de convivir en armonía con la naturaleza, y las necesidades de las personas con las que compartió aquella etapa de su vida, le llevaron a un impacto tal, que abandonó todo cuanto tenía y se entregó de lleno a una nueva forma de entenderse a sí mismo, a través de los que de él necesitaban.

Me dijo también que aspiraba al sacerdocio:

- Pero soy muy mayor y el obispo de Lima no parece muy entusiasmado por la idea.

No voy a opinar del parecer del obispo ni de la política peruana, porque entre otros, carezco de datos o de pautas para hacerlo con conocimiento de causa. Lo que quiero expresar es cuanto me duele la sinrazón y el dolor, que a veces causamos de manera indirecta a nuestros niños, sin ser, en todas las ocasiones, plenamente conscientes de ello.

Bien es cierto que, como resulta obvio, a quien más duele el malvivir es a los que malviven. Duele sobre todo a las gentes sencillas y solidarias del Perú, que se esfuerzan entre sí en salir adelante y en ayudarse los unos a los otros. En Perú, como en tantos lugares de esta bendita Tierra, hay muy buena gente.

Pero hay niños en Lima que jamás pisan una escuela. Hay millones de personas, viviendo en las arenas que rodean la ciudad, sin otro resguardo que unas simples esteras. Hay miles de precarias construcciones, situadas en las laderas de los cerros, en situación que da escalofrío imaginar, si ocurriera algún movimiento de tierra, temblor o inundación.

Naturalmente que no debe producirse la injerencia de unos países sobre otros, en la política social que adopten las naciones soberanas. Pero ¿es lícito que unos mueran por carecer de todo y que otros lo hagamos por tener demasiado?

No sé que se pueda hacer eficaz por ayudar a los más necesitados. Tal vez la inversión de las empresas transnacionales sea un camino; otro pueda ser promover el voluntariado internacional, con respaldo de los organismos internacionales; otro también pueda ser el apoyo a las organizaciones no gubernamentales, con patrocinio internacional, y colaboración de los voluntarios del lugar o ayudar a las Iglesias.

Todo se está haciendo en parte; pero a lo que se ve por los resultados, no parece suficiente.

Hay cosas sencillas, muy sencillas, que todos podemos hacer: a veces basta con pensar en nuestros semejantes, en los de allá y en los de acá. Es difícil de explicar, pero a veces sólo con pensar en ayudar a los demás, se les ayuda. Algo acaba por hacerse al final.

Durante mucho tiempo sufrí la guerra de Yugoslavia, que me tuvo y aún me tiene soliviantado. Todo me irritaba, pero el extremo dolor de sus niños, literalmente me llevaba a un gran desquicio.

Debo admitir que en los momentos álgidos del exterminio, lo que me invadía era el solivianto del egoísmo, de que aquello acabara extendiéndose y terminase por llegarnos a todos, de una u otra manera. Pero también padecía y aún padezco de una pesadumbre, que creo justificada.

En mil novecientos ochenta ocho u ochenta nueve, no recuerdo bien, y antes de que estallase la desgraciada contienda, hube de realizar un viaje de trabajo a Croacia.

Fue a recibirme al aeropuerto de Dubrovnik el representante de la PTT (Telefónica) yugoslava, responsable de coordinar el encuentro. Un apacible ingeniero de telecomunicaciones, y aparentemente también, un buen padre de familia.

No recuerdo su nombre, pero lo que sí recuerdo es lo admirablemente bien que se portó conmigo.

En el viaje desde España me había sentido indispuesto, y llegué a Dubrovnik con uno de los dolores de cabeza más horribles que jamás haya padecido.

El hombre me acompañó en todo momento, y hasta que no me llegó a dejar perfectamente atendido en el hotel, no hubo manera de hacer que se marchara de mi lado:

- No se preocupe por mí. Váyase a casa. Seguro que le están esperando – le dije, aún con el cuerpo temblando de escalofríos.

- No amigo, los yugoslavos somos gente hospitalaria – respondió.

Hizo llamar a un médico. Prácticamente se ocupó de desvestirme, y hasta que no me llegué a recuperar un poco, no se separó de mi lado.

Me recuperé y disfruté de Dubrovnik, su ciudad. Dubrovnik me produjo entonces la mejor de las impresiones: bella de ensueño, murallas medievales estupendamente conservadas; casitas sencillas y preciosas; vegetación abundante, el bello mar Adriático, parques bien cuidados, tranquilidad aparente en las calles.

Cuando comenzó aquello, se me vino abajo el mundo. ¿Cómo podían matar tan impunemente, incluso a los niños?.

Durante las reuniones de trabajo, llegué a establecer una cordial relación con una atractiva y simpática secretaria, que a todos nos tenía encandilados.

Supe hace un año, que al poco de iniciarse la contienda, la bella secretaria y el amable responsable, habían dejado a sus respectivas parejas e hijos, en una huida conjunta hacia Australia, en la que los niños de cada cual, habían quedado abandonados a su suerte.

En Dubrovnik llegué a presenciar también un extraño suceso de la naturaleza, que se originó justo frente a los enormes ventanales del inmenso hotel en el que me encontraba.

Yo sabía de los tornados, pero no que surgiesen del mar.

Del Adriático nacía un remolino negro, que succionaba todo cuanto hallaba a su paso, y llegaba a unirse a una nube, aún más negra que el propio remolino, formando un conjunto de espanto.

Me impresionó mucho. No sé si aquello fue algún tipo de aviso.

Me dolió mucho el abandono de los niños.

¿Qué se puede hacer por los niños?. Manifestarse, rezar, sufrir, participar, colaborar. En realidad no sé que de efectivo puedan resultar estas cosas. Amar y desear un mundo mejor, puedan quizás ayudarnos a cambiar aquello que no nos gusta.

El amor es el sentimiento humano por antonomasia y cuanto nos ofrece razones para seguir viviendo; pero al tiempo y en contrapartida nos pone a prueba de continuo.

Amor a nuestra pareja, amor a nuestros hijos, amigos, ciudad, país. Si el amor excluye, si el amor quiere poseer al otro, la gracia y dicha con las que nos bendice el cielo, se tornan entonces en el más horrible de los castigos.

El amor al hermano necesitado, pobre, lejano, golpea en la placidez de nuestros hogares y reclama de toda nuestra atención.

Hoy, jueves cinco de agosto de mil novecientos noventa y nueve, los medios de comunicación se hacen eco de una noticia, que sacude y abochorna nuestras amodorradas conciencias europeas.

Dos niños guineanos, de catorce y quince años, han sido encontrados muertos por congelación, en el tren de aterrizaje de un avión, que les llevaba como polizones clandestinos, de Mali, en Guinea-Conakry, a Bruselas, Bélgica.

Junto al cadáver de uno de los niños y sujeta entre una de sus manos y el corazón, se ha encontrado como pasaporte una carta de sencillez y clarividencia admirables.

De no haber mediado la carta, probablemente la noticia nos hubiera sobrecogido, pero al poco se hubiese difuminado entre los miles y miles de impactos visuales o sonoros que día a día nos sacuden.

Este es el texto íntegro de la carta.

“Excelencias, Señores Miembros y Responsables de Europa”:

Tenemos el honorable placer y la gran confianza de escribirles esta carta, para hablarles del objetivo de nuestro viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África.

Pero ante todo, les presentamos nuestros saludos más deliciosos, adorables y respetuosos con la vida. Con este fin sean ustedes nuestro apoyo y nuestra ayuda. Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro. Les suplicamos, por el amor de su continente, por el sentimiento que tienen ustedes hacia nuestro pueblo y, sobre todo, por la afinidad y el amor que tienen ustedes por sus hijos, a los que aman para toda la vida. Además, por el amor y la timidez de su creador, Dios todopoderoso, que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes, para construir y organizar bien su continente, y ser el más bello y admirable entre todos.

Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente en África; tenemos problemas y carencias en el plano de los derechos del niño.

Entre los problemas, tenemos la guerra, la enfermedad, la falta de alimentos. En cuanto a los derechos del niño, en África, y sobre todo en Guinea, tenemos demasiadas escuelas, pero una gran carencia de educación y de enseñanza: salvo en los colegios privados, donde se pueden tener una buena educación y una buena enseñanza, pero hace falta una fuerte suma de dinero. Ahora bien, nuestros padres son pobres y necesitan alimentarnos. Además, tampoco tenemos centros deportivos, donde podríamos practicar el fútbol, el baloncesto o el tenis.

Por eso nosotros, los niños y jóvenes africanos, les pedimos hagan una gran organización eficaz para África, para permitirnos progresar.

Por tanto, si ustedes ven que nos sacrificamos y exponemos nuestra vida, es porque se sufre demasiado en África. Sin embargo, queremos estudiar, y les pedimos que nos ayuden a estudiar para ser como ustedes, en África.

En fin, les suplicamos muy, muy fuertemente que nos excusen por atrevernos a escribirles esta carta a Ustedes, los grandes personajes a quien debemos mucho respeto. Y no olviden que es a ustedes a quienes debemos quejarnos de la debilidad de nuestra fuerza en África.

Escrito por dos niños guineanos. Yaguine Koita y Fodé Tounkara”

En el prólogo del informe de UNICEF “El progreso de las naciones”, redactado por el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi A. Annan, se dice:

“Muchos países pueden enorgullecerse de los grandes avances logrados en este decenio, en relación a la conquista de las metas de la Cumbre Mundial, y a la vigencia de los derechos de los niños: las vidas jóvenes que se han salvado, debido a las mejoras en materia de salud y nutrición; la protección a los niños contra el trabajo peligroso o en condiciones de explotación, que ahora cuentan con la posibilidad de ir a la escuela. Pero en otros casos, los conflictos, la deuda externa, las crisis económicas y las prioridades equivocadas, han tenido efectos devastadores en la niñez, que siempre paga un alto precio por los fracasos de los adultos”

Los niños de los hospicios o de los centros de acogida, se aferran a las perneras de quienes los visitan, y gritan:

- ¡Papá, mamá¡

Y no sabes qué hacer. Son tus hijos. Los niños rumanos, los niños rusos, los niños colombianos, sudaneses, angoleños, congoleños, chinos, peruanos, guatemaltecos, brasileños, guineanos.

Son niños, que a sus pocos años pueden incluso ser padres de otros niños, carne de cañón para el crimen, la prostitución, la guerra, el dolor.

La auténtica discapacidad de este mundo la sufrimos por la falta de amor con nuestros niños.


EPÍLOGO


Las palabras que iluminan nuestros caminos, se hallan casi siempre en la voz de nuestros corazones, en los sabios, en nuestra propia experiencia vital y en la grandiosa majestuosidad de los buenos libros.

Muchos de los libros de los que he bebido para estas reflexiones, me han resultado precisos tras el viaje de México.

De ellos he extraído los más bellos pensamientos.

Y los hay tan hondamente sentidos, al tiempo que tan maravillosamente expresados, que cualquier intento de moldearlos o conformarlos a nuestro antojo, además de un acto de soberbia, constituye una real tontería.

Hay perlas de sabiduría, que alumbran nuestros caminos desde el principio de los tiempos.

Indescriptible belleza en los proverbios del Rey Salomón:

Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia. Porque su ganancia es mejor que las ganancias de plata. Y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedas desear, no se puede comparar a ella. Largura de días está en su mano derecha. En su izquierda riquezas y honra. Sus caminos son deleitosos. Y todas sus veredas de paz. Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano. Y bienaventurados son los que la retienen.

“Eclesiastés, 3-5”

Todo va a un mismo lugar; todo es hecho de polvo, y todo volverá al mismo polvo. ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos del hombre sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?. Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre, que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?. Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.

Isaías, 54, 55

¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura.

Hermes Trismegisto, considerado el depositario de la sabiduría de los dioses, señaló un día a sus discípulos (Iván Seperiza):

Siete Principios rigen el Universo:

Primero, El Mental. Todo es Mente. El Universo es una creación Mental de Dios.

Segundo, El de Correspondencia. Como es arriba es abajo, como es en el macrocosmos, es en el hombre o microcosmos.

Tercero, El de Vibración. Nada está quieto. Todo vibra y es vibración.

Cuarto, El de Polaridad. Todo posee dos polos antagónicos. La mente tiene el poder de transmutar lo negativo en positivo, mediante los correctos pensamientos.

Quinto, El del Ritmo. Todo fluye siguiendo un rítmico ciclo de acción y reacción, de actividad y reposo.

Sexto, El de Causa y Efecto. Toda causa tiene un efecto, nada sucede por azar sin una causa; todo ocurre de acuerdo a la Suprema Ley.

Séptimo, El de Generación. Todo en el plano de la energía surge del género masculino o femenino. La reencarnación termina su ciclo, cuando son transmutados los humanos deseos, desde lo denso en ellos hacia lo sutil. Mirad, os he revelado lo que estaba escondido. La Gran Obra está con vosotros y en vosotros, y porque se halla siempre en vosotros, sin cesar la tendréis presente, estéis donde estéis. El conocimiento recibido es para ser expresado en beneficio de los demás, no para guiarse por la soberbia y sentirse superior a otros. Cada uno logra mediante el correcto conocimiento elevarse vibratoriamente aplicando el principio de polaridad en el que, ante cada pensamiento negativo, surge con más fuerza su opuesto positivo que lo anula. El uso de las Leyes del Plano Superior producen el equilibrio armonizando al organismo".

Maharishi Mahesh Yogi destaca: "Una mirada bondadosa atraerá un niño hacia uno. Una mirada dura le hará llorar y salir corriendo. Así es como, en completo silencio, se produce el influjo sobre la naturaleza toda. Inocentemente uno se convierte en la víctima de las vibraciones de otras personas; estamos sujetos a las emociones silenciosas y a los pensamientos de otros individuos y somos influenciados por ellos".
Los Rishis u hombres sabios de la India decían antes de Cristo:
“ Así como un hombre dormido despierta, pero no sabe mientras está dormido, que va a despertar, así también una parte del Espíritu invisible y sutil, viene como mensajero al cuerpo, sin que se tenga conciencia de su llegada”.
Lao Tse nos dejó bellos resplandores en el Tao Te Ching. Estos son dos de ellos:
“Habiéndome conquistado a mí mismo, soy el más grande conquistador”
y
“Procura llegar al infinito sin dejar huellas de tu persona”
Buda nos habla de las cuatro actitudes divinas:
“Ilimitada amabilidad, ilimitada compasión por el sufrimiento ajeno, ilimitado regocijo por el bien y la alegría del prójimo, y una serenidad inconmovible”
De la enseñanza de Jesucristo en los Evangelios Apócrifos:
“ La vida es como un puente, se debe pasar por él, pero no permanecer en él”
“Y el reino de los cielos dentro de vosotros está”
Día del regreso. La satisfacción del trabajo bien hecho. Tras ello los abrazos, los besos:
- No dejéis de escribirme – les pido y llego a la emoción.
- Lo haremos. Que te vaya bonito – responden, con sus abrazos de amigo.
Tomo notas en el avión. El aeropuerto se encuentra a dos mil ciento sesenta y cuatro metros de altura, de acuerdo con el altímetro de a bordo.
Despegamos. Pongo mi mano derecha sobre el corazón y envío un último beso a la Guadalupana.
Control aéreo de Jalapa Enríquez. Es noche; el cielo se aviene negro. Justo en mitad del Golfo de México, nos sacude un fortísimo bamboleo. Es preciso abrocharse los cinturones. Me inquieto. Al poco de pasar el control de Veracruz, llega la calma.
La velocidad máxima se consigue bajo el control de St. Pierre, mil setenta kilómetros por hora.
Ya en pleno Atlántico, miro al cielo y me dejo llevar por un rayo de luna.
Los deseos que se plasman por escrito desde lugar tan elevado, tal vez se cumplan. Escribo. Es de las veces que más cerca me he visto del cielo.
“Pan, paz, salud y amor para los míos”. Los míos son mi esposa e hijos, mi padre, mi madre, mis hermanos, mis parientes, amigos y compañeros. Así, en ese orden, es como lo pido. Luego escribo que eso mismo alcance a todo el género humano, y que cesen las guerras, y que llegue el pan de una vez por todas, a los mil doscientos millones de criaturas que padecen de hambre en grado extremo.
Que no se explote a los niños; que el cambio climático no resulte irreversible: que llueva cuando haya de llover y que haga frío cuando corresponda.
Que no haya grandes desastres naturales, que las naciones alcancen un entendimiento, que les permita el desarrollo, sin daños irreparables a la naturaleza.
Que se acaben el integrismo, las mafias y las dictaduras.
Que haya más justicia y más hombres sabios en los caminos.
Que ETA abandone la lucha armada.
Que lo hagan también todos los demás grupos terroristas del mundo, de Argelia a Colombia pasando por Irlanda.
Que haya gobiernos justos.
Que no haya incendios provocados. Que haya más árboles y más verde en los campos.
Que el mundo sea lugar de belleza, armonía, limpieza, respeto, equilibrio, sosiego, solidaridad, entendimiento, felicidad, progreso, luz, bondad y justicia.
Que los niños tengan futuro; que todos tengamos presente: trabajo para quien lo precise, amor para quien lo busque; salud, para quien la pierda.
Que Dios nos bendiga en los sueños.
Islas Azores, Ponta Delgada, control aéreo de Móstoles. Madrid me recibe con los brazos abiertos.
Bendito sea México. Iluminas mi camino. Que la Virgen os sea tan favorable, como en mí lo ha sido.


RIVAS, a 23 de agosto de 1999.

Bibliografía


Para apoyar algunas reflexiones, el autor ha tomado datos e incluso párrafos o partes completas, indicadas por comillas, de algunos de los siguientes libros y revistas:

- Sagrada Biblia Católica
- El secreto de sus ojos, E. Tercer Milenio, José Aste Tönsman
- Nuestra Señora de Guadalupe, E. Progreso, Joaquín Flores Segura.
- Felicidad de México, E. Clío, Fausto Zerón-Medina.
- Varias obras del doctor Iván Seperiza Pasquali, disponibles en Internet, http://www.isp2002.co.cl/
- A través del tiempo, Ediciones B, Brian Weis
- Repertorio de esencias florales, E. Fultena, Patricia Kaminnski y Rochard Katz
- Memoria 1998 de Mensajeros de la Paz
- Libros AHCIET, (http://www.ahciet.es) de los congresos de discapacidad y telemedicina, 1998 y 1999, y libro de situación del empleo en España para personas con discapacidad, Escuela Libre Editorial.
- Atlas Histórico Universal, El País
- Europa-América, 1492, La Historia Revisada, El País.
- ABC, Entrevista al Padre Angel
- Escalera al cielo, Félix Gracia, Neuquen
- Terapia emocional, F. Sánchez, http://personall.iddeo.es/ret002wn/index.htm
- Tres historias sobre ruedas, http://www.cti.unav.es/capellania/ldm/eutanasia/euta117.html
- Pasos hacia la paz interior, http://www.peacepilgrim.org/pasos.htm
- Las damas áureas, Floralba
- Transmutar, Argentina.
- Revistas Más Allá de la Ciencia y Año Cero.
- Revista chilena, Atrévete (a ponerte en mi lugar).



1 comentario

Milagros Aranzabal -

Quisiera reorientar mi vida a los 60 años.Estoy sola y con discapacidad motriz moderada