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CERTEZAS Y SUPOSICIONES, 9 de enero de 2020

CERTEZAS Y SUPOSICIONES, 9 de enero de 2020

Certezas y suposiciones (publicado en Madrid al habla), Mayores Telefónica

Por

Francisco Limonche Valverde,

Hay dos cosas que el ser humano sabe con casi total certeza, sin poder garantizar su cumplimiento hasta tanto no las experimente. La primera es la impermanencia. Nada permanece, todo muta. El ser humano surge como embrión, transmuta en niño, luego adolescente y tras ello joven, maduro y anciano.

En cada vibración hay un cambio; nada permanece como en el latido anterior. El pensamiento llega, taladra en ocasiones y por último se va; de igual manera el cielo gradualmente torna matices y al llegar la noche oscurece y presenta tonalidades indescriptibles.

La mayor certeza que tenemos de impermanencia es la de la seguridad de que vamos a morir. Todo lo que nace muere. El viaje a la vida se sabe por experiencia ajena que es un viaje de ida y vuelta.

La otra cosa que el ser humano sabe a ciencia cierta es que la vida duele; en ocasiones mucho.

Duele el cuerpo, duele el pensamiento; duele el sentimiento.
Todos los postulados y certezas lo son hasta tanto no se manifiestan otros que los amplían o cambian.

No se sabe si la vida es de escasa o de larga duración. Tenemos que compararla con algo que supongamos cierto, por ejemplo la edad del universo. En ese caso la vida resulta insignificante respecto de la totalidad del espacio tiempo y la expansión del mismo.

Hay a quienes la vida se les hace eterna; a otros se le va en un suspiro. Lo curioso es que si realmente la vida tuviese corta duración, nadie podría recordarla ni yo escribir lo que estoy escribiendo. ¿Dónde de lo contrario aplica memoria en un microdestello?

El ser humano sabe también que la respiración puede ofrecerle alguna respuesta. Una vez entregada la vida tras la expiración el cuerpo inicia su disolución.

Apenas sujetas por el filo de la nada las mínimas certezas, surgen la eternidad de los instantes y la sumisión a los miedos.

¿Cómo navegar por tanto a través de los océanos de la vida, si apenas nos aguanta la escafandra del cuerpo humano; dónde las claves o referencias estelares para identificar constelaciones en los mapas de los cielos?

No hay conocimiento que llene tanto vacío, ni respuesta que
consuele tantos desasosiegos.

Quizás los continuos interrogantes sean al tiempo la única posibilidad de respuesta.

¿O tal vez sea Dios el punto donde converjan dudas y respuestas? ¿Pero quién es Dios?

Cualquier ser humano se sabe en sí el punto de partida y el punto de llegada. Probablemente resulte a la vez cierto que Dios nos habita y seamos nosotros el Dios que tanto buscamos.

Más allá de las dudas se encuentran las otras experiencias; aprendizajes y suposiciones de quienes ya han transitado con bien por los mundos y dejado pistas para el recorrido.
Nadie parece haber regresado del otro lado. Hay testimonios que deducen la existencia de tal lugar y que este es bello, sosegado y placentero.

Tal vez sea cierta de igual manera la vida tras la vida y haya por tanto que estar más atento al propio camino que al destino. Ese es el cometido que parece deducirse del agobio ante la incertidumbre.

Si existe algo más allá del túnel lo sabremos en algún momento, por el contrario si este se desvaneciera, urgiría alcanzar nuevos descubrimientos y llegar como hizo Dostoievski a la aceptación de que “sólo espero ser digno de mis sufrimientos”

Algunas claves para un recorrido amable:
- Amar y ser amado.
- Sentirse parte de todos y del Todo.
- Dar sentido a la vida y propósito a las acciones.
- Ante la duda situar la conciencia en primer término.
- Aceptar que lo bueno y lo malo lo llevamos siempre incorporado.
- Abrazar lo que menos nos gusta de nosotros mismos.
- Confiar en la vida; agradecerla

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