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TU NOMBRE ME SABE A FRESA, DULCINEA, 20 de septiembre de 2020

TU NOMBRE ME SABE A FRESA, DULCINEA, 20 de septiembre de 2020

El Salón de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge de nuevo la lectura continuada de El Quijote. Doce de la mañana del día doce de abril del año dos mil. Invitados y público tratan de acomodarse en los mejores emplazamientos para disfrutar del gozo de la lectura compartida.
Decenas de cámaras de televisión y fotógrafos pugnan por el encuadre. Un conato de tensión se desata entre un camarógrafo y un reportero gráfico. Los organizadores alejan a este último entre gritos. Poco después la calma retorna por completo con la lectura del primer párrafo del más universal de los libros.
El cálido acento de Jorge Edwards, premio Miguel de Cervantes mil novecientos noventa y nueve, activa de inmediato la imaginación de quienes atentamente le escuchamos. Embelesado me siento transportar a esos tiempos en los que el hidalgo cabalgaba combatiendo las injusticias de este mundo.
Soy manchego y dado a la fantasía. No me resulta difícil descubrir a Dulcinea entre el público. Se ha disfrazado de periodista. Me acerco a ella:
- Hola. Resulta emocionante la lectura. Es como si de la boca de Jorge Edwards fluyeran palabras de otros tiempos, le digo un tanto cursi.
No responde. Sonríe; toma notas en un cuaderno. Un tanto sonrojado vuelvo sobre mis pasos.
Me acomodo en la cabina de control, desde donde superviso la retransmisión del acto.
Los lectores se suceden a intervalos de dos o tres minutos. Los hay de voz grave y bien timbrada, niños o ancianos de musicalidad y también quienes se enredan con alguna que otra palabra de difícil pronunciación. Sin embargo, resulta destacable el respeto en el turno de lectura, que asemeja más a una liturgia sagrada que un acontecimiento cultural. Es tal el sosiego y ronroneo, que por instantes me veo flotar en el vapor del ensueño, a la vez que arrobado fijo la mirada en Dulcinea.
Su perfil podría pasar por el de la propia Minerva, diosa de la sabiduría, las artes y protectora, que preside el Círculo de Bellas Artes. En realidad, tal vez sean la misma persona, estilizada, bella y esbelta, como la hija de Zeus.
Mi cometido es coordinar las videoconferencias, real audio, real video y telefonía de los participantes situados en diferentes lugares de España y del mundo. Las telecomunicaciones son esenciales y facilitan a quienes se encuentran lejos la participación en la lectura, ya se encuentren en barco, avión e incluso alojados en la estación orbital.
Todo discurre con normalidad y la experiencia de años anteriores hace que por unos segundos me relaje y disfrute del acto. Imagino a Don Quijote refiriéndole a Sancho sus consejos para gobernar Barataria “has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”
¡Cuánto hubiese deseado que me hablasen a mí de esa manera¡ Años de rastrear en busca de conocimientos sin llegar a otras consecuencias que la de acumular datos y calentarme la cabeza.
Don Quijote es un loco muy serio que te toca el corazón. Aconseja y no aplica, salvo la honradez de ser fiel a un ideal y a la mujer que ama. Cree luchar contra molinos y es contra sí y su sombra con quienes lo hace.
Llego a la conclusión de que en el ser humano habitan dos, uno es Quijote; el otro Sancho. Al primero le guía la conciencia; al otro los apetitos y deseos mundanos, si bien ambos comparten un tanto uno del otro.
Llega la noche y la bella Dulcinea prosigue sonrisa en ristre atenta a cuanto acontece. Quisiera decirle algo, pero me refrena la timidez y el respeto que le debo al caballero.
"Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros"
Así quisiera obrar yo con Dulcinea si esta no tuviera galán que la rondara.
Poco después de dibujárseme este el pensamiento la diosa se levanta, viene hacía mí; levanta mi mentón y me da un beso de fresa en los labios.
Las tres de la madrugada. Adormilado la busco. Dulcinea ha desaparecido, aún el cálido aroma de sus labios en los míos. Dios mío, ¡que pronto acaban los sueños ¡

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