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EL MUNDO DESDE MI VENTANA, 18 de agosto de 2020

El mundo desde mi ventana (escrito hace un tiempo)
20 de marzo de 2020
Desde la ventana veo como estaciona un vehículo frente al parque situado a mi derecha; luego otro que pasa y gira. Son las seis de la tarde del veinte de marzo del dos mil veinte.
Un hombre arrastra un carrito de compra, del que sobresalen varios rollos de papel higiénico. El cielo se ha oscurecido, la calle vaciada; lo único que parece moverse son unas palomas que revolotean en los plataneros cercanos. Villaverde se asemeja a un desierto, en el que eremitas urbanos permanecemos enclaustrados en cuevas de hormigón.
No tengo miedo, pero sí vacío. Un silencio me brota de adentro y produce una extraña calma de voces sin eco. Es tal que me habitase una apatía de dudas. El mundo y yo junto a él nos hemos ralentizado; contenemos la respiración y esperamos un milagro.
En el grupo de WhatsApp 2001 de montañeros jubilados de Telefónica, Paco dice que comparta algo, aunque sea una tontería. No sé qué responderle. A lo largo de la mañana hemos intercambiado chistes, poemas y algún que otro artículo sobre el bicho. Creo que nos duele la ausencia de ruido y el no hacer nada. Tenemos “mono” de sierra y de vida.
Intentando acallar la cabeza, aprovecho precisamente para hacer un repaso de mi vida. La contemplo en perspectiva y entiendo que tiene sentido. Aquella decisión de la que tanto renegué me ha hecho ser quien soy. A los dieciocho años se cometen tonterías. Lo cierto es que esa fue muy grande y me resultó complicada una nueva oportunidad, salvo la intervención in extremis del cielo que me dio a conocer a Sagrario y recuperar parte de un sosiego, que en realidad nunca he gozado.
Me duele el dolor de aquellos a quienes más quiero; su abandono y rendición. Hay quien huye hacia delante y no sé cómo hacerle entender que de seguir así siempre lo hará. Hay otros sin embargo que ya han entendido que a quien hay que dar cuentas de los actos es a uno mismo; no al destino o al propio cielo.
Sagrario sale hoy a la compra por primera vez en seis días. Hasta ahora he sido yo quien lo ha hecho. Va protegida por una mascarilla y unos guantes. Del miedo tratamos de protegernos los dos con resignación y disciplina.
A lo largo de la mañana hemos bailado y realizado una tabla de gimnasia; luego yo he fregado la casa y ella ha hecho la comida.
Estamos compartiendo y hablando de lo divino y humano. Tras doce años de casados llegamos a la conclusión de que en cualquier disputa pierden los dos y a veces más quien aparentemente gana.
Poco a poco tenemos la impresión de añadir algún tiempo extra a nuestras vidas.
Afloran luces en las ventanas, que se abren como pétalos de esperanza. Declina la jornada y en breve nos encontraremos inmersos en el debido agradecimiento de aplausos hacía quienes nos protegen y cuidan. Mañana, si está de Dios, será otro día.
 

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