EL INSOPORTABLE RITMO DE LO APARENTE
(Este articulo está escrito por mí; pero los datos que se mencionan y algunos párrafos importantes están corregidos ChapGPT y Deepseek)
FLV
Es probable que la realidad que perciben nuestros sentidos sea solo una sombra de lo auténticamente real. Platón lo ilustra en su célebre Mito de la Caverna. En él describe la vida de un grupo de prisioneros, en el interior de una cueva, encadenados desde su nacimiento de espaldas a una hoguera. Nunca han visto el fuego ni la luz directa del Sol; en su lugar, solo perciben las sombras difuminadas de figuras proyectadas sobre la pared. Intuyen que debe de haber algo más allá, pero ninguno se atreve a girarse y comprobarlo. Creen que la vida sufriente en la que habitan es la única realidad.
Finalmente, uno de ellos logra liberarse de sus cadenas. Al hacerlo, descubre el fuego y, más allá, la salida de la cueva. Lo que contempla le impacta tanto que regresa para compartir su hallazgo con los demás. Sin embargo, le toman por loco. Su relato los incomoda, pero ninguno se arriesga siquiera a considerar la posibilidad de salir de la caverna. Solo el prisionero liberado ha vislumbrado la verdad: ahora sabe que no sabe, pero ha percibido destellos de lo real. Los demás permanecen en la penumbra, resignados con la familiaridad de sus cadenas.
La percepción de la realidad está marcada por sesgos y matices. Dos personas pueden presenciar el mismo fenómeno y extraer conclusiones diametralmente opuestas. Un árbol es un árbol, pero según quién lo observe, puede ser madera, sombra o un hermano vegetal que comparte recursos con otros para la supervivencia del bosque. Ver es también sentir aquello que se ve: un sordo puede ver una voz; un ciego, contemplar un amanecer.
La vida es movimiento. Se mueve el mundo vegetal, el animal y también el mineral. Aunque las rocas parecen estáticas, sus átomos, partículas y subpartículas están en constante vibración. Este dinamismo interno es lo que define sus propiedades físicas y químicas. Las plantas se mueven internamente y, aunque se encuentran ancladas al suelo, desarrollan ingeniosas estrategias para expandirse y prosperar. Los animales, además de ese dinamismo interno, se desplazan en el espacio y experimentan el tiempo de manera consciente.
Para entender lo efímero del tiempo, basta con observar una de sus unidades más diminutas: el attosegundo, equivalente a una trillonésima parte de un segundo (10⁻¹⁸ s). Es el tiempo que tarda la luz en recorrer 0,1 nanómetros, aproximadamente la distancia entre los átomos de una molécula. Para dimensionarlo mejor: la relación entre un segundo y un attosegundo es comparable a la que existe entre un segundo y la edad del universo (13.800 millones de años).
Tal vez, en la vastedad del infinito y el movimiento, la realidad que conocemos sea solo un eco, una sombra
o el reflejo de algo mucho más grande.
A la temperatura del cero absoluto, el movimiento térmico de las partículas se detiene casi por completo, pero el tiempo y el movimiento cuántico no cesan. Según la mecánica cuántica, incluso a esta temperatura extrema siguen existiendo fluctuaciones debido a la energía del punto cero. En la escala Celsius, el cero absoluto se sitúa en -273,15 °C (o 0 Kelvin en la escala absoluta de temperaturas). Aunque los experimentos han logrado acercarse mucho a este límite, todavía no se ha alcanzado exactamente el cero absoluto, pues requeriría eliminar toda la energía de un sistema, lo que es teóricamente imposible debido al tercer principio de la termodinámica.
Nací en 1952 en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real. Creo haber visto el primer vehículo a motor a la edad de ocho años. Desde los cinco o seis años, recuerdo una macilenta luz eléctrica en la cocina, la única de la casa. Para acceder a los dormitorios eran necesarios un candil o una lámpara de carburo. El ritmo de los días lo marcaban el reloj de la Plaza y un ruidoso despertador de campanillas, con su tic-tac agobiante, que despertaba a mi padre de madrugada.
El trabajo de mi padre comenzaba al alba y finalizaba al anochecer. Mi madre se levantaba temprano para prepararle la comida y, casi todos los días, iba al lavadero. No recuerdo con exactitud la hora a la que los niños íbamos a la escuela, quizás una hora después de la salida del sol. Con diecinueve años, me trasladé a Madrid, donde desde el primer momento me vi inmerso en el ritmo acelerado de la ciudad, sus ruidos y sus prisas.
He sido testigo de la vertiginosa evolución tecnológica. Uno de los avances más relevantes ha sido el transistor electrónico, desarrollado en 1947 en los laboratorios Bell por John Bardeen, Walter Brattain y William Shockley. Este invento marcó el final de las válvulas electrónicas, que hasta entonces constituían la base de los ordenadores, televisores, radios, antenas de telefonía y satélites, entre otros dispositivos.
Tuve mi primer contacto con los transistores cuando comencé a estudiar ingeniería técnica de telecomunicaciones. En España, el primer transistor fue presentado en 1959 por el ingeniero industrial José María de la Torre, quien trabajaba en Telefónica. En 1958, Telefónica lo había enviado a los Estados Unidos para formarse en el MIT, donde coincidió con los inventores del transistor.
La llegada del transistor supuso un salto tecnológico sin precedentes, que permitió a España avanzar y reducir la brecha tecnológica con los países más desarrollados. A partir de este desarrollo, surgieron los microprocesadores y los circuitos integrados, abriendo las puertas a la era de la computación moderna. Durante un tiempo, trabajé en el Centro de Investigación de Telefónica, en una cámara de alto vacío, realizando experimentos con microcircuitos de capa fina, tecnología clave para la miniaturización y el desarrollo de dispositivos más eficientes.
Los microprocesadores están presentes en semáforos, teléfonos móviles, frigoríficos, cámaras, televisores, ordenadores, dispositivos médicos y en casi todo tipo de equipamiento doméstico, de navegación y seguridad. Su desarrollo ha permitido la automatización y el avance tecnológico en prácticamente todos los ámbitos de la vida moderna.
Se estima que, en 2023, existían aproximadamente 8.600 millones de teléfonos móviles en el mundo, lo que supera la población total del planeta, que ronda los 8.000 millones de personas.
Estos dispositivos funcionan gracias a la emisión y recepción de ondas electromagnéticas, que nos rodean y atraviesan el cuerpo humano a cada instante. En términos generales, son inofensivas para, ya que tienen una frecuencia y energía insuficiente para causar daños en el ADN o en los tejidos. Sin embargo, existen radiaciones potencialmente perjudiciales, como:
Ultravioleta (UV): Puede dañar la piel y los ojos, provocando envejecimiento prematuro, aumentando el riesgo de cáncer de piel.
Infrarroja (IR) en exposiciones prolongadas: Puede causar quemaduras térmicas en contacto directo.
Interferencias electromagnéticas (EMI): Pueden afectar a dispositivos electrónicos sensibles, aunque el impacto sobre la salud humana es todavía un tema en debate. Se generan por líneas eléctricas, estaciones de radio y telecomunicaciones, antenas y otros emisores de alta potencia.
Entre los dispositivos electrónicos de uso doméstico que pueden afectar la salud tras una exposición prolongada destacan:
Hornos microondas: Aunque están diseñados para contener la radiación en su interior, las fugas de microondas en equipos defectuosos o mal cerrados pueden ser perjudiciales.
Cocinas de inducción: Generan campos electromagnéticos de alta frecuencia que podrían afectar a personas con marcapasos.
Teléfonos móviles: A pesar de que no se ha demostrado que causen daños graves, se recomienda evitar su uso prolongado cerca de la cabeza, especialmente durante la noche, ya que pueden alterar los ciclos del sueño debido a la exposición a la luz azul y su actividad electromagnética.
No obstante, el verdadero impacto no siempre es físico, sino psicológico y social. La velocidad con la que operan los microprocesadores modernos, con sus incesantes cálculos binarios, modifica el ritmo de nuestras vidas. Cada vez más, el ser humano se encuentra sometido a la dictadura del tiempo digital, marcado por la inmediatez y la dependencia tecnológica, convirtiéndose en un soldado sin fusil, inmerso en un ejército de autómatas interconectados.
En los últimos 52 años, la tecnología ha evolucionado hasta formar una gigantesca red interconectada, casi como un organismo global, con su propio "cerebro" y "sistema nervioso". Hoy, algoritmos avanzados toman decisiones en milésimas de segundo, controlando procesos industriales, financieros y hasta sociales.
Un claro ejemplo de ello se observa en los mercados bursátiles, donde las grandes corporaciones disponen de redes de comunicación privadas ultrarrápidas. En estos entornos, una mínima diferencia de milisegundos permite que un valor financiero suba o baje a conveniencia de los operadores más veloces, beneficiando a quienes poseen los sistemas más avanzados para adelantarse a la competencia.
En los últimos cuatro o cinco años, hemos sido testigos de dos avances tecnológicos revolucionarios: los primeros ordenadores cuánticos de uso práctico y el desarrollo de una Inteligencia Artificial (IA) accesible para todos.
Los ordenadores cuánticos no funcionan con microprocesadores ni con bits tradicionales, sino con cúbits (qubits), los cuales poseen una capacidad de memoria y potencia de cálculo exponencialmente superior a la de los sistemas clásicos.
Estos dispositivos se basan en los principios de la mecánica cuántica para procesar información. En un ordenador clásico, la unidad mínima de información es el bit, que solo puede estar en 0 o 1. Sin embargo, un cúbit puede estar en superposición, es decir, en 0 y 1 al mismo tiempo, lo que multiplica la capacidad de procesamiento de manera exponencial.
Gracias a esta propiedad, los ordenadores cuánticos pueden resolver problemas complejos en minutos, cuando los supercomputadores tradicionales necesitarían miles de años. Se están utilizando para aplicaciones científicas, criptografía, simulaciones de materiales y cálculos militares, aunque su desarrollo aún se encuentra en fase experimental y su implementación masiva sigue siendo un desafío.
La realidad y la percepción humana
Lo que percibimos como realidad es, en gran medida, un consenso basado en nuestra capacidad sensorial. A simple vista, el mundo se divide en dos niveles:
El mundo macroscópico, regido por las leyes de la física clásica.
El mundo cuántico, donde las partículas subatómicas pueden estar en múltiples estados simultáneamente.
En este sentido, casi nada es lo que parece. Lo que percibimos con los sentidos es solo una parte limitada de la realidad, filtrada y estructurada por nuestra mente.
Por ejemplo, nuestra visión está restringida a una pequeña fracción del espectro electromagnético, comprendida entre los 380 y 700 nanómetros. Sin embargo, existen numerosas radiaciones invisibles para el ojo humano, como:
Infrarrojos
Ultravioleta
Microondas
Ondas de radio
Rayos X
Rayos gamma
De hecho, el 95% del universo es invisible para nuestros ojos e incluso para los instrumentos que intentan detectar su invisibilidad. Solo el 5% corresponde a la materia visible, mientras que el 95% restante se divide en:
Energía oscura (68%): Responsable de la expansión acelerada del universo.
Materia oscura (27%): No emite luz ni energía, pero su existencia se deduce por los efectos gravitacionales que ejerce sobre la materia visible.
Paralelismo con el cerebro humano
Curiosamente, estas proporciones coinciden con el funcionamiento del cerebro humano. Se estima que:
Solo el 5% de nuestra actividad mental es consciente, es decir, racional y dirigida.
El 95% restante corresponde a procesos inconscientes, que regulan nuestras funciones vitales y patrones de comportamiento automáticos.
Nuestra mente consciente, además, selecciona e interpreta la realidad de acuerdo con lo que le conviene con el mínimo esfuerzo. La mayoría de nuestros pensamientos se calcula que tenemos entre 50.000 y 70.000 al día son repetitivos y, en muchos casos, martirizantes. Como resultado, vivimos atrapados en un ciclo mental caótico, similar al de un pollo sin cabeza, reaccionando a impulsos sin cuestionar su origen o validez.
Realidad macro y cuántica
A escala macroscópica, la realidad aparente es determinista. Si conocemos las condiciones iniciales de un sistema, podemos predecir su evolución de manera precisa. Este principio rige desde el movimiento de los planetas hasta la física de los objetos cotidianos.
Sin embargo, en el mundo cuántico, la realidad es probabilística. No es posible conocer con certeza el estado de una partícula sin observarla primero. Hasta el momento de la observación, dicha partícula puede estar en múltiples estados simultáneamente (superposición cuántica), y solo al medirla colapsa en una de sus posibilidades.
Lo cuántico representa el límite más sutil de la realidad al que podemos acceder desde la ciencia. Un ejemplo de esto es el entrelazamiento cuántico, un fenómeno en el que dos partículas que han interactuado permanecen correlacionadas instantáneamente, sin importar la distancia que las separe. Es decir, al alterar el estado de una, la otra reacciona de manera instantánea, desafiando nuestra comprensión clásica del espacio-tiempo.
Paralelismo con la biología
Curiosamente, algunos investigadores han relacionado este fenómeno con procesos biológicos, como la conexión entre madres e hijos a través de las células microquiméricas. Durante el embarazo, células del feto pueden viajar al cuerpo de la madre y permanecer allí durante décadas. A la inversa, células maternas también pueden quedar en el cuerpo del hijo. Aunque esto no implica un entrelazamiento cuántico, sí sugiere una conexión celular y biológica que persiste en el tiempo.
La dualidad onda-partícula y la percepción humana
La dualidad onda-partícula establece que la materia y la energía pueden comportarse como partículas o como ondas, dependiendo de cómo sean observadas. Además, en superposición, una partícula puede existir en más de un estado simultáneamente.
Nuestra capacidad de percibir esta realidad es limitada. Disponemos de un cerebro finito y un cuerpo sometido a la entropía, lo que significa que nuestro tiempo de uso es perecedero y finito.
Limitaciones de la percepción y procesamiento cerebral
El cerebro humano tiene una capacidad de atención de aproximadamente 8 segundos, aunque este puede incrementarse por estrés, fatiga, déficit de atención, sueño o alcohol.
Algunas teorías sugieren que no vivimos en un holograma, sino que somos parte de él, procesando solo una fracción de la información que nos rodea.
A nivel de procesamiento de información, nuestro cerebro funciona en dos niveles:
Consciente: Capaz de procesar entre 10 y 40 bits por segundo, permitiendo enfocarse en 1 a 3 cosas a la vez.
Inconsciente: Procesa entre 11 y 100 millones de bits por segundo, es decir, hasta 200.000 veces más rápido que la parte consciente.
Los sentidos también tienen diferentes capacidades de procesamiento:
Vista: Entre 10 y 100 millones de bits por segundo.
Oído: Aproximadamente 500 bits por segundo.
Tacto: Alrededor de 10 bits por segundo.
Olfato: Puede detectar hasta 10.000 aromas diferentes, con una velocidad de procesamiento de 10 bits por segundo.
Gusto: Aproximadamente 1 bit por segundo.
Verificación doble de estos datos por DEEP SEEK sobre procesamiento cerebral y capacidades sensoriales:
1. Procesamiento consciente e inconsciente:
✅ Base real, pero con matices:
La cifra de 40 bits/segundo se basa en estudios clásicos de psicología cognitiva (ej. George Miller, 1956)
Medir el procesamiento en "bits" es controvertido, ya que el cerebro no opera como un computador digital. La cifra es una analogía para ilustrar la limitación en la atención focalizada (ej. solo podemos seguir 1-3 tareas complejas simultáneamente).
Algunos neurocientíficos (ej. Tor Nørretranders, The User Illusion) proponen que el sistema nervioso procesa aproximadamente 11 millones de bits/segundo a nivel sensorial (ej. visión, equilibrio), pero esto no equivale a "pensamiento inconsciente".
2. Capacidades sensoriales:
✅ Aproximadamente correcto:
⚠️ Subestimado:
El nervio auditivo maneja aprox. 30.000 fibras, cada una con tasas de hasta 100 Hz, lo que equivale a 3 Mbps. Los "500 bits" podrían referirse a información lingüística consciente (ej. palabras reconocibles por segundo).
La piel tiene aprox. 5 millones de receptores táctiles, y el sistema somatosensorial procesa datos en paralelo (ej. presión, temperatura). La cifra de "10 bits" solo aplicaría a estímulos puntuales conscientes (ej. contar toques en un dedo).
Conclusiones y fuentes:
Las cifras son analogías; no mediciones rigurosas. El cerebro no procesa información como un computador, sino mediante redes neuronales paralelas y redundantes.
Fuentes clave:
Procesamiento visual: MIT Neuroscience (2016).
Olfato: Estudio de Andreas Keller en Science (2014).
Memoria de trabajo: George Miller (1956).
Errores comunes:
Estas cifras varían según las fuentes, pero ilustran nuestras limitaciones frente a la inteligencia artificial y algunos animales, que poseen sentidos más desarrollados.
El cerebro humano no capta toda la realidad, sino que rellena los vacíos con información conocida y la que no la inventa. Esto explica por qué podemos ser fácilmente engañados por ilusiones ópticas o por la propia interpretación de nuestros recuerdos.
Entre lo macro y lo micro se esconde un enigma: en el mundo visible, donde las leyes deterministas nos guían, la existencia parece rígida y predecible; más en el reino cuántico, la incertidumbre y la superposición danzan en un sutil ballet de probabilidades. La mente humana, con su frágil atención consciente y un inconsciente que procesa millones de bits en silencio, es apenas un eco en el vasto coro de la realidad. Cada segundo se convierte en una invitación a cuestionar nuestras certezas. Somos partícipes de un universo en constante transformación, donde la tecnología y la vida se entrelazan, desafiándonos a vivir, sentir y, sobre todo, descubrir que la auténtica existencia se encuentra más allá de lo meramente observable.