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BARBARA ACARICIA CABALLOS EN EL CIELO, 28 de septiembre de 2018

BARBARA ACARICIA CABALLOS EN EL CIELO, 28 de septiembre de 2018

 

Bárbara amaba a los caballos. Contribuían a la mejora del equilibrio de personas con discapacidad psíquica y parálisis cerebral. Vivía en Mojácar, Almería. Cruzó el río en el que pastan los unicornios a la edad de sesenta y dos años.

Los caballos andaluces trotan de manera suave y armónica; movimientos perfectos y equilibrados Quienes participaban eran capaces de tener una mejor coordinación motora tras unas pocas sesiones; la sonrisa no se les borraba sin embargo desde el primer momento.

Bárbara fue pionera en España de la terapia asistida con caballos o hipoterapia. Era americana. Toda su fortuna y la de su marido tuvieron por fin ayudar a los demás.

No sabía decir que no ni tampoco pedir nada por cuanto hacía. Esto y más corazón que cabeza la llevó a la ruina, agudizada si cabe tras un nefasto incendio y una dolorosa herencia familiar.

La Fundación Animo, que amparaba la actividad terapéutica de los caballos, llegó a contar con cuarenta voluntarios, atendiendo la numerosa necesidad que se le presentaba.

Conocí a Bárbara en un encuentro de discapacidad celebrado en Madrid, en mil novecientos noventa y seis. Desde ese momento nos hicimos amigos.

Bárbara contrajo años después una extraña enfermedad denominada Granulomatosis de Wegener. Sufrió treinta y cuatro operaciones. Para cuando fui a despedirme de ella, apenas le quedaba un diez por ciento de capacidad en ambos riñones.

No se mantenía en pie. La mitad de la cara cubierta por una venda ocultaba lo que le quedaba de nariz. Cuando me vio tuvo no obstante espacio para una sonrisa.

-      Toma esta fotografía, para que me recuerdes – dijo y me entregó una hermosa instantánea en la que acaricia un caballo.

 

-      Gracias Bárbara – me emocioné y no supe que más decirle.

 

Bárbara era una mujer enamorada, de la vida, de su marido, de sus hijos, de sus amigos. Creo que tenía tanta prisa por hacer del mundo un lugar mejor, que se olvidó de sí y de los cuidados que requiere la atención de un cuerpo, necesitado de la misma atención que precisan los caballos.

En esa su fotografía que conservo con cariño hay una frase suya superpuesta que dice ¿deprimida?, abraza un caballo.

Bárbara ha dejado una impronta en mí. Su vida es ejemplo y testimonio de que el amor humano ennoblece tanto como lo hace el animal, con firmeza y servicio pensando en el bienestar de todos.

  

Francisco Limonche Valverde

francisco.limonche@gmail.com 

 

 Fotografía tomada de http://animoaat.blogspot.com/2012/01/

 

 

 

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