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EL SOL QUE MORA EN LO INTERNO, 29 de agosto de 2020

EL SOL QUE MORA EN LO INTERNO, 29 de agosto de 2020

Hoy se cumple el décimo quinto día de confinamiento en España por el coronavirus. Son las ocho de la mañana; suena el despertador. Nada más levantarme sosiego el automatismo de ponerme de inmediato a escuchar la radio o consultar Internet. He de hacer un esfuerzo para lograrlo.

El Sol despunta adornado de oro en un fondo azul carmesí. Sobrecogido abro la ventana para diluirme en la agradable contemplación del nuevo amanecer, tan igual al tiempo que tan distinto como el de ayer.

Dejo que su luz penetre e invada mis pupilas. Generoso, las colma de matices y diminutos brillantes que se desplazan de izquierda a derecha. Le aguanto la mirada. Sé que tiene respuestas y quiero entender cuanto me tiene que decir. Pero ¿Cómo se entiende a un astro? ¿De qué oídos o aberturas cuenta la cabeza para escucharlo? ¿Qué preguntas le hago?
Demasiados interrogantes respecto del bicho que nos espanta. La mitad del mundo se encuentra paralizada y la otra conteniendo la respiración e incluso en algún caso en negación de lo evidente. Sin embargo, el comportamiento de los animales que tornan a la ciudad nos dice que algo extraordinario se está manifestando.

Desde la ventana del salón, atril sagrado de aplausos de las ocho de la tarde, admiro la matutina luz de primavera. Su suave resplandor invita al encuentro de nuevos resquicios de entendimiento. Puede que el conocimiento fluya de las estrellas, quizás no; sin embargo, cada vez se hace más perceptible el calor de la fuente cuando uno se aproxima a esta.

La luz del sol externo alcanza a todos los seres sintientes e invita a la sombra cuando el fuego aprieta; el interno es privativo e ilumina corazón hacia dentro. Existe merced al de fuera y es quien aguarda, con lámpara encendida, la llegada del esposo en mitad de la noche.

Medito respecto de las sombras que induce el pequeño sol que nos habita y determino abrazarlas. Yo soy cuanto no me gusta de los demás. Podrían no hacerlo también mis manos, pelo, altura o cualesquier otros constitutivos del cuerpo; pero no por ello dejarían de tener su lugar. De igual manera acontece con la ira, miedo o resentimiento. No es siquiera sensato negar lo que se siente, al menos en cuanto a no mentirse a uno mismo se refiere.

Luz y sombra son dos caras de una misma moneda. Todo lo que se expone a lo luminoso por fuerza ha de proyectar sombra. Cuando esta se torna abundante o el calor aprieta, se activa el instinto de dar con otra aún mayor que la propia para guarecerse y no perecer por el fuego. Concluyo pues que la sombra sea el lugar cálido del corazón cuando se encuentra uno bajo su resguardo.

Aceptar el juego de la dualidad libera en gran medida del sufrimiento al que conduce el rechazo del dolor, cuando este llega. Aspirar a la perfección desde una comprensión limitada de la vida, es simplemente una pérdida de energía. La paradoja pueda residir en que tal vez ya seamos perfectos y lo imperfecto sea la mirada con la que contemplamos lo inmediato. Cuando uno imagina en panorámica su vida, quizás resulte a un tiempo hacerlo en perspectiva y poner en valor el aprendizaje de la experiencia. La vida es perspectiva; no expectativa.

También puede ser de mayor eficacia vivir como si fuésemos perfectos, en atención y discernimiento y ofrecer la mejor versión de que seamos capaces, justo la que exigimos a los demás. Probablemente desde este reconocimiento resulte más fácil hallar el eslabón adormecido, que no perdido y que nos distingue realmente como humanos.

La vida tras el coronavirus no va a ser igual a la de antes; en realidad ya no lo es desde hace días. Sea la que sea de alguna u otra manera ha de residir en lo común. Es de urgencia por tanto la unidad en paz y armonía para reconocernos como la gran familia humana que somos, en respeto reverencial hacia la naturaleza.

Enfadarse por cuanto no se entienda o desconozca conduce al miedo. Yo al menos lo entiendo así y he decidido no volver a experimentar voluntariamente emociones tan perturbadoras, siempre que me sea posible hacerlo. Soy consciente del desgaste brutal que implica que los demás se acomoden a lo que siento, temo o pienso.

La cabeza dicta sobre qué pensar con independencia de la voluntad, a menos que esta sea hierro rígido. El anhelo de recuperar en la memoria un escenario familiar de referencia, produce en ocasiones una mera recreación difuminada. Lo que imaginamos, se proyecta en escenas de blanco y negro, sin matices, inundada la cabeza de pensamientos obstructivos, no deseados.

La cabeza se asemeja a los pulmones que inspiran y extraen el oxígeno del aire y exhalan dióxido de carbono, consecuencia del proceso. La mente inspira creencias y exhala pensamientos alocados. Más del noventa por ciento de los pensamientos son pensamientos basura. Es conveniente por tanto aprender a convivir con estos y dejar en paz a los gigantes allá en lontananza, que en realidad son molinos.

Una vez finalice tan singular combate contra el coronavirus y se dé por concluido el confinamiento, tengo el propósito de besar la tierra, abrazar con mayor calidez a los míos y vivir el resto en agradecimiento.

Pero hoy y tal vez mañana lo que más me conmueva es esta aspiración de Dios en la que vivo y solicitar de su gracia para que me sostenga y os sostenga a todos en las palmas de las manos.

Es mediodía y el Sol refulge en un cielo despejado; apenas puedo entrever el perfil dorado desde los ojos entreabiertos, pero sí puedo y así lo hago soñar con el día de libertad en el que volvamos a ser hermanos.

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