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EL YELMO Y LA NUBE, 29 de septiembre de 2020

EL YELMO Y LA NUBE, 29 de septiembre de 2020

EL YELMO Y LA NUBE
Resultaba difícil abstraerse ante tanta belleza. La nube acariciaba la cumbre del Yelmo envolviéndola como si de una gran lenteja iridiscente se tratara; fenómeno atmosférico que conforma el aire húmedo que asciende en vertical.
El lugar se halla entre los más visitados por gran número de escaladores y senderistas de la sierra de Guadarrama.
Su extraordinaria visión serenó nuestra marcha y nos mantuvo por unos instantes en intima comunión con el entorno.
El grupo lo constituíamos diecisiete personas jubiladas de ambos sexos. Doce elegimos ascender los riscos humedecidos; el resto optó por decantarse por una senda más suave, a la espera de coincidir todos a la hora de comer en el lugar previamente establecido.
El granito del Yelmo tiende a rosado y asemeja desde el sur la celada de un gigante, de mayor envergadura y más temible que aquellos que combatía con denuedo el inefable Don Quijote de la Mancha.
Al hidalgo le hubiera resultado complicado acceder a la cima, escarpada y resbaladiza. A nosotros también. Cualquiera que nos viera se hubiese echado las manos a la cabeza. En un par de ocasiones estuvimos a punto de volver sobre nuestros pasos. No lo hicimos. Dos batallaban en lo interno: el Sancho pragmático, que sólo veía grandes farallones de complicado ascenso y el de la triste figura, espada en mano dispuesto a combatir contra el sinfín de pensamientos que le asediaban.
Las únicas criaturas que subían sin esfuerzo alguno eran las cabras, aferradas a las laderas como si tuviesen ventosas.
Llegar a lo alto nos resultó fatigoso. Dimos sin embargo por bueno el esfuerzo. Postrados en la base del enorme granito los colores matizaban destellos semejantes a luces celestiales.
“¿Os imagináis que de repente bajasen unos extraterrestres?”, bromeé.
“Me encantaría. Sería la ocasión de pedirles lluvia suave y abundante; ríos y mares limpios, aire puro y paz en la Tierra”, dijo uno del grupo.
Su respuesta indujo en mí una extraña melancolía. Resulta evidente la sequedad y falta de brío de la vegetación estresada de la Sierra de Guadarrama.
Permanecimos en silencio. En aquel momento no éramos conscientes de la influencia que ejerce lo profundo en lugares sagrados.
En el grupo dominaba el arrojo y una cierta dosis de testosterona, pese a la evidencia entrópica del transcurrir de los años. Pese a ello el silencio de la paz acunó nuestros ánimos.
En algún instante un rayo de luz se deshilachó esparciendo diminutas estrellas. Sentí escalofríos y ganas de llorar. A nuestras espaldas Manzanares el Real y algunas de las edificaciones que mancillan el parque de la Pedriza.
La jara pringosa, el cantueso, el rosal silvestre y el romero perfumaban la tarde. El palpitar doliente de la Tierra sacudió tres veces mi pecho. Mentalmente supliqué en sentida oración: “por favor, hermanos del cosmos, ayudad a la madre Tierra”

FRANCISCO Y EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO, 27 de septiembre 2020

FRANCISCO Y EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO, 27 de septiembre 2020

FRANCISCO Y EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
Una visión en tercera persona en los tiempos del covid
Francisco disfruta de los pequeños detalles de lo cotidiano: el sol del atardecer, un paseo por el parque, la conversación con un amigo o ir de la mano de su esposa como si fuesen novios. Esto ocasionalmente le aplaca los desasosiegos que de tanto en tanto le inducen algunos desagradables pensamientos.
La vida transcurre del túnel del parto al de la dimensión sin retorno. En el trayecto, si uno es observador, puede descubrir todo tipo de experiencias, desde la de quien cierra los ojos y disfruta sacando una mano por la ventanilla del alma, hasta la del que a todo se le hace angustia. En el primero de los casos, la brisa y el placer inmediatos conllevan al sosiego; en el segundo la existencia se transforma en miedo insoportable.
Francisco tiene muchos. Miedo a morir, miedo al propio miedo e incluso miedo a la vida misma.
Colabora con una ONG para la inserción sociolaboral de personas en riesgo de exclusión social.  Tan sólo este compromiso de voluntariado le aporta más de lo que él ocasionalmente pueda ofrecer. No obstante, de tanto en tanto le agita la impotencia de no ser capaz de ir más allá de consejos y experiencias inconclusas.
Tenemos las respiraciones contadas, se dice a sí mismo: ¡aprovéchalas! Claro, pero ¿cómo?, se responde al instante.
Una madrugada de verano, junio de dos mil dieciocho, despertó en mitad de un sueño que le llevó a una gran inquietud. Con una claridad tan perceptible como si estuviese en vigilia, se encontró de repente en un pasillo largo y oscuro. Un sudor repentino le inundó el rostro y un relámpago de vacío traspasaba su ser de pies a cabeza, al cerciorase de que había muerto. Gritó horrorizado. En las espaldas el peso del mundo y en el alma el hueco de la nada.! Dios mío he muerto sin enterarme ¡
Como quien se observa en una película, se percibió a sí mismo como el actor de pantalla en un cine de verano. La historia era la de un chico de unos nueve años, en sucesión de escenas de la vida diaria deslizándosele a velocidad de vértigo.
De manera inesperada se vio en la fragua de tío Luis, donde de niño se afanaba con el fuelle para mantener el fuego encendido.
El tío Luis era un artista y a él el fuego le fascinaba. Lenguas amarillas que pugnaban por expresarse en el lenguaje de las mariposas. Algunas parecían decirle hola; otras simplemente fluían y tornaban en figuras fantasmagóricas.
Se encontraba en su pueblo, Villanueva de los Infantes, pequeño universo en el que viera la luz primera y el único del que tenía noticia.
Luces macilentas de bombillas cada cincuenta metros, candiles en algún que otro portal; un carro cargado de melones y una acera polvorienta, en la que tumbarse al alcanzar la noche. El marco ideal. Boca arriba y maravillado por la oscuridad del cielo, se dejaba mecer entre volutas sutiles, preñadas las más de las veces de ensueños de estrellas.
Ya por aquella época la idea de la muerte le llevaba al profundo temor de lo que se desconoce y teme hasta el extremo.
Los miedos irrumpieron y quebraron su inocencia una tarde en la consulta del médico. Un chico de unos seis o siete años, que aguardaba turno junto a él, comenzó a temblar y echar espuma por la boca. Angustia, carreras; desesperación. Quedó petrificado, sin atreverse a mirar y sin poder reaccionar de forma alguna.
La muerte ajena le llegó sin previo aviso, hasta romperle lo que se tiene de frágil muy adentro.
Su madre despavorida salió de estampida con él de la mano apenas tuvo ocasión de hacerlo.
El pintor de vidas, que tiñe los tiempos, dibujó palidez repentina en los rostros de tan trágico cuadro. El doctor desbordado perfilaba contraste junto al semblante cetrino del niño arrebatado por un viento oscuro. Nada se pudo hacer, excepto gritos desgarradores e impotentes que le sacudieron el alma para siempre.
Hijo, le dijo su madre, ese niño ha muerto y todos podemos morir en cualquier momento. Hace años, en el verano de mil novecientos cincuenta y tres, tú mismo estuviste a punto de morir en una noche de mucho calor.
Contabas poco más de doce meses. Tenías afilada la nariz y morados los labios. El día anterior había fallecido un vecino dos casas más abajo. Les pedimos a los familiares las sillas tras su entierro. Tu funeral estaba dispuesto y hasta elegido el que iba a ser tu ataúd. Estabas muriendo deshidratado por un golpe de calor. El médico llegó a ponerte seis o siete bolsas de suero en la tripa. Cuando peor te encontrabas tú cara se puso como la de ese chico.
Cuando ya esperamos el último suspiro, pediste agua. Tu padre humedeció un pañuelo y te vertió unas gotas en los labios. Comenzaste a tomar color y volviste a la vida. Regresaste de la muerte.
¿La muerte? ¿Qué era la muerte si ni siquiera sabía qué era la vida?, madre, no lo entiendo.
La muerte, en su recién estrenada mente de niño, era la nada, un agujero negro y profundo de un lugar al que no se acierta siquiera a poner nombre.
La película continuaba en pantalla. De un cuadro a otro y todos a gran velocidad. Al poco se vio, cumplidos ya los catorce, paseando e imaginando dónde empezaba y acababa el cielo.
La perspectiva le resultaba tan hermosa como desconcertante. 
¿Cómo podía imaginar cosas tales? Si todo lo que veo, se decía, está dentro de una caja, habrá otra más grande en la que quepa la pequeña?. Así acumulaba más y más cajas hasta que la angustia le hacía desistir. ¿Por qué la muerte? ¿Cuán de grande es el cielo?, las preguntas le desbordaban.
Sumido en tales cavilaciones, del pasillo largo y oscuro fue deslizándose progresivamente hasta situarse en otro, que al poco le resultaba familiar. Se encontraba en el pasillo del colegio San Rafael, en la Universidad Laboral de Córdoba. Había comenzado sus estudios de formación profesional.
Retazos e imágenes relampagueantes de este primer contacto estudiantil, en septiembre de mil novecientos sesenta y seis.
Un tren especial cargado de chicos le recogía en Valdepeñas, ya de anochecido.
Horas de trayecto que se le hicieron de dulce de leche, chupando del bote de condensada que su madre le había dejado en la bolsa de los bocadillos.
El amanecer le recibía con labios pegajosos, descendiendo por el terraplén de las vías del tren, próximas a las instalaciones de la universidad laboral.
De resultas de aquel cuadro se descubrió en otro con zapatillas prietas, los dedos de los pies sangrando y el impulso de vencer un accidentado desnivel agarrado a una desvencijada maleta.
El gran patio central, flanqueado por seis grandes colegios, le impresionó.
Le asignaron una habitación, en un primer piso, compartida con siete u ocho chicos de su misma edad.
Uno, que luego sería su mejor amigo, le preguntó cómo se llamaba.
Yo, Francisco, y ¿tú?, José, respondió éste.
José se fue al otro lado del túnel sin haber cumplido los sesenta.
Colocar vuestras ropas en las taquillas, les dijeron. Comprobar que tenéis cosidos los números indicados a vuestros padres.
Cinco años en la universidad laboral de Córdoba. De los catorce a los diecinueve.
En esta etapa de preadolescente se enamoró de Dios y se enfadó consigo mismo. No acababa de entenderse ni entender, y algunos mensajes le confundían.
Masturbarse es un pecado grave y además se os caerán las manos, les advirtieron los dominicos.
Se mantuvo escrupuloso en no pecar, aun cuando la naturaleza se empeñaba en dibujarle sábanas de colores.
El amor a Dios le vendría de sentirle en lo profundo y del hábito, que nunca le abandonaría, de contemplarle en el infinito y hablar con él elevando al cielo la mirada.
Sufría por la lejanía de los suyos y de melancolía. Él era un niño de natural inquieto, permanentemente insatisfecho y Villanueva de los Infantes le quedaba muy lejos.
En su sentir se fue haciendo a la idea de que Dios le había enviado a la Tierra para experimentar el dolor.
Sin embargo, él era su hijo y por tanto un príncipe. No tenía por qué vivir aquello.
Padre, ya he aprendido, clamó en más de una ocasión, ven por mí. No lo soporto.
Y en esto le sorprendió el amor de una niña a los dieciséis.
Le vino tras un choque de sonrisas. Desde la primera mirada no pudo apartarla del corazón. Quedaría atrapado por eones en una nube de caramelo. Luego la vida trazaría en ambos surcos inesperados.
El sueño, la vida, el amor…
Los libros se le deslizaban como agua entre los dedos; la atención en el estudio conseguía mantenerle en alerta poco más allá de los tres minutos.
Francisco, baja ya de la nube, que estás en Babia, le advertían de cuando en cuando los educadores.
Y no era en Babia sino en la libertad de un algo indefinible donde pretendía continuar.
La vida era juego y alegría; embobarse deleitarse al contemplar el vuelo de las golondrinas, caminar por diversión, mirar al cielo, tener amigos y jugar o llorar si se terciaba, sin sentirse mal por ello.
La idea de la muerte por el contrario le llevaba a la agonía e impotencia de lo injusto; a no asimilar padecimientos, enrabietarse y sentir ganas de arrancar una a una las barbas del propio Dios.
Una furia desatada le explotó como una bomba. Comenzó a golpear la pared cercana. Sangre en los nudillos.
¡Dios mío, cuánto me pesa todo¡, exclamó. Una de sus sobrinas pareció escucharle.
Dile a Sagrario que la quiero, pidió. 
Su sobrina asintió. José, su amigo, y el niño de la consulta comenzaron a difuminársele.
Despertó; temblaba pese al calor de un verano sin tregua.
La mano derecha magullada y la sensación de haber vivido algo más que un sueño le mantuvo el resto de la noche en vigilia.
Ya de amanecida una imperceptible sacudida se apiadó de él. La mañana le daba respiro. Rezó un padrenuestro, inspiró con intensidad agradecida y se encomendó a su madre. Fuera el sonido de la vida regalaba sus oídos.

MORIR, DORMIR; TAL VEZ SOÑAR, 24 de septiembre de 2020

                MORIR, DORMIR; TAL VEZ SOÑAR

 

FLV

 

Día siete de abril de dos mil veinte. Nueve de la mañana. Apoyada en el marco de la ventana Sagrario toma el sol. Esta noche he soñado que la había perdido y debía de dar cien mil pasos para encontrarla.

 

Huele a ozono; brillan verdes las hojas del álamo. Del jardín asciende el aroma de la hierba y un silencio sosegado parece inundarlo todo. Tengo la impresión de estar en otro lugar y vivir en otro tiempo. El mundo paralelo de los sueños hace posible vagar a voluntad y percibir con mayor grado de detalle cuanto uno pueda imaginar despierto. Llevo tiempo cuestionándome si el soñar sea la vida auténtica y la vigilia los sueños de los sueños. Desde tan privilegiada panorámica y con el convencimiento de ser el que me piensa, intuyo ser también el que me sueña mientras duermo.

 

En la noche que recién termina he transitado a conciencia por los cielos sin filtros. Desplegados a voluntad contemplo el brotar de increíbles puntos de inmaculada luz, semejantes a soles diamantinos. La belleza me estremece al tiempo que un profundo agradecimiento me inunda el pecho.

 

Antes de despertar; no podría precisar si en duérmela o estado alterado de la conciencia, hundido el colchón por el peso, adivino la presencia de seres que me resultan familiares y dicen algo que al despertar no recuerdo. Sagrario lleva rato despierta. No sé todavía si sea consciente de que hemos compartido un sueño.

 

Pretender resumir en unas líneas lo más relevante se me hace complicado. Tan natural soñar y tan difícil transcribirlo. ¿Cómo hacerlo desde la profunda experiencia de lo dual? Podría sintetizarlo desde la perspectiva de dos sentimientos opuestos: la alegría de saberme amado y la angustiosa tensión de ser incapaz de avanzar un milímetro, los pies congelados y la colcha en el suelo a raíz de las innumerables patadas propinadas por doquier. Estas vivencias aun palpables, me llevan a concluir que sea en el abandono y en las manos de Dios donde hallar solución a las situaciones más complicadas.

 

Para dar con el paradero de Sagrario hube de respirar y transformarme en una especie de personaje semejante al que interpreta el actor Patrick Swayze en la película, Ghost “más allá del amor”. En una fracción de segundo, me vi atravesando paredes y recorrí la ciudad a velocidad de vértigo. La ciudad y la calle eran las mismas; sin embargo, las cosas no se encontraban tal como las habíamos dejado; ni el coche donde antes estaba.

 

Desde un balcón una mujer a la que nadie parecía ver me dice que he dado diez mil pasos y son cien mil los que hay que de dar. Comienzo de nuevo, con la inquietud creciente de no saber adónde dirigirme. Cada movimiento es lento e interminable y hay lugares por los que no puedo pasar. Me veo en el dilema e impotencia de no avanzar y quedar encajado entre dos paredes. Paso de la alegría al llanto y de este a la desesperación por no entender cuanto sucede. Alguien me susurra la palabra “entrelazamiento”, propiedad de la que gozan las partículas elementales que han estado en algún momento unidas, para comunicarse de manera instantánea con independencia de la distancia, ya sea esta de aquí al infinito. Yo soy uno con Sagrario. ¿Dónde estás, cariño?, inquiero mentalmente. No hay respuesta; no obstante, veo como se proyecta un halo de luz al que decido seguir. Conduce a un túnel o pasillo por el que corro, sudo, y pataleo sin hallar rastro de persona alguna. A ambos lados del mismo líneas que se entrecruzan, casas de cristal, paralelas infinitas; estratos, reminiscencias de cuanto alguna vez imaginé o soñé expuestos sobre una gran pantalla.

 

Contemplo mi vida en perspectiva y creo escuchar en la lejanía el eco de una voz que me reclama. Tal vez sea la voz de Sagrario; no me da tiempo a saberlo porque despierto sobresaltado y empapado en sudor. De manera autómata y con la intención de distraer mis pensamientos enciendo la radio. La muerte en el dial, impúdica y natural retorna con crudeza al coronavirus de cada día y por un instante dejo de pensar e incluso de soñar. Es justo cuando me golpea el rayo de un pensamiento y me hace revivir el sueño de dos años atrás.

 

Mediados del mes de junio de dos mil dieciocho; no sabría precisar el día concreto. En la noche de Madrid el calor aprieta lo indecible. Trato de dormir. Pasadas varias horas sin lograrlo caigo rendido por la fatiga. Poco después despierto con la certeza de haber fallecido. Nadie pueda imaginar, al menos hasta tanto no lo experimente, que supone verse sin cuerpo, el peso inmenso del vacío doblándote la vida; sin sentir otra cosa salvo la carga de una gran mochila rellena de absurdo. Aporreo la pared con furia. Al principio no percibo dolor alguno, hasta que empapado en sudor y el corazón en un puño despierto con la mano derecha ensangrentada. Entiendo que hay un algo que enlaza ambos sueños. Tal vez morir; tal vez no; o tal vez el coronavirus convertirse por contra en el gran aliado que muestre el auténtico camino de la vida. William Shakespeare, lo anticipó hace siglos, y digo como él: Morir, dormir: dormir; tal vez soñar.

TU NOMBRE ME SABE A FRESA, DULCINEA, 20 de septiembre de 2020

TU NOMBRE ME SABE A FRESA, DULCINEA, 20 de septiembre de 2020

El Salón de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge de nuevo la lectura continuada de El Quijote. Doce de la mañana del día doce de abril del año dos mil. Invitados y público tratan de acomodarse en los mejores emplazamientos para disfrutar del gozo de la lectura compartida.
Decenas de cámaras de televisión y fotógrafos pugnan por el encuadre. Un conato de tensión se desata entre un camarógrafo y un reportero gráfico. Los organizadores alejan a este último entre gritos. Poco después la calma retorna por completo con la lectura del primer párrafo del más universal de los libros.
El cálido acento de Jorge Edwards, premio Miguel de Cervantes mil novecientos noventa y nueve, activa de inmediato la imaginación de quienes atentamente le escuchamos. Embelesado me siento transportar a esos tiempos en los que el hidalgo cabalgaba combatiendo las injusticias de este mundo.
Soy manchego y dado a la fantasía. No me resulta difícil descubrir a Dulcinea entre el público. Se ha disfrazado de periodista. Me acerco a ella:
- Hola. Resulta emocionante la lectura. Es como si de la boca de Jorge Edwards fluyeran palabras de otros tiempos, le digo un tanto cursi.
No responde. Sonríe; toma notas en un cuaderno. Un tanto sonrojado vuelvo sobre mis pasos.
Me acomodo en la cabina de control, desde donde superviso la retransmisión del acto.
Los lectores se suceden a intervalos de dos o tres minutos. Los hay de voz grave y bien timbrada, niños o ancianos de musicalidad y también quienes se enredan con alguna que otra palabra de difícil pronunciación. Sin embargo, resulta destacable el respeto en el turno de lectura, que asemeja más a una liturgia sagrada que un acontecimiento cultural. Es tal el sosiego y ronroneo, que por instantes me veo flotar en el vapor del ensueño, a la vez que arrobado fijo la mirada en Dulcinea.
Su perfil podría pasar por el de la propia Minerva, diosa de la sabiduría, las artes y protectora, que preside el Círculo de Bellas Artes. En realidad, tal vez sean la misma persona, estilizada, bella y esbelta, como la hija de Zeus.
Mi cometido es coordinar las videoconferencias, real audio, real video y telefonía de los participantes situados en diferentes lugares de España y del mundo. Las telecomunicaciones son esenciales y facilitan a quienes se encuentran lejos la participación en la lectura, ya se encuentren en barco, avión e incluso alojados en la estación orbital.
Todo discurre con normalidad y la experiencia de años anteriores hace que por unos segundos me relaje y disfrute del acto. Imagino a Don Quijote refiriéndole a Sancho sus consejos para gobernar Barataria “has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”
¡Cuánto hubiese deseado que me hablasen a mí de esa manera¡ Años de rastrear en busca de conocimientos sin llegar a otras consecuencias que la de acumular datos y calentarme la cabeza.
Don Quijote es un loco muy serio que te toca el corazón. Aconseja y no aplica, salvo la honradez de ser fiel a un ideal y a la mujer que ama. Cree luchar contra molinos y es contra sí y su sombra con quienes lo hace.
Llego a la conclusión de que en el ser humano habitan dos, uno es Quijote; el otro Sancho. Al primero le guía la conciencia; al otro los apetitos y deseos mundanos, si bien ambos comparten un tanto uno del otro.
Llega la noche y la bella Dulcinea prosigue sonrisa en ristre atenta a cuanto acontece. Quisiera decirle algo, pero me refrena la timidez y el respeto que le debo al caballero.
"Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros"
Así quisiera obrar yo con Dulcinea si esta no tuviera galán que la rondara.
Poco después de dibujárseme este el pensamiento la diosa se levanta, viene hacía mí; levanta mi mentón y me da un beso de fresa en los labios.
Las tres de la madrugada. Adormilado la busco. Dulcinea ha desaparecido, aún el cálido aroma de sus labios en los míos. Dios mío, ¡que pronto acaban los sueños ¡

DE MADRID A SANTIAGO Y UNAS GAFAS PARA EL CAMINO, 18 de septiembre 2020

DE MADRID A SANTIAGO Y UNAS GAFAS PARA EL CAMINO, 18 de septiembre 2020

DE MADRID A SANTIAGO Y UNAS GAFAS PARA EL CAMINO

El veintiséis de marzo de dos mil ocho inicié un Camino de Santiago en compañía de dos amigos. Salimos de Madrid alrededor de las ocho de la mañana. Las tres primeras etapas las hicimos regresando en autobús a casa. Las diecinueve restantes, desde Segovia, lo fueron pernoctando en pensiones y hostales hasta llegar a nuestro destino.De entonces a hoy, veintidós de febrero de dos mil veinte, han transcurrido doce años.En dos mil ocho me encontraba en mitad de travesía de una larga noche oscura, manifestada en súbitos ataques de pánico y agorafobia. A nadie dije de esto, ni se me ocurrió pedir ayuda. Tampoco la solicité a mis compañeros de viaje. Quizás debiera de haberlo hecho. Desde el primer al último de mis pasos intenté adaptarme y sobrellevar los episodios de temor, que inevitablemente me invadían cada vez que me encontraba lejos de algún potencial lugar de ayuda.Cuando el pánico sobrepasaba mis diques de contención sentía que iba a morir; echaba en falta el aire y pensaba que el corazón acabaría estallándome sin remedio.Mis compañeros me veían entonces hacer cosas extrañas, como acelerar o retardar la marcha sin motivo, rascarme la cabeza tal que tuviese piojos o quitarme y ponerme las gafas infinidad de veces. En ocasiones esto me resultaba insuficiente y miraba sin descanso el móvil, aun a riesgo de descalabrarme, con el fin de mantener la cabeza ocupada y huir del descontrol al que me llevaba la cabeza.Una de las razones por la que quise hacer el camino en una situación anímica tan vulnerable, fue la de afrontar en compañía segura la ansiedad a la que me inevitablemente me conducen los espacios abiertos.Si en el horizonte atisbaba una casa, un tractor o cualquier otra cosa que creyese me garantizase una evacuación rápida, serenaba mis pasos y disfrutaba del paisaje.La primera etapa Madrid Colmenar Viejo discurrió en relativa tranquilidad. Fue en la segunda donde sufrí e hice sufrir a mis acompañantes el primero de los sustos.El tren de cercanías nos dejaba poco después de las siete y media en la estación de cercanías. Inmediatamente comenzamos a caminar sin detenernos salvo un fugaz instante en una ermita cercana.El peregrino experimentado sabe que la mochila no debe de exceder del diez por ciento de su peso corporal. La mía pesaba unos diez kilos siendo que mi constitución era de poco más de setenta.Llegamos exhaustos y sudorosos a Navacerrada; yo además temblando por el esfuerzo y el estrés. Paramos a comer en el restaurante Espinosa. Conocíamos a la dueña de algunas marchas clásicas por la Barranca.La comida en Espinosa es casera y recia. Nada más tomar asiento pedí una cerveza.Para comer mis compañeros optaron por un cocido, yo por una ensalada y una rodaja de merluza. Bebí agua muy fría. Apenas terminar de comer sentí que me mareaba. Me levanté sin decir nada y fui al baño a mojarme la cara. Salí dando trompicones y hube de apoyarme en una pared cercana. Todo me daba vueltas. Poco después perdí el conocimiento. Cuando desperté estaba tumbado en el suelo con los pies en alto, bajo la atenta mirada de mis compañeros y la señora del bar.Sufrí un corte de digestión, que afortunadamente no llegó a mayores. Una vez más o menos repuesto, salimos de allí y uno de ellos se echó mi mochila al hombro, manteniéndose a mi lado hasta llegar a Madrid:-     ¿Crees que te encuentras en condiciones de seguir?, preguntó.-       Claro, respondí.Al día siguiente proseguimos desde Cercedilla, en lugar de hacerlo desde Navacerrada. Nuestra idea era llegar al Puerto de la Fuenfría cruzando las Dehesas. Poco a poco fuimos dejando las últimas viviendas habitadas. Esto imaginé me impediría la oportunidad de acogerme a socorro antes de llegar a Segovia, caso de sufrir otro desmayo o ataque de pánico descontrolado.Fue venirme este pensamiento y comenzar a sentir angustia. El tiempo y temperatura para el ascenso eran los ideales; no obstante algunas gotas de sudor comenzaron a deslizárseme hacia los ojos por el esfuerzo y el temor. El objetivo era no detenernos hasta alcanzar el puerto de la Fuenfría y tomar allí la manzana.Me volví a poner y quitar las gafas de sol. Hacía algo de niebla. Pese a mis sacudidas hubo un momento en el que sentí como la magia me atrapaba en la contemplación absorta de las volutas e hilachas de vapor que emitían las plantas; poco después jaras, helechos, enebros y retamas tanto me consolaban como me herían. Al poco me resultaba imposible distinguir nada y lo agradecí, dado que me evitó durante un buen rato la panorámica del bosque inmenso.Dos aliens trataban de imponerse; ninguno ganador: la dualidad se mantenía en constante lucha conmigo de único perdedor.Me quité las gafas, sosteniéndolas apenas de una patilla entremetida por el cuello de la sudadera.Resultaba fatigoso caminar y no parecía que hubiésemos acertado con la senda correcta. Anduvimos varios kilómetros hasta ser conscientes de habernos perdido y yo también mis gafas:-       Por aquí no puede ser, dijo uno de ellos.Regresar al punto donde creímos haber perdido la pista no parecía una buena opción.-       Deberíamos haber girado a la izquierda y lo hemos hecho a la derecha, comentó uno de ellos.Dimos la vuelta. Poco después tuvimos la suerte de encontrarnos con el coche de una agente forestal:-    ¿Vamos bien a Santiago?, preguntamos.-    ¿A Santiago?, repitió incrédula.-       Claro, este es el camino de Madrid y hay señales que lo indican,Curiosamente el poste se encontraba a menos de cien metros, cercano a un gran apilamiento de pinos recién cortados.Los pinos silvestres de Valsain son únicos por sus características, a la par que un canto a la belleza bermeja y las alturas. Asemejan gigantes de brazos abiertos en cálida acogida, si bien ese día no lo aprecié con el sentimiento con el que lo experimento ahora, donde me impregna la liturgia sagrada de los bosques, al tiempo que me acojo a su protección cuando camino.El día dos de abril, sexta de las etapas, me sentí invadido de una gran tristeza que me llevó a plantearme abandonar. Por añadidura experimenté otro susto, tras una larga caminata de cincuenta kilómetros, gran parte de ellos por carretera.Llegó un momento en el que no di más de sí. Temblaba y me dejé caer intentando tomar aliento. Poco después todo comenzó a darme vueltas y hube de hacer un gran esfuerzo para no perder otra vez el conocimiento.-       No puedes seguir así, me dijeron mis compañeros.El camino lo habíamos planificado sin concesiones a la escucha o al disfrute. Eso quedaba postergado para las tardes, una vez comidos y duchados.Y en modo alguno hubo ni hay transcurridos los años crítica respecto de este planteamiento. Lo cierto es que de haber sabido lo que esto implicaba probablemente mi compromiso hubiese sido otro.En Sahagún el Camino de Madrid se une al tradicional francés y los peregrinos comienzan a contarse por cientos, frente a los apenas cinco o seis con los que nos cruzamos en las etapas previas.Los siguientes días discurrieron sin mayores dificultades hasta llegar a O’ Cebreiro, cuyo ascenso se nos hizo eterno.En Cebreiro encontré a Jesús, un peregrino sin hogar que llevaba doce años sin abandonar el camino. Era un hombre joven enganchado a las drogas. Tenía la mirada triste y su presencia trasmitía la imagen de un Cristo de rostro doliente y sin rencor.El último de los sustos lo viví llegando a Arzúa. Los miedos me habían ganado la partida en la mañana. Hacía mucho calor. Mi corazón acelerado me provocó una arritmia y esta me hizo caer al suelo. Uno de mis compañeros corrió hacia mí; me levantó, tomó mi mochila e izó:-       Venga, quedan menos de cuatrocientos metros para el hostal, dijo.Al día siguiente llegamos a Santiago. El apóstol nos recibió con abrazo de amigo.Tal vez Compostela sea para los más una meta espiritual a afrontar desde lo deportivo, turístico o religioso. Yo la planteé en búsqueda de paz y sosiego. Creo que al final lo conseguí. Perdí ocho quilos; normalicé la tensión descompensada y desde ese día me convertí en un adicto al camino. Hace apenas unos meses una siquiatra consiguió ralentizarme los miedos. Rememorando la experiencia tras los años transcurridos, soy consciente de haber extraviado dos gafas más en veredas similares. De tiempo atrás esto me lleva a contemplar con ojos de asombro el paisaje del nuevo mundo que encandila el horizonte.

Los cuatro puntos cardinales de la conciencia. Viernes 4 de septiembre de 2020

Los cuatro puntos cardinales de la conciencia. Viernes 4 de septiembre de 2020

Fotografía tomada por mi amigo Ángel Cobos.

Los cuatro puntos cardinales de la conciencia

 

Por Francisco Limonche Valverde, con las aportaciones de Daniel Sandoval y Cris Cervantes

 

De seguro no hay nada más inoportuno que perder el norte en el momento que más precisa y urgente resulte la orientación; sin embargo, suele ocurrir así. En especial cuando acontece algún acontecimiento inesperado, que se presenta de manera brusca e inclemente.

El norte como sentido y anhelo profundo de vida, al tiempo que camino que conduce al cálido retorno del alma, una vez esta se hace consciente de la existencia.

El norte a la luz de la conciencia conduce al amor. Es a la vez meta y sendero. Somos amor y de amor hemos de dar cuenta al finalizar el recorrido. Olvidarse de ello es olvidarse de la vida misma.

Tener esto en consideración y aplicarlo no resulta nada fácil; implica decisión profunda y disciplina sentida.

La vida se torna en ocasiones dura, en especial para las personas en situación de calle. Ni siquiera se hace preciso vivir en ellas para sentirlo así. No obstante, aún de mayor dureza resulta para cualquiera sobrevivir sin dar sentido o propósito a todo cuanto se nos vaya presentando.

“Sólo temo una cosa, no ser digno de mis sufrimientos”. Esta cita de Dostoievski mantuvo a Víktor Frankl en la confianza del sentido durante los más de tres años de infierno, en los cuales sobrevivió a varios campos de exterminio nazis, incluidos Dachau y Auschwitz.

Viktor Frankl pudo haber evitado ser detenido. Ya era un reputado neurólogo y siquiatra en Viena cuando los nazis apresaron a sus padres y esposa. A él se le ofreció un salvoconducto, que no aceptó, para seguir la suerte de los que amaba.

 

 

 

Pudo sin embargo salir con vida de los hornos de la muerte. Le mantuvo con vida el propósito que dio a la misma en el infierno de la industria del exterminio.

El cordón de plata que le mantuvo a salvo resultó paradójicamente el sentido que al tiempo dio a su muerte, ante la inminencia del inevitable desenlace, al acecho durante cada segundo de cada día de cuantos estuvo a merced de sus carceleros.

Apenas traspasar las alambradas y descubrir el horror que le aguardaba tomó dos resoluciones desde lo más profundo de su corazón: se concedió a sí mismo la libertad de anticipar lo que iba a sentir llegado el momento y decidió no odiar a quienes iban a ser sus asesinos.

Su norte fue el amor y por amor hacia sí y los demás continúo en la vida. No obstante, el infortunio le tenía otra terrible y desgarradora sorpresa. El 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaban el campo en el que se encontraban tanto él como su esposa, pero en el tumulto de los prisioneros, ella murió aplastada por la multitud.

Viktor Frankl desarrolló con posterioridad la logoterapia, método de sanación a través del logos, la palabra hablada y escrita. Dejó además uno de los libros imprescindibles sobre la grandeza humana: el hombre en busca de sentido. Por favor, leerlo. No es difícil de localizar en Internet.

 

 

La palabra comunicada señala el este, sol que amanece y da vida. Lo hace desde el primer rayo dorado de la mañana al atardecer de sosiego cuando tan sólo son precisas las miradas.

La palabra como espíritu que se transforma en materia. Comunicarse es uno de los actos de voluntad que goza de mayor alcance. Por ello su uso debe de ser impecable. Por favor, no utilicéis la palabra en vano y menos aún para ofender u ofenderte; ser condescendiente o lastimar a tus semejantes.

El oeste indica el ocaso y recuerda que hasta el final la vida es el bien más preciado a proteger. 

Resulta de tal brevedad la duración de esta que malgastarla en lamentos transforma en mochila de piedra el liviano peso del alma.

Todos somos peregrinos pertrechados de equipaje, de mayor o menor volumen. Unos caminamos a Santiago; otros hacia la Meca o quizás al oriente; pero la mayor parte lo hacemos al interior de nosotros mismos. Ese es el camino y no conviene distraerse en las ocurrencias que le acompañan.

El sur por último es la base sobre la que asienta todo. El sur así se establece desde la confianza, la fe, ya en uno mismo, en la vida o en el propio Dios.

La Tierra que nos sostiene y alimenta; de seguro que no nos va a engullir a menos que anhelemos el agujero. Hace como unos veinte años leía el escrito de un doctor chileno, Dr. Seperiza, que comenzaba su escrito sobre el arte del buen pensar, con la frase: Dios mío, no te pido que aligeres mi carga, sino que me des fuerza para sobrellevarla.

Es verdad que el Covid 19 nos está sometiendo a una enésima prueba. Te pido de nuevo por favor, que busques primero en ti, sin olvidar lo pragmático de solicitar ayuda a aquella ONG o entidad que te acoja; de igual manera que lo hagas con cualquier semejante cuando sea preciso. No olvides que no existe sobre la Tierra un solo ser humano que no sea necesario. La urdimbre de este mundo la conformamos todos, desde quien aparenta mayor brillo, a quien alarga la mano reclamando el debido respeto y ayuda de los demás. 

Daniel Sandoval, Homeless Entrepreuner colombiano, comenta sobre esto: hay que luchar por no perdernos a nosotros mismos. Lo que sigue a continuación es su testimonio.

 

Daniel Sandoval

 

Los seres humanos entrelazamos nuestros puntos cardinales de existencia; con el paso de los años estos lazos se doblan se resquebrajan, se enredan y algunos se rompen. 

Todo depende del amor y la naturaleza que cada uno atesore en su interior. En la actualidad vivimos en una sociedad totalmente diferente a las vivencias del pasado o finamente similar en algunas áreas... 

Estar en la calle abre mil puertas a nivel espiritual y de conciencia, pero siempre teniendo una buena visión respecto de la situación.

Después de afrontar los dos años más difíciles de mi vida, me he dado cuenta de que nuestro cuerpo y nuestras emociones reflejan la naturaleza del alma.

Enojados, defraudados, derrotados nuestra alma alza la voz y el corazón se aleja. Para cubrir la distancia debe de gritar y así poder escucharse. 

Mientras más enojados estemos, más fuerte tendremos que gritar para ser capaces de escucharnos a nosotros mismos, a través de una gran distancia.  

– ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente. Sus corazones se encuentran muy cerca. 

La distancia entre ellos es muy pequeña y no hay necesidad de gritar. Con el tiempo el amor verdadero ni siquiera habla, solo susurra y se hace cada vez más próximo para escuchar, para sentir, para vivir...

Cris Cervantes, Responsable de Salud de Homeless Entrepreuner, añade lo siguiente:

 

A menudo decimos que las personas pierden el norte cuando no saben qué hacer ni cómo comportarse. Así encontramos a las personas sin hogar cuando acuden a nuestra asociación. Devolverles su sentido y misión de vida, la brújula y orientación de esta, son algunos de los propósitos que nos marcamos desde el departamento de salud.

 

Os dejo por último dos citas adicionales, válidas para cualquier creencia o agnosticismo.

 

La primera es sobre el afán y la ansiedad (Mateo 6)

 

La segunda es un resumen gráfico de los cuatro puntos cardinales de la conciencia.

 

 

 

 

MATEO 6, BIBLIA VALERA 1960

 

El afán y la ansiedad

25. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

26. Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

27. ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?

28. Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;

29. pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió, así como uno de ellos.

30. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?

31. No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?

32. Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.

33. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

34. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.

 

 

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EL SOL QUE MORA EN LO INTERNO, 29 de agosto de 2020

EL SOL QUE MORA EN LO INTERNO, 29 de agosto de 2020

Hoy se cumple el décimo quinto día de confinamiento en España por el coronavirus. Son las ocho de la mañana; suena el despertador. Nada más levantarme sosiego el automatismo de ponerme de inmediato a escuchar la radio o consultar Internet. He de hacer un esfuerzo para lograrlo.

El Sol despunta adornado de oro en un fondo azul carmesí. Sobrecogido abro la ventana para diluirme en la agradable contemplación del nuevo amanecer, tan igual al tiempo que tan distinto como el de ayer.

Dejo que su luz penetre e invada mis pupilas. Generoso, las colma de matices y diminutos brillantes que se desplazan de izquierda a derecha. Le aguanto la mirada. Sé que tiene respuestas y quiero entender cuanto me tiene que decir. Pero ¿Cómo se entiende a un astro? ¿De qué oídos o aberturas cuenta la cabeza para escucharlo? ¿Qué preguntas le hago?
Demasiados interrogantes respecto del bicho que nos espanta. La mitad del mundo se encuentra paralizada y la otra conteniendo la respiración e incluso en algún caso en negación de lo evidente. Sin embargo, el comportamiento de los animales que tornan a la ciudad nos dice que algo extraordinario se está manifestando.

Desde la ventana del salón, atril sagrado de aplausos de las ocho de la tarde, admiro la matutina luz de primavera. Su suave resplandor invita al encuentro de nuevos resquicios de entendimiento. Puede que el conocimiento fluya de las estrellas, quizás no; sin embargo, cada vez se hace más perceptible el calor de la fuente cuando uno se aproxima a esta.

La luz del sol externo alcanza a todos los seres sintientes e invita a la sombra cuando el fuego aprieta; el interno es privativo e ilumina corazón hacia dentro. Existe merced al de fuera y es quien aguarda, con lámpara encendida, la llegada del esposo en mitad de la noche.

Medito respecto de las sombras que induce el pequeño sol que nos habita y determino abrazarlas. Yo soy cuanto no me gusta de los demás. Podrían no hacerlo también mis manos, pelo, altura o cualesquier otros constitutivos del cuerpo; pero no por ello dejarían de tener su lugar. De igual manera acontece con la ira, miedo o resentimiento. No es siquiera sensato negar lo que se siente, al menos en cuanto a no mentirse a uno mismo se refiere.

Luz y sombra son dos caras de una misma moneda. Todo lo que se expone a lo luminoso por fuerza ha de proyectar sombra. Cuando esta se torna abundante o el calor aprieta, se activa el instinto de dar con otra aún mayor que la propia para guarecerse y no perecer por el fuego. Concluyo pues que la sombra sea el lugar cálido del corazón cuando se encuentra uno bajo su resguardo.

Aceptar el juego de la dualidad libera en gran medida del sufrimiento al que conduce el rechazo del dolor, cuando este llega. Aspirar a la perfección desde una comprensión limitada de la vida, es simplemente una pérdida de energía. La paradoja pueda residir en que tal vez ya seamos perfectos y lo imperfecto sea la mirada con la que contemplamos lo inmediato. Cuando uno imagina en panorámica su vida, quizás resulte a un tiempo hacerlo en perspectiva y poner en valor el aprendizaje de la experiencia. La vida es perspectiva; no expectativa.

También puede ser de mayor eficacia vivir como si fuésemos perfectos, en atención y discernimiento y ofrecer la mejor versión de que seamos capaces, justo la que exigimos a los demás. Probablemente desde este reconocimiento resulte más fácil hallar el eslabón adormecido, que no perdido y que nos distingue realmente como humanos.

La vida tras el coronavirus no va a ser igual a la de antes; en realidad ya no lo es desde hace días. Sea la que sea de alguna u otra manera ha de residir en lo común. Es de urgencia por tanto la unidad en paz y armonía para reconocernos como la gran familia humana que somos, en respeto reverencial hacia la naturaleza.

Enfadarse por cuanto no se entienda o desconozca conduce al miedo. Yo al menos lo entiendo así y he decidido no volver a experimentar voluntariamente emociones tan perturbadoras, siempre que me sea posible hacerlo. Soy consciente del desgaste brutal que implica que los demás se acomoden a lo que siento, temo o pienso.

La cabeza dicta sobre qué pensar con independencia de la voluntad, a menos que esta sea hierro rígido. El anhelo de recuperar en la memoria un escenario familiar de referencia, produce en ocasiones una mera recreación difuminada. Lo que imaginamos, se proyecta en escenas de blanco y negro, sin matices, inundada la cabeza de pensamientos obstructivos, no deseados.

La cabeza se asemeja a los pulmones que inspiran y extraen el oxígeno del aire y exhalan dióxido de carbono, consecuencia del proceso. La mente inspira creencias y exhala pensamientos alocados. Más del noventa por ciento de los pensamientos son pensamientos basura. Es conveniente por tanto aprender a convivir con estos y dejar en paz a los gigantes allá en lontananza, que en realidad son molinos.

Una vez finalice tan singular combate contra el coronavirus y se dé por concluido el confinamiento, tengo el propósito de besar la tierra, abrazar con mayor calidez a los míos y vivir el resto en agradecimiento.

Pero hoy y tal vez mañana lo que más me conmueva es esta aspiración de Dios en la que vivo y solicitar de su gracia para que me sostenga y os sostenga a todos en las palmas de las manos.

Es mediodía y el Sol refulge en un cielo despejado; apenas puedo entrever el perfil dorado desde los ojos entreabiertos, pero sí puedo y así lo hago soñar con el día de libertad en el que volvamos a ser hermanos.

Homeless Entrepreuner, 20 de agosto de 2020

Desde hace unos días estoy colaborando con Homeless Entrepreneur (Emprendedores sin Hogar), cuya misión es empoderar a personas sin hogar para que puedan volver a trabajar y ser ciudadanos activos.

https://www.homelessentrepreneur.org/es/home

Existe una idea equivocada respecto de lo que es el sinhogarismo y que significa realmente.

Pese a que la imagen de personas que duermen en la calle es la más presente, estar en una situación sin hogar tiene otras dimensiones menos visibles.

En España, "Se estima que hay alrededor de 40.000 personas sin hogar. Sin embargo, las cifras oficiales indican que hay 23.000 personas sin hogar." (RAIS Fundación, 2014)

En 2005 se creó un marco europeo conocido como ETHOS (European Typology of Homelessness and Housing Exclusion) como un medio para mejorar la comprensión del sinhogarismo en Europa, y para proporcionar un criterio compartido e los intercambios transnacionales sobre el problema.

ETHOS define que hay 12 situaciones en las que se considera que una persona sin hogar que duerme en la calle (sin techo) es la forma más visible de todas ellas.

Más aquí: https://www.homelessentrepreneur.org/es/sin-hogarismo

La ONG , Homeless Entrepreneur, la ha puesto en marcha un joven norteamericano de 38 años, residente en Barcelona, que pasó de emprendedor a encontrarse en situación de sin hogar:

https://youtu.be/MwwnfwsZhNw

Desde unos meses atrás y a consecuencia del Covid 19 alguna gente muy bien preparada y no tan bien preparada les viene sucediendo lo mismo.

Homeless Entrepreneur tiene 19 casos de éxito y ha podido mejorar la vida de otras 61 personas en situación de sin hogar. El objetivo marcado para este año de 2020 es llegar a los 100 emprendedores y otras 300 personas adicionales que puedan mejorar su vida (un trabajo sostenible y un hogar digno)

Os animo a participar en este proyecto y colaborar en la medida de vuestras posibilidades.

Encontrar empleo es otra de las grandes dificultades. Si antes resultaba complicado para cualquiera, imaginar lo que vaya a ser a partir de ahora para una persona en situación de sin hogar.

Nada se ha escrito respecto de cómo buscar empleo en circunstancias semejantes, salvo indicaciones genéricas. Es obvio por otra parte; todavía nos encontramos conteniendo la respiración para saber cuándo y cómo, si se puede, llegue a encauzarse la situación. Mientras tanto, los contactos personales y la familia (quien disponga de esta oportunidad) seguirán siendo el 50% de las posibilidades reales para encontrar un empleo.

Creo que estos tres portales que indico a continuación siguen siendo una buena referencia para la búsqueda de empleo, al menos para mí.

1) Portal de empleo del gobierno para la búsqueda de trabajo.

Pasarela conectada a los principales portales de empleo gubernamentales y privados.

Muy completo.

https://www.empleate.gob.es/

2) Infojob

Portal líder en ofertas de empleo en España. Es el más antiguo y desde el que más empleo se consigue.

http://www.infoempleo.com/

3) Google alertas de empleo

Potente herramienta de búsqueda de empleo, que permite localizar ofertas de manera personalizada.

https://www.google.com/alerts

Para personas en situación de sin hogar y con apenas recursos hay fundaciones y ongs que orientan en la búsqueda de empleo.

Fundación Integra:

https://fundacionintegra.org

Integra ha conseguido cerca de 16.000 empleos desde 2001.

OTROS LUGARES DONDE TE AYUDAN A BUSCAR TRABAJO

http://elenahuerga.com/listado-de-lugares-donde-te-ayudan-a-buscar-trabajo-gratis/

A nivel nacional:

Lanzaderas de empleo.
Cruz Roja
Fundación Adecco
Cáritas
Ayuntamientos
Cámaras de Comercio.
Programa Incorpora de la Caixa.
Asociación Aculco
Centro de Participación e Integración de Inmigrantes
Portalento
Fundación Randstad
Fundación RAIS
Fundación Diagrama
Fundación Tomillo
Fundación Cepaim
Fundación Adsis
Fundació Marianao
Fundación Exit
Fundación Altius
Fundación Mujeres
Fundación proyecto Don Bosco
Acción contra el Hambre
Acción laboral
Sindicatos
Federaciones empresariales
Fundación Luis Vives
Agencias de Colocación
Ymca
Taranga
Fundación Secretariado Gitano

A nivel comunidad mirar enlace.

Hay otras iniciativas que buscan potenciar pueblos y startup muy ingeniosas. Por ejemplo https://holapueblo.com, para la España vaciada y

Plataforma para fomentar el asentamiento de nuevos pobladores en el medio rural a través del banco de casas, tierras y negocios.

http://volveralpueblo.org

Agradeceré conocimientos, informaciones e iniciativas de que dispongáis y puedan contribuir a aportar esperanza y soluciones.

Un abrazo

FLV

https://www.homelessentrepreneur.org/es/home