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Ciego de mente y demente cegado. Martes 11 de enero de 2022

*Ciego de mente y demente cegado*

 

Lo que de verdad importa es visible sólo con los ojos del corazón. 

 

Toda la península de nuestro cuerpo es mente, con tres grandes islas trípode del mismo, que conviene visitar camino a Ítaca: cerebro, corazón e intestinos.

 

El corazón ve lo que los intestinos intuyen y el cerebro razona. Llevamos toda una eternidad centrados en los mitos que conforman nuestra secuestrada historial personal. 

 

Es posible que vivamos en una gran mentira. La vida no tiene por qué ser un purgatorio, aunque lo sea. Somos la unidad humana fraccionada en personajes contrapuestos y distintos, siendo que uno es tan sólo reflejo del semejante más próximo y la existencia un paraíso al alcance.

 

Mu padre murió con miedo; mi madre no. A los dos los quiero cada día más. No sé cuál sea mi reacción si Ítaca vislumbra en lontananza. Ahora sé algo que mi padre probablemente desconocía y mi madre intuía. No es miedo a lo desconocido del puerto jónico, sino miedo a dejar las pertenencias y lo conocido de la barca que hacia él me aproxima. Ahí tengo asentados los amarres que dan una cierta seguridad y certidumbre a esta mi existencia cargada de experiencias y cadenas. 

 

Al tiempo, evidencio también que no existen tales seguridades o certezas, salvo que a Ítaca no sé arriba desde la cubierta.

 

Entiendo que esto sea así porque el sol pequeño de lo efímero deslumbra mis ojos pequeños y apenas acierto a ver más allá de un insignificante pliegue del tiempo. 

 

Tras la luz de cada mañana embebida en el Sol Grande, intento, siquiera metafóricamente, rasgar el velo de las dimensiones para atisbar la panorámica del otro lado. Ítaca se me muestra fugaz en esplendor o duda. En verdad, apenas mantengo la mirada más allá de unos tres segundos; suficiente para descubrir al regreso a una barca a merced de las olas, guiada por un capitán loco, borracho en miedos, olvidado el timón cierto de la confianza.

 

Es esta mi mente demente y cegada que olvida el compromiso y se distrae en los tiempos con sirenas y el ruido de sus asustados marineros.

 

¿De qué manera he contribuido desde miles de vidas a que encierren mi mente en esta caja sin movimiento que es el cerebro que la acompaña? 

 

Se halla prisionera de un verbo asustado, léxico incoherente y preguntas que en realidad jamás le fueron formuladas. 

 

En el principio era el verbo y el verbo era con Dios y el verbo era Dios. Esa fue la única instrucción que recuerdo me fue dada. No te distraigas, se amable, acomódate. Llevas todo contigo fueron las últimas palabras.

 

Anhelo de nuevo la voz del Padre Grande y también la del padre chico, quizás el ancla abandonada, desde el momento en que consiguiera izar por vez primera las velas de mi barca. 

 

FLV

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