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Entre la incertidumbre y la esperanza, Jueves 27 de marzo 2025

Tres certezas evidentes marcan nuestra existencia: la inevitabilidad de la muerte, la vida con sentido y nuestra dependencia de recursos naturales y artificiales para sobrevivir, como el sol, la lluvia, la electricidad y el equilibrio de los reinos mineral, vegetal y animal. Estos recursos, sin embargo, enfrentan alteraciones cada vez más extremas, lo que nos obliga a anticipar cambios inminentes, no solo derivados del cambio climático, sino de múltiples factores interconectados.

 

La naturaleza nos recuerda constantemente nuestra fragilidad. Eventos como las tormentas solares —capaces de interrumpir suministros eléctricos— o catástrofes revelan nuestra vulnerabilidad. El Sol, fuente vital de energía, sigue un ciclo de actividad magnética de aproximadamente 11 años, visible en las manchas solares. Estas áreas, más frías que su entorno, coinciden con periodos de mayor irradiación solar, lo que puede influir en el clima terrestre. No obstante, fenómenos extremos, como eyecciones de masa coronal, podrían dañar redes eléctricas y satélites, aunque no representan un riesgo de extinción masiva. Un apagón global prolongado, incluso por semanas, sí que tendría consecuencias catastróficas: colapsaría sistemas médicos, el acceso a agua potable y la distribución de alimentos, con un potencial impacto en millones de vidas.

 

La existencia humana oscila entre lo sublime y lo adverso. Muchos se preguntan si la vida tiene un propósito ante el aparente sinsentido del sufrimiento. Físicos como Einstein demostraron que la materia y la energía son intercambiables (E=mc²), lo que sugiere una continuidad más allá de lo físico. Aunque nadie parece haber regresado de la muerte biológica, las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), reportadas por cerca del 20% de quienes sobreviven a paros cardíacos, revelan patrones comunes: una transformación espiritual y desapego material. Estas vivencias, sin embargo, no son necesarias para intuir que la vida trasciende cualquier interpretación racional. Somos efímeros en forma física, pero como parte de un flujo eterno o gotas de un océano cósmico.

 

Las crisis ambientales actuales son innegables. Incendios, sequías y la muerte de especies reflejan nuestra huella destructiva. En los últimos 50 años, las poblaciones de vertebrados han disminuido un 68% en promedio. Cada año sacrificamos más de 76.000 millones de animales para el consumo de su carne. Además, desde 1950, se han producido más de 8.300 millones de toneladas de plástico, gran parte contaminantes de ecosistemas acuáticos. La basura en los mares forma enormes islas de residuos, como la del Pacífico, que triplica el tamaño de Francia.

 

 Esta degradación externa refleja un caos interno: mentes saturadas de información, con poco espacio para la reflexión auténtica. Sin embargo, la vida, según San Francisco de Asís, se reduce a lo esencial. «Necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco», dice. Un colapso global expondría la inutilidad de lo superfluo que acumulamos.

 

 Ante la incertidumbre, la preparación interior es clave. San Juan de la Cruz enfatiza el amor como eje de la existencia. «Al atardecer de la vida, nos examinarán del amor». Amar exige autoconocimiento y desarrollo de nuestros dones. Reconocer que cada vida es una puntada del gran tejido de la humanidad, nos libera de la vanidad: nadie es más que otro, pero todos somos necesarios.

 

 En este entramado de interdependencia, celebrar cada respiro y encuentro se vuelve un acto de resistencia. Cuidarnos y cuidar a los demás no es una opción, sino probablemente el cimiento de un futuro más inmediato. Por ello que nuestro legado sea un testimonio de que el amor, en todas sus manifestaciones, es lo único que justifica nuestra presencia en esta Tierra.

 

 

 

 

Entre la incertidumbre y la esperanza, Miércoles 26 de marzo de 2025

Tres certezas evidentes marcan nuestra existencia: la inevitabilidad de la muerte, la vida con sentido y nuestra dependencia de recursos naturales y artificiales para sobrevivir, como el sol, la lluvia, la electricidad y el equilibrio de los reinos mineral, vegetal y animal. Estos recursos, sin embargo, enfrentan alteraciones cada vez más extremas, lo que nos obliga a anticipar cambios inminentes, no solo derivados del cambio climático, sino de múltiples factores interconectados.

 

 

 

La naturaleza nos recuerda constantemente nuestra fragilidad. Eventos como las tormentas solares —capaces de interrumpir suministros eléctricos— o catástrofes revelan nuestra vulnerabilidad. El Sol, fuente vital de energía, sigue un ciclo de actividad magnética de aproximadamente 11 años, visible en las manchas solares. Estas áreas, más frías que su entorno, coinciden con periodos de mayor irradiación solar, lo que puede influir en el clima terrestre. No obstante, fenómenos extremos, como eyecciones de masa coronal, podrían dañar redes eléctricas y satélites, aunque no representan un riesgo de extinción masiva. Un apagón global prolongado, incluso por semanas, sí que tendría consecuencias catastróficas: colapsaría sistemas médicos, el acceso a agua potable y la distribución de alimentos, con un potencial impacto en millones de vidas.

 

 

 

La existencia humana oscila entre lo sublime y lo adverso. Muchos se preguntan si la vida tiene un propósito ante el aparente sinsentido del sufrimiento. Físicos como Einstein demostraron que la materia y la energía son intercambiables (E=mc²), lo que sugiere una continuidad más allá de lo físico. Aunque nadie parece haber regresado de la muerte biológica, las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), reportadas por cerca del 20% de quienes sobreviven a paros cardíacos, revelan patrones comunes: una transformación espiritual y desapego material. Estas vivencias, sin embargo, no son necesarias para intuir que la vida trasciende cualquier interpretación racional. Somos efímeros en forma física, pero como parte de un flujo eterno o gotas de un océano cósmico.

 

 

 

Las crisis ambientales actuales son innegables. Incendios, sequías y la muerte de especies reflejan nuestra huella destructiva. En los últimos 50 años, las poblaciones de vertebrados han disminuido un 68% en promedio. Cada año sacrificamos más de 76.000 millones de animales para el consumo de su carne. Además, desde 1950, se han producido más de 8.300 millones de toneladas de plástico, gran parte contaminantes de ecosistemas acuáticos. La basura en los mares forma enormes islas de residuos, como la del Pacífico, que triplica el tamaño de Francia.

 

 

 

Esta degradación externa refleja un caos interno: mentes saturadas de información, con poco espacio para la reflexión auténtica. Sin embargo, la vida, según San Francisco de Asís, se reduce a lo esencial. «»Necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco», dice. Un colapso global expondría la inutilidad de lo superfluo que acumulamos.

 

 

 

Ante la incertidumbre, la preparación interior es clave. San Juan de la Cruz enfatiza el amor como eje de la existencia. «Al atardecer de la vida, nos examinarán del amor». Amar exige autoconocimiento y desarrollo de nuestros dones. Reconocer que cada vida es una puntada del gran tejido de la humanidad, nos libera de la vanidad: nadie es más que otro, pero todos somos necesarios.

 

 

 

En este entramado de interdependencia, celebrar cada respiro y encuentro se vuelve un acto de resistencia. Cuidarnos y cuidar a los demás no es una opción, sino probablemente el cimiento de un futuro más inmediato. Por ello que nuestro legado sea un testimonio de que el amor, en todas sus manifestaciones, es lo único que justifica nuestra presencia en esta Tierra.

 

 

 

 

El insoportable ritmo de lo aparente. 17 de marzo 2025

EL INSOPORTABLE RITMO DE LO APARENTE

 

(Este articulo está escrito por mí; pero los datos que se mencionan y algunos párrafos importantes están corregidos ChapGPT y Deepseek) 

 

FLV

 

Es probable que la realidad que perciben nuestros sentidos sea solo una sombra de lo auténticamente real. Platón lo ilustra en su célebre Mito de la Caverna. En él describe la vida de un grupo de prisioneros, en el interior de una cueva, encadenados desde su nacimiento de espaldas a una hoguera. Nunca han visto el fuego ni la luz directa del Sol; en su lugar, solo perciben las sombras difuminadas de figuras proyectadas sobre la pared. Intuyen que debe de haber algo más allá, pero ninguno se atreve a girarse y comprobarlo. Creen que la vida sufriente en la que habitan es la única realidad.

Finalmente, uno de ellos logra liberarse de sus cadenas. Al hacerlo, descubre el fuego y, más allá, la salida de la cueva. Lo que contempla le impacta tanto que regresa para compartir su hallazgo con los demás. Sin embargo, le toman por loco. Su relato los incomoda, pero ninguno se arriesga siquiera a considerar la posibilidad de salir de la caverna. Solo el prisionero liberado ha vislumbrado la verdad: ahora sabe que no sabe, pero ha percibido destellos de lo real. Los demás permanecen en la penumbra, resignados con la familiaridad de sus cadenas.

La percepción de la realidad está marcada por sesgos y matices. Dos personas pueden presenciar el mismo fenómeno y extraer conclusiones diametralmente opuestas. Un árbol es un árbol, pero según quién lo observe, puede ser madera, sombra o un hermano vegetal que comparte recursos con otros para la supervivencia del bosque. Ver es también sentir aquello que se ve: un sordo puede ver una voz; un ciego, contemplar un amanecer.

La vida es movimiento. Se mueve el mundo vegetal, el animal y también el mineral. Aunque las rocas parecen estáticas, sus átomos, partículas y subpartículas están en constante vibración. Este dinamismo interno es lo que define sus propiedades físicas y químicas. Las plantas se mueven internamente y, aunque se encuentran ancladas al suelo, desarrollan ingeniosas estrategias para expandirse y prosperar. Los animales, además de ese dinamismo interno, se desplazan en el espacio y experimentan el tiempo de manera consciente.

Para entender lo efímero del tiempo, basta con observar una de sus unidades más diminutas: el attosegundo, equivalente a una trillonésima parte de un segundo (10⁻¹⁸ s). Es el tiempo que tarda la luz en recorrer 0,1 nanómetros, aproximadamente la distancia entre los átomos de una molécula. Para dimensionarlo mejor: la relación entre un segundo y un attosegundo es comparable a la que existe entre un segundo y la edad del universo (13.800 millones de años).

Tal vez, en la vastedad del infinito y el movimiento, la realidad que conocemos sea solo un eco, una sombra… o el reflejo de algo mucho más grande.

A la temperatura del cero absoluto, el movimiento térmico de las partículas se detiene casi por completo, pero el tiempo y el movimiento cuántico no cesan. Según la mecánica cuántica, incluso a esta temperatura extrema siguen existiendo fluctuaciones debido a la energía del punto cero. En la escala Celsius, el cero absoluto se sitúa en -273,15 °C (o 0 Kelvin en la escala absoluta de temperaturas). Aunque los experimentos han logrado acercarse mucho a este límite, todavía no se ha alcanzado exactamente el cero absoluto, pues requeriría eliminar toda la energía de un sistema, lo que es teóricamente imposible debido al tercer principio de la termodinámica.

Nací en 1952 en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real. Creo haber visto el primer vehículo a motor a la edad de ocho años. Desde los cinco o seis años, recuerdo una macilenta luz eléctrica en la cocina, la única de la casa. Para acceder a los dormitorios eran necesarios un candil o una lámpara de carburo. El ritmo de los días lo marcaban el reloj de la Plaza y un ruidoso despertador de campanillas, con su tic-tac agobiante, que despertaba a mi padre de madrugada.

El trabajo de mi padre comenzaba al alba y finalizaba al anochecer. Mi madre se levantaba temprano para prepararle la comida y, casi todos los días, iba al lavadero. No recuerdo con exactitud la hora a la que los niños íbamos a la escuela, quizás una hora después de la salida del sol. Con diecinueve años, me trasladé a Madrid, donde desde el primer momento me vi inmerso en el ritmo acelerado de la ciudad, sus ruidos y sus prisas.

He sido testigo de la vertiginosa evolución tecnológica. Uno de los avances más relevantes ha sido el transistor electrónico, desarrollado en 1947 en los laboratorios Bell por John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley. Este invento marcó el final de las válvulas electrónicas, que hasta entonces constituían la base de los ordenadores, televisores, radios, antenas de telefonía y satélites, entre otros dispositivos.

Tuve mi primer contacto con los transistores cuando comencé a estudiar ingeniería técnica de telecomunicaciones. En España, el primer transistor fue presentado en 1959 por el ingeniero industrial José María de la Torre, quien trabajaba en Telefónica. En 1958, Telefónica lo había enviado a los Estados Unidos para formarse en el MIT, donde coincidió con los inventores del transistor.

La llegada del transistor supuso un salto tecnológico sin precedentes, que permitió a España avanzar y reducir la brecha tecnológica con los países más desarrollados. A partir de este desarrollo, surgieron los microprocesadores y los circuitos integrados, abriendo las puertas a la era de la computación moderna. Durante un tiempo, trabajé en el Centro de Investigación de Telefónica, en una cámara de alto vacío, realizando experimentos con microcircuitos de capa fina, tecnología clave para la miniaturización y el desarrollo de dispositivos más eficientes.

Los microprocesadores están presentes en semáforos, teléfonos móviles, frigoríficos, cámaras, televisores, ordenadores, dispositivos médicos y en casi todo tipo de equipamiento doméstico, de navegación y seguridad. Su desarrollo ha permitido la automatización y el avance tecnológico en prácticamente todos los ámbitos de la vida moderna.

Se estima que, en 2023, existían aproximadamente 8.600 millones de teléfonos móviles en el mundo, lo que supera la población total del planeta, que ronda los 8.000 millones de personas

Estos dispositivos funcionan gracias a la emisión y recepción de ondas electromagnéticas, que nos rodean y atraviesan el cuerpo humano a cada instante. En términos generales, son inofensivas para, ya que tienen una frecuencia y energía insuficiente para causar daños en el ADN o en los tejidos. Sin embargo, existen radiaciones potencialmente perjudiciales, como:

  • Ultravioleta (UV): Puede dañar la piel y los ojos, provocando envejecimiento prematuro, aumentando el riesgo de cáncer de piel.

  • Infrarroja (IR) en exposiciones prolongadas: Puede causar quemaduras térmicas en contacto directo.

  • Interferencias electromagnéticas (EMI): Pueden afectar a dispositivos electrónicos sensibles, aunque el impacto sobre la salud humana es todavía un tema en debate. Se generan por líneas eléctricas, estaciones de radio y telecomunicaciones, antenas y otros emisores de alta potencia.

Entre los dispositivos electrónicos de uso doméstico que pueden afectar la salud tras una exposición prolongada destacan:

  • Hornos microondas: Aunque están diseñados para contener la radiación en su interior, las fugas de microondas en equipos defectuosos o mal cerrados pueden ser perjudiciales.

  • Cocinas de inducción: Generan campos electromagnéticos de alta frecuencia que podrían afectar a personas con marcapasos.

  • Teléfonos móviles: A pesar de que no se ha demostrado que causen daños graves, se recomienda evitar su uso prolongado cerca de la cabeza, especialmente durante la noche, ya que pueden alterar los ciclos del sueño debido a la exposición a la luz azul y su actividad electromagnética.

No obstante, el verdadero impacto no siempre es físico, sino psicológico y social. La velocidad con la que operan los microprocesadores modernos, con sus incesantes cálculos binarios, modifica el ritmo de nuestras vidas. Cada vez más, el ser humano se encuentra sometido a la dictadura del tiempo digital, marcado por la inmediatez y la dependencia tecnológica, convirtiéndose en un soldado sin fusil, inmerso en un ejército de autómatas interconectados.

En los últimos 52 años, la tecnología ha evolucionado hasta formar una gigantesca red interconectada, casi como un organismo global, con su propio "cerebro" y "sistema nervioso". Hoy, algoritmos avanzados toman decisiones en milésimas de segundo, controlando procesos industriales, financieros y hasta sociales.

Un claro ejemplo de ello se observa en los mercados bursátiles, donde las grandes corporaciones disponen de redes de comunicación privadas ultrarrápidas. En estos entornos, una mínima diferencia de milisegundos permite que un valor financiero suba o baje a conveniencia de los operadores más veloces, beneficiando a quienes poseen los sistemas más avanzados para adelantarse a la competencia.

En los últimos cuatro o cinco años, hemos sido testigos de dos avances tecnológicos revolucionarios: los primeros ordenadores cuánticos de uso práctico y el desarrollo de una Inteligencia Artificial (IA) accesible para todos.

Los ordenadores cuánticos no funcionan con microprocesadores ni con bits tradicionales, sino con cúbits (qubits), los cuales poseen una capacidad de memoria y potencia de cálculo exponencialmente superior a la de los sistemas clásicos.

Estos dispositivos se basan en los principios de la mecánica cuántica para procesar información. En un ordenador clásico, la unidad mínima de información es el bit, que solo puede estar en 0 o 1. Sin embargo, un cúbit puede estar en superposición, es decir, en 0 y 1 al mismo tiempo, lo que multiplica la capacidad de procesamiento de manera exponencial.

Gracias a esta propiedad, los ordenadores cuánticos pueden resolver problemas complejos en minutos, cuando los supercomputadores tradicionales necesitarían miles de años. Se están utilizando para aplicaciones científicas, criptografía, simulaciones de materiales y cálculos militares, aunque su desarrollo aún se encuentra en fase experimental y su implementación masiva sigue siendo un desafío.

La realidad y la percepción humana

Lo que percibimos como realidad es, en gran medida, un consenso basado en nuestra capacidad sensorial. A simple vista, el mundo se divide en dos niveles:

  1. El mundo macroscópico, regido por las leyes de la física clásica.

  2. El mundo cuántico, donde las partículas subatómicas pueden estar en múltiples estados simultáneamente.

En este sentido, casi nada es lo que parece. Lo que percibimos con los sentidos es solo una parte limitada de la realidad, filtrada y estructurada por nuestra mente.

Por ejemplo, nuestra visión está restringida a una pequeña fracción del espectro electromagnético, comprendida entre los 380 y 700 nanómetros. Sin embargo, existen numerosas radiaciones invisibles para el ojo humano, como:

 

  • Infrarrojos

  • Ultravioleta

  • Microondas

  • Ondas de radio

  • Rayos X

  • Rayos gamma

De hecho, el 95% del universo es invisible para nuestros ojos e incluso para los instrumentos que intentan detectar su invisibilidad. Solo el 5% corresponde a la materia visible, mientras que el 95% restante se divide en:

  • Energía oscura (68%): Responsable de la expansión acelerada del universo.

  • Materia oscura (27%): No emite luz ni energía, pero su existencia se deduce por los efectos gravitacionales que ejerce sobre la materia visible.

Paralelismo con el cerebro humano

Curiosamente, estas proporciones coinciden con el funcionamiento del cerebro humano. Se estima que:

  • Solo el 5% de nuestra actividad mental es consciente, es decir, racional y dirigida.

  • El 95% restante corresponde a procesos inconscientes, que regulan nuestras funciones vitales y patrones de comportamiento automáticos.

Nuestra mente consciente, además, selecciona e interpreta la realidad de acuerdo con lo que le conviene con el mínimo esfuerzo. La mayoría de nuestros pensamientos —se calcula que tenemos entre 50.000 y 70.000 al día— son repetitivos y, en muchos casos, martirizantes. Como resultado, vivimos atrapados en un ciclo mental caótico, similar al de un pollo sin cabeza, reaccionando a impulsos sin cuestionar su origen o validez.

Realidad macro y cuántica

A escala macroscópica, la realidad aparente es determinista. Si conocemos las condiciones iniciales de un sistema, podemos predecir su evolución de manera precisa. Este principio rige desde el movimiento de los planetas hasta la física de los objetos cotidianos.

Sin embargo, en el mundo cuántico, la realidad es probabilística. No es posible conocer con certeza el estado de una partícula sin observarla primero. Hasta el momento de la observación, dicha partícula puede estar en múltiples estados simultáneamente (superposición cuántica), y solo al medirla colapsa en una de sus posibilidades.

Lo cuántico representa el límite más sutil de la realidad al que podemos acceder desde la ciencia. Un ejemplo de esto es el entrelazamiento cuántico, un fenómeno en el que dos partículas que han interactuado permanecen correlacionadas instantáneamente, sin importar la distancia que las separe. Es decir, al alterar el estado de una, la otra reacciona de manera instantánea, desafiando nuestra comprensión clásica del espacio-tiempo.

Paralelismo con la biología

Curiosamente, algunos investigadores han relacionado este fenómeno con procesos biológicos, como la conexión entre madres e hijos a través de las células microquiméricas. Durante el embarazo, células del feto pueden viajar al cuerpo de la madre y permanecer allí durante décadas. A la inversa, células maternas también pueden quedar en el cuerpo del hijo. Aunque esto no implica un entrelazamiento cuántico, sí sugiere una conexión celular y biológica que persiste en el tiempo.

La dualidad onda-partícula y la percepción humana

La dualidad onda-partícula establece que la materia y la energía pueden comportarse como partículas o como ondas, dependiendo de cómo sean observadas. Además, en superposición, una partícula puede existir en más de un estado simultáneamente.

Nuestra capacidad de percibir esta realidad es limitada. Disponemos de un cerebro finito y un cuerpo sometido a la entropía, lo que significa que nuestro tiempo de uso es perecedero y finito.

Limitaciones de la percepción y procesamiento cerebral

El cerebro humano tiene una capacidad de atención de aproximadamente 8 segundos, aunque este puede incrementarse por estrés, fatiga, déficit de atención, sueño o alcohol.

Algunas teorías sugieren que no vivimos en un holograma, sino que somos parte de él, procesando solo una fracción de la información que nos rodea.

A nivel de procesamiento de información, nuestro cerebro funciona en dos niveles:

  1. Consciente: Capaz de procesar entre 10 y 40 bits por segundo, permitiendo enfocarse en 1 a 3 cosas a la vez.

  2. Inconsciente: Procesa entre 11 y 100 millones de bits por segundo, es decir, hasta 200.000 veces más rápido que la parte consciente.

Los sentidos también tienen diferentes capacidades de procesamiento:

  • Vista: Entre 10 y 100 millones de bits por segundo.

  • Oído: Aproximadamente 500 bits por segundo.

  • Tacto: Alrededor de 10 bits por segundo.

  • Olfato: Puede detectar hasta 10.000 aromas diferentes, con una velocidad de procesamiento de 10 bits por segundo.

  • Gusto: Aproximadamente 1 bit por segundo.

 

Verificación doble de estos datos por DEEP SEEK sobre procesamiento cerebral y capacidades sensoriales:

 

1. Procesamiento consciente e inconsciente:

  • Consciente (10-40 bits/segundo):


 Base real, pero con matices:

  • La cifra de 40 bits/segundo se basa en estudios clásicos de psicología cognitiva (ej. George Miller, 1956)

  • Medir el procesamiento en "bits" es controvertido, ya que el cerebro no opera como un computador digital. La cifra es una analogía para ilustrar la limitación en la atención focalizada (ej. solo podemos seguir 1-3 tareas complejas simultáneamente).

 

  • Inconsciente (hasta 100 millones de bits/segundo): Estimación teórica, no consenso científico:

 

  • Algunos neurocientíficos (ej. Tor NørretrandersThe User Illusion) proponen que el sistema nervioso procesa aproximadamente 11 millones de bits/segundo a nivel sensorial (ej. visión, equilibrio), pero esto no equivale a "pensamiento inconsciente".

 

  • La comparación de "200.000 veces más rápido" es una simplificación: el cerebro opera en paralelo (no en serie), y el "procesamiento inconsciente" incluye funciones autónomas (ej. respiración) y filtrado sensorial.


2. Capacidades sensoriales:

  • Vista (10-100 millones de bits/segundo):

 Aproximadamente correcto:

  • El nervio óptico transmite aproximadamente 10⁶ señales/segundo, pero el cerebro no procesa toda esta información de forma consciente. La mayoría se filtra en el tálamo y corteza visual.

 

  • Oído (aprox. 500 bits/segundo):


⚠️ Subestimado:

  • El nervio auditivo maneja aprox. 30.000 fibras, cada una con tasas de hasta 100 Hz, lo que equivale a 3 Mbps. Los "500 bits" podrían referirse a información lingüística consciente (ej. palabras reconocibles por segundo).

 

  • Tacto (aprox. 10 bits/segundo):  Impreciso.

 

  • La piel tiene aprox. 5 millones de receptores táctiles, y el sistema somatosensorial procesa datos en paralelo (ej. presión, temperatura). La cifra de "10 bits" solo aplicaría a estímulos puntuales conscientes (ej. contar toques en un dedo).

 

  • Olfato (10.000 aromas, aprox. 10 bits/segundo):  Parcialmente cierto:

    • Los humanos pueden distinguir 1 billón de olores (estudio de Science, 2014); no 10.000. La cifra de "10 bits" aludiría a la identificación consciente de un olor específico en un momento dado.

 

  • Gusto (aprox. 1 bit/segundo): ⚠️ Metáfora engañosa:

    • El gusto depende de combinaciones con el olfato (80% de lo que percibimos como "sabor" es olor). Los receptores gustativos (5 sabores básicos) no se miden en "bits", pero la lentitud aludiría a la percepción consciente de un sabor.

 


 

Conclusiones y fuentes:

  1. Las cifras son analogías; no mediciones rigurosas. El cerebro no procesa información como un computador, sino mediante redes neuronales paralelas y redundantes.

  2. Fuentes clave:

    • Procesamiento visual: MIT Neuroscience (2016).

    • Olfato: Estudio de Andreas Keller en Science (2014).

    • Memoria de trabajo: George Miller (1956).

  3. Errores comunes:

    • Confundir transmisión sensorial (ej. nervio óptico) con procesamiento consciente.

    • Usar "bits" como unidad para sistemas no binarios (el cerebro usa señales electroquímicas analógicas).

Estas cifras varían según las fuentes, pero ilustran nuestras limitaciones frente a la inteligencia artificial y algunos animales, que poseen sentidos más desarrollados.

El cerebro humano no capta toda la realidad, sino que rellena los vacíos con información conocida y la que no la inventa. Esto explica por qué podemos ser fácilmente engañados por ilusiones ópticas o por la propia interpretación de nuestros recuerdos.

Entre lo macro y lo micro se esconde un enigma: en el mundo visible, donde las leyes deterministas nos guían, la existencia parece rígida y predecible; más en el reino cuántico, la incertidumbre y la superposición danzan en un sutil ballet de probabilidades. La mente humana, con su frágil atención consciente y un inconsciente que procesa millones de bits en silencio, es apenas un eco en el vasto coro de la realidad. Cada segundo se convierte en una invitación a cuestionar nuestras certezas. Somos partícipes de un universo en constante transformación, donde la tecnología y la vida se entrelazan, desafiándonos a vivir, sentir y, sobre todo, descubrir que la auténtica existencia se encuentra más allá de lo meramente observable.

EL VASCO DE LA CARRETILLA, VIKTOR FRANKL Y LOS CAMINOS DE LA VIDA, 24 de diciembre de 2024

EL VASCO DE LA CARRETILLA, VIKTOR FRANKL Y LOS CAMINOS DE LA VIDA
A Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, también conocido como “el vasco de la carretilla”, le tocaron la tecla del orgullo en una taberna argentina, al decirle que de vasco solo tenía la boina. Esto sucedía en mil novecientos treinta y cinco, cuando aún no había cumplido los cincuenta y la empresa petrolera del sur cesaba sus actividades extractoras por desórdenes del personal. El cierre dejó en el paro a un grupo de hombres, entre los que se encontraba Guillermo, con tiempo para el aburrimiento, la desesperanza y el alcohol.
En un calentamiento de boca, el vasco se apostó que «se animaría a cruzar toda la Patagonia a pie y llegar hasta Buenos Aires con una carretilla». Sus contertulios se rieron diciéndole que eso era imposible; sin embargo, catorce meses después y tras un recorrido de tres mil quinientos kilómetros, Guillermo llegó a Buenos Aires, donde fue recibido como un héroe. Desde entonces, y prácticamente hasta el final de su vida, recorrió otros lugares, la mayoría de las veces desolados, alimentándose de lo que ocasionalmente le daban o encontraba junto a los caminos, hasta completar veintidós mil trescientos kilómetros.
Lo imposible puede llegar a ser posible con determinación y propósito. Salir con vida de Auschwitz, tras cuatro años de infierno, le hubiera parecido, de haberse detenido a pensarlo, imposible, al doctor en siquiatría Viktor Frankl. No obstante, decidió actuar y aceptar el destino que la vida le tenía reservado. Para ello, tomó la íntima decisión de permitirse la única libertad a la que podía aspirar: la actitud con la que afrontar la tortura, enfermedad o muerte llegado el momento. Ello, unido al sentido profundo de su compromiso como médico, especialmente hacia quienes se hallaban cercanos al tránsito, resultó determinante tanto para él como para los que se acogieron a su palabra sanadora. Fueron su verbo y la logopedia, que desarrolló en circunstancias extremas, la única medicina posible en aquella dantesca situación.
Hay cosas que, conforme al conocimiento científico actual, no resultan posibles: por ejemplo, viajar más rápido que la luz o respirar bajo el agua sin botella de oxígeno. Pero, el hombre ha conseguido, entre otros y merced a la tecnología, adaptarse a climas extremos en lugares inhóspitos, al tiempo que llegado a alcanzar logros biológicos que años atrás parecían imposibles.
A medida que Guillermo sumaba kilómetros, hacía frente no solo a los desafíos del recorrido, sino a indagar en la búsqueda interna de significado. Alguno de los paisajes y experiencias, que tuvo la oportunidad de contemplar, le llevaron a reflexionar sobre la presencia de algo más grande que todo lo que conocía. En cada paisaje, en cada mano amiga que le ofreciera comida o un saludo afectuoso, él veía la intervención de Dios o sus ángeles, manifestados a través de las personas que hallaba en su camino.
El infernal contexto llevó a Viktor Frankl a dar sentido al más grande de los horrores humanos, cuando tuvo la certeza de que el sufrimiento puede tener un propósito. Frankl mantuvo desde el principio la convicción de que, aunque las condiciones externas resulten insoportables, la libertad de alma es lo último que se pierde.
El conocimiento científico y el avance tecnológico, con fines de paz, ofrecen un servicio innegable a la humanidad; mas, es la fe, conexión profunda con lo divino, quien ofrece la posibilidad de afrontar aquello que se presenta como insuperable, convirtiendo lo imposible en posible. Así ocurre cuando somos capaces de modificar la mirada con la que observamos cuanto nos sucede. Una visión sin juicio previo o una palabra amable puede cambiar todo en un instante; hacer del infierno paraíso y transformar lo grato en ingrato y, al contrario.
Hubo un hombre que testimonió esto con su ejemplo y cambió el rumbo del devenir humano. Donde predominaba el odio, puso amor; donde reinaba la arrogancia, puso humildad, donde oscuridad luz y así hasta la entrega total e inducir una gran esperanza en la humanidad. Cristo se convirtió en guía amable de cuantos peregrinos transitan por la vida y acaban transformándose en referencias luminosas de quienes les continuamos.
El vasco Guillermo dio sentido a su vida empujando una carretilla pertrechada de unos pocos enseres. Viktor Frankl lo hizo anteponiendo el servicio a los demás a cualquier atisbo, que lo tuvo, de salvarse a sí mismo. Cada ser humano ha de recorrer inevitablemente, tal y como Guillermo y Viktor, la senda que le ha sido asignada, haciendo de cada etapa la más grande de las experiencias, y de las adversidades, logros posibles y alcanzables.
FLV

Valores universales y bien común, una llamada a la humanidad, 2 de diciembre de 2024

Valores universales y bien común: Una llamada a la humanidad

 

 

La percepción de la realidad es subjetiva y depende del observador identificarla como buena, mala o neutra. Lo que para unos resulta un infierno, para otros es música celestial. De hecho, hay quienes parecen quedar sumidos en éxtasis ante el atronador ruido de una discoteca, y otros, entre los que me incluyo, consideran que esto implica una tortura.

Los valores que nos identifican como humanos se ven condicionados por las circunstancias vitales, las experiencias y sesgos propios de cada uno. Sin embargo, la mayoría compartimos una serie de puntos comunes, tales como la compasión, el respeto por la vida propia o ajena, y el sentido de la justicia.

En el documental Human (2018), dirigido por el fotógrafo y periodista francés Yann Arthus-Bertrand, se muestra de manera evidente la condición que permea las vidas de las distintas personas en las diferentes culturas de la Tierra. A través del mismo se traza un recorrido por los cuatro puntos cardinales hasta llegar al corazón de la humanidad.

Arthus, junto a un equipo de dieciséis periodistas, viajó durante dos años por sesenta países, entrevistando a un total de 2,020 personas para realizar su documental. A todos los entrevistados les hacía las mismas cuarenta preguntas: "¿Qué es el amor para usted?", "¿Qué opina sobre la muerte?", "¿Cuál es su mayor miedo?", "¿Qué siente acerca de la enfermedad?", "¿Cuál es el papel de la familia en su vida?", "¿Cuáles son los valores que considera más importantes?", y "¿Cómo percibe el medio ambiente?", entre otras.

Resumir en porcentajes la similitud de respuestas no es suficiente ni hace justicia a las enseñanzas que se desprenden de Human. No obstante, en gran medida, son bastante parecidas. Esencialmente, los seres humanos somos criaturas necesitadas de amar y ser amados, sentir la cercanía de los nuestros, formar una familia, pertenecer a una tribu, tener amigos y contar con la fuerza y la confianza de lo nuclear que nos rodea.

Human acierta al transmitir un mensaje profundo sobre la diversidad y universalidad de los valores humanos esenciales: empatía, compasión, respeto, justicia, hospitalidad, tolerancia, solidaridad y cooperación, principalmente.

Las entrevistas revelan cómo, a pesar de nuestras diferencias culturales, sociales y económicas, todos compartimos una serie de emociones y necesidades fundamentales, entre ellas: la esperanza, la alegría y la búsqueda de propósito. El documental enfatiza aspectos como la solidaridad y la dignidad, recordándonos que, detrás de las aparentes diferencias, todos formamos parte de la misma humanidad que enfrenta desafíos comunes. Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la injusticia, la desigualdad y responsabilidad que tenemos de crear un mundo más equitativo y compasivo.

Nunca antes ha habido tantos seres preocupados por el futuro de la Tierra, ni tanta confusión, generada en gran parte por el imparable desarrollo tecnológico y la angustia ante la incertidumbre de hacia dónde se dirige el progreso.

Simultáneamente, el bien es mayoritario. Jamás ha habido, en la historia, tantas personas comprometidas en hacer un mundo mejor.

Según 'Ayuda en Acción', existen alrededor de diez millones de organizaciones no gubernamentales (ONG) en todo el mundo, cuya finalidad básica es ayudar a quienes más lo necesitan, sin otro respaldo, en ocasiones, que el ofrecido por ellas mismas. Un millón y medio de estas organizaciones se encuentran, paradójicamente, en el país epítome del capitalismo más despiadado: EE. UU.

En España, existen algo más de treinta mil ONG registradas, especializadas en ámbitos como los derechos humanos, el medio ambiente, la educación, la salud, los niños, los mayores y la asistencia social, donde participan altruistamente unos tres millones de personas.

La mayoría de las ONG se crearon tras la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, los precedentes universales de apoyo humanitario conjunto eran la Cruz Roja y las organizaciones religiosas con sus misioneros repartidos por el mundo.

Los valores que definen a las sociedades están influenciados tanto por su historia como por su cultura; no obstante, algunos son compartidos por la práctica totalidad de las mismas. En primer lugar, la familia: ¿qué sería de la mayoría de nosotros sin el apoyo material y emocional de nuestras familias, especialmente cuando atravesamos situaciones de extrema vulnerabilidad emocional, de salud o económica?

Una encuesta de la Fundación BBVA cifra en torno al 40% el número de padres que apoyan económicamente a sus hijos mientras estos lo necesitan, aunque ello implique privarse de atender sus propias necesidades.

En España, según los últimos datos del INE, en 2023 había unas 850,000 familias en las que todos sus miembros se encontraban en paro y situación de extrema vulnerabilidad. No todas eran perceptoras de ayudas sociales como el Ingreso Mínimo Vital, siendo socorridas en tales casos por ONG y vecinos compasivos.

Esto evidencia la capacidad de hacer el bien tanto desde las políticas sociales como desde la acción ciudadana, centrada en el apoyo de la principal ONG que existe: la familia, que, además, sirve de consuelo ante las carencias e interrogantes cotidianos.

Simultáneamente, un porcentaje elevado de personas mayores de 65 años viven solas, muchas veces en soledad no deseada, ya sea porque la familia no puede atenderlas o porque carecen de la misma. Este desajuste resulta difícil de asimilar social y emocionalmente, al menos en los países occidentales.

Viajeros trotamundos que dedican buena parte de su vida a recorrer la Tierra, ya sea andando, en bicicleta, moto u otros medios, relatan en las redes sociales la hospitalidad que encuentran en la mayor parte de los lugares que visitan. Para la mayoría de los seres humanos, dar de beber al sediento, comer al hambriento y refugio a quienes lo necesitan no es solo un acto de fraternidad espiritual, sino que forma parte de lo más sagrado e íntimo de sus vidas.

El lado oscuro de la humanidad sigue siendo el sufrimiento infligido a los seres más débiles y desprotegidos, así como la indiferencia hacia el resto de seres vivos—vegetales, animales y ecosistemas—que comparten con nosotros el mismo planeta.

Aspirar a un mundo utópico ya no es una cuestión idealista, sino de supervivencia. Esto implica, entre otras cosas, restaurar la pureza de los ríos, mares y océanos; proteger los bosques; hacer un uso sostenible de los recursos disponibles; descontaminar cada rincón mancillado; y desactivar las armas nucleares. La humanidad enfrenta un reto que, si no se toma en serio, pronto llegará a un punto de no retorno. Sin embargo, la esperanza subyace en la capacidad humana de unirse frente a la adversidad. Si podemos compartir los mismos valores, también podemos trabajar juntos para proteger el bien común y garantizar un futuro mejor para las próximas generaciones.

Al contemplar en perspectiva el desafío al que todos nos enfrentamos, debemos de recordar que el cambio comienza en cada uno de nosotros. Cada acto de generosidad, cada gesto de compasión, y cada decisión ética cuenta. No importa cuán pequeño o insignificante este parezca; forma parte de una corriente subterránea y poderosa que transforma cuanto abarca. Es imperativo moral que cada ser llegue a vivir con dignidad y esperanza. Solo así, podremos avanzar hacia un horizonte más luminoso, donde la humanidad florezca en paz y armonía.

 

DIOS, LOS NÚMEROS Y EL NUEVO MUNDO, 21 de julio de 2024

 

La sed nos impulsa a buscar el agua. Sentimos la sed, pero no la vemos. El agua, en cambio, sí, y eventualmente nos sacia, especialmente si es abundante, cristalina y fresca.

Aparentemente, Dios no se ve; se siente. Lo vemos en el cielo estrellado, en la naturaleza en su esplendor, en la sonrisa de un niño o en el aroma de una flor.

Dios se encuentra en todo, en lo bello y en lo menos bello, en la guerra y en la paz, en la coherencia y su contrario. Todo es Dios.

Descubrir racionalmente a Dios es como entender que se pueda sacar agua del mar con una concha para apagar un incendio. Dios no se ve, pero nos da pistas de su presencia en la armonía, la simetría, los fractales, las matemáticas, los patrones y las leyes de la naturaleza.

Según la Biblia, siete fueron los días de la creación, y así es su reflejo en el cuerpo humano: cabeza, cuello, tronco y extremidades. Siete son los colores del arco iris, las notas musicales y los cielos del islam. La importancia del número siete se refleja en que se menciona 700 veces en el Antiguo Testamento y 350 en el Nuevo.

Siete son también las categorías en las que se divide el espectro electromagnético, del cual percibimos, a simple vista, un limitado rango entre 380 y 750 nanómetros; a lo cual llamamos luz.

Las frecuencias no visibles se sitúan entre las extremadamente bajas, de diez elevado a siete, hasta las radiaciones cósmicas, de diez elevado a menos quince. La diferencia entre ambas frecuencias oscila entre los 100 Hz de las bajas y diez elevado a 23 de las cósmicas. Estas últimas emiten una intensidad tal que pueden destruir cualquier cosa que encuentren en su camino.

Algunos piensan que los números de Dios son meras coincidencias y que es el azar quien los determina. También creen que Dios es un invento humano para aplacar el miedo a la muerte o que la mente nos engaña. Sin embargo, no hemos creado nada de la nada, y mucho menos a Dios. Todo lo creado tiene un creador o un principio del que surge. Lo que hace el ser humano es estudiar y analizar lo que le rodea, con el fin de obtener algún beneficio de ello. Esto no es malo, al contrario, es bueno. Lo que aleja al hombre es el materialismo extremo, pasar de adorar a Dios a adorar al becerro de oro, sin importarle las consecuencias.

Los cielos de la Tierra nos protegen de las radiaciones cósmicas mediante la magnetosfera, capa protectora que desvía las frecuencias más dañinas y salvaguarda nuestras vidas.

 

Hablar de Dios es hablar de Amor y saber que reside en tu pecho, sin necesidad de más pruebas que un corazón transparente y desnudo.

Dios se encuentra en los números, en la simetría y la asimetría, en la magnificencia de lo trino y la cualidad de lo áureo, en el David de Miguel Ángel y la disrupción de la utopía, en la hermosura del manantial y en los niños que recogen plásticos de las orillas de ríos contaminados; o en los niños de Gaza, masacrados por las bombas.

El tres representa la Trinidad: tres personas en una, el padre, la madre y el hijo que somos cada uno de nosotros.

El doce representa las doce tribus de Israel, los doce apóstoles, los trabajos de Hércules, los meses del año y los caballeros de la mesa redonda, la totalidad y la plenitud.

La vida es tan delicada, prodigiosa e inesperada que la expansión del universo y las leyes que lo mantienen dependen de unas 20 constantes. A este delicado equilibrio se le denomina ajuste hiperfino. Si una sola de las leyes fundamentales no se mantuviera en su rango, el universo tal como lo conocemos nunca habría existido, dejando solo un infinito grumo de hidrógeno y helio expandiéndose por doquier sin propósito.

Dios es amor, y experimentarlo es lo más grande que nos pueda suceder. Si una mirada se cruza con él, una explosión neuronal sacude cerebro, corazón e intestinos, dejándote una huella imborrable. El primer amor puede cauterizar, pero Dios no; es llama viva que no quema y deja huella permanente, que ningún miedo o negación puede apagar.

Lo que diferencia al cerebro humano del de otras criaturas es un tipo especial de neuronas, que, según palabras de Santiago Ramón y Cajal, neurocientífico y premio Nobel de Medicina, son "células de formas delicadas y elegantes, misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quizás algún día esclarecerá el secreto de la vida mental."

Esa vida mental es la realidad, aunque apenas percibamos menos del cinco por ciento de la misma. Realidad que contemplamos a través de miradas sesgadas, producto de años de repetir lo que otros dijeron, sin aventurarnos a salir de la cueva de Platón.

El primer día tras el confinamiento por el Covid, que pudimos salir de casa, mi esposa, un grupo de amigos y yo lo celebramos con una marcha desde Rascafría hasta el lugar conocido como La Isla, a orillas del río Lozoya. La experiencia resultó mágica; fue empezar a caminar y llenarnos de asombro. El aire mantenía una transparencia única, como si acabara de ser purificado. Por primera vez percibimos de manera sentida lo sobrenatural de la naturaleza. 

El vasto universo guarda misterios que los ojos humanos, amplificados por el telescopio James Webb, empiezan a vislumbrar: matices asombrosos, nuevas galaxias y un potencial de vida fuera de la Tierra.

Para descifrar el misterio de la vida, existen la inteligencia humana, la Inteligencia Artificial y, por supuesto, la Gran Inteligencia de Dios, accesible en estados elevados de conciencia. Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo, decía San Juan de la Cruz cada vez que su alma salía del cuerpo sin ser notada.  En este contexto, los seres humanos somos cuerda vibrante y cualidad esencial de los átomos, partículas y subpartículas presentes en todo lo creado: un infinitesimal reducto donde la conciencia y la inteligencia caminan cuánticamente entrelazadas.

La inteligencia sin conciencia es un horror; puede prolongar vidas en dolor inmenso y decidir cuáles merecen o no continuar. El Papa Francisco se vio obligado a publicar, en junio de 2023, una guía ética sobre la Inteligencia Artificial y su probable impacto en la humanidad. Él considera que la tecnología es algo bueno, pero también es consciente de su carácter disruptivo y del inmenso daño que a pesar de todo seguimos causando a la naturaleza. Espera que la guía sirva de orientación para la regulación gubernamental y nos recuerda el debido respeto hacia la vida humana y la de todos los seres sintientes.

Basta contemplar una col romanesca para sentir admiración. Cada espiral contiene el mismo número de flores, independientemente de su tamaño.

Los fractales son objetos de tipo geométrico cuya estructura básica se mantiene en diferentes escalas. Se encuentran en árboles, copos de nieve, gotas de agua y células.

Según la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), hemos contribuido a la extinción de entre 1.000 y 10.000 especies de animales o plantas en la Tierra debido a la deforestación, guerras, pruebas nucleares, plásticos, satélites, petróleo, destrucción del medio ambiente, caza e introducción de especies invasoras, entre otros. El ritmo actual de extinción se estima en 100 veces mayor que el ritmo natural.

La biomasa humana se calcula en aproximadamente 500 millones de toneladas, en comparación con los 700 millones de toneladas que representan los animales destinados al consumo humano, como cerdos, vacas, ovejas y aves. Según la FAO, en 2022 se sacrificaron 74.000 millones de animales destinados a la producción de carne en el mundo, incluyendo 2,4 mil millones de cabezas de ganado bovino, 1,5 mil millones de cerdos, 1,5 mil millones de aves de corral, 700 millones de ovejas y cabras, y 500 millones de patos.

Cuando era estudiante de la Universidad Laboral de Córdoba, de los catorce a los diecinueve años, solía pasear por su paraninfo o la explanada central. Me gustaba contemplar el cielo. Allí se encontraba Dios, a quien pedía que me ayudara a no sufrir tanto. En mi ingenuidad, creía que lo vivido hasta ese momento era cuanto iba a experimentar en la vida.

En uno de esos paseos me vino a la mente una enigmática frase, aparentemente sin sentido: "Hoy será lo que mañana pensaste".

Creo que estamos en ese mañana, que es hoy, ayer y todo lo que vaya a manifestarse. Por ello le pido a Dios de nuevo fuerza para estar atento y confianza para que el tránsito a la nueva Tierra sea suave y hermoso.

 

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PADRE, AGUA, POR FAVOR, 7 de mayo de 2024

Me estaba muriendo. Tenía azulados los labios y la nariz fría. Los remedios del médico no surtían efecto. Iba por la sexta bolsa de suero, inyectadas directamente en el abdomen. "Es cuestión de horas. El niño no saldrá de esta", lo siento, dijo.

 

Recomendó a mis angustiados padres la compra de un ataúd. Yo tenía un año y era su primer hijo. En mil novecientos cincuenta y tres muchos niños moríamos por deshidratación. Fui de los pocos que sobrevivió. A mi padre desesperado se le ocurrió verter unas gotas de agua en mi boca. Abrí los ojos, "aba, aba", grité y retorné a la vida.

 

Cinco razones por las que agradecer la vida. 28 de marzo de 2024

  • Cinco motivos por las que agradecer la vida 
Hasta el día del confinamiento por el COVID y durante doce años estuve colaborando como voluntario en la inserción sociolaboral de personas en riesgo de exclusión social. Mi compromiso concluyó abruptamente alrededor de las doce del día quince de marzo de dos mil veinte, al finalizar el taller que estaba impartiendo. Me despedí, esperando poder volver cuando todo se normalizase. No fue así. Nuevos voluntarios se ofrecieron, y ya no me volví a postular. 
Doce años que fueron un regalo para mí. Cada día era un desafío en búsqueda de razones que mantuvieran la esperanza de mujeres y hombres que anhelan un empleo. Un trabajo y un salario digno son las mejores herramientas para elevar la autoestima, me decían, y así pude comprobarlo.
No fue fácil, pero sí apasionante. En ocasiones, me costaba encontrar argumentos inspiradores o ejemplos en mi propia vida, y me reprochaba por la incoherencia.
Puedo afirmar, no obstante, que no hubo día en el que no me sintiera transformado. La mayoría de las veces, salía de los encuentros agradecido y lleno de energía. Cuando estaba con ellos era como si algo tomara posesión de mí y guiara mis palabras.
No todos los aspirantes lograban sus objetivos. Provenían de diferentes ONGs y se esperaba que estuvieran en condiciones de recibir una semana de formación básica en búsqueda de empleo. Sin embargo, algunos se encontraban tan heridos que tiraban la toalla ante el primer obstáculo.
Las historias personales de cada beneficiario eran dignas de héroes. Algunos habían superado experiencias extremadamente difíciles, como malos tratos, adicciones, prostitución, delincuencia, familias desestructuradas, cárcel, pobreza extrema, infancias desdichadas, divorcios traumáticos y problemas con el alcohol. A pesar de todo, la perspectiva de conseguir un empleo los impulsaba de manera contagiosa.
Cuando alguno lo conseguía, el estímulo era doble. De una parte, y la más importante, para quien lograba el empleo; de otra, el personal y voluntarios de la Fundación que veían recompensados sus esfuerzos. Se celebraba como un logro y realmente lo era.
 
En mi caso y para preparar el taller que impartía sobre actitud en la búsqueda de empleo, leía libros, asistía a conferencias, talleres, encuentros. Todos los años hacía algún cambio en mi presentación y prácticamente todas las semanas me las ingeniaba con alguna propuesta o conocimiento nuevo, que yo hubiese adquirido y pudiera aportarles mayor convicción.
 
Asistí como alumno a un taller, que entendí me aportaba y a la vez podría venir bien a los beneficiarios fue “morir no es lo que parece”, sobre la importancia de aprender a morir a toda expectativa, incluida la propia vida, para renacer de nuevo. Lo impartía Fidel Delgado, psicólogo clínico de la Unidad de Psiquiatría del Hospital de la Paz de Madrid. 
Fidel Delgado se autodenomina titirepeuta. Se dice de sí mismo, porque enseña desde el humor y es una delicia escucharle. La importancia de hablar de cosas serias desde lo relajado de una risa te hace reflexionar y agradecer la vida y sus acontecimientos tanto gratos como menos gratos. Morir no es lo que parece. Una vez amortiguado el miedo, la enseñanza prende llama en la conciencia, y libera siquiera momentáneamente de pesos y fatigas. 
Fidel aún atiende en la transición entre vidas. Quizás sean miles a quienes ha facilitado el tránsito. Jubilado, sigue impartiendo formación de manera muy original e instructiva a personal médico, mayores y personas necesitadas de referencias sólidas en el momento más trascendente e importante de sus vidas. 
Nos decía en el taller de las muchas personas que mueren en soledad; sufriendo, con resentimiento o en apego a bienes materiales. Comentaba que bastaba a veces dar la mano al moribundo y escucharle sin juzgar para que se fuesen tranquilos. 
De sus enseñanzas extraje que el pensamiento tiene consecuencias. Una palabra no reflexionada puede añadir un peso insoportable a la mochila de quien te escucha. Las palabras pueden ser dardos, cuchillos o lanzas si no las meditamos; por el contrario, deben de ser caricia o silencio cuando no sea oportuno decirlas. Si no te preguntan no hables por hablar, a menos de que estes seguro. No pidas a quien esté triste que deje de estarlo. Intenta ponerte en el lugar del vulnerable. Su cabeza va a cien por hora y solo pretende sosiego para dar con lo que busca. 
Un mensaje de WhatsApp me condujo a Bronnie Ware, enfermera australiana. Fruto de su experiencia atendiendo enfermos paliativos escribió el libro "Los cinco arrepentimientos de los moribundos”. 
Había asistido antes de Bronnie Ware a un taller impartido por una enfermera de urgencias de Madrid. Coincidía esencialmente con los hallazgos de Ware, enfatizando los aspectos más fundamentales de la atención y la toma de decisiones de las familias en un momento tan crítico. Si el médico no llega a tiempo, el 112 puede proporcionar orientación telefónica. 
Los lamentos de los moribundos, según Bronnie Ware, surgen cuando estos se dan cuenta de que no les queda tiempo para enmendar errores y de que han vivido una vida que no era la que ellos querían, sino la de sus padres, ego o entorno. No haber pasado suficiente tiempo con sus hijos, esposa o amigos, absorbidos por el trabajo o el entretenimiento vano. No haber sido fieles a sí mismos. No haber expresado lo que sentían, reprimiendo el amor y la ternura o manteniéndose en silencio ante lo que les perturbaba. El último reproche que suele hacer es no haber sido más feliz.
 
Descubrí otros cinco acuerdos, argumentos o razones en dos libros que me encantaron. Proceden de principios filosóficos de la cultura tolteca, adaptados al lenguaje actual. Fueron popularizados por el doctor Miguel Ruiz en un primer libro en 1997, y completado años más tarde por su hijo, también Miguel Ruiz y doctor. El primero de los libros se titula "Los cuatro acuerdos"; el segundo, "Los cinco acuerdos". 
Estos son los acuerdos: 
• Sé impecable con tus palabras: eres dueño de tu silencio y esclavo de lo que dices. 
• No te tomes nada personalmente: la vida se trata de todo y no va contra nadie. Tal vez si en lugar de enfadarte te pones en el lugar de quien te grita o insulta, entenderás el dolor que siente. Eso sí, toma precauciones y huye de las agresiones físicas o emocionales. 
• No hagas suposiciones: suponer es inventar, especular o crear una historia. Si tienes dudas, pregunta; si no te responden, no insistas. 
• Haz siempre lo máximo que puedas: si lo haces, nunca te arrepentirás. Si dejas algo a medias o lo haces con pereza, es posible que lo lamentes. Por último, sé escéptico, pero aprende a escuchar. No todo lo que se dice es cierto. En ocasiones incluso puede resultar perjudicial. Pásalo por el filtro de la razón y la conciencia, y si es algo que llega de Internet, asegúrate de que sea cierto. Hay medios para hacerlo. 
Mis cinco razones particulares provienen de la orientación que he buscado en mi propia vida desde niño. Todavía cometo errores, pero cada vez menos. También puede ser que me esté haciendo mayor. 
He fallado a mi conciencia en varias ocasiones; la mayoría inducido por el miedo, si bien esto no me justifica. Aun así, me perdono y pido perdón por si he dañado a alguna persona, animal o planta, consciente o inconscientemente. Hay cosas que he dejado resueltas; otras, creo que muy pocas, permanecen pendientes.
Propongo cuatro puntos cardinales de orientación de la conciencia, situando la misma en el centro como quinto elemento: 
• Norte: amar y ser amado.
 • Sur: fe, confianza, agradecimiento por la vida. 
• Este: palabra 
• Oeste: respeto por la vida propia y ajena. 
El Norte es meta y sendero. Somos amor y de amor hemos de dar cuenta al llegar la tarde. Aplicarlo no resulta nada fácil; implica voluntad profunda y disciplina sentida. 
La vida a veces se presenta muy dura, especialmente para las personas en situación vulnerable. Sin embargo, aún más difícil es para cualquiera sobrevivir sin dar sentido o propósito a todo lo que se le presente. 
Sólo temo una cosa, no ser digno de mis sufrimientos. Esta cita de Dostoievski mantuvo al psiquiatra Viktor Frankl en la certeza de que su vida tenía sentido incluso en los infiernos de Dachau y Auschwitz. 
Viktor Frankl pudo haber evitado ser detenido e incluso escapar en dos ocasiones con cierta seguridad. En ambas se echó para atrás. Le retuvieron los ojos de los moribundos, a los que la única asistencia que podía dar era sujetarles la cabeza y acariciar mientras expiraban. 
Al Este, la palabra como fuego de espíritu que se transforma en materia. Luz del alma mutada en bien para los cuerpos y conciencias. La palabra es una de las acciones de nuestro albedrío que conlleva mayor responsabilidad. Por ello su uso debe de ser impecable, cada cual como se sepa expresar.
 
Por favor, no utilicéis la palabra en vano y menos aún para ofender u ofenderte; ser condescendiente o lastimar a tus semejantes. 
Al Oeste, la vida como el bien más preciado a proteger. Nuestros cuerpos tienen fecha de caducidad. Conviene cuidarlos y no malgastar antes de tiempo. 
La vida es el bien más preciado que tenemos y el cuerpo un regalo de Dios. Debemos de cuidarlo y no malgastarlo de manera inútil. Respeta tu vida, cuerpo y el de los demás. Son talentos que Dios nos ha dado para duplicar.
La confianza y la fe son fundamentales para una vida plena. Confía en ti mismo, en tus amigos, en tu familia, en la humanidad, país y en Dios. Todos somos necesarios en este mundo; desde quienes aparentan mayor brillo, hasta quienes alargan la mano reclamando el debido respeto y ayuda.
 
Pensar es un acto similar al de respirar. Inspiramos oxígeno y pensamientos con una frecuencia similar. Si por una u otra razón dejásemos de hacerlo, cinco o diez minutos más tarde podríamos llegar a morir. Ambas actividades exigen atención y discernimiento.
Ser impecable con el pensamiento es una decisión que beneficia tanto a quien la toma como a quien se encuentra a su lado. Pensar una cosa, decir otra; hacer distinto y emitir diferente es sencillamente una locura. Pero, en muchas ocasiones sucede así. 
Para concluir las cinco propuestas del Doctor Ostaseski: 
• No esperes. La vida es demasiado corta para esperar. Empieza a vivir hoy mismo. 
• Acepta todo. No rechaces nada de lo que te suceda. Toma las cosas tal y como son. 
• Pon todo tu ser en la experiencia. Vive cada momento al máximo.
 • Busca un lugar de reposo en medio de la agitación. Encuentra un espacio donde puedas relajarte al menos unos minutos cada día. 
Dos certezas:
 
• La vida no acaba con la muerte. Es una experiencia que continúa siempre.
 
• Cada cual ha de dar los pasos necesarios en su camino de vida. Ni siquiera por un hijo se puede caminar; sí facilitarle todo cuanto sea necesario o sea posible, además de alentarle y animarle a que prosiga, sin olvidarse por ello de la atención que debemos a nuestro propio viaje.